Segunda parte: Descenso de Cristo a los infiernos

jesus-resucitado-metirta.online.jpg

Descenso de Cristo a los infiernos

 

 (Redacción griega A)

 

Simeón y sus hijos, resucitados

17 (1) 1. José dijo: «iY por qué os admiráis de que Jesús haya resucitado? No es eso lo admirable. Lo que es digno de admiración es que no ha resucitado solo, sino que también ha restituido la vida a otros muchos difuntos, los cuales se han aparecido a muchos en Jerusalén. Y si no conocéis a los demás, al menos, conocéis a Simeón, el que tomó en sus brazos a Jesús, y a sus dos hijos, a quienes también ha resucitado. Pues nosotros los enterramos hace poco, pero ahora se pueden ver sus sepulcros abiertos y vacíos. Ellos están vivos y residen en Arimatea». Enviaron, pues, a unos hombres, que encontraron sus sepulturas abiertas y vacías. Dice José: «Vayamos a Arimatea y veamos si los encontramos».

  1. Entonces se levantaron los príncipes de los sacerdotes, Anás y Caifás, José, Nicodemo, Gamaliel y otros con ellos. Marcharon a Arimatea y encontraron a aquellos de los que hablaba José. Hicieron oración y se saludaron mutuamente. Después fueron con ellos a Jerusalén y los presentaron en la sinagoga. Aseguraron las puertas y pusieron en medio el Antiguo Testamento de los judíos, y les dijeron los sumos sacerdotes: «Queremos que juréis por el Dios de Israel y por Adonay, para que digáis así la verdad, cómo habéis resucitado y quién es el que os ha levantado de entre los muertos».
  2. Al oír esto los hombres resucitados, hicieron sobre sus rostros la señal de la cruz y dijeron a los sumos sacerdotes: «Dadnos papel, tinta y pluma». Les llevaron estas cosas. Ellos se sentaron y escribieron lo siguiente:

Isaías y Juan Bautista, en el abismo de los justos

18 (2) 1. Señor Jesucristo, resurrección y vida del mundo, danos gracia para que contemos tu resurrección y las maravillas que realizaste en el infierno. Estábamos nosotros en el infierno con todos los que habían muerto desde el principio del mundo. En la hora de la medianoche amaneció en aquellos oscuros lugares como la luz brillante del sol, con la que fuimos todos iluminados de modo que pudimos vernos unos a otros. Aquella luz procedía de un gran resplandor. El profeta Isaías, que estaba allí, dijo: «Esta luz proviene del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, sobre la que profeticé estando vivo, diciendo: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, el pueblo que yacía en las tinieblas vio una gran luz»» (Is 9, 1).

  1. Salió después al centro otro, que era asceta del desierto, y le preguntaron los patriarcas: «¿Quién eres tú?». Él respondió: «Yo soy Juan, el último de los profetas, que enderecé los caminos del Hijo de Dios y prediqué al pueblo la penitencia para el perdón de los pecados. El Hijo de Dios vino a mí, y cuando lo vi de lejos, dije al pueblo: «Este es el cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo». Con mi propia mano lo bauticé en el río Jordán. Y vi como una paloma y al Espíritu Santo que descendía sobre él. Escuché también la voz de Dios Padre que decía así: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido». Por eso me envió también a vosotros para que os anunciara que llegaba hasta aquí el Hijo unigénito de Dios, para que todo el que crea en él se salve, y el que no crea en él se condene. Por eso, os digo a todos vosotros que tan pronto como lo veáis, lo adoréis, porque esta es la única ocasión que tenéis de hacer penitencia por haber adorado a los ídolos en el mundo vano de allá arriba y por los pecados que cometisteis. No será posible hacer esto en otra ocasión».

Testimonios de Adán y de Set

19 (3) 1. Cuando Juan informaba así a los que estaban en el infierno, oyéndolo también el primer creado y primer padre Adán, dijo a su hijo Set: «Hijo mío, quiero que digas a los progenitores del género humano y a los profetas adónde te envié cuando enfermé para morir». Set dijo: «Profetas y patriarcas, escuchadme: Mi padre Adán, el primer creado, habiendo caído en trance de muerte, me envió a hacer oración a Dios cerca de la puerta del paraíso, para que me condujera por medio de un ángel hasta el árbol de la misericordia, del que yo pudiera tomar aceite con que ungir a mi padre y hacer que se recuperara de su enfermedad. Y así lo hice.

