Por JUAN JOSÉ SÁNCHEZ-ORO ROSA

Todo el Cedrón es un auténtico santuario al aire libre. Ubicado sobre el lado este de la ciudad vieja de Jerusalén, cada palmo de su terreno encierra un valor simbólico y sagrado fuera de lo común. Allí sitúa la tradición el fallecimiento y subida a los Cielos de la Virgen María. Su presunta tumba aún permanece hierática entre los muros de la iglesia de la Asunción.
También cuenta una leyenda cómo de las vigas de un antiguo puente que atravesaba el valle, salió la madera con la cual fue fabricada la cruz de Cristo. Por otra parte, en el sur del Cedrón lapidaron a san Esteban, convertido así en el primer mártir de la cristiandad; mientras que al norte tuvo lugar la detención del Hijo del Hombre, Jesucristo.

Para más inri, el Cedrón se encuentra encajado entre dos colinas repletas de historia sagrada: el monte Moda y el monte de los Olivos. Sobre una roca en la cima del Moda, Abraham intentó sacrificar a su hijo Isaac. Sobre ese altar pétreo, tiempo después se levantó el Templo de Jerusalén y, una vez derribado éste, los musulmanes edificaron la célebre Cúpula de la Roca, desde donde Mahoma ascendió a los cielos durante su Viaje Nocturno.
Frente al Moda se erige el mítico monte de los Olivos, escenario de algunos de los más dramáticos episodios de la biografía de Jesús: su oración en el huerto, la traición de Judas y su detención, su reunión con los apóstoles, su llanto y primera lágrima ante los discípulos… Y podríamos continuar enumerando un sinfín de sucesos religiosos memorables, tanto para los creyentes cristianos como para los seguidores del judaísmo o del islam.
PUERTA AL INFIERNO
Precisamente, esta confluencia de credos sobre un mismo punto geográfico —el valle es considerado sagrado por los miembros de las tres grandes religiones—es la mejor prueba de que nos encontramos ante un espacio absolutamente excepcional. De hecho, hace siglos que los creyentes de dichas observancias religiosas anhelan ser enterrados en sus inmediaciones. La materialización de ese deseo resulta palpable bajo la forma de tres grandes cementerios que ocupan casi toda la superficie del barranco.
El cementerio judío, el más extenso, está asentado en el margen oeste, sobre el monte de los Olivos. El musulmán domina la falda del monte Moda, junto a la muralla que circunda la explanada de las mezquitas; mientras que la diminuta necrópolis cristiana ocupa el fondo, al norte del Cedrón. Ya lo anticipaba Jeremías: «Y todo el valle de los cadáveres y de las cenizas, todos los campos hasta el torrente Cedrón, hasta el ángulo de la puerta de los caballos al oriente, serán cosa santa para Yahvé: no serán ya jamás destruidos ni devastados» (Jeremías 31:40). De esta manera, el viejo valle ha terminado convertido en el reino de la muerte, pero también en el mejor trampolín para alcanzar esa deseada Resurrección que tanto tarda en llegar.
Ya hemos señalado que las colinas del barranco eran un lugar de enterramiento, pero, también por eso mismo, su lecho se percibía como una puerta al inframundo judío o Gehenna. Un peregrino persa, Nasir Khosrau, refirió en 1047 que si uno permanece en el fondo del valle, se pueden oír los lamentos de aquellos que están en el Gehenna y salen de las profundidades.
Por su parte, el rabino Moses Bassola contó en 1522 que descendió al valle y allí se encontró con un gran agujero, en realidad la boca del infierno que será abierta en todo su esplendor durante los días del fin. Esta creencia tenía su razón de ser, pues el Cedrón se comunica geográficamente con el valle de Hinnon: el punto más bajo de la ciudad y antítesis del monte del Templo que domina las alturas.

