NECESIDAD Y POSIBILIDAD COMUNICATIVA EN EL MUNDO ANTIGUO

1-Manuel Vázquez Montalbán

 

 

Por Manuel Vázquez Montalbán: escritor

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La concepción «medios de comunicación de masas» (mass communications) sólo responde al sentido de la comunicación social moderna a partir de la existencia de auténticos medios de comunicación y_ de auténticas masas intercomunicadas.

Precisa la — existencia de unas fuentes noticieras, un sistemas de—transmisión de noticias, unos polos de recepción y transmisión y receptores que hayan planteado una demanda de información.

Este estadio históricamente sólo se alcanza a partir de la invención de la imprenta en el siglo XV y el desarrollo del comercio y del correo coincidente con la expansión de la burguesía comercial renacentista.

Con todo, a partir del siglo XV y hasta el XIX seguiremos asistiendo a una comunicación social embrionaria, que en muy poco responde a la concepción actual asumida.

Otra cosa es el planteamiento de la necesidad personal y social de la comunicación, existente desde que se establecieron las intercomunicaciones personales y comunitarias. Esta necesidad precisó de una satisfacción que se hizo mediante la poquedad instrumental evidente hasta que la imprenta hizo posible la reproducción en serie de mensajes.

Si repasamos cualquier historia general de la comunicación (sea desde la perspectiva del estudio del periodismo, la información o los mass media propiamente dichos) veremos que no faltan especulaciones sobre la prehistoria de esta relación necesidad de comunicarse-satisfacción mediante instrumentos de comunicación.

El lenguaje y la escritura se presentan como primitivos instrumentos de comunicación oral y escrita supeditados a las limitaciones de espacio y lugar y a su transmisión a través de la distancia entre el emisor y el receptor.

La necesidad de comunicarse fue el motor de todo tipo de codificaciones expresivas. Se suele dividir en  cuatro fases la historia de la codificación de signos y fonemas al servicio de la relación interhumana.

La primera fase Mnemónica de memoria) se caracterizó por el empleo de objetos re es como datos o mensajes entre gentes que vivían alejadas y no pertenecían al mismo sistema convencional de comunicación. «Los antiguos peruanos —escribe Albert A. Sutton—,1 los chinos, e incluso tribus primitivas más recientes, utilizaron con mucha frecuencia el «quipu» o serie de cuerdas anudadas para conmemorar acontecimientos felices, para transmitir órdenes en situaciones de emergencia, para servir como instrumentos de cálculo o guardar recuerdos de los muertos de la tribu.» Estos objetos exteriorizaban, pues, la alegría, la voluntad, la medida y el recuerdo.

Sigue Sutton: «Los «quipu» más elaborados constaban de una cuerda principal a la que se añadían otras de diferentes tamaños y colores, cada una de las cuales tenía un significado propio». La clase de nudos y su cantidad también implicaban una clave expresiva.

En la segunda fase, era Pictórica, la comunicación se transmite mediante la pintura,  la representación de los objetos. Estos grabados aparecen no sólo en la pintura rupestre, sino sobre objetos variados: utensilios, armas o artículos de valor empleados para el intercambio comercial. El paso a la fase deográfic resulta de una asociación de símbolpspillgráficos con objetos e ideas.

En esta tercera fase, los signos se emplean cada vez más en la representación de ideas, en un progresivo despegue de la hechura del objeto a comunicar y una plasmación cada vez más simbólica que abocaría en el signo alfabético, en la escritura. La expresión ideográfica sirvió para las formas primitivas de «relato», tal como lo podemos valorar en la escritura ideográfica de las culturas precolombinas o mesopotámicas, aunque la máxima cima cultural de este sistema de comunicación fue la escritura jeroglífica de los egipcios.

Finalmente, la cuarta fase Fonética se establece cuando el signo representa un sonido, fuera de palabras enteras, de sílabas o de lo llamamos letras, como unidad fonética menor.

La invención del alfabeto fue el punto máximo de la primitiva codificación de la comunicación y fue propiciada precisamente por aquellos pueblos de mayor desarrollo social y de mayor interrelación comercial con otros pueblos.

El alfabeto era una clave de intercomunicación y al mismo tiempo un ariete de penetración cultural en manos de los pueblos de la Antigüedad creadores de las primeras rutas del comercio marítimo y terrestre. La relación entre «comercio» y comunicación la delimita Gordon Childe2 ya en las civilizaciones orientales:

Los artesanos libres podían viajar con las caravanas buscando un mercado para su oficio, mientras que los esclavos formaban parte de la mercancía … los forasteros en un país extraño pedían los consuelos de la religión … Una escena esculpida en un jarrón por un artista sumerio local describe un culto indio que se celebraba aparentemente en un templo local de Aislad.

Si los cultos se transmitían, las artes y oficios útiles podían difundirse con análoga facilidad. El intercambio promovió la mancomunidad de experiencia humana.

