En la mitología persa, el Simurg es el gran rey de los pájaros, un ave fabulosa e inmortal, de singular belleza y cualidades extraordinarias, ya que tenía el don de la palabra y de la sabiduría. El Simurg, al igual que el ave roc, con la que guarda múltiples coincidencias, ha sido considerado una magnificación del águila y se le retrata como un ave de hermosas plumas 115, anaranjadas, cabeza humana y cola de pavo real.
Distintos autores modernos, entre ellos Flaubert y Borges, han tratado el mito del Simurg, pero fue Farid al-Dim Attar, un médico y escritor persa del siglo XII, quien inmortalizó al Simurg en su poema El lenguaje de los pájaros, que cuenta cómo el mítico rey de los pájaros dejó caer una de sus plumas en el centro de China, y la abubilla, considerada por los árabes el ave mensajera, convocó al resto de los pájaros para emprender un viaje hasta el gran Simurg. Algunos pájaros pusieron excusas para no acometer esta aventura, pero finalmente, y animados por la abubilla, un gran número de pájaros lo iniciaron.
No todos llegaron: algunos cayeron por el camino, otros abandonaron, pero 30 de ellos lograron alcanzar la legendaria Montaña de Kaf, donde vivía el gran pájaro divino. Tuvieron que superar múltiples retos y peligros, además de conquistar los siete valles que les separaban de su destino: el valle de la Búsqueda, el de la Confianza, el de la Independencia, el de la Unicidad Divina, el del Asombro, el de la Indigencia y el del Amor. Pero al llegar descubrieron la gran verdad: todos ellos formaban parte del gran Simurg y el Simurg estaba en cada uno de ellos.
El Simurg ha sido considerado desde siempre un pájaro protector y, de hecho, en el poema de Farid al-Dim Attar, aparece como representación de Alá. Según la leyenda, esta mítica ave habitaba en la montaña de Káf, en el Caúcaso, desde donde vigilaba a las familias de los héroes de la Antigua Persia, como hizo con el valiente Zal, padre del mítico héroe Rustam. Siendo niño Zal, fue abandonado por su padre en el monte por culpa de una superstición, pues había nacido con el pelo blanco y esto era signo de mal agüero.
El Simurg lo encontró y lo llevó a su nido, donde lo educó como un padre hasta que tuvo la edad de volver con los suyos. Desde entonces, Zal y su familia fueron siempre protegidos por el Simurg, que intervino también en el parto de su hijo Rustam. En cierta ocasión, Rustam cayó gravemente herido en batalla y el Simurg se hizo cargo de él, le quitó las flechas que le dañaban y lo curó rozándole con su ala.
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Varias son las propiedades mágicas que se atribuyen al Sinuuy, entre ellas la inmortalidad y el poder de curación que tienen sus plumas.