TODOS SOMOS UNO.

LA CIENCIA REVELA QUE TODA LA CREACIÓN ESTÁ UNIDA POR VÍNCULOS INVISIBLES

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Organismo Cósmico.

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1-Lynne McTaggart

HALLAZGOS CIENTÍFICOS PRODUCIDOS EN LA ÚLTIMA DÉCADA DEMUESTRAN QUE NO SOMOS ENTIDADES INDIVIDUALES, SINO QUE CONTINUAMENTE ESTAMOS INTERCAMBIANDO INFORMACIÓN CON EL RESTO DE LA CREACIÓN A TRAVÉS DE NUESTRAS NEURONAS O MEDIANTE IMPULSOS DE LUZ QUE PARTEN DE NUESTRO ADN, TAL COMO PRUEBA EL SIGUIENTE TEXTO, EXTRACTO DE EL VÍNCULO (EDITORIAL SIRIO), UNA OBRA IMPRESCINDIBLE, ESCRITA POR LA PRESTIGIOSA PERIODISTA LYNNE MCTAGGART.

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El cerebro humano es un imitador incansable desde el momento en que nace; su primer impulso es fundirse con el cerebro de nuestra madre, El neurólogo norteamericano Allan Schore, que ha realizado un trabajo fundamental en relación con la teoría del apego, cree que el sistema neuronal del recién nacido aprende del cerebro de su madre, pues este actúa a modo de patrón modelo de onda cerebral, enseñando al cerebro del bebé cuándo dispararse y cuándo conectarse, de la misma manera que le enseña a hablar o a utilizar la cuchara. Al cabo de un tiempo, dice Schore, «la corteza prefrontal de la madre se habrá convertido en la corteza prefrontal del niño».

Los investigadores de la Universidad de Arizona encontraron pruebas de que los patrones cerebrales de una madre, tal como habían quedado registrados en un encefalograma, están codificados en el patrón del encefalograma de su hijo.

Como descubrió Joseph Chilton Pearce, escritor especializado en el desarrollo infantil y el funcionamiento de la mente, la madre y el bebé suelen experimentar un arrastre de ondas cerebrales, es decir, las ondas eléctricas de los dos cerebros «resuenan», y alcanzan el pico y el valle los dos al mismo tiempo cuando están juntos. Cuando están separados, las ondas cerebrales de uno y otro se hacen discordantes, y vuelven a resonar solo una vez que se reúnen. A lo largo de nuestra vida, nuestro cerebro encuentra ondas cerebrales contagiosas.

Como explicaba en mi libro El experimento de la intención (Editorial Sirio), hay abundantes pruebas de que, en circunstancias muy diversas, sobre todo cuando dos personas hacen cosas juntas con un propósito común, las señales eléctricas de sus cerebros pronto se sincronizan, de modo que las frecuencias, amplitudes, picos y valles de las ondas cerebrales empiezan a resonar formando un tándem.

 

LA SUPERMENTE

A lo largo de los años, las investigaciones sobre esta cuestión han incluido distintas variaciones del par emisor y receptor, como por ejemplo mantenerlos aislados en habitaciones separadas y conectados cada uno de ellos a una diversidad de monitores fisiológicos, tales como encefalógrafos.

Una de las partes, tras recibir un estímulo —una fotografía, una luz o una pequeña descarga eléctrica—, intenta transmitir la imagen mental del estímulo a su pareja. En un considerable número de casos, las ondas cerebrales del receptor empiezan a imitar a las del emisor cuando este recibe el estímulo, es decir, el cerebro del receptor capta y copia la experiencia de su pareja; de hecho, la respuesta del receptor se produce en un lugar del cerebro idéntico al del cerebro del emisor.

Este tipo de conexión puede suceder instantáneamente, incluso entre dos desconocidos; el simple hecho de tener que formar pareja con alguien establece una sincronía en las mentes.

Esta clase de arrastre no se limita al cerebro. En una notable serie de estudios, los investigadores del Instituto de Ciencias Noéticas de Petaluma, en California, descubrieron que, cuando un miembro de una pareja enviaba pensamientos e intenciones sanadores a su compañera enferma de cáncer, innumerables procesos fisiológicos —tales como las ondas cardíacas y cerebrales, la conducción de impulsos eléctricos desde las yemas de los dedos, el flujo sanguíneo y la respiración— empezaban a imitarse unos a otros en ambos miembros.

Cuando se enviaba un pensamiento de amor, los dos cuerpos se hacían rápidamente uno. Posteriores investigaciones llevadas a cabo en el mismo instituto demostraron que también registramos los estados emocionales de otras personas en la boca del estómago.