Fuera cual fuera el sistema de signos empleados para la comunicación necesitaban un soporte material donde inscribirse y la posibilidad de crear un ámbito de emisión y recepción, desde la contemplación directa del mensaje por la cueva de Altamira, hasta las tablillas de arcilla escrituradas que pudieran intercambiar babilonios y egipcios. La escritura cuneiforme de los babilonios se hacía primero sobre tablillas de arcilla que posteriormente se cocían al horno para adquirir dureza y con ella la posibilidad de perdurar a través del tiempo y de poder ser trasladadas a través del espacio.

La piedra, el bronce, el cobre, sirvieron también como soportes instrumentales, generalmente de comunicados llamados a perdurar, tales como códigos jurídicos o representaciones iconográficas de las hazañas de los reyes.

Se desarrollaron sistemas paralelos de comunicación mediante escritura en todas las civilizaciones que habían alcanzado un parecido sistema de organización social y desarrollo cultural.

Estos sistemas conllevan ya un forcejeo tecnológico para mejorar los soportes de los materiales de la escritura. Los egipcios emplearon el papiro a partir de una materia prima de la que disponían abundantemente en los márgenes del Nilo: la médula de las cañas, que podía prensarse, laminarse y conservaba los grabados durante mucho tiempo. Como plumatitilizaban una caña afilada y como tinta una solución de ollín, goma y ácido para  darle fijación sobre el papiro. La humanidad tenía, pues, un sistema de signos, «papel», tinta y pluma y había condicionado la posibilidad histórica de tener memoria de su paso sobre la tierra y de intercomunicarse.

Para empezar, intercomunicarse alfabetos, tecnología de escritura y los materiales para hacerla posible. Los griegos aceptaron el alfabeto fenicio y en la imposibilidad de disponer de «papiros» emplearon tablillas de madera cubiertas de cera. Los romanos readoptaron nuevos soportes de escritura como el pergamino (piel curtida de oveja y cabra) o vitela (piel de ternera).

El papel tardaría en llegar a Europa, aunque hay evidencias de que China disponía en el año 105 de nuestra era, cuando Ts’ai Lun comunicó al emperador que disponía de un nuevo material sobre el que era una delicia escribir. .

Las noticias tenían entonces precarios canales de comercialización y a ello hay quizá que atribuir que el invento chino no llegara a Europa hasta la Edad Media.

Hay testimonios de la sorpresa de los romanos ante muestras de papel chino y una evidente impotencia de descifrar su técnica de elaboración.

La lentitud comunicativa de la Antigüedad y la Edad Media estuvo en función de la dificultad para superar la limitación de reproducción del mensaje y difusión, es decir, la imposibilidad de una auténtica generalización del comunicado.3

Primitivamente esa dificultad creó un sistema de comunicación intracomunal adaptado al marco físico de cada comunidad: desde las pequeñas aldeas de pastores hasta las macrópolis de la Antigüedad.

La transmisión oral y escrita de hechos que afectaban al interés común se estableció en función de ese interés.4 Autores como Weill liquidan el expediente de siglos y siglos de comunicación humana con una excesiva facilidad: «Los orígenes del periódico se han buscado en la Antigüedad. Joseph Víctor Le Clerc publicó en 1838 su libro Los periódicos entre los romanos.

Sin negar ingeniosas semejanzas, yo no me remontaré tan alto; la invención de la imprenta es lo que ha hecho posible el periódico. Antes se tenía la noticia manuscrita; después se tuvo la noticia impresa, ¿puede esto calificarse de periódico?» (Weill, El periodismo, Uthea).

Es posible que no, pero es indudable que puede calificarse de comunicación, de respuestas posibles a la necesidad de informar y ser informado. Para Giuliano Gaeta, Storia del giornalismo (Vallardi), el nacimiento de la necesidad informativa e incluso del papel de la opinión pública hay que buscarlo en la comunidad primitiva.

La tribu se informa sobre las cualidades del que ha de ser su jefe o sobre lo que ven sus vigías o exploradores. Para ello se vale de la transmisión oral y de un lugar de recepción. Esta será la base de todos los sistemas de comunicación de la Antigüedad desde los más precarios hasta el ágora romana.

A medida que se complica la estructura social se complica igualmente el sistema de comunicación. En el año 2400 a.C. el imperio egipcio organizó un sistema de correos al servicio del rey, de los príncipes y de los gobernadores y desde el poder se crea un sistema de comunicados dirigidos al pueblo precedentes de los futuros edictos y comunicados.

El Gran Correo de Ciro de Persia (s. vi a.C.) se limitaba a perfeccionar la técnica de los sistemas de correos habituales en todos los imperios de la Antigüedad, mediante un sistema de agilización del servicio por una planificación concienzuda del relevo de caballos y caballistas y de las etapas a cubrir.

El sistema social condicionaba el sistema de comunicación. El correo como instrumento de acceso a las fuentes noticieras estaba reservado a la casta minoritaria dominante, en correspondencia con la organización esclavista de la sociedad. Esta casta dominante hacía de él el uso que más convenía a sus intereses de poder en relación con los restantes estados y con la población dominada.5

En las disputas entre faraones y sacerdotes, unos y otros utilizaron los comunicados persuasivos para atraerse la opinión pública. Los faraones o los emperadores de Persia manipulaban la información de otras tierras que les traían mercaderes y emisarios exclusivos según les interesaba que el comunicado se filtrara hacia las bases de la pirámide social.