A partir de ahí comenzaba el desierto entendido como morada de los demonios, en concreto de Azazel (Levítico 16:10). Además, en el Hinnon habían tenido lugar horrendos sacrificios de niños en honor al dios Moloch. Por tal crimen, Isaías y Jeremías profetizaron que Moloch y sus devotos arderían en dicho valle (2 Reyes 23:10, Isaías 30:33 y 33:14 y Jeremías 7:31,3). El Cedrón actuaba así de frontera física y simbólica entre vivos y muertos, y entre quienes aspiran a resucitar y quienes ya se abrasaban ad eternum en el fuego del infierno.
MONTE DE LOS OLIVOS: LA MORADA DE YAHVÉ
Como vemos, el Cedrón es un espacio transformador, pero al mismo tiempo frontera simbólica entre el reino de la muerte y la esperanza de vida eterna. Durante generaciones, los creyentes han escogido ambas laderas de la quebrada para cobijar sus restos mortales.
De esta forma, poco a poco han surgido varios cementerios, cada uno de ellos destinado a cada uno de los tres grandes credos religiosos derivados de la Biblia: el judaísmo, el cristianismo y el islam. En estas necrópolis, los muertos reposan esperando la llegada de un Juicio Final que se celebrará allí mismo, en un enclave rico como ninguno en leyendas, costumbres y prácticas rituales insólitas.

El cementerio judío reposa sobre el monte de los Olivos, montaña que deberá jugar un papel relevante durante el fin de los tiempos. Así lo profetizaron las palabras de Zacarías (14, 45): «Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, (…) y se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande; y la mitad del monte se apartará hacia el norte, y la otra mitad hacia el sur.
Y huiréis al valle de los montes, porque el valle de los montes llegará hasta Azal; (…) y vendrá Jehová mi Dios, y con él todos los santos». Este «valle de los montes» suele interpretarse como el propio Cedrón, mientras que Azal es identificada con una pequeña villa situada al sur del torrente de nombre Azel, y que los árabes pronuncian Wadi Yazul.
La sacralidad atribuida a dicha montaña resulta muy superior a otros rincones de Jerusalén, porque en la misma residió el mismísimo Yahvé durante un tiempo. Cuando se destruyó el Templo de Jerusalén por primera vez, la Divina Presencia que lo habitaba no tuvo más remedio que abandonarlo, llorando y lamentando aquella fatalidad (Ezequiel 11, 23).

Pero antes de ascender a las alturas, se detuvo en diferentes lugares de los alrededores. Así, habitó en el monte de los Olivos durante tres años, esperando el arrepentimiento de su pueblo sin obtener ningún resultado positivo. Desde esas cumbres, solía gritar palabras de advertencia, pero Israel nunca hizo ademán de arrepentirse. Finalmente, ante tamaña obstinación, Yahvé ascendió a los cielos en soledad.
LAS TUMBAS DEL HERMANO DE JESÚS Y EL PROFETA ZACARíAS
Un poco más al sur del Pilar de Absalón existe otra tumba que presenta la particularidad de estar excavada en la roca. Su entrada surge entallada sobre dos flamantes columnas dóricas que van a dar a varias estancias. ¿A quién pertenecía este cuidado hipogeo?
La tradición cristiana consideraba que allí descansaba Santiago, el denominado hermano de Cristo. En sus Antigüedades judías (20.9.1), Flavio Josefo da a conocer cómo Ananías, un saduceo sin alma, convocó astutamente al Sanedrín en el momento propicio. El procurador Festo había fallecido y el sucesor Albino todavía no había tomado posesión, así que Ananías hizo que el sanedrín juzgase a Santiago, hermano de Jesús, quien era llamado Cristo, y también a algunos otros. Los acusó de haber transgredido la ley y los entregó para que fueran apedreados.
Posteriormente, creyentes y peregrinos completaron el relato difundiendo que Santiago fue precipitado desde los muros del Templo al interior del valle del Cedrón, para acabar enterrado allí mismo.

Incluso se llegó a levantar una iglesia consagrada a dicho apóstol durante el período bizantino. Sin embargo, nada del relato anterior último parece ser cierto. Una vieja inscripción encontrada en el enterramiento ha revelado la identidad, no menos interesante, de sus inquilinos: Esta es la tumba y el nefesh (alma o espíritu de los difuntos) de Eliezer, Hania, Yoezer, Yehuda, Shimon y Yohanan, hijos de Yosef, hijo de Oved Yosef y Eleazar, hijos de Hania, sacerdotes de la familia Hezir. Si acudimos a la Biblia (Crónicas 1, 24:15) descubriremos que los Hezir eran una de las 24 familias que, por riguroso turno, atendían como sacerdotes el Templo de Jerusalén. De este modo, podemos concluir que en el Cedrón también gustaban de enterrarse las más altas dignidades religiosas de la ciudad, incrementando con ello la solemnidad y categoría simbólica del valle.
Otra de las tumbas más importantes ha sido atribuida —al menos desde la Edad Media— a Zacarías. Presenta la particularidad de estar tallada sobre una sola pieza de roca en su base y rematada su cubierta con una pirámide igualmente de piedra. Zacarías era un profeta y sacerdote de Jerusalén que fue cruelmente asesinado en el Templo (II Crónicas 24:20-22).