  1. »Después de la oración, vino el ángel del Señor y me dijo: «¿Qué pides, Set? ¿Pides el aceite que reanima a los enfermos o el árbol que destila tal aceite, con vistas a la enfermedad de tu padre? No es posible encontrarlo ahora. Por tanto, vete y di a tu padre que cuando se cumplan cinco mil quinientos años desde la creación del mundo, entonces bajará a la tierra el unigénito Hijo de Dios hecho hombre. Él será quien lo unja con tal aceite, y tu padre se levantará, y lo lavará con agua y con Espíritu Santo, a él y a sus descendientes. Entonces sanará de toda enfermedad, porque ahora ello es imposible»». Cuando escucharon estas cosas, los patriarcas y los profetas se alegraron grandemente.

Diatriba entre Satanás y el Abismo

20 (4) 1. Mientras todos se encontraban sumidos en tan gran alegría, vino Satán, el heredero de las tinieblas, y dijo al Abismo: «Devorador e insaciable, escucha mis palabras. De la raza de los judíos hay un cierto personaje de nombre Jesús, que se denomina a sí mismo Hijo de Dios. Pero siendo como era hombre, los judíos lo crucificaron con nuestra colaboración. Y como ahora ha muerto, prepárate para que lo encerremos aquí con seguridad. Yo sé que es un hombre, y le oí decir: «Mi alma está triste hasta la muerte». Me ha hecho también muchos males en el mundo de allá arriba mientras convivía con los mortales. Cuando se encontraba con mis siervos, los perseguía; y a todos los hombres que yo dejaba mutilados, ciegos, cojos, leprosos y cosas parecidas, los curaba solo con su palabra; y a muchos a quienes yo preparaba para la sepultura, incluso a esos les devolvía la vida solo con su palabra».

  1. Dijo el Abismo: «¿Es que es tan fuerte como para hacer estas cosas con sola su palabra? ¿Y tú puedes acaso enfrentarte a él, siendo como es? Porque me parece que a uno como este nadie puede hacerle frente. Pero si dices que oíste cómo tenía miedo de la muerte, esto debió de decirlo en son de burla y riéndose de ti, pretendiendo dominarte con mano poderosa. ¡Ay! ¡Ay de ti por todos los siglos!». Dijo Satán: «Devorador e insaciable Abismo, ¿tanto temor tienes al oír hablar de nuestro común enemigo? Yo no le tuve ningún miedo, sino que animé a los judíos, que lo crucificaron y le dieron a beber hiel y vinagre. Prepárate, pues, para que cuando llegue lo sujetes con fuerza».
  2. Respondió el Abismo: «Heredero de las tinieblas, hijo de la perdición, calumniador, me acabas de decir que a muchos que tú tenías ya preparados para la sepultura, él les devolvió la vida solo con la palabra. Si ha librado a otros de la sepultura, ¿cómo y con qué poder podrá ser dominado por vosotros? Hace poco tiempo yo devoré a un difunto, de nombre Lázaro; y poco tiempo después uno de los vivos lo arrancó a la fuerza de mis entrañas solo con su palabra. Creo que se trata de ese de quien hablas. Si lo acogemos aquí, tengo miedo de que peligremos también en el caso de los demás. Pues a todos los que devoré desde el principio del mundo, he aquí que los percibo agitados, y sufro dolores en mi vientre. No me parece una buena señal el caso de Lázaro, el que me ha sido arrebatado recientemente. Pues voló de mí no como un muerto, sino como un águila; tan rápidamente lo arrojó fuera la tierra. Por eso te conjuro por tus gracias y por las mías que no lo traigas aquí. Pues tengo la impresión de que se presenta aquí porque todos los muertos han pecado. Esto te lo digo, por las tinieblas que tenemos, si lo llegas a traer aquí, no me quedará ninguno de los muertos».

21 (5) 1. Mientras Satanás y el Abismo se decían uno a otro tales cosas, se produjo una gran voz como de un trueno que decía: «Levantad, príncipes, vuestras puertas; levantaos, puertas eternas, y entrará el rey de la gloria». Al oír esto el Abismo, dijo a Satanás: «Sal, si eres capaz, y enfréntate a él». Salió, pues, fuera Satanás. Después dijo el Abismo a sus demonios: «Asegurad bien y fuertemente las puertas de bronce y los cerrojos de hierro; sujetad mis cerraduras y vigiladlo todo a pie firme, pues si entra aquí, se apoderará, ¡ay!, de nosotros».

  1. Cuando oyeron estas cosas los progenitores, comenzaron todos a mofarse de él, diciendo: «Devorador e insaciable, abre para que entre el rey de la gloria». Dijo el profeta David: «¿,No sabes, ciego, que cuando yo vivía, profeticé este anuncio: «Levantad, príncipes, vuestras puertas»». Isaías añadió: «Yo, previendo esto por la gracia del Espíritu Santo, escribí: «Resucitarán los muertos, se levantarán los que están en los sepulcros y se regocijarán los que están en la tierra». Y también: «¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde está, Abismo, tu victoria?»».
  2. Vino de nuevo una voz que decía: «Levantad las puertas». Cuando el Abismo oyó esta voz por segunda vez, dijo como si realmente nada supiera: «¿,Quién es este rey de la gloria?». Contestaron los ángeles del Señor: «El Señor fuerte y poderoso, el

Señor poderoso en la guerra». Enseguida, al sentirse esta palabra, las puertas de bronce se quebraron y los cerrojos de hierro se rompieron. Todos los muertos amarrados quedaron libres de sus ataduras, y nosotros con ellos. Entró el rey de la gloria como un hombre, y todos los rincones del abismo fueron iluminados.