La comunicación siempre va unida a la existencia del cambio de mercancías y la búsqueda de materias primas que ya movilizó a los antiguos.

Las rutas comerciales y de expansión imperial depredatoria de la Antigüedad fueron auténticos canales informativos, lentos y precarios, que abastecieron a los hombres de un conocimiento aproximado de los límites del mundo y de las tentaciones de los «otros» considerados desde cada especial etnocentría.

Los sistemas de correo y la comunicación ligada a la necesidad de cambio fueron los primeros instrumentos de comunicación internacional.

Los edictos y decretos, los primeros instrumentos de comunicación intracomunitaria. Unos y otros instrumentos nacieron con la asociación humana y sólo fueron cualitativamente modificados cuando apareció la imprenta.

Los romanos, que creyeron haber heredado el correo vía directa de Persia y Egipto, se sorprendieron cuando descubrieron en las Galias sistemas similares de comunicación a distancia. Eugéne Vaillé dice: «… Está establecido que ellos [los celtas], antes de la conquista de César, ya disponían de las condiciones que permiten considerar la existencia de un servicio de transporte y cambio en el que no podría excluirse la correspondencia» (E. Vaillé, Histoire des postes, PUF).

El propio César testimonia que los celtas tenían un sistema de transmisión de mensajes que permitía recibir en Auvernia el mensaje de lo que había ocurrido en Orleans en el mismo día.

Estos sistemas de transmisión fueron primarias aproximaciones al organizado por Augusto para, según Suetonio, tener al poder central al corriente de lo que ocurría en las provincias más alejadas.

La organización del primitivo correo consistía en pequeños puestos que jalonaban las rutas militares donde equipos de jóvenes mensajeros recibían la noticia del mensajero del puesto anterior, cumplian su etapa y así cubrían una cadena de relevos que llegaba desde la fuente al destinatario.

Al servicio del correo se crearon las mutaciones o lugares donde estaban los caballos de refresco y las mansiones, almacenes con alimentos de reserva para aprovisionar a los viajeros y correos oficiales.

En documentos cincuenta años posteriores al establecimiento del Correo de Augusto ya consta la existencia de rutas de correos que llegaban desde Cádiz hasta Aquae Apollinares, al norte de Roma, a través de los Pirineos y los Alpes. En la tabla de Peutinger consta un itinerario entre Burdeos y Jerusalén.

Las rutas imperiales no sólo servían para la rápida marcha de las legiones romanas sino también para la circulación de una inestimable información al servicio de la supervivencia politica del Imperio.

Los particulares sólo disponían del recurso de tener transmisores propios (tabellarii) o utilizar a los tabellarii oficiales si se prestaban a ello mediante soborno o permisión oficial y en el caso de que su ruta coincidiera con el destino de la misiva del particular.

Ambas posibilidades de comunicación mediante el correo estaban reservadas, pues, al patriciado rico y el pueblo debía conformarse con las noticias que quería transmitirle el poder, que se filtraban entre los rumores propagados a partir de los centros políticos urbanos o que traían difíciles viajeros, porque la libertad de tránsito estaba muy controlada en el cuadriculado mundo del Imperio romano.

En cuanto a la relación comunicativa intracomunal hay antecedentes remotos y paralelos en distintos puntos del mundo que abarcan desde las piedras grabadas (axones) y las tablillas de madera (cyrbes) de los griegos situadas en lugares públicos para hacer saber los comunicados oficiales, hasta soportes materiales equivalentes utilizados por los chinos.

Este cartelismo embrionario precisaba la existencia de habituales lugares de paso y reunión para que se garantizara la relación comunicativa entre emisor y receptor.

Los romanos crearon el  álbum, muros blanqueados a la cal, divididos en rectángulos iguales situados en las plazas públicas donde se escribían anuncios que completaban el pregón oral del praeco. «Los usureros, los traficantes de esclavos, los fruteros, se servían de ellos hábilmente, si juzgamos por estas muestras: «DE UN ESCLAVO: Oye perfectamente con las dos orejas, ve perfectamente con los dos ojos.

Os garantizo su frugalidad, su probidad, su docilidad. Sabe un poco de griego, etc.»» (Duca, L’Affiche, PUF). Estaba rigurosamente controlada la escritura sobre los álbumes y prohibida y gravemente reprimida la escritura clandestina sobre las paredes.

En Pompeya se encontraron anticipaciones muy interesantes del Prohibido colocar carteles que más o menos decían: Que no se escriba nada aquí. La desgracia caiga sobre el candidato cuyo nombre sea escrito sobre esta pared. De la envergadura y función de estos álbumes da idea el conservado en las ruinas de Pompeya en la Calle de los Orfebres: consta de 23 rectángulos destinados a la colocación de anuncios.