El arrastre corporal de diversos tipos parece ocurrir incluso entre extraños, en circunstancias determinadas. El hecho de conectarse con otra persona de una manera íntima, como hace el terapeuta cuando envía energía sanadora a su paciente, hace que ambos cerebros se sincronicen; incluso tocar a alguien con un sentimiento de aprecio y afecto puede hacer que las ondas cerebrales de esa persona resulten arrastradas por las nuestras.

La sincronía puede darse incluso cuando dos personas tienen un fuerte deseo de hacer daño, como han demostrado algunos estudios realizados a maestros de qigong en momentos de enfrentamiento físico y mental. Siempre que interactuamos íntimamente con alguien, ya sea para bien o para mal, el primer impulso de nuestros cerebros es imitarse el uno al otro.

Además de interiorizar la experiencia que tiene lugar fuera de nosotros, también percibimos el mundo a través de una invisible conversación constante con nuestro entorno.

En 1970, durante una investigación para la cura del cáncer, un médico alemán llamado Fritz Albert Popp se topó con el hecho de que todos los seres vivos, desde las plantas unicelulares hasta los seres humanos, emiten una minúscula corriente de fotones, o luz, a la que él denominó «emisiones biofotónicas».

Popp comprendió de inmediato que un organismo vivo hace uso de esta tenue luz como medio para comunicarse dentro de sí y también con el mundo exterior.

Popp y otros cincuenta científicos del mundo entero han llevado a cabo más de treinta años de i investigaciones sobre las emisiones biofotónicas, y sostienen que es esta tenue radiación, y no el ADN o la bioquímica, la que verdaderamente dirige y orquesta todos los procesos celulares del cuerpo.

Han descubierto que las emisiones biofotónicas residen en el ADN y activan ciertas frecuencias dentro de las moléculas de las células individuales. La primera vez que tomaron estas medidas, Popp y sus colegas emplearon exactamente el mismo instrumental que se usa para contar las emisiones de luz, fotón a fotón, lo cual les permitió descubrir algo asombroso.

Cuando se aplicaba una loción corporal en una parte del cuerpo, se producía un gran cambio en el número de emisiones de luz, no solo allí donde se había aplicado la crema, sino también en las partes del cuerpo más alejadas, y, lo que es más sorprendente, la proporción del cambio era también correlativa en todos los lugares.

Popp se dio cuenta de que había desvelado el principal canal de comunicación existente dentro de un organismo vivo, que utiliza la luz como medio de señalización instantánea, no local, sino global.

 

INTERCAMBIAMOS LUZ ENTRE NOSOTROS

El científico descubrió también que estas emisiones de luz actúan como un sistema de comunicaciones entre los seres vivos.

En experimentos realizados con cierto número de organismos, seres humanos incluidos, halló que los seres vivos individuales absorben unos de otros la luz que emiten, y devuelven patrones de interferencia de ondas, igual que si estuvieran manteniendo una conversación.

3-Sincronización.metirta.online

Sincronización.

Una vez que un organismo absorbe las ondas luminosas de otro, la luz del primero empieza a intercambiar información de modo sincronizado. Parece ser que, además, los seres vivos mantienen una comunicación de información con su entorno —las bacterias con su medio nutricional, o el interior de un huevo con la cáscara—, y que estas «conversaciones» existen también entre individuos de distinta especie, aunque las más perceptibles y claras son aquellas que los miembros de una misma especie mantienen entre sí.

Popp y su equipo de investigación se sorprendieron al descubrir que las emisiones de un organismo tienen diferencias mensurables durante el día y la noche, y se atienen además a patrones semanales y mensuales que reflejan la actividad solar.

De un modo independiente, confirmó la tesis central del trabajo de Franz Halberg: que un ser vivo lleva constantemente el compás del sol. El trabajo de Popp demuestra que, con esta pequeñísima corriente de emisiones biofotónicas, creamos un vínculo cuántico con el mundo.

Cada instante del tiempo que estamos despiertos, tomamos la luz de algo. Los trabajos de científicos como Graham Fleming, Randy Jirtle, Franz Halberg, Giacomo Rizzolatti y Fritz Albert Popp, que aparentemente guardan tan poca relación entre sí, suponen en conjunto una concepción profunda y herética de la naturaleza de los seres vivos, además de dejar bien claro que el concepto que tenemos de nosotros mismos como seres diferenciados de todo lo demás es una falacia.

 

EL SUPERORGANISMO CÓSMICO

Estos descubrimientos son bastante inquietantes y plantean algunas preguntas básicas: si en esencia todo es simplemente un campo de energía que participa en un gigantesco intercambio y muda de forma a cada instante, ¿hay algo o alguien que podamos considerar que es un ser en sí mismo?