Derrota del Abismo y de Satanás

22 (6) 1. Enseguida gritó el Abismo: «Hemos sido vencidos, ¡ay de nosotros! Pero ¿quién eres tú que tienes tanto poder y fuerza? ¿Quién eres tú que vienes aquí libre de pecado? ¿El que aparece como pequeño y puede hacer grandes cosas, el humilde y el elevado, el criado y el amo, el soldado y el rey, el que domina sobre muertos y vivos? Fuiste clavado en la cruz y depositado en el sepulcro; ahora has quedado libre y has destruido toda nuestra fuerza. ¿Eres tú acaso Jesús, del que nos decía el jefe de los sátrapas Satanás que por la cruz y la muerte ibas a heredar el mundo entero?».

  1. Entonces el rey de la gloria tomó por la coronilla al jefe de los sátrapas Satanás y se lo entregó a los ángeles, diciendo: «Sujetad con cadenas de hierro sus manos, sus pies, su cuello y su boca». Después, entregándolo al Abismo, dijo: «Tómalo y sujétalo con seguridad hasta mi segunda venida».

23 (7). El Abismo tomó a Satanás y le dijo: «Beelzebul, heredero del fuego y del castigo, enemigo de los santos, ¿por qué necesidad tramaste el que fuera crucificado el rey de la gloria para que viniera aquí y nos despojara? Vuélvete y mira cómo no ha quedado en mí ningún muerto, sino que todo lo que conseguiste por medio del árbol de la ciencia lo has perdido por la cruz; toda tu alegría se ha convertido en tristeza; y al querer dar muerte al rey de la gloria, te has dado muerte a ti mismo. Pues ya que te he recibido con la intención de sujetarte con toda seguridad, vas a aprender por propia experiencia cuántos males te voy a causar. ¡Oh jefe de los diablos, principio de la muerte, origen del pecado, culminación del mal! ¿Qué mal has encontrado en Jesús para tramar su perdición? ¿Cómo te has atrevido a hacer un mal tan grande? ¿Cómo te has preocupado de hacer bajar a estas tinieblas a un hombre tal, por quien te has visto privado de todos los que han muerto desde el principio del mundo?».

Los santos resucitan y entran en el Paraíso

24 (8) 1. Mientras así dialogaba el Abismo con Satanás, extendió su mano derecha el rey de la gloria, tomó y levantó al primer padre Adán. Luego, volviéndose hacia los demás, dijo: «Venid conmigo todos los que habéis muerto por el madero que este tocó. Pues mirad cómo yo os resucito a todos por el madero de la cruz». A continuación sacó a todos fuera, y el primer padre Adán apareció lleno de gozo y decía: «Doy gracias a tu magnanimidad, Señor, porque me has sacado del abismo más profundo». Igualmente dijeron todos los profetas y los santos: «Te damos gracias, Cristo, Salvador del mundo, porque has sacado nuestra vida de la corrupción».

  1. Dichas estas cosas, bendijo el Salvador a Adán haciéndole la señal de la cruz en la frente. Hizo también lo mismo con los patriarcas, los profetas, los mártires y todos los antepasados. Los tomó y dio un salto desde el abismo. Mientras él caminaba, cantaban los santos padres tras él y diciendo: «Bendito sea el que viene en el nombre del Señor. Aleluya. A él sea la gloria de parte de todos los santos».

25 (9). Caminaba, pues, hacia el paraíso cuando tomó de la mano al primer padre Adán y se lo entregó junto con todos los justos al arcángel Miguel. Cuando entraban por la puerta del paraíso, les salieron al paso dos hombres ancianos, a quienes los santos padres preguntaron: «¿Quiénes sois vosotros, que no habéis visto la muerte ni habéis bajado al abismo, sino que habitáis en el paraíso en cuerpo y alma?». Uno de ellos les contestó diciendo: «Yo soy Henoc, el que por ser agradable a Dios, fui trasladado por él hasta aquí; y este es Elías, el Tesbita. Los dos vamos a seguir vivos hasta la consumación de los siglos; entonces seremos enviados de parte de Dios para oponemos al Anticristo, morir a sus manos, resucitar a los tres días y ser arrebatados en las nubes al encuentro del Señor».