Según Marcial, los teatros utilizaban propaganda ilustrada con la imagen de los actores en colores para atraer al público. La necesidad comunicativa, desde el nivel más urgente al más banal, había cumplido en el Imperio romano un ciclo evolutivo que ultimaba todas las experiencias desarrolladas hasta entonces.

Podemos hablar de una comunicación de urgencia y de una comunicación establecida. A la primera pertenecía el sistema de transmisión de mensajes destinados a influir sobre lo inmediato.

La comunicación establecida implicaba desde el sistema de signos estables para identificar lugares, creencias, personas y edificios, hasta el teatro, el arte o la literatura.

Sobre toda posibilidad de comunicación se cernía el control del poder con armas iguales a las actuales: el control estructural (monopolio de los medios de comunicación), el control legal (creación de una norma de conducta para los comunicados de particulares).

Ya hubo desde el principio una clara conciencia del papel conmocionador que podía tener la libertad de comunicar. Sócrates decía a quien quería escucharle: «La discusión cotidiana de las cosas sobre las que me oís discurrir es el bien supremo del hombre.

La vida que no se pone a prueba de esta discusión, no merece la pena vivirse». En la legislación de Solón aparecen precedentes de las actuales leyes represivas sobre la información.

Importaba el control de las noticias de cada día e importaba el control de la historia inmediata, de la crónica que almacenaba informaciones e interpretaciones del poder.

En Roma se redactaban los Annali massimi donde constaban los hechos controlados y que posteriormente pasaban al archivo. Cada ciudad del Imperio imitaba el ejemplo de la metrópoli.

También ensayaron los romanos la información de lo cotidiano mediante las Acta diurna populi urbana, diario de los aconteceres de la comunidad urbana escrito cada día, fijado en los lugares públicos y transmitido entre el patriarcado mediante copias manuscritas.

El praeco (pregonero) y el strilloni (voceador comercial) recorrían las calles de la ciudad.

El subrostrani era un profesional del rumor y de la información subterránea que vivía de vender noticias a los interesados. Sobre los subrostrani escribe Horacio que «… sin moverse del foro saben mejor que los generales las rutas por donde deben conducir a sus ejércitos».

Estos profesionales de la noticia incontrolada eran muy necesarios. El poder se mostraba implacable con cualquier violador de los cauces comunicativos por él establecidos.

El control de la comunicación social se ha aplicado desde siempre a dar una intencionalidad al comunicado coincidente con los intereses del emisor para imponérselos al receptor.

Los historiadores de la propaganda suelen esforzarse en distinguirla de la información, como si pudiera concebirse una información sin intencionalidad persuasora cuando hay una desigualdad evidente en la posición histórica que ocupan el emisor y el receptor.

Jacques Ellul (Histoire de la propagande, PUF), al historiar las técnicas de propaganda de la Grecia antigua, distingue una oposición entre información-democracia y propaganda-tiranía al servicio del mismo cuerpo de verdades establecidas y traduciendo simplemente distintas formas de poder.

Ellul ve la propaganda como una mixtificación de la información a la que recurrieron los tiranos griegos cuando mixtificaron el poder democrático: «En la medida en que ellos instaurarían un régimen nuevo que no se apoyaba en el pueblo, los tiranos demagogos debían actuar sobre el pueblo para obtener su adhesión y su fidelidad al régimen».

Diríamos mejor que los tiranos griegos, presionados por la excepcionalidad de su poder, llevaron a sus últimas consecuencias la situación de control informativo en que estaba el poder: instrumentalizaron la literatura hasta el punto de tergiversar las obras de la Antigüedad, propiciaron una literatura de encargo apologética de sus objetivos, construyeron grandes obras públicas que operaban como inmensos signos de sus logros, estimulaban las fiestas,6 juegos y diversiones para prender la opinión pública en la malla de la paternalista magnificencia del tirano.

Sin embargo, la función de estas técnicas de control seguía siendo la permanencia de un mismo estatuto entre las fuerzas sociales, de un mismo modo de producción, de una misma escala de valores y verdades establecidas.

Otra cosa es considerar el origen de la «propaganda politica» como una etapa superior, más elaborada, técnicamente mejor armada del control de la comunicación.

Pisístrato, considerado como el antecedente más remoto del doctor Goebbels, ha pasado a la historia como el descubridor de técnicas muy avaladas posteriormente: la denuncia del «enemigo» como paso previo para su paralización, la falsificación literaria adaptada a la verdad oficial (falsificó la Odisea), la conversión de fiestas populares tradicionales en manifestaciones de adhesión al Régimen, la creación de una especie de ministerio ideológico-religioso encabezado por su propio hijo con la misión de encauzar un movimiento religioso del Régimen y ligar así el culto religioso al culto político.

También fue Pisístrato quien estableció la norma de dispersar a los intelectuales críticos, alejarles de los grandes centros urbanos para impedir que su acción tuviera receptores.

Igualmente desarrolló la propaganda exterior basada en la exportación de los mitos políticos-religiosos atenienses hacia las islas, con el fin de persuadir a sus habitantes y cobijarlas bajo la influencia política y económica de Atenas

Si Pisístrato ha pasado a la historia como modelo de tirano, no vemos en cambio que varíen sensiblemente las condiciones de control de la comunicación bajo el gobierno del demócrata Pericles.

