QUIOSCOS DE PRENSA
Los quioscos de prensa, que también esperan un nuevo diseño, no tienen una tradición tan larga como la de las floristas porque llegaron a la Rambla más tarde, pero le añaden una personalidad indiscutible.
«La Rambla de las Flores es pura delicia, adornada para las cuatro estaciones del año, una detrás de otra y segín como pinten las botánicas. Para mayor placer de los transeúntes, estas ramblas ofrecen además de flores, libros. A la ciudad que de más y mejor que avise”.
Esta es la visión que el Nobel Camilo José Cela da en su libro Barcelona, en una edición de 1970 traducida por Ramon Folch i Camarasa y con ilustraciones de Frederic Lloveras que, en su obra, también se ha fijado en esta rambla.
De hecho, los once quioscos de prensa que hay en la Rambla son repartidos desde Canaletas hasta Santa Mònica, pero es cierto que a menudo se los asocia directamente con las flores. Quizás es una asociación inconsciente relacionada con la fiesta de Sant Jordi o quizás es porque, en la zona de las floristas, hay dos que son grandes y que todavía lo parecen más cuando el paseo está más apretujado.
Poder comprar un libro o un periódico todavía caliente a cualquier hora de la madrugada es un atractivo importante de la Rambla. Los quioscos están abiertos las 24 horas del día y 362 días el año porque siguen el calendario de prensa, es decir, solo hacen fiesta el 25 de diciembre, de enero y viernes santo.
Lógicamente, las ventas que se hacen por la noche no son tantas, aunque el viernes y sobretodo el sábado la cosa ya se anima más. El quiosquero aprovecha las horas de calma de la noche para organizar la parada, preparar las devoluciones, reponer el género.

Revistas libros y periodicos.
Las publicaciones son muchas y el espacio es escaso. Hacia las dos de la madrugada ya empiezan a llegar los primeros periódicos, que se van poniendo en su lugar, y, entre una cosa y otra, ya se va tirando de día.
Normalmente no se queda nunca una sola persona por la noche, para evitar problemas. Evito ser utilizado, Chistes de Lepe, No diga que sí cuando quiere decir que no, Justo Molinero: el gran comunicador o Las zonas erógenas son algunos de los títulos que conviven sin transición con la obra de Einstein Mí visión del mundo, con las obras completas de en Pla o con un libro del último premio Nobel de literatura.
A los quioscos de la Rambla, hay compradores para todo tipo de lecturas. Los turistas también pueden aprovechar comprar algún souvenir o una completa colección de postales de todos los rincones de Barcelona y del país, además de un periódico en su idioma.
Y, decorando la parada, pósters, bufandas o banderitas para los forofos a los clubes catalanes de fútbol y alguno de extranjero. Además de los indispensables periódicos y revistas, la oferta de productos se ha ido ampliando por no dejar perder ningún posible cliente.
Los quioscos de prensa, como los otros negocios que se instalan en el paseo, son una concesión municipal. En el primer cuarto de siglo, la empresa Sociedad General Española de Librería, creada por la francesa Hachette, se fue introduciendo en el mercado barcelonès de distribución de diarios y revistas y, con el tiempo, llegó a tener la concesión de la mayoría de los quioscos de la Rambla.
En general, no se puede decir que se trate de negocios familiares, que han pasado de padres a hijos, pero al quiosco que hay ante la calle Porta ferrissa sí que se respira todavía el ambiente del «tendero» de antes.
Muchas mañanas, Enric Benavente, que se pasea por la Rambla desde hace 97 años, pasa un rato sentado al sol en este quiosco si conviene, también ayuda, sobre todo vigilando el género.
Desde hace años, el responsable del negocio es Rafael y antes lo fueron su primo, Miquel —que ahora vende periódicos y revistas en un quiosco ante el Corte Inglés de la Diagonal—, y su tío, ya retirado. Rafael cree que, como todo, las cosas también han cambiado bastante a los quioscos de la Rambla y lo encuentra lógico:
«Con estos negocios se puede vivir bien, pero no vives tanto la vida. Los hijos estudian y se dedican a otros cosas y este trabajo lo tienen que hacer otras personas que puede ser que no están demasiado preparadas. Antes, sin ser nada del otro mundo, el quiosquero tenía un cierto nivel cultural. Vendían muchos periodistas cuando salían del Correo Catalán y de La Vanguardia y aquí se hacían auténticas tertulias, hablando de libros, de política y de otras muchas cosas. Esto se ha perdido.
Trasladándose a la primera mitad del siglo XX, y sobre todo antes de la guerra civil, Ricardo Suñé explica a la Nueva crónica de Barcelona sus experiencias personales sobre estas tertulias. Todos los quioscos tenían sus propias tertulias, pero destaca la que se hacía al de ante la calle Nou de la Rambla.
Para nosotros era una necesidad ir la quiosco de Agustín cada noche. Era un desahogo. Por otra parte, nuestro instinto de periodistas nos impulsaba a ello en busca de noticias. Unas noches éramos nosotros los que llevábamos y en el fondo sentíamos la satisfacción de ser los primeros en darlas a conocer a los contertulios de presentar el tema para ser desmenuzado. Otras, nos informaban y vivíamos al corriente de la “cosa pública”
Suñe que como periodista se encargaba de la información de sucesos y tribunales, también explica que una noche de 1942, después de una cena, un grupo de periodistas acompañó al entonces jefe superior de policía, José Rodríguez de Cueto, a la Rambla, y que hizo este comentario:
“Pasear así por la Rambla es penetrar en el alma de Barcelona. Creo que los latidos de la ciudad deben percibirse bien auscultando en los quioscos”.