Ese crimen condenó a la comunidad por haber infringido siete pecados: el homicidio de un sacerdote, de un profeta y de un juez; el derramamiento de sangre inocente; la profanación del Nombre de Dios; la contaminación del atrio del Templo y el incumplimiento del Sabbat y del Yom Kipur, fechas en las que ocurrió el luctuoso suceso.
OFRENDAS PÉTREAS
El valor religioso de las piedras y su amontonamiento sobre la tumba de una gran personalidad ha sido una práctica ritual bastante extendida. Hoy día podemos observar buena parte de las lápidas blancas del cementerio judío cubiertas de pequeños cantos rodados en vez de flores.
Allí, tras cada visita, los han ido colocando los familiares y amigos del finado. Mircea Eliade, en su clásico Tratado de Historia de las Religiones, reunió un considerable número de ejemplos similares. Bajo su punto de vista, cualquier elemento lítico sería un fragmento de eternidad, debido a que desprende dureza, subsistencia y una persistencia sin origen conocido ni aparente fecha de caducidad.
Como vemos, dichas cualidades son propias de lo divino. Por tanto, con la acumulación de piedras sobre un sepulcro, se estaría poniendo al difunto en estrecho contacto con Dios. Cada nueva ofrenda lítica, cada nuevo pedrusco depositado sobre el enterramiento, añadiría más presencia divina y santidad al lugar.

En Occidente todavía se mantiene esta costumbre religiosa, en general ligada a los caminos. Por ejemplo, uno de los hitos simbólicos más destacables del Camino de Santiago consiste en que cada peregrino arroje un canto con su nombre cuando pase al lado de la Cruz del Ferro, un crucero situado en la localidad leonesa de Foncebadón. Si tenemos en cuenta que la ruta jacobea termina en la Costa de la Muerte y es ante todo un viaje de purificación para ganar la eternidad, la conexión simbólica con esa misma tradición de Oriente Medio resulta clara.
En tiempos mucho más recientes, el fraile dominico Felix Fabri, que visitó Jerusalén en el siglo XV (1483-84), escribió que en el Valle de Josafat/Cedrón los peregrinos reunían piedras y las amontonaban. Creían que así se aseguraban un lugar o asiento para el día del Juicio Final.
Por su parte, aquellos que no tenían oportunidad de acudir al valle por sí mismos, pagaban a otros peregrinos para que en su nombre hicieran los mencionados montículos, y no perder así la oportunidad de estar ante el Trono de Dios al final de los tiempos.
LA CONEXIÓN EGIPCIA
Curiosamente, los musulmanes consideran a todos los mausoleos anteriores como elementos pertenecientes a una única construcción de procedencia egipcia. Así, la tumba de Absalón sería el Tanturat Pharon, el cofre del Faraón; la tumba de Azarías sería Diwan Pharon, la Sala de Recepción o del Trono del Faraón; la de Zacarías, Jozat Pharon, Esposa del Faraón; etc. Con esta interpretación, terminaban de un plumazo con buena parte del encanto que las leyendas judías y cristianas conferían a las tumbas. Sin embargo, a la hora de pronunciarse sobre su propia necrópolis, los creyentes en el islam también la rodean de mitos y relatos legendarios.
El cementerio árabe, orientado hacia La Meca, se eleva sobre la ladera oeste del monte Moda. En la otra orilla, frente al Moda, destaca el camposanto judío situado en el monte de los Olivos. Y es que hay rivalidades políticas que ni siquiera la muerte aniquila.
Las tumbas musulmanas ocupan buena parte de la muralla oriental de Jerusalén, junto a su Puerta Dorada. Ésta es una de las entradas más célebres a la ciudad vieja, aunque ahora sus grandes puertas permanezcan selladas. Los judíos la llaman del Perdón, los cristianos Áurea, pero todos coinciden en atribuir al rey Salomón su edificación, gracias a las excelentes piedras enviadas como regalo por la reina de Saba.
Ahora bien, la Puerta Dorada cuenta con dos entradas: la propiamente del Perdón (Babe er-Rahma) y la del Arrepentimiento (Bab et-Tuba). En esta última creen que el rey David se arrepintió de sus culpas y fue perdonado por Dios. Todos aquellos que acuden a rezar a la puerta, comienzan sus oraciones por la entrada del Perdón, a la derecha solicitando el perdón de Dios, y concluyen por la izquierda, frente a I entrada del Arrepentimiento.
Por su parte, los cristianos consideran que fue la puerta utilizada por Jesús para ingresar en Jerusalén. Por tal motivo, en los primeros tiempos de la cristiandad los peregrinos acudían a dicha entrada con palmas en las manos y recitando salmos. La leyenda narra cómo el emperador bizantino Heraclio quiso entrar victorioso a Jerusalén por esta puerta, portando armas y joyas sobre su lujosa indumentaria. Al intentar cruzarla, una mano invisible lo detuvo mientras una voz celestial gritaba: «Oh emperador, quítate tus joyas y tus armas; viste un sencillo atuendo y entra humildemente como Jesús, tu Señor». Éste cumplió rápidamente la orden y, entonces, la mano invisible dejó de obstruirle el paso hacia la Ciudad Santa.
ESPERANDO LA RESURRECCIÓN… EN EL MÁS ALLÁ
Ya conocemos dónde esperan los fallecidos y el objetivo de dicha espera. Ahora bien, ¿de qué modo lo hacen? La pregunta tiene un sentido más profundo del que parece, porque a pesar de que la muerte es un fenómeno común para todos los humanos, aquello que ocurrirá después de fallecer depende de cada religión. Judíos, cristianos y musulmanes entienden sus respectivas estancias en le tumba de modo distinto.
Para el judaísmo —aunque existen discrepancias en función de autores corrientes o épocas—, tras dejar este mundo tiene lugar la separación entre la carne y el hálito vital. De ese modo, la carne regresaría a la tierra y el espíritu a Dios. Desprovisto del ánima vital, el cadáver se convierte en la máxima fuente de impureza para un vivo. Tocarlo equivale a contraer una contaminación de la cual sólo es posible recuperarse tras someterse a varios baños rituales. En la época bíblica encontramos escasas evidencias de una vida después de la muerte.
Se hablaba del sheol como un inframundo repleto de espectros alejados de Dios. Posteriormente, por influencia del pensamiento griego y persa, el judaísmo aceptó la inmortalidad del alma, bien inmediata para los más justos o bien postergada al Juicio Final mediante la resurrección de los cuerpos. La necesidad de contar con el cuerpo del difunto ha provocado que la cremación esté prohibida entre los judíos.