Es bajo la etapa democrática de Grecia cuando se perfila la psicogogia o conjunto de técnicas para orientar y guiar el comportamiento, tan desarrolladas en la teoría y la práctica de los sofistas.

Un político demócrata como Pendes jamás cesó de ensayar técnicas de persuasión de la conciencia pública. Se dice que ejercía un poder hipnótico sobre el pueblo gracias a su desarmante oratoria.

Recurrió a las grandes obras públicas con idéntica finalidad que Pisístrato, a la organicen de grandes festejos populares en la prehistoria del «Pan y Circo» y aportó además las líneas maestras de la persuasión integradora, mediante la beneficencia de establecer la entrada gratuita al teatro para las clases populares.

Cuando Macedonia inicia su expansión imperial, lo hace sobre una consciente doble batalla en el frente bélico y en el frente ideológico mediante la manipulación de la comunicación social: infiltración en el campo enemigo de agentes difusores de rumores inquietantes, especialistas en contra propaganda que sembraban la división ideológica en las ciudades a conquistar, exageraciones sobre las brutales represiones que imponía a las ciudades que se resistían.

Filipo de Macedonia recurrió incluso a otorgarse la intendencia del templo de Delfos y la presidencia de los Juegos Píticos, como elementos de encantamiento dirigidos a las clases populares, deslumbradas ante la significación de estos atributos honoríficos.

Roma, tanto bajo la República como bajo el Imperio, desarrolló bases materiales de una comunicación intracomunal perfectamente adscrita a los propósitos del Estado

Y no se trató sólo de copar las vías de intercomunicación o las posibilidades de comunicación interna en las ciudades. La romanización no fue otra cosa que una gigantesca campaña de integración político-cultural basada en el dominio de una lengua, una legislación y una cultura con todas sus notas. Roma integró las culturas aborígenes y desarmó de razones ideológicas a los pueblos que conquistó. Ellul ve en la Roma republicana una perfecta organización de la propaganda:

Encontramos una propaganda de carácter social e ideológico, propaganda de agitación fundada sobre la existencia de divisiones sociales, comportando un contenido social y actuando sobre sentimientos populares espontáneos. Después percibimos una propaganda nacional: propaganda de integración, manifiesta sobre todo en Cicerón, destinada a trascender las oposiciones sociales.

Esto comporta un contenido ideológico considerable, y la búsqueda de mitos que reunieran a todos los romanos: el mito de la República por encima de todos los partidos, el comienzo del mito de Roma y sus orígenes, el valor determinante del ejército sobre el que reposa la gloria de Roma.

Esta mitología, cimentada durante el período republicano y ultimada en el primer siglo del Imperio, implica continuamente los mitos religiosos e integra mitos históricos y religiosos extranjeros con el fin de que los pueblos dominados se sientan identificados con el cuerpo de verdades políticas y religiosas de una Roma aparentemente ecléctica.

Para conseguir este edificio tan bien trabado, Roma no hizo otra cosa que utilizar la comunicación social, desde las normas griegas importadas o de desarrollo paralelo (discursos y comunicados) hasta el embrión de «diario oficial» que fueron las ya mencionadas Actas Diurnas.

Sin excluir el control de la Literatura con mayúscula por el sistema del mecenazgo del emperador o de los patricios adictos. La Eneida de Virgilio además de un impresionante poema es la plasmación del mito del origen de Roma nada menos que emparentado con el mito de Troya.

En busca de parientes históricos de categoría, Augusto encargó a Virgilio que Eneas fuera un caudillo troyano vencedor sexual de la reina Dido de Cartago y semilla del futuro Imperio romano al establecerse finalmente en las costas del Lacio.

De un solo plumazo, para entendernos, Octavio Augusto encontraba antepasados de alcurnia, humillaba al antagonista histórico crónico (Cartago) y legitimaba el origen de Roma.

Veleyo Patérculo escribió una historia por encargo de Tiberio en la que trataba de demostrar que todo el movimiento de la Historia Universal conducía al esplendor bio-histórico de su mecenas, cima de la Historia de todos los tiempos.

De esta manera, el control llegaba hasta el futuro, condicionando la misma memoria de la historia y actuaba sobre el presente reforzando el mito imperial. Esta utilización de escritores adictos se complementaba con la represión de los antagonistas y cabe inscribirla en el todo de una manipulación total de la comunicación.

Por ejemplo, la efigie del emperador apareció grabada sobre las monedas, como un medio de comunicación de un poder que avalaba el valor de cambio del metal. Esta técnica se ha conservado intacta hasta nuestros días.

El Imperio ensaya estas técnicas y las fija como modelos de conducta en la relación del poder como supremo emisor y el pueblo, supremo receptor.

