POR. OLIVIER NOUAILLAS.
Periodista de La Vie
Las emisiones de CO2, han alcanzado un nivel récord en 2010. A este ritmo, la subida de la temperatura será dos veces mayor de lo previsto… al igual que ocurrirá con los refugiados climáticos.
El último informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) es inapelable: las emisiones de CO2 han alcanzado un nivel récord en 2010. Así, las emisiones de gas carbónico en la atmósfera han alcanzado las 30,6 giga-toneladas (Gt), es decir, un 5% más con relación a 2008, año del récord anterior con 29,3 Gt. Sobrio pero inquietante fue el comentario de Fatih Birol, economista jefe de la AIE, publicado el 1 de junio de 2011 en Le Monde: «Estas cifras constituyen un serio revés para nuestras esperanzas de limitar la subida de la temperatura en el mundo a 2°C” En efecto, este objetivo requeriría que las emisiones de CO2 no superasen las 32 Gt en 2020.
Se está muy lejos de ello. Desde entonces, otros signos acaecidos durante la primavera/verano de 2011 han demostrado que estas estadísticas abstractas tienen consecuencias concretas para las poblaciones: sequía récord en Francia con una disminución sin precedentes del nivel de las capas freáticas, repetición de los incendios de bosques en Rusia, hambruna en el Cuerno de África…
UN ESCENARIO CATASTRÓFICO
Desde el fracaso de la Cumbre de Copenhague, en diciembre de 2009, una pregunta pesimista recorre el mundo científico: ¿y si el anunciado calentamiento climático fuera peor de lo previsto?
Cabe recordar que en Copenhague el conjunto de las Organizaciones no Gubernamentales (ONG) ecologistas se había movilizado en torno a un objetivo: limitar la subida de la temperatura a 2°C. Sin embargo, un número cada vez mayor de científicos estima actualmente que, a falta de un acuerdo político internacional, ésta sería probablemente del orden de 4°C de aquí a finales de siglo.
Un escenario catastrófico que debería traducirse en millones de «refugiados climáticos» a escala planetaria. El mapa que publicamos es particularmente esclarecedor. Al acumular todos los peligros ligados al calentamiento climático (deshielo de los glaciares y del permafrost, subida del nivel del mar, degradación de los arrecifes de corales, mayor actividad ciclónica, modificación de las precipitaciones, sequía, incendios, desertificación…), se obtiene como resultado un nuevo mapa mundial especialmente angustioso.
Y, sobre todo, más desigualitario. En efecto, los países más vulnerables no son los del Norte, responsables en gran parte de las emisiones de gas de efecto invernadero, sino los del Sur, ya debilitados.
Así, las tres zonas más amenazadas son: los pequeños Estados insulares (las Bahamas, Kiribati, las Maldivas, las islas Marshall, Nauru, Tuvalu); el sureste asiático (en concreto Bangladés); y África oriental (desde Etiopía hasta Sudáfrica pasando por Madagascar). Tal y como destacaba Michel Rocard, embajador de los polos, en una entrevista en La Vie de junio de 2011: «Al mundo, por desgracia, le importa poco que llegue un día en que se encuentren sumergidas islas tan simpáticas pero poco pobladas como las Maldivas o Tuvalu.
Pero esperen ustedes a que los Países Bajos (16 millones de habitantes) y Bangladés (130 millones) comiencen a enfadarse y verán cómo cambian las cosas». Porque, de momento, prevalece la indiferencia.
En 2010, un estudio publicado por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo Climático (UNCTAD, por sus siglas en inglés) mostró que los 49 países más pobres se vieron afectados durante las últimas décadas por un número creciente de las catástrofes llamadas «naturales». Así, “la UNCTAD contó 89 de ellas en 2009 frente a 3 en 1960″.
Siempre según el mismo informe, de 2000 a 2010, se produjeron cinco veces más incidentes climáticos extremos en sus territorios que durante los años 1970. De este modo, desde 1980, ¡diez países (Bangladés, Haití, Etiopía, Madagascar, Mozambique, Nepal, Tanzania, Somalia, Sudán y Malaui) han concentrado 347 inundaciones, 244 tempestades y 78 sequías! La ausencia de un estatuto jurídico para los «refugiados climáticos» ha incrementado esta indiferencia. La única definición internacional de «refugiado» data de la Convención de Ginebra de 1951 que limita lo cual ya es un progreso considerable su atribución a «quienes huyen de la violencia y de la persecución».
El término «refugiado climático» apareció, por primera vez, en 1985 como título de un informe del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) firmado por Essamel-Hinnawi, un profesor de universidad egipcio. La definición que daba era amplia: «Aquella persona que se ha visto forzada a abandonar su hábitat tradicional, de manera temporal o permanente, a causa de un desastre medioambiental (natural o causado por el hombre) que compromete su existencia o afecta seriamente sus condiciones de vida».
Veinticinco años después, la discusión jurídica internacional casi no ha avanzado. Numerosos Estados la bloquean, particularmente los del Norte, por temor a contraer nuevas obligaciones como la indemnización de las víctimas o la acogida de refugiados…
Ante esta laguna jurídica, investigadores tales como Francois Gemenne, geógrafo belga y miembro del Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales, proponen un nuevo enfoque.
En un artículo publicado en la revista bucles (junio de 2011), extraído de un informe titulado «Migraciones y desplazamientos de poblaciones en un mundo a + 4°C» que realizó para el Banco Asiático de Desarrollo, Gemenne sugiere que «la migración no se considere como una catástrofe humanitaria, sino, por el contrario, como una solución a la degradación del medio ambiente, que permitirá a las poblaciones desplazarse a regiones más seguras y afrontar mejor los impactos del cambio climático». Hablando claro, se trata de una teoría de la adaptación y de la movilidad.
Ésta resulta más fácil de materializar si los refugiados climáticos continúan siendo una minoría, como los 25 000 tuvaluanos que encontraron refugio en Nueva Zelanda al verse forzados a abandonar su archipiélago a principios de los años 2000 bajo la amenaza de la subida del nivel del mar.
Más difícil será si se cumplen las inquietantes previsiones del Banco Mundial con una hipótesis de más de 200 millones de refugiados climáticos en 2050…