Testimonio del Buen Ladrón

26 (10). Mientras decían estas cosas, llegó otro hombre humilde, que portaba sobre sus hombros una cruz. Los santos padres le dijeron: «¿Quién eres tú, que tienes aspecto de ladrón, y qué significa esa cruz que llevas sobre tus hombros?». Él respondió: «Yo, como vosotros decís, fui ladrón y bandido en el mundo. Por eso me apresaron los judíos y me condenaron a morir en cruz junto con nuestro Señor Jesucristo. Estando él colgado de la cruz, cuando vi los prodigios que sucedían, creí en él. Le rogué, pues, y le dije: «Señor, cuando reines, no te olvides de mí». Enseguida me dijo: «En verdad, en verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». Llevando, pues, mi cruz, he venido al paraíso, he encontrado al arcángel Miguel y le he dicho: «Nuestro Señor Jesús, el crucificado, me ha enviado aquí; llévame, pues, a la puerta del Edén». Cuando la espada de fuego vio la señal de la cruz, me abrió y entré. Después me dijo el arcángel: «Aguarda un poco, que viene también Adán, el primer padre del género humano, con los justos, para que entren ellos también dentro». Y ahora, al veros, he venido a vuestro encuentro». Al escuchar los santos estas cosas, gritaron a grandes voces, diciendo: «Grande es nuestro Señor, y grande es su poder».

Epílogo

27 (11). Todas estas cosas las vimos y las escuchamos nosotros, los dos hermanos, quienes fuimos también enviados por el arcángel Miguel, y fuimos designados para predicar la resurrección del Señor, pero antes para marchar al Jordán y ser bautizados. Allá marchamos, en efecto, y fuimos bautizados con otros muertos resucitados. Después fuimos también a Jerusalén, donde celebramos la Pascua de la resurrección. Ahora bien, como no podemos quedarnos allí, nos marchamos. Que el amor de Dios Padre, la gracia de nuestro Señor Jesucristo y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros.

Después de escribir estas cosas y de asegurar los libros, dieron la mitad a los príncipes de los sacerdotes y la otra mitad a José y a Nicodemo. Ellos desaparecieron inmediatamente para gloria de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Descenso de Cristo a los infiernos

 

(Redacción latina B)

 

Carino y Leucio redactan su historia y regresan al sepulcro

17(1)1. Entonces los rabinos Addas, Finees y Egias, tres varones que habían venido de Galilea dando testimonio de que habían visto a Jesús asunto al cielo, se levantaron en medio de la multitud de los príncipes de los judíos y dijeron delante de los sacerdotes y los levitas reunidos en consejo: «Señores, cuando nosotros íbamos de Galilea al Jordán, salió a nuestro encuentro una gran multitud de hombres vestidos de blanco, que habían muerto en otro tiempo. Entre otros, vimos que estaban con ellos Carino y Leucio. Una vez que se acercaron a nosotros y nos besamos mutuamente, porque habían sido nuestros amigos queridos, les preguntamos: «Decidnos, amigos y hermanos nuestros, ¿qué significan esta alma y esta carne? ¿Quiénes son estos con quienes vais? ¿Cómo es que vivís en el cuerpo cuando hace tiempo que moristeis?».