La falsificación mitológica, el panegirismo como sistema de ratificación fueron atributos largamente razonados, incluso teorizados y traspasados a los poderes del futuro por encima del cataclismo de la irrupción de los bárbaros. La presunción de que esta manipulación de la necesidad de intercomunicación de hechos y conocimientos estaba en función de la auténtica capacidad de comprensión del pueblo no resiste un examen.7

Una cosa es la participación de dominantes y dominados en un mismo nivel de insuficiencia científica y otra cosa es la instrumentalización del nivel adquirido por parte del poder para consolidarse y frenar cualquier movimiento de cambio. Farrington escribe al comienzo de Ciencia y política en el mundo antiguo:

Este libro trata de los obstáculos que encontró en el mundo antiguo la difusión de una determinada concepción científica. Se suele considerar que el principal de estos obstáculos fue la «superstición popular».

El propósito de este estudio es aclarar si superstición popular significa forzosamente superstición nacida del pueblo o más bien superstición impuesta al pueblo. Plutarco, en su brillante tratado De la superstición, dice acerca de las víctimas de esta enfermedad: «Desprecian a los filósofos y a las personalidades del Estado y del Gobierno, que enseñan y demuestran que la majestad de Dios va siempre acompañada de bondad, magnanimidad, amor y cariñosa preocupación por nuestro bien».

Pero nosotros podremos hacer uso de muchas pruebas para demostrar que los filósofos y personalidades del Estado inculcaron doctrinas menos admisibles aún que éstas, e incluso falsos conocimientos.

El texto de Farrington nos sirve justamente para empezar a explicar el papel que cumplieron filósofos e ideólogos en la legitimización de la hipoteca de la necesidad de intercomunicación popular.

Sobre Platón ha caído el estigma de haber puesto en marcha la larga y ancha teoría de la necesidad de supeditar la libertad del ciudadano al poder establecido.

Platón sabe distinguir incluso la belleza de la legitimidad histórica, es decir, un poema puede ser bello pero históricamente condenable: «Cuando el poeta haya escrito bellos versos que provoquen nuestro aplauso, el legislador ha de perseguirlo —y tiene que recurrir a la coacción si la persuasión no lo consigue— para que emplee sus rimas y sus acordes en hacer sabios los gestos y los cantos de la gente; virtuosos en todos los aspectos; para conseguir una obra de sana razón».

Con todo, la ideología represiva estaba ya establecida en Grecia antes de que Platón la enriqueciera. Había necesitado teorización desde el momento en que los conflictos sociales aparecen y amenazan el orden establecido. «La invención de la moneda, el desarrollo del comercio y de la navegación —dice Luis Gil—, las fundaciones de colonias que se sucedieron del siglo XVIII al VI a.C. tuvieron por consecuencia el nacimiento de una burguesía plebeya en pugna con la aristocracia de la tierra y que clamaba por la igualdad de derechos cívicos.» Demócratas y aristócratas se turnan en el poder y gobiernan en beneficio exclusivo de su clase, apunta el autor citado.

Como consecuencia de este predominio necesitaban una ley escrita que defendiera la propiedad privada, que reprimiera los «excesos del lenguaje». En nombre de la seguridad interna del Estado, Dracón y Solón legislaron contra los mensajes contrarios a la constitución establecida. Zeleuco escribe:

Que nadie hable mal ni de la ciudad como comunidad ni de ciudadano alguno en particular, y que los vigilantes de las leyes se encarguen de reprender a quienes infrinjan este precepto, primero amonestándoles, luego imponiéndoles una multa.

El recelo ante el poder conmocionador de la comunicación no sólo repercute en la represión sobre sus formas más vivas.

La propia obra de Homero, considerada como la memoria histórica de los griegos, sufre adaptaciones al talante de distintos poderes. La lijada era como el Antiguo Testamento para los judíos o el discurso de Abraham Lincoln para los norteamericanos y su interpretación daba sentido y legitimidad a todas las facetas de la vida comunitaria.

En la Atenas del siglo V existía una importante libertad de expresión, reconocida por Sócrates e Isócrates. Demócrito había dicho: «La pobreza en la democracia es tan preferible a la llamada prosperidad en los regímenes de fuerza, cuanto lo es la libertad a la esclavitud».

El «magisterio destructivo» de los sofistas, el corrosivo teatro de Eurípides, la licenciosa comedia antigua aterraban a los partidarios del orden. La acción represiva de éstos iría en contra del teatro, pero también en contra de la conversación, estimulando la denuncia contra los propagadores de noticias calumniosas u opuestas a los intereses del Estado.

El teatro era considerado como el medio de comunicación social más peligroso: por la capacidad de representación simbólica del actor y por la audiencia indiscriminada de un público de todos los sectores sociales.

Además, el teatro se aplicaba igualmente a la investigación sobre el pasado mitológico y a la «información» sobre hechos de la cotidianeidad política, propuestos a la conciencia del espectador con un propósito crítico.

En las respuestas represivas hay un auténtico ejercicio de medición de la peligrosidad social de lo que se reprime. Por eso fue decretado que se quemaran públicamente todos los escritos de Protágoras y que se requisaran los que estaban en poder de particulares.