En el fondo, en nuestro nivel más fundamental, ¿tenemos un yo identificable e inmutable? Si continuamente intercambio unas partes de mí y tomo otras prestadas, ¿exactamente dónde termina el mundo y dónde empiezo yo? ¿Cómo puedo decir con carácter definitivo que yo soy solo esto? Andy Gardner, biólogo e investigador de la Universidad de Oxford, ha examinado si existe alguna sociedad tan avanzada y que tenga un funcionamiento tan armonioso que pueda calificarse de superorganismo, un solo organismo por derecho propio. Hasta el momento ha conseguido localizar dos tipos de comunidad: las hormigas y las abejas.

Estos animales son, por encima de todo, miembros de un equipo donde el conflicto ha quedado eliminado. Las abejas y las hormigas individuales actúan de continuo de forma desinteresada, y están dispuestas a sacrificarse, e incluso a morir si es preciso, para proteger a la colonia.

En ese sentido, la comunidad entera está unida por un propósito común. Cree Gardner que un superorganismo que tenga una organización social tan avanzada como la de las abejas o las hormigas es en verdad excepcional, y solo puede existir cuando el conflicto interno del grupo social prácticamente se haya eliminado.

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Sincronización interior.

Por eso, comenta con ironía, «no podemos emplear este término para describir, por ejemplo, las sociedades humanas». Sin embargo, tanto si queremos admitirlo como si no, los seres humanos, al igual que todos los seres vivos, formamos parte de un vasto superorganismo intergaláctico.

Todo, desde las partículas subatómicas hasta los organismos unicelulares, y desde estos hasta las estrellas más distantes de la galaxia, forma parte de un vínculo indivisible. Incluso nuestro comportamiento social es más semejante al de las hormigas de lo que solemos admitir.

A pesar de nuestra propensión a llevar siempre la delantera y a competir por ello, nuestro instinto más básico es en todo momento el de conectarnos. Los seres humanos, como las hormigas, han nacido con la apremiante necesidad de jugar en equipo.

El neurobiólogo italiano Giacomo Rizzolatti es el descubridor de las llamadas «neuronas espejo»: cierta clase de neuronas que se activan cuando un animal (incluidos, claro está, los seres humanos) ejecuta una acción y cuando observa esa misma acción al ser ejecutada por otro individuo, especialmente un congénere.

En otras palabras, nuestras neuronas «reflejan» el comportamiento del otro, como si nosotros mismos estuviéramos realizando la acción. Por eso el nombre de neuronas espejo.

 

NEURONAS ESPEJO: LO CAMBIAN TODO

Entre los estudiantes de posdoctorado que formaban el equipo de Rizzolatti había un joven investigador alemán llamado Christian Keysers, que acababa de llegar al laboratorio italiano procedente de la Universidad escocesa de St. Andrews. Como Rizzolatti y Keysers descubrirían a continuación, los seres humanos utilizan las neuronas espejo para leer la emoción además de la acción.

Las mismas secciones del cerebro que se activan cuando experimentamos toda la gama de las emociones humanas, de la alegría al dolor, se activan también cuando observamos la emoción en los demás.

Nos basta con observar la expresión facial o el lenguaje corporal de una persona para que un torrente de neuronas se ponga en movimiento.

5-Neuronas espejo

Cuando vemos a alguien sonreír o hacer un gesto de disgusto, en lo que a nuestro cerebro se refiere, somos nosotros los que estamos contentos o disgustados.

En un estudio que le valdría la fama, Keysers examinó de cerca la actividad cerebral de un grupo de participantes mientras inhalaban olores repulsivos o agradables y, luego, mientras veían en una película cómo reaccionaban una serie de individuos a olores similares.

Descubrió que la misma porción del cerebro, la ínsula anterior, se activaba en los participantes tanto si inhalaban los olores ellos mismos como si observaban la expresión facial de otra persona mientras reaccionaba al olor.

 

SOMOS «MEDUSAS ENERGÉTICAS»

Pero la misión de las neuronas espejo no es solo averiguar qué hace una persona y cómo se siente al respecto, sino también por qué lo hace.

Rizzolatti descubrió que las neuronas no se disparan si la meta de la acción no está clara. En un estudio, las neuronas espejo de un observador humano se encendieron al observar las acciones de un robot, pero únicamente cuando el robot realizaba una tarea bien definida, no cuando repetía la misma tarea una y otra vez.

En la actualidad, se ha reconocido universalmente que el descubrimiento de Rizzolatti supone un asombroso avance en nuestra comprensión de cómo procesa el cerebro las acciones y emociones de otros.

Menos reconocimiento han conseguido, sin embargo, las enormes implicaciones que el descubrimiento tiene para la biología de la percepción y la interacción social.

Como su trabajo ha demostrado claramente, percibir el mundo no es un asunto individual que esté limitado a nuestras capacidades mentales, sino que es un proceso en el que participa un circuito neuronal compartido. Interiorizamos la experiencia de los demás a cada momento, de forma automática e inmediata, sin hacer el menor esfuerzo consciente, empleando una «taquigrafía neuronal» creada sobre la base de nuestra propia experiencia.