  1. »Ellos respondieron diciendo: «Hemos resucitado desde los infiernos con Cristo, pues él nos ha resucitado de entre los muertos. Debéis saber que desde ahora han quedado destruidas las puertas de la muerte y de las tinieblas. Las almas de los santos han sido sustraídas de allí y han subido al cielo en compañía de Cristo, el Señor. El mismo Señor nos ha ordenado que durante un cierto tiempo paseemos por las riberas del Jordán y por los montes; sin embargo, que no nos mostremos a todos ni hablemos con todos, sino con aquellos que a él le agraden. Y ahora no hubiéramos podido ni hablar ni mostrarnos a vosotros, si no nos lo hubiera permitido el Espíritu Santo».
  2. Al oír estas palabras toda la multitud que estaba presente en el consejo, presa de terror y temblor, se preguntaba admirada si sería verdad lo que aquellos galileos testificaban. Entonces Caifás y Más dijeron al consejo: «Pronto quedará claro por todo lo que estos antes y después han testificado. Si se descubre que es verdad que Carino y Leucio permanecen vivos en sus cuerpos, y si nosotros podemos contemplarlos con nuestros propios ojos, entonces es verdad todo lo que estos testifican. Cuando los encontremos, ellos nos lo confirmarán todo. Pero si no, sabed que todo es una mentira».
  3. Entonces, iniciado enseguida el consejo, les pareció bien elegir a unos varones idóneos, temerosos de Dios, que conocieran cuándo aquellos habían muerto y dónde estaba la sepultura en la que habían sido enterrados, para que buscaran con diligencia y viesen si era todo como habían oído. Se presentaron allí quince varones, que habían sido testigos de su muerte, habían estado por su propio pie en el lugar donde habían sido sepultados y habían visto sus sepulturas. Fueron, pues, y hallaron que las sepulturas estaban abiertas, lo mismo que otras muchas, y que no había ni rastro de sus huesos o de sus cenizas. Regresaron a toda prisa y contaron lo que habían visto.
  4. Entonces toda su sinagoga se turbó con una desmedida tristeza y unos a otros se dijeron: «<:,Qué podemos hacer?». Más y Caifás respondieron: «Preparemos y enviemos al sitio, donde hemos oído que están, a unos hombres distinguidos que les rueguen y les supliquen. Quizá se dignen venir hasta nosotros». Entonces les enviaron a Nicodemo, a José y a los tres rabinos galileos que los habían visto para que les rogaran que se dignaran venir hasta ellos. Marcharon, en efecto, y anduvieron por toda la región del Jordán y de los montes. Pero al no encontrarlos, se disponían a regresar.
  5. Y he aquí que de pronto vieron aparecer una inmensa multitud de unos doce mil hombres que bajaban del monte Amalech y que habían resucitado con el Señor. Al reconocer allí mismo a muchísimos, no pudieron decirles ni palabra por el miedo y la visión del ángel. Se detuvieron de lejos mirando con atención y escuchando cómo avanzaban cantando salmos y diciendo: «El Señor ha resucitado de entre los muertos, como había dicho, regocijémonos y alegrémonos todos, porque reina eternamente». Entonces, llenos de admiración los que habían sido enviados, cayeron en tierra atemorizados. Y les recomendaron que buscaran a Carino y a Leucio en sus casas.
  6. Ellos se levantaron y marcharon a sus casas, donde los encontraron dedicados a la oración. Entrando adonde estaban, cayeron en tierra saludándolos. Luego se levantaron y dijeron: «Amigos de Dios, toda la multitud de los judíos nos han enviado a vosotros, pues han oído que habéis resucitado de entre los muertos. Os ruegan y suplican que vayáis hasta ellos para que todos conozcamos las maravillas de Dios, que han sucedido entre nosotros en nuestros tiempos». Ellos, levantándose por indicación divina, fueron hasta ellos y entraron en su sinagoga. Entonces la multitud de los judíos con los sacerdotes pusieron en sus manos los libros de la Ley y los conjuraron por el Dios Heloy y el Dios Adonay, por la Ley y los Profetas, diciendo: «Decidnos cómo habéis resucitado de entre los muertos y cómo son estas maravillas que han acontecido en nuestros tiempos como nunca hemos oído que hayan sucedido jamás. Pues hasta nuestros huesos todos quedaron estupefactos de terror, se secaron mientras la tierra se mueve bajo nuestros pies. Y es que unimos todos nuestros pechos para derramar sangre justa y santa».
  7. Entonces Carino y Leucio les hicieron señas con las manos para que les dieran un rollo de papel y tinta. Lo hicieron así porque el Espíritu Santo no les permitió que hablaran con ellos. Después de darle a cada uno su papel, los separaron al uno del otro en diferentes habitaciones. Ellos, haciendo con sus dedos la señal de la cruz de Cristo, empezaron a escribir cada uno en su rollo. Cuando terminaron, exclamaron como a una sola voz desde sus respectivas habitaciones: «Amén». Pero levantándose, Carino dio su papel a Más, y Leucio a Caifás. Después de saludarse mutuamente, salieron y regresaron a sus sepulcros.
  8. Entonces Anás y Caifás, abriendo un rollo, empezaron a leerlo cada uno en secreto. Pero todo el pueblo lo tomó tan a mal, que todos empezaron a gritar: «Leednos estos escritos abiertamente, y cuando hayan sido leídos, nosotros los guardaremos, no sea que personas inmundas y falaces cambien por su obcecación la verdad de Dios en falsedad». Después Más y Caifás, abatidos de temblor, entregaron el rollo a los rabinos Addas, Finees y Egias, que habían venido de Galilea anunciando que Jesús había sido asunto al cielo. Toda la multitud de los judíos les dio crédito para que leyeran esta escritura. Y en efecto, leyeron el papel con este contenido:

Contenido del relato de Carino y Leucio

18 (2) 1. Yo soy Carino. Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, permite que cuente las maravillas que hiciste en los infiernos. Cuando estábamos en tinieblas y en sombra de muerte, retenidos en los infiernos, de pronto nos resplandeció una gran luz, y temblaron los infiernos y las puertas de la muerte. Se oyó la voz del Hijo del Altísimo Padre como la voz de un gran trueno; y clamando fuertemente, se expresó de esta manera: «Retirad, príncipes, vuestras puertas; levantad las puertas eternas, pues va a entrar Cristo el Señor, rey de la gloria».

