Como explicamos en la presentación del cuélebre, muchos de los seres de la mitología asturiana son recreaciones de mitos universales, en su mayoría de origen griego. Esto mismo puede decirse del ventolín, un ser fantástico pequeño y menudo que recorre los aires de Asturias como si fuera un remolino de viento, y que se identifica con el Céfiro de la mitología clásica.
El ventolín es un pequeño espíritu que vuela por los cielos. Dicen de él que su presencia es apenas una brisa fresca que roza la cara, pero que lleva en sus revoloteos los mensajes de los enamorados y los secretos de los muertos. Es un ser amable y delicado, inofensivo y juguetón. Su descripción física se asemeja a la de los silfos, unos seres vaporosos y etéreos de color azulado, pero el ventolín, a diferencia de los genios del aire, aparece como un espíritu con cara de niño.
Siempre ha sido muy estrecha la relación entre los espíritus del aire y el pensamiento, quizás por eso la idea del folclore de que las palabras y el pensamiento se los lleva el viento. El ventolín, como Céfiro o los silfos, es la salvación de los poetas, que se sienten iluminados por ellos cuando les faltan las palabras. Con el nombre de «céfiro» designamos hoy en día al viento suave y apacible, pero para los griegos, Céfiro era el viento de Occidente, hijo de Eolo, señor de los vientos, y de la aurora. Habitualmente se le representa con la apariencia de un adolescente de alas diáfanas y semblante dulce y sereno, como aparece retratado en el cuadro de Antoine Coypel, Flora y Céfiro, que se puede contemplar en el Louvre.
En la noche de San Juan se funden hoy en día la fiesta religiosa y la celebración pagana, pero en su origen, era simplemente una fiesta agraria que celebraba el solsticio de verano. Los celtas ya la consideraban una noche mágica y creían que hasta el alba las leyes mortales quedaban derogadas y los seres feéricos salían de su morada a la superficie. Muchos de los seres que pueblan actualmente la mitología asturiana también se ven afectados por el embrujo de esa noche.
El cuélebre entra en un extraño estado de sopor y duerme como narcotizado hasta que el primer rayo de sol entra en su cueva, mientras la ayalga espera que algún hombre golpee al cuélebre con una rama de sauce y quede liberada de su encantamiento; la xana danza feliz por los estanques y sus cabellos parecen de oro. Entretanto, el travieso ventolín se eleva por los aires y entona dulces canciones con una voz melodiosa que el resto del año apenas es audible.
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Si en el mundo clásico Céfiro era el dios que personificaba el viento y con su nombre designaban también al fenómeno meteorológico, en Asturias encontramos un hecho similar; pues el apelativo de ventolín hace referencia tanto a la leve brisa, como al espíritu del viento.