MITOLOGÍA DE SUDAMÉRICA – EL PANTEÓN INCA.

Viracocha, Inti, Mama Kilya e Ilyap’a

La religión inca estaba presidida por un conjunto de poderosos dioses del cielo, el más importante de los cuales, si bien un tanto remoto, era Viracocha (véase recuadro, p. siguiente). Había tres deidades que intervenían más activamente en la vida cotidiana: Inti, dios del sol; Mama Kilya, diosa de la luna, e Ilyap’a, dios del trueno y del tiempo atmosférico. Éstas y otras deidades representaban sus papeles mitológicos en un escenario típicamente amerindio, impregnado de potencias sobrenaturales y esencias sagradas. Considerado antepasado divino de la familia real inca, Inti era una deidad exclusiva de este pueblo y centro de numerosos rituales estatales: en la ideología inca, el emperador era el »hijo del sol». Solía representarse a Inti con un gran disco dorado rodeado de rayos solares, con rostro humano, y su culto tenía como eje el gran Templo del Sol o Coricancha, en Cuzco, en el que la reluciente imagen solar del dios estaba flanqueada por las momias con complicados ropajes de los emperadores muertos y rodeada por muros cubiertos de láminas de oro sagrado, el «sudor del sol». El vínculo mitológico entre el oro y la ideología inca se manifiesta de modo muy especial en el jardín del templo de Coricancha, en el que pueden admirarse representaciones en oro y plata de todas las formas de vida conocidas por los orfebres de la época, desde una mariposa hasta una llama.

Máscara solar precolombina. Los incas y sus predecesores sentían respeto y temor por la deidad del sol y atribuían los eclipses a la ira del astro.

Aunque, en calidad de religión oficial del estado, el culto al sol ocupaba una posición eminente, no era Inti la única deidad venerada en el complejo de Coricancha. También revestía gran importanci Ilyap’a, dios al que se dirigían oraciones para pedir la lluvia fertilizante, pues era él quien recogía agua del cielo, sobre todo de la Vía Láctea, considerada un río celestial que fluía por el cielo nocturno. La lluvia se guardaba en una jarra que poseía la hermana de Ilyap’a y sólo se soltaba cuando este dios rompía el recipiente disparando con su honda un proyectil en forma de rayo. El trueno era el chasquido de la honda y el relámpago el destello de sus ropas al moverse. Se veneraba a Mama Kilya, diosa de la luna y consorte y hermana de Inti, como madre de la raza de los incas, encargada de señalar el paso del tiempo y, por consiguiente, de regular las fiestas religiosas del calendario ritual. Los incas creían que en los eclipses lunares una gran serpiente o león de la montaña trataba de devorar la imagen celestial de Mama Kilya y asustaban a aquel ser haciendo el mayor ruido posible. La imagen de Mama Kilya en el complejo de Coricancha estaba flanqueada por las momias de anteriores reinas incas (coyas) y el santuario estaba revestido de plata, el color de la luna en el cielo nocturno. En las creencias religiosas también figuraban otros dioses menores, entre los que destacaba Cuichu, el arco iris, y un grupo de seres sobrenaturales femeninos, como Pacha Mama, la madre de la tierra, y Mama Coca, la madre del mar.

LAS VÍRGENES DEL SOL

 En la religión inca se reservaba un papel especial para las Acllas o «mujeres elegidas», denominadas en algunos casos «Vírgenes del Sol». Bajo la vigilancia de unas mujeres mayores, las Mama Cunas, estas doncellas se entregaban al culto a Inti y servían a la familia real. Enclaustradas en conventos (denominados Acllahuasi) desde los ocho años de edad, preparaban ropas, comida y cerveza de maíz para las celebraciones de estado y custodiaban el fuego sagrado para Inti Raymi, la fiesta del sol, en el solsticio de verano. Eran asimismo concubinas del emperador y, en algunas ocasiones, de los dignatarios extranjeros con quienes el monarca deseaba formar alianza políticas mediante el matrimonio.

VIRACOCHA, EL CREADOR SUPREMO

Dibujo de principios del siglo XVII que representa a unos incas ofreciendo un niño en sacrificio a la momia de un antepasado. Según el texto, la cueva es una huaca, un lugar sagrado.

Viracocha era la deidad creadora, omnipresente e inconmensurable que V animaba el universo dotando de vida a seres humanos, animales, plantas y dioses menores. Ser sobrenatural un tanto distante, delegaba los asuntos cotidianos en deidades más activas, como Inti e Ilyap’a. Tenía una representación en el santuario de Cuzco, donde la vieron por primera vez los españoles: la estatua de oro de un hombre blanco y barbudo con una larga túnica, de una altura como la de un niño de unos diez años.

Para los incas, esta deidad inmanente no tenía nombre y se le denominaba con una serie de títulos acordes con su condición primordial. El más común era IlyaTiquisi Wiracoca. Pacayacacic (»Antiguo Cimiento, Señor, Instructor del Mundo»), normalmente vertido al castellano como Viracocha. Origen último de todo poder divino, también se le concebía como héroe cultural, que, tras crear el mundo, viajó por sus dominios enseñando a la gente a vivir y configurando el paisaje. Los mitos sobre sus periplos mágicos cuentan que, al llegar a Manta, en Ecuador, atravesó el Pacífico, en una balsa o caminando sobre su capa (esta última versión podría deberse a la influencia cristiana). Cuando los españoles llegaron a Perú por mar, en 1532, los nativos los creyeron emisarios de la divinidad creadora y los llamaron viracochas, término respetuoso que aún emplean los quechua-hablantes. En los sacrificios más importantes, que sólo se realizaban en las ocasiones solemnes, como la coronación de un emperador, se ofrecían seres humanos a Viracocha y otras deidades. Se valoraban de forma muy especial los sacrificios de niños, llamados capacochas, y los sacerdotes elevaban una plegaria al dios antes de la ofrenda. Se han encontrado víctimas conservadas por el frío en los volcanes y picos nevados andinos, míticas moradas de dioses y espíritus.

LAS HUACAS O LUGARES SAGRADOS

 En el pensamiento religioso de los incas, las huacas eran accidentes del paisaje andino impregnados de significado mítico y poder sobrenatural, por lo general piedras y manantiales, pero también montañas, cuevas y tumbas de antepasados. Revestían especial importancia las apachetas, montones de piedras situados en la cima de los pasos de montaña o en encrucijadas en los que los viajeros hacían ofrendas a los dioses locales a base de coca, prendas de vestir u otra piedra antes de continuar su camino. La relación entre las huacas y los mitos se refleja en la leyenda de las piedras que se transformaron brevemente en hombres con el fin de ayudar al emperador inca Pachacuti a derrotar a sus enemigos.

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