6-medusa anemona

Medusa Anémona.

 

En el acto mismo de conectar con alguien, incluso en el nivel más superficial, establecemos una relación de la mayor intimidad.

Nuestra comprensión de las complejidades del mundo tiene lugar gracias a la fusión constante del observador con lo observado. Keysers se ha dado cuenta de que siempre hay dos posiciones estratégicas en el acto de la percepción. «Durante la mayoría de nuestras interacciones, no hay un solo agente y un solo observador —escribió—, sino que ambos participantes son a la vez observador y agente, ambos son el origen y el objetivo del contagio social que el sistema de neuronas espejo transmite».

Contemplar a alguien significa interiorizar al instante su punto de vista, lo cual quiere decir que el acto en sí de observar a otra persona nos hace establecer automáticamente un vínculo en el que, nosotros que somos el sujeto, nos fundimos con el objeto.

Por decirlo de algún modo, para poder entender a otro individuo tenemos que fusionarnos temporalmente con él. A pesar de la gran capacidad de nuestro cerebro en todos los demás aspectos, el método que empleamos para absorber lo que vemos a nuestro alrededor, y en especial la actividad de otros seres vivos, es muy poco o nada imaginativo.

Cuando observamos la acción de otra persona, para encontrarle sentido tenemos que recrear la experiencia en nuestra cabeza y hacer como si la estuviéramos realizando nosotros. Traducimos las acciones, las sensaciones e incluso las emociones de los demás al lenguaje neuronal de nuestro propio cuerpo, como si se tratara de nuestra propia experiencia.

En nuestra cabeza se disparan las mismas neuronas, tanto si sentimos que algo nos roza la pierna como si vemos que algo le roza la pierna a otra persona, o incluso si observamos que alguien toca un objeto; cualquier tipo de contacto que veamos evoca las redes neuronales que participan en nuestra propia experiencia subjetiva de tener contacto con algo.

 

SABER MÁS

SINCRONIZADOS CON LA CREACIÓN

A pesar de la concepción que tenemos de nosotros mismos, que nos hace considerarnos las entidades más influyentes del universo, situadas en el ápice mismo de la cadena evolutiva, la nueva ciencia de la cronobiología demuestra que nosotros y todos los demás seres vivos de la Tierra formamos parte de un vasto y complejo sistema de energía que depende del capricho de la actividad planetaria geomagnética del universo.

Nuestro vínculo con esa sincronización cósmica es en gran medida el responsable de nuestra salud, de nuestra estabilidad física y mental, y posiblemente de mucho de lo que consideramos nuestra motivación individual y única. Los nuevos descubrimientos en el terreno de la neurología han revelado que nuestro impulso constante es el de fundirnos, porque para comprender la acción que tiene lugar fuera de nosotros, la recreamos en nuestro interior, de tal modo que el observador pasa por la experiencia de lo observado.

En cuanto nos relacionamos con el mundo, incluso los más introvertidos y antisociales de entre nosotros crean una conexión inmediata e involuntaria con él.

 

SOMOS UNO

Cuanto más se aproximan los científicos a la esencia de la vida, más se dan cuenta de que las partículas más esencia, les del universo carecen por sí mismas de identidad diferenciada; de hecho, en la mayoría de las circunstancias, ocurre que hay dos o tres partículas tan inextricablemente conectadas entre sí que únicamente pueden concebirse como un colectivo.

En el nivel subatómico, intercambiamos constantemente luz y energía, hasta tal punto de que no somos los mismos en un momento que en el momento siguiente. Somos un sistema dinámico, no solo a causa de los cambios internos, sino a causa también de la constante alteración que experimentamos debido a la relación siempre cambiante entre nosotros y los elementos del exterior.

Toda la naturaleza imita este impulso de conexión. El cuerpo físico, eso a lo que atribuimos principalmente nuestra individualidad, es producto de tal cantidad de complejas interacciones con su entorno que no se puede considerar que exista como entidad independiente.

Desde el trascendental descubrimiento del biólogo Randy Jirtle, todo un campo de la biología —la epigenética— se ha dedicado al estudio de cómo nos moldeamos desde dentro, pero en gran medida a causa de los agentes que actúan fuera de nosotros.

Los científicos han empezado a caer en la cuenta de que la biología es un vínculo entre las fuerzas externas e internas, formado sobre todo de fuera hacia dentro, y es este vínculo —la sutil mezcla de influencias medioambientales que experimenta nuestra biología— lo que heredamos.

Lo que dirige la evolución no es el gen individual, sino el vínculo que establecemos con nuestro mundo. Cualquier organismo es la suma total de sus conexiones con el medio ambiente en forma material.

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