Por su parte, cristianismos hay muchos. Dependiendo de la Iglesia o grupo surgen distintas posibilidades y muchas geografías del Más Allá. Algunas aceptan una muerte y permanencia en la tumba a la espera del Juicio Final, como los Testigos de Jehová. Los católicos postulan un juicio del alma inmediato nada más morir. Entonces, podrá pasarse por el Purgatorio para limpiar culpas, condenarse directamente en el Infierno o ascender a los Cielos.
No obstante, la vida eterna no estará completa, pues necesitará de la carne del difunto para ser total. De ahí que haya que esperar una resurrección última en cuerpo y alma tras el retorno del mesías. Si bien siglos de teología han intentado matizar que esa corporeidad resucitada no se corresponde con la terrenal que disfrutamos actualmente, por lo que no hará falta el cadáver propiamente dicho.
Después de esa unión de las partes, los muertos soportarán un nuevo enjuiciamiento más perfecto. Mientras tanto, el difunto se mantiene a la espera en un estado intermedio. Los protestantes, por su parte, niegan la existencia del Purgatorio y aceptan una suerte de estado de reposo hasta la resurrección de los muertos.
EN EL LIMBO HASTA EL DÍA DEL JUICIO FINAL
Mahoma, en cambio, parece que contempló la muerte como un estado de somnolencia o barzaj del que no se puede volver hasta el Día del Juicio Final (Corán 23,100). De hecho, cuando la resurrección se produzca, será percibida por sus protagonistas como un simple despertar cotidiano. Sin embargo, al igual que ocurre en el caso del cristianismo, siglos de doctrina islámica han difundido una vida de ultratumba algo distinta.
Nada más morir, dos ángeles, Munkir y Nakeer, formularan al fallecido varias preguntas: ¿Quién es tu Dios? ¿Quién es tu profeta? ¿Cuál es tu libro? ¿Quién es tu imán? ¿Cuál es tu quibla (dirección a La Meca)? Si el difunto supera el interrogatorio con éxito, los ángeles le colocarán la cabeza hacia la derecha.
Si merece ser castigado, hacia la izquierda. Los justos disfrutarán en el lado derecho de su enterramiento de una suerte de ventana, por la cual atravesarán vientos refrescantes que le harán dormir en paz. Por el contrario, los condenados verán su cadáver golpeado y despedazado por gusanos, escarabajos y demás animales carroñeros.
Comenzada la descomposición para todos, permanecerá, no obstante, una semilla o embrión llamado ajaf. Gracias a este resto, el hombre será reconstruido por completo durante el Juicio Final. Mientras tanto, el alma se mantendrá revoloteando sobre la tumba del difunto en berza]: ese estado especial de somnolencia.
SABER MÁS.
LA LLEGADA DEL MESÍAS JUDÍO
Es una creencia ampliamente extendida que el cementerio musulmán (arriba, en la imagen) fue construido por los seguidores de Mahoma para evitar la llegada de Elías. Este profeta deberá encabezar la comitiva del mesías judío, entrando en Jerusalén por la Puerta del Perdón, montado en un asno.
Zacarías dijo: «Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén: he aquí, tu Rey vendrá a ti, Él es justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna» (Zacarías, 9,9). Elías era un miembro de la familia Cohen, un sacerdote y, por tal motivo, casi con total seguridad tenía prohibido caminar entre muertos a riesgo de contaminarse y volverse impuro.
De este modo, los seguidores del islam entendieron que, instalando un cementerio delante de la Puerta Dorada, conseguirían impedir el retorno y entrada del mesías de Israel. No obstante, entre los musulmanes también está extendida la creencia de que el Valle del Cedrón desempeñará un papel importante durante la resurrección final. Por esa razón, llaman a la Puerta Dorada Bab ed-Dahariye o Puerta de la Vida Eterna. Así, para los seguidores del profeta Mahoma, este cementerio islámico es considerado el más sagrado de toda Jerusalén.
¿LO SABIAS?
Algo más al sur del Cedrón tropezamos con el actual monasterio del ermitaño egipcio san Onofre. Según una tradición bizantina, allí ocurrió el ahorcamiento de Judas, el discípulo traidor de Jesús. Eusebio de Cesarea identificó el lugar, llamándolo Aceldama, «Campo de Sangre». Una trágica muerte más que añadir a la lista del valle, protagonizada por alguien con una vida no menos turbulenta.
PODEROSO TALISMÁN
Al igual que las piedras, la simple arena del valle del Cedrón resultaba muy apreciada. Los judíos de Tierra Santa acostumbraban a rellenar pequeños saquitos con tierra procedente del monte de los Olivos. Dichas bolsas las enviaban a aquellos familiares y amigos que estaban en el exilio o diáspora de Israel.
Los receptores de las mismas las mandaban depositar en sus respectivas tumbas cuando les llegase la hora, porque creían que así evitaban la actuación de los gusanos, al mismo tiempo que aumentaban los méritos para ser favorecidos durante el Juicio Final.