  1. Entonces llegó Satanás, caudillo de la muerte, huyendo despavorido, diciendo a sus ministros y a los infiernos: «Ministros míos e infiernos todos, acudid, cerrad vuestras puertas, echad las palancas de hierro, luchad con fuerza y resistid, no sea que teniendo nosotros las cadenas caigamos presos en ellas». Entonces todos sus impíos servidores quedaron conturbados y empezaron a cerrar con toda diligencia las puertas de la muerte y a trabar poco a poco los cerrojos y las palancas. Empuñaron con mano firme todas sus armas y lanzaron gritos con voz siniestra y terrible.

Diatriba entre el Infierno y Satanás

19 (3) 1. Entonces Satanás dijo al Infierno: «Prepárate para recibir a quien voy a enviarte». El Infierno respondió a Satanás: «Esta voz no ha sido sino el clamor del Hijo del Padre Altísimo, pues con ella se han estremecido la tierra y todos los lugares del infierno. De donde deduzco que, como yo, todos mis lazos están ya abiertos de par en par. Pero yo te conjuro, Satanás, cabeza de todos los males, por tus poderes y por los míos, que no lo traigas a mí, no sea que mientras tratamos de atraparlo, seamos apresados por él. Pues si solo con su voz todo mi poder quedó destruido, ¿qué piensas que va a hacer cuando llegue su presencia?».

  1. Satanás, el príncipe de la muerte, le respondió: «¿Por qué gritas? No temas, malvadísimo amigo antiguo, pues yo suscité contra él al pueblo judío, hice que fuera golpeado a bofetadas y conseguí que un discípulo suyo lo traicionara. Es, además, un hombre que tiene mucho miedo a la muerte, que dijo lleno de temor: «Triste está mi alma hasta la muerte». Pues yo lo conduje a ella, y ahora está pendiente de lo alto de la cruz».
  2. Entonces le dijo el Infierno: «Si es este el que solo con el imperio de su palabra hizo que Lázaro, muerto ya de cuatro días, volara desde mi seno como un águila, no es un hombre en humanidad, sino Dios en majestad. Te ruego, pues, que no me lo traigas a mí». Satanás replicó: «Prepárate, pues, y no tengas miedo. Como ya está pendiente de la cruz, no puedo hacer otra cosa». Entonces el Infierno respondió a Satanás de este modo: «Pues si no puedes hacer otra cosa, ya está cerca tu perdición. Yo, en fin, quedaré abatido y sin honor, pero tú estarás atormentado bajo mi dominio».

El relato de Set

20 (4) 1. Los santos de Dios escuchaban la disputa que mantenían Satanás y el Infierno. Ellos, sin embargo, no se reconocían todavía el uno al otro; no obstante, empezaban a conocerse. Pero nuestro santo padre Adán respondió así por todo a Satanás: «Príncipe de la muerte, ¿por qué tienes miedo y estás temblando? He aquí que el Señor vendrá y destruirá todos tus proyectos. Tú serás apresado por él y encadenado por todos los siglos».

  1. Entonces todos los santos, al oír la voz de nuestro padre Adán, que respondió por todo con entereza a Satanás, quedaron confortados en la alegría. Acudiendo todos al padre Adán, formaron allí mismo una piña con él. Nuestro padre Adán, mirando entonces con mayor atención a toda aquella multitud, se admiraba de que todos hubieran sido engendrados por él en el mundo. Y abrazando a cuantos estaban a su alrededor y derramando amarguísimas lágrimas, dijo a su hijo Set: «Cuenta, hijo mío Set, a los santos patriarcas y a los profetas lo que te dijo el guardián del paraíso, cuando te envié para que me trajeras del aceite mismo de la misericordia y ungieras mi cuerpo una vez que me sentí enfermo».
  2. Set respondió: «Cuando me enviaste ante la puerta del paraíso, oré y supliqué al Señor con lágrimas, y llamé al guardián del paraíso para que me diera de aquel aceite. Salió entonces el arcángel Miguel y me dijo: «Set, ¿qué es por lo que lloras? Has de saber que tu padre Adán no recibirá ahora de este aceite de misericordia, sino después de muchas generaciones del mundo. Pues vendrá desde los cielos al mundo el amantísimo Hijo de Dios y será bautizado por Juan en el río Jordán. Será entonces cuando tu padre Adán recibirá de este aceite de misericordia, lo mismo que todos los que crean en él. El reino de los que hayan creído en él permanecerá por los siglos»».