Los plataneros forman un túnel.
Pero, aparte de su pasado como centros de reunión, los quioscos eran y son un negocio destinado a vender periodicos y libros. Rafael recuerda la curiosa operación comercial que se había ingeniado un compañero suyo:
«Hace muchos años, algunas mujeres de la vida, cuando pasaban por delante del quiosco, les pedían a sus clientes que les comprasen un montón de libros, aunque algunas casi no sabían ni leer. Yo sé de uno que llegó a un acuerdo económico y al día siguiente, las chicas le devolvían los libros nuevos de trinca para los volviera a vender».
Ahora, la prostitución que todavía trabaja por las calles de Ciutat Vella también lleva clientes a los quioscos, pero lo hace de una manera más indirecta. Son los «usuarios» de revistas llamadas eróticas, pero que tienen mucho de pornográficas.
La mayoría de quiosque0ors defenderán por todos los medios que su razón de ser es la prensa, pero también saben que este mercado es una buena fuente de ingresos porque se trata de un producto que no caduca y que permite a los editores dar márgenes comerciales más amplios.
A veces, para vender un libro de mil pesetas (6 euros) hay que convencer al posible comprador que el argumento es muy interesante o que el escritor tiene mucha fama.
Con las revistas verdes, las que van precintadas, no hacen falta tantas explicaciones. Sin decir palabra, en dos minutos pueden comprar tres publicaciones de 1.500 pesetas (9 euros) cada una.
Este mercado tiene más peso en la parte baja de la Rambla. La situación de cada quiosco siempre define el tipo de cliente pero, en general, en la Rambla la mayoría son gente de paso . Según los quiosqueros, no fieles no llegan ni al 20%, son los que viven y sobre todo trabajan por la zona y acostumbran a comprar el periódico en el mismo lugar. Curiosamente, Rafael ha podido seguir la pista de algunos antiguos clientes.
«Antes venían aquí algunos de los parroquianos que ahora tiene mi primo a la Diagonal. Eran señores de los que iban a afeitarse al barbero cada día, gente de clase media-alta, con muchacha y todo, que vivían por la calle Porta ferrissa y que después buscaron piso en una zona mejor».
Recordando el pasado, no falta una nota sociológica.
«En este país se lee poco. Es un problema de cultura, pero tampoco se tiene que olvidar que durante muchos años no merecía la pena leer los diarios. Toda la prensa decía el mismo y, cuando esto se acabó, los medios audiovisuales ya se habían hecho los reyes. Mucha gente ya tiene bastante con la tele para sentirse informada y, fuera de algunos que tienen que estar más al día a causa de su profesión, es realmente extraño que una persona compre tres o cuatro diarios, como puede pasar en el extranjero».
Durante los años de la dictadura, también había los que leían la prensa extranjera, sobre todo francesa, para enterarse de algo, pero a menudo la censura impedía la distribución.

Enirque Benavente en el quiosco de Rafael.
«Cuando los quiosqueros iban a recoger el género en la calle Unió, donde entonces se concentraban casi todas las distribuidoras, rápidamente corría la voz: hoy «Le monde» ¡no va!. El recuerdo lo tenía un diario que se decía «Combate», que no iba nunca, no sé ni por qué lo enviaban».
También se vendía mucho en aquellos años lo Paris Match, porque era una revista ilustrada con cara y ojos que, aquí, solo se podía comparar un con La Gaceta Ilustrada, editada por La Vanguardia.
A pesar de que hay barceloneses que compran prensa extranjera por propio interés, este es un artículo que se destina sobre todo al turismo que visita la ciudad.
«Primero se vendía mucho el periodico francés, después inglés, ahora italiano. Los alemanes son bastante estables. De todos modos, esto se nota más a la costa que en la Rambla».
Miquel tiene una foto con Gabriel García Márquez que le dio el mismo y que salió publicada en un reportaje en una revista estranjera. Esto era mucho antes del Nobel, cuando García Màrquez vivía en Barcelona y, de vez en cuando, paseaba por la Rambla con quien todavía era su amigo, Mario Vargas Llosa, que residía en París.
De las anécdotas de los quiosqueros hay personajes como Dalí, Manolete y otros famosos que no han podido resistir la tentación de comprar alguna publicación o al menos echarle un buen vistazo, cuando paseaban por la Rambla. Sant Jordi también es una buena ocasión para ver escritores muy conocidos firmando libros en la Rambla.