Esa misma tierra del Monte de los Olivos era utilizada como un poderoso talismán para protegerse en los viajes. En 1710, la obra El Buscador de la Paz de Jerusalén reseña que todos los viajeros llevan tierra blanca de esta montaña, para cumplir así las palabras del Salmo: 72,9: «Y los enemigos lamerán el polvo mismo».
FARAONES, REYES BÍBLICOS Y PROFETAS
Tan grande es la santidad de la colina, que consigue atravesar los «poros» de su superficie. Hasta fechas recientes, ha existido la creencia generalizada de que los gusanos no perturbaban el sueño de los cadáveres allí enterrados ni descomponían sus cuerpos.

Los sabios de Israel decían al respecto que siete personajes permanecen libres de la putrefacción y descomposición, pues sus cuerpos jamás fueron tocados por los gusanos. Son Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, Aarón, Miriam y Benjamin, hijo de Jacob. Algunos añaden al rey Saúl y a su hijo Jonathan. En este cementerio, además de sus miles de tumbas comunes cubiertas por lápidas blancas, destacan varios mausoleos ornamentados y repletos de tradición.
Las gentes y viajeros de Jerusalén consideraban estas construcciones como las últimas moradas de grandes figuras históricas: hijos de reyes bíblicos, discípulos de Jesús, profetas del Antiguo Testamento, faraones egipcios… La más emblemática de esas sepulturas monumentales corresponde al Pilar o Mano de Absalón. Tomó el nombre del primogénito rebelde del rey David y, durante mucho tiempo, estuvo rematada en su parte alta con una gran mano de piedra hoy desaparecida.
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