La cólera del poder contra el sofista estaba motivada por una lectura que había dado en casa de Eurípides de su escrito Sobre los dioses en el que decía: «Sobre los dioses no puedo decir si existen ni cómo son, pues son muchos los obstáculos que me lo impiden».

Analicemos la medida. Quemar todos los escritos de Protágoras significa aniquilar prácticamente la comunicación de sus ideas. Era muy frio poder localizar todas las copias y destruirlas y aunque alguna ha sobrevivido, la intencionalidad del poder era diáfana.

Protágoras había atacado uno de los pilares doctrinales del orden establecido y la respuesta había sido contundente, como lo sería cada vez que la crítica afectara a algo consustancial con la naturaleza social, política o económica del poder y con las razones del Estado hacia el exterior.

Platón sólo representó la cresta de la ola de la reacción contra la libertad de expresión. Y lo hacía precisamente en nombre del moderantismo democrático, situado equidistantemente de la tiranía y de la anarquía.

Platón partía de una posición típica de querer garantizar la autoridad y la libertad a costa de los atributos de la libertad: «El poeta no debe componer nada que pugne con las ideas que tiene la ciudad sobre las costumbres, el derecho, lo bueno y lo bello».

Es más. Platón no combate sólo el derecho «personal» del poeta a utilizar su lenguaje en contra de lo establecido, sino que además está en contra de su libertad de comunicarlo.

No podrá mostrar sus composiciones a particular alguno, hasta no habérselas enseñado a los jueces nombrados al efecto y a los guardianes de la ley, y haber obtenido su aprobación.

Con la imposición de la monarquía helenística se factualizó la represión y la libertad se convirtió en un mero objeto de análisis filosófico. Los teóricos llegan a justificar la incomunicabilidad del poder, como Isócrates que felicita a Alejandro porque no se presta a la discusión dialéctica:

No está en consonancia con los que gobiernan al pueblo, ni con los que ocupan una monarquía. En efecto, no es ni conveniente ni apropiado para quienes tienen mayor previsión que los demás el discutir con sus conciudadanos ni el consentirles que les contradigan.

Esta autoridad legitimada por los dioses, las mejores veces incluso emparentada con los dioses, implica un despotismo ilustrado y estimula un despotismo a secas.

Los reyes helénicos, que habían heredado el imperio de Alejandro, pero no su cultura aristotélica, aplicaron duramente el principio de autoridad frente a cualquier derecho de expresión.

El gramático Dáfidas fue crucificado por el rey Atalo I de Pérgamo por haber osado recordar el origen inmoral del reino.

Ptolomeo Filadelfo hizo crucificar a Zoilo de Anfipolis porque criticaba la veracidad de Hornero. La conciencia de la libertad frustrada no pertenece sólo a las víctimas directas de la represión intelectual.

En la propia sabiduría convencional popular quedaba grabada a modo de sentencias. Séneca transcribe en cierta ocasión un proverbio griego que decía: «Tal es el modo de expresarse de los hombres cual es su modo de vida» y Luis Gil concluye el razonamiento diciendo: «Antes Séneca había dicho sentenciosamente: Propio de esclavo es no decir lo que se piensa».8

Pero fue Roma la que creó las más trabadas bases legales de una censura político social. En el siglo i a.C. ya se podía condenar a pena de muerte al autor o al cantante de canciones difamatorias o injuriosas.

Esta norma, basada en leyes escritas, sufrió los altibajos del talante o de la cultura de los emperadores.

La arbitrariedad se aplicó tanto en la tolerancia9 como en la intransigencia, pero curiosamente la intransigencia siempre supo aplicarse ante ataques en profundidad a todo lo que era consustancial con el sistema.

El capricho despótico sólo asoma a veces, como cuando Calígula mandó quemar vivo a un poeta que le había dedicado versos con segundas intenciones, o como cuando Domiciano mandó matar a un historiador que le aludió levemente en uno de sus libros.

Cuando la represión se codificó resueltamente fue como consecuencia de la adopción del cristianismo como religión del Imperio. Por el edicto de Teodosio (445) el Papa se convertía en la autoridad máxima del gobierno de la Iglesia «… debiendo el Estado hacer uso de la fuerza para que la gente aceptase las decisiones papales.

Estos edictos sentaron el precedente del mantenimiento de la ortodoxia cristiana y de la persecución de la herejía, que perduraría unos mil años, pues se creía que la salvaguardia de la sociedad dependía de la unidad cristiana y que los cristianos tenían el deber no sólo de conservar la pureza de su fe, sino también de ayudar a la autoridad a acabar con los herejes», escribe J. A. Castro Fariñas (De la libertad de prensa, Fragua).

La primera condena de un libro se había hecho en ario 325contra una obra de Arrio. Constantino mandó quemar toda la obra de Arrio ocho años después. En el año 400 fue condenada la de Orígenes. En el 496, el papa Gelasio promulgó la primera lista de libros prohibidos.

La Edad Media llega con su división arbitraria de un mismo proceso de perpetua lucha entre avance y retroceso en el que la comunicación, desde la palabra hablada o escrita hasta las banderas, se había revelado como un factor fundamental de cambio histórico.

