¿PERJUDICA LA MUNDIALIZACIÓN AL MEDIO AMBIENTE?

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Los residuos en el mundo.

1-Laurent grzbowski

 

ANÁLISIS CRÍTICO DE LAURENT GRZYBOWSKI Periodista  

 

 

CENEFA

Las empresas, inmersas en una creciente competición económica, descuidan los nefastos efectos de su actividad sobre el medio ambiente. Una vez dada la alerta, la respuesta se hace esperar.

La mundialización es, sin duda alguna, buena para el crecimiento económico; pero lo es menos para el medio ambiente. Fuga de dioxinas en Seveso (Italia) en 1976; catástrofe química de Bhopal en la India, provocada por la multinacional estadounidense Union Carbide (3 000 muertes) en 1984; explosión de la central nuclear de Chernóbil en Ucrania (antigua URSS), en 1986; mareas negras que se repiten con los naufragios del Amoco Cadiz (1978), del Erika (1999) y del Prestige (2002), y más recientemente con el accidente de la plataforma petrolífera BP en el golfo de México (22 de abril de 2010), sin contar las amenazas ecológicas que representa la presa de las Tres Gargantas construida en el río Yangtsé (Yangzi Jiang) para responder a las necesidades de electricidad de China…

Desgraciadamente, aunque esta lista ya es interminable, continúa creciendo. Nos recuerda de qué manera nuestra economía mundializada perjudica el medio ambiente. ¿Y qué decir del efecto invernadero, de la destrucción de la capa de ozono, del calentamiento del planeta? Y tampoco podemos olvidar, del mismo modo, la difusa contaminación provocada por las actividades industriales o agrícolas, cuyas consecuencias sanitarias y medioambientales no han dejado de aumentar estos últimos arios (en 2008, el 80% de los ríos y el 57% de las capas freáticas francesas estaban contaminados por los pesticidas).

Y sobre todo, el consumo masivo que conduce a una mayor industrialización y que exige medios de transporte, ambos igualmente contaminantes. Cuantos más productos se consumen por habitante, mayor es la emisión de dióxido de carbono y de metano.

El volumen del comercio mundial se ha multiplicado por 27 entre 1950 y 2006, mientras que el PIB mundial «tan sólo» se ha multiplicado por ocho. El porcentaje de intercambios comerciales en el PIB mundial también ha pasado de un 5,5% a un 20,5%. A ello se suma el vertiginoso desarrollo de los gigantes demográficos como la India o China.

Sus considerables necesidades de energía y la estructura industrial de sus economías representan auténticas amenazas para el medio ambiente mundial en las próximas décadas. Pero, ¿cómo pueden los países desarrollados, que para alcanzar su nivel de riqueza y de desarrollo actuales han instaurado sistemas económicos poco respetuosos con el medio ambiente, pedir a estos países emergentes que se preocupen a su vez y que acepten por ello un retraso de su crecimiento económico? Ése es el dilema al que se enfrentan los Estados.

Reconvertir el sistema económico mundial en un modo de producción más respetuoso con el medio ambiente aportaría, naturalmente, enormes beneficios económicos a largo plazo. Pero, a corto plazo, requeriría considerables inversiones para renovar las estructuras de producción, de transporte y de suministro de energía, lo que ralentizaría la salida de la pobreza de millones de individuos.

A este respecto, las negociaciones sobre la reducción de las emisiones de gas de efecto invernadero continúan oponiendo a la Unión Europa (UE) y Japón frente a los países emergentes, sobre todo frente a la India y China, quienes, debido a su crecimiento y al papel desempeñado por el carbón en sus economías, producen tantas emisiones como la UE y Estados Unidos juntos. Esta divergencia de intereses es una de las razones del fracaso de la cumbre de Copenhague de diciembre de 2009.

 

«DUMPING» HACIA LOS PAÍSES LAXISTAS

Sin embargo, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, constituido por la ONU en 1988) lo ha demostrado: la estabilización del sistema climático implicaría la reducción de la mitad de las emisiones de CO2 en las cuatro próximas décadas. Estamos lejos de alcanzar esa cifra. Según los datos proporcionados por el Departamento Estadounidense de Energía, el consumo total de energía (petróleo, gas, carbón, nuclear y renovable) debería experimentar un crecimiento medio de un 1,5% de aquí a 2030.

Aunque los países desarrollados agrupados en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) sumaban todavía un 51% del consumo total en 2005, su porcentaje disminuirá a un 41% en 2030, mientras que el de Asia pasará del 23 al 35%. En veinte años, la demanda de energía fósil de los países emergentes superará a la de los países desarrollados.

La creciente internacionalización de los intercambios suscita también el temor de un «dumping medioambiental», a través de la deslocalización de las industrias más contaminantes hacia países que, o carecen de normas medioambientales, o al menos son más flexibles.

Este riesgo procede a la vez de la liberalización de los flujos comerciales y de la de los flujos de capitales. De todos modos, con dumping o sin él, la ascendente competición económica hace que las empresas se preocupen menos por los efectos de sus actividades. Y, por el momento, ningún organismo de regulación es capaz de imponer normas comunes. La principal organización internacional que trata las cuestiones medioambientales, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) no es más que un «programa».

No dispone de estatus jurídico de institución especializada y depende de la Asamblea General de las Naciones Unidas. La creación de una Organización Mundial del Medio Ambiente sería un importante paso hacia delante en materia de gobernanza mundial y subsanaría una evidente carencia, pero todavía divide en gran medida a los países. Mientras esperamos, la mundialización económica sigue produciendo nefastos efectos sobre el planeta.

 

El rompecabezas de los desechos nucleares

Los residuos radiactivos representan desde siempre el talón de Aquiles de la energía nuclear. En el mundo se explotan un total de 439 reactores, repartidos en 31 países. Según la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), el combustible gastado que generan en un año todos los reactores del mundo requeriría cada vez la superficie equivalente a un campo de fútbol, con una profundidad de 1,5 metros. En Francia (59 reactores), cada año son 850 toneladas de combustible usado, procedentes de las centrales del grupo Électricité de France (EDF), que transitan por la planta de tratamiento de La Hague (canal de la Mancha).

Entre los desechos teóricamente reciclables, el 85% de ellos son almacenados en Pierrelatte (Dróme). Los otros (15%) emprenden un largo viaje hacia Rusia, por medio de un carguero, con los riesgos que ello conlleva. Una parte se deposita en Siberia, en deplorables condiciones de seguridad. Los otros residuos radiactivos, llamados «no recuperables» se almacenan de momento en diferentes lugares, a menudo bajo tierra, en los departamentos de la Mancha, de Gard y de Aube. Su vida media alcanza los 200 000 años, es decir, 6 000 generaciones…

 

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