Testimonio de Isaías y Juan Bautista

21 (5) 1. Entonces, cuando todos los santos oyeron estas cosas, volvieron a llenarse de gozo. Uno de los circunstantes, de nombre Isaías, clamando a grandes voces, dijo: «Padre Adán y todos los presentes, escuchad mis palabras. Cuando yo estaba en la tierra, bajo el magisterio del Espíritu Santo, canté proféticamente de esta luz, diciendo: «El pueblo que residía en las tinieblas vio una gran luz, y a los que habitaban en la región de las sombras de la muerte les amaneció una luz»». Al sonido de esta voz, el padre Adán y todos se volvieron y preguntaban: «¿Quién eres tú? Porque lo que dices es verdad». Y él añadió: «Mi nombre es Isaías».

  1. Entonces apareció junto a él otro con aspecto de ermitaño. Y le preguntaron, diciendo: «¿Quién eres tú, que llevas en el cuerpo tales señales?». Él respondió con seguridad: «Yo soy Juan el Bautista, voz y profeta del Altísimo. Yo caminé ante la faz del mismo Señor para cambiar los desiertos y los caminos escabrosos en vías llanas. Yo señalé con el dedo para los habitantes de Jerusalén al cordero del Señor y al Hijo de Dios y lo glorifiqué. Lo bauticé en el río Jordán. Yo oí la voz del Padre que sonaba desde el cielo y proclamaba: «Este es mi Hijo amado, en el que me he complacido. Yo recibí de él la información de que había de descender a los infiernos»». Entonces, al oír estas palabras, el padre Adán clamó con gran voz y repitió: «¡Aleluya!», que quiere decir: «El Señor viene en todas las cosas».

David y Jeremías

22 (6) 1. Después, otro de los que allí estaban  presentes, sobresaliente por una cierta insignia imperial, de nombre David, proclamaba con solemnidad: «Cuando yo estaba en la tierra, revelaba al pueblo la misericordia de Dios y su visitación, vaticinando los gozos que habían de venir a lo largo de los siglos, diciendo: «Hablen de Dios sus misericordias y las maravillas que ha hecho a los hijos de los hombres, porque ha triturado las puertas de bronce y ha quebrado los cerrojos de hierro»» (Sal 107, 15-16). Entonces los santos patriarcas y profetas empezaron a reconocerse mutuamente y a hablar cada uno de sus profecías. Fue entonces cuando el santo profeta Jeremías se puso a contar sus profecías a los patriarcas y a los profetas, diciendo: «Cuando yo estaba en la tierra profeticé sobre el Hijo de Dios, el que se manifestó en la tierra y convivió con los hombres».

  1. Entonces todos los santos, exultantes por la luz del Señor, la presencia del padre Adán y la respuesta de todos los patriarcas y profetas, exclamaron diciendo: «¡Aleluya, bendito el que viene en el nombre del Señor!», de tal manera que al oír su exclamación, Satanás se llenó de pavor y buscó una puerta para huir. Pero no podía, porque el Infierno y sus satélites lo mantenían sujeto en el abismo y vigilado por todas partes. Y le decían: «¿Por qué estás temblando? Nosotros no te permitimos salir de aquí de ninguna manera. Recibe ahora estas cosas, que bien las mereces, de parte de aquel a quien continuamente atacabas. Porque si no, has de saber que quedarás encadenado por él bajo mi custodia».

El buen ladrón

23 (7) 1. Nuevamente se oyó la voz del Hijo del Padre Altísimo como la voz de un gran trueno que decía: «Alzad, príncipes, vuestras puertas; elevaos, puertas eternas, y entrará el rey de la gloria». Entones Satanás y el Infierno gritaron, diciendo: «¿Quién es este rey de la gloria?». Les respondió la voz del Señor: «El Señor, fuerte y poderoso, el Señor poderoso en la batalla».

  1. Después de esta voz, vino un hombre, cuya apariencia era como la de un ladrón, llevando una cruz al hombro, que gritaba desde fuera, diciendo: «Abridme para que pueda entrar». Satanás entreabrió la puerta, lo introdujo en el interior del albergue y volvió a cerrar la puerta. Lo vieron todos los santos resplandeciente y enseguida le dijeron: «Tu apariencia es de ladrón. Explícanos qué es lo que llevas a tus espaldas». A lo que respondió humildemente, diciendo: «Verdaderamente fui un ladrón en todo; y los judíos me colgaron en la cruz en compañía de mi Señor Jesucristo, Hijo del Padre Altísimo. Al final, yo he venido adelantándome, pero él viene enseguida detrás de mí».
  2. Entonces el santo David, inflamado en ira contra Satanás, clamó fuertemente: «Abre, inmundísimo, tus puertas para que entre el Rey de la gloria». De forma parecida se levantaban todos los santos de Dios contra Satanás, intentaban apoderarse de él y repartírselo. De nuevo se oyó un clamor desde dentro: «Alzad, príncipes, vuestras puertas; elevaos, puertas eternas, y entrará el rey de la gloria». De nuevo preguntaron el Infierno y Satanás a aquella perspicua voz, diciendo: «¿Quién es este rey de la gloria?». Y aquella voz admirable les contestó: «El Señor poderoso, él es el rey de la gloria».