La Iglesia lo sabía bien: sabía cuándo debía su victoria al apostolado y a la simbología y entraba en la dialéctica de poder conquistado, asumido y defendido en contra del ataque de cualquier idea nueva y sustitutiva.

En su pasión contra la «dogmática cristiana», Bury llega a sostener que muchas veces la intolerancia de los emperadores en contra del cristianismo se debía a una defensa de la tolerancia como principio que había regido las relaciones culturales en la República y el Imperio: «Cualquier lector de los escritos cristianos de aquel tiempo habría podido comprender que en un Estado regido por cristianos no habría habido ninguna tolerancia para los otros cultos».

En apoyo de su tesis llama a los propios apologetas del dogmatismo cristiano bajo el Imperio. De todas formas un exceso de celo antidogmático compromete la parte de la verdad que hay en las impugnaciones de Bury, sobre todo ante la insostenible presentación de los emperadores romanos como protectores de la «tolerancia» frente al primitivo integrismo cristiano.

 

APUNTES A PIE DE PÁGINA

1.Albert A. Sutton, Concepción y confección de un periódico, Rialp. Con respecto a la utilinción del «quipu» en cualquier estudio etnológico o antropológico se encontrarán referencias a estos primitivos signos materiales utilizados a modos de señales de comunicación. Véase Etnología de Herbert Tischner, versión italiana, Feltrinelli. Distintas señales como las que indicaban el límite de una territorialidad (precedente de la cruz de término) o la pertenencia a una comunidad o causa (banderas, enseñanzas, etc.) tienen tanto que ver con una intrasimbología como con una extra señalización. El carácter de la comunicación prealfabética ha sido estudiado preferentemente por los antropólogos de la cultura precolombina. David Riesman («Tradición oral y tradición escrita», incluido en El aula sin muros) ve en la canción y el proverbio un sistema de fijación de conocimientos previo a la escritura y por tanto susceptible de comunicarse y ser memorizado. En el mismo apartado cabe inscribir la telecomunicación primitiva: señales acústicas (tamtan) o visuales (hogueras, banderas).

2. Véase Gordon Childe, ¿Qué sucedió en la Historia?, La Pléyade. Childe incorpora a su síntesis interesantes observaciones sobre la codificación de signos de escritura y cálculo al servicio de la relación comercial y de la necesidad comunicativa consiguiente.

3.Riesman (art. cit.) escribe: «El fallecido Harold A. Innis tenía un cierto placer spengleriano en demostrar que los materiales sobre los que se escribían las palabras contaban a menudo más que las palabras mismas. Decía, por ejemplo, que el papiro, que es ligero y se puede almacenar fácilmente en un país de desiertos, dio a los sacerdotes de Egipto el dominio del calendario y de los recuerdos sociales y fue esencial para la extensión de la soberanía de las dinastías egipcias desde el punto de vista espacial y para la hegemonía de los sacerdotes desde el punto de vista temporal».

4. La concepción del mundo siempre ha estado en función de los conocimientos geográficos directos transmitidos por la comunicación. Esta concepción sólo varía cuando mediante la cartografía se puede «representar» el mundo recorrido y se pueden «nominar» los puntos de referencia. Para un caldeo el mundo terminaba en las últimas montañas del horizonte a las que habían llegado sus ejércitos o sus comerciantes. Para un veneciano el mundo terminaba en el abismo de los mares adonde habían llegado sus navegantes.

5. Hay pruebas de que existió comunicación epistolar en las culturas sumerias, incluso al alcance de los particulares, tal vez valiéndose de los «profesionales de la escritura».

6. El espectáculo fue una de las más primitivas formas de comunicación al cerrar un “ámbito de recepción de un mensaje fuera a través del médium deportivo, religioso o artístico.

7. John Bury, en un estudio ya clásico sobre la evolución del racionalismo (A History of Freedom of Thought, Oxford University Press) sostenía: «Naturalmente todas las tendencias de libre pensamiento han permanecido en todos los tiempos al alcance sólo de una pequeña minoría. Las masas siempre fueron proclives a la superstición, creyendo que la salvación de su comunidad dependía de la buena disposición de las deidades». No obstante añade más adelante algo que coincide más con la posición de Farrington: «Los que no creían en la verdad revelada consideraban a la religión útil como institución politica y normalmente los filósofos no trataban de propagar teorías inquietantes entre el vulgo … La extensión de la cultura superior a las masas no formaba ciertamente parte de los programas de los estadistas filósofos griegos».

8. Luis Gil, Censura en el mundo antiguo, Alianza Editorial. En Revista de Occidente puede leerse un estudio general sobre la política del período: M. A. Levi, La lucha política en el mundo antiguo.

9. La unidad Estado-religión presente en la historia antigua hacía de la religión uno de los pilares auténticamente intocables del edificio de la verdad establecida. De ahí los castigos al racionalismo impugnador. Como ejemplo de tolerancia extrema se suele citar la frase pronunciada por Tiberio cuando se le instaba a que castigara a un poeta que había ofendido a los dioses: «Si los dioses son insultados ya se preocuparán de defenderse».

 

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