Entrada triunfal de Cristo

24 (8). He aquí que de pronto el Infierno tembló, las puertas de la muerte y sus cerraduras se despedazaron, las palancas de hierro se quebraron y cayeron en tierra, y todo quedó al descubierto. Satanás quedó en el medio, confuso y abatido, sujeto con grilletes en los pies. Y he aquí que el Señor Jesucristo venía en la claridad de una excelsa luz, manso, grande y humilde, con una cadena en las manos, que ató al cuello de Satanás; le ató de nuevo las manos a la espalda y lo arrojó al tártaro bocarriba; y le puso su santo pie en la garganta, diciendo: «Hiciste muchos males a lo largo de todos los siglos; nunca descansaste; hoy te entrego al fuego perpetuo». Y llamando al punto al Infierno, le dijo en tono de mando: «Toma a este pésimo y malvadísimo, y mantenlo bajo tu custodia hasta el día en que yo te lo ordene». Lo tomó en efecto y se hundió con él bajo los pies del Señor a las profanidades del abismo.

Encuentro con los santos

25 (9) 1. Entonces el Señor Jesucristo, Salvador de todos, piadoso y mansísimo, saludando otra vez a Adán le decía: “La paz sea contigo, Adán, en compañía de tus hijos por los infinitos siglos de los siglos, amén”. El padre Adán se arrojó a los pies del Señor, se levantó de nuevo, besó su mano y, derramando abundantes lágrimas, dijo: «Mirad, las manos que me modelaron dan testimonio a todos».

  1. Entonces todos los santos, adorándolo, exclamaron diciendo: «Bendito el que viene en el nombre del Señor; Dios, el Señor, nos ha iluminado. Así sea por todos los siglos. Aleluya por los siglos de los siglos: alabanza, honor, poder, gloria, porque llegaste de lo alto para visitarnos». Cantando continuamente el aleluya y regocijándose en común de la gloria, acudían bajo las manos del Señor. Entonces el Salvador, examinando todo con atención, mordió al Infierno; y tan rápidamente como arrojó una parte al tártaro, llevó la otra consigo a los cielos.

26 (10). Entonces todos los santos de Dios suplicaron al Señor que dejase en los infiernos el signo victorioso de la santa cruz, para que sus malvados ministros no pudiesen retener a culpado alguno a quien el Señor hubiera absuelto. Y así se hizo. Puso, pues, el Señor su cruz en medio del infierno, que es signo de victoria y que permanecerá allí eternamente.

A continuación salimos de allí todos con el Señor, dejando a Satanás y al Infierno en el tártaro. Y a nosotros y a otros muchos se nos dio la orden de que resucitáramos con nuestro cuerpo para dar eternamente testimonio de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo y de los sucesos que tuvieron lugar en los infiernos.

Estas cosas, hermanos carísimos, son las que vimos y de las que damos testimonio, pues fuimos conjurados por vosotros. Lo atestigua aquel que por nosotros murió y resucitó. Porque, según está escrito, así sucedió en todos los detalles.

Epílogo

27 (11). Cuando terminó y se completó la lectura, todos los oyentes cayeron sobre sus rostros llorando amargamente, golpeándose cruelmente los pechos, clamando y diciendo sin cesar: «¡Ay de nosotros! ¿Por qué nos ha sucedido esto a nosotros, desgraciados? Huye Pilato, huyen Anás y Caifás, huyen los sacerdotes y los levitas, y huye además el pueblo de los judíos llorando y diciendo: «¡Ay de nosotros, desgraciados! Hemos derramado en tierra sangre sagrada»».

En tres días y en tres noches no probaron de ninguna manera ni pan ni agua, y ninguno de ellos regresó a la sinagoga. Pero al tercer día, reunido nuevamente el consejo, se leyó enteramente la otra carta de Leucio, y no se encontró ni más ni menos, ni siquiera una letra, de lo que contenía el escrito de Carino. Entonces se disgustó la sinagoga, y lloraron cuarenta días y cuarenta noches, esperando de Dios la muerte y la venganza divina. Pero aquel, compasivo, piadoso y altísimo, no los destruyó enseguida, concediéndoles generosamente espacio para la penitencia. Sin embargo, no fueron hallados dignos de convertirse al Señor.

Estos son los testimonios de Carino y de Leucio, hermanos carísimos, sobre Cristo, Hijo de Dios, y sus santas gestas en los infiernos. Démosle todos alabanza y gloria por los infinitos siglos de los siglos. Amén.

←EVANGELIOS DE LA PASIÓN Y LA RESURRECCIÓN

Anuncio publicitario