MITOLOGÍA DE MESOAMÉRICA – CREACIONES Y CATACLISMOS.

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La cosmología mesoamericana divide el universo en cinco partes: cuatro puntos cardinales y el centro. Una página del Codex Fejervary-Mayer mixteca ilustra esta clara visión al asignar las cuatro direcciones del mundo a los hijos de Ometecuhtli, cada una de las cuales encierra importantes valores simbólicos. Se considera el este (parte superior de la página), por ejemplo, la región brillante de fertilidad y vida, cuyo color sagrado era el rojo, mientras que el norte simboliza una región fila y negra asociada con la muerte. El dios Xiuhtecuhtli ocupa el centro.

Los mitos de los soles

Al principio existía Ometecuhtli, Señor de la Dualidad auto creado, que también se presentaba en sus aspectos masculino y femenino como Ometeotl y Omecihuatl. Los hijos de esta pareja cósmica fueron los cuatro Tezcatlipocas. El Tezcatlipoca Rojo, también llamado Xipe Totec (el dios desollado), se asociaba con el este, el Azul o Huitzilopochtli con el sur, el Blanco o Quetzalcóatl con el oeste y el Negro, el Señor del Cielo Nocturno, con el norte. A estos cuatro se añadían Tlaloc, dios de la lluvia, y su consorte, la diosa del agua Chalchiuhtlicue. Los enfrentamientos entre estas deidades, enzarzadas en una lucha cósmica por la supremacía, desembocaron en la creación y destrucción de cinco eras o «soles» mundiales sucesivos, cada uno de ellos identificado por la forma concreta de cataclismo que lo sumergía.

El primer sol estaba regido por Tezcatlipoca y se conocía como «CuatroJaguar». Al cabo de 676 años, Quetzalcóatl arrojó al agua a Tezcatlipoca y la tierra fue consumida por los jaguares. Después, Quetzalcóatl presidió el segundo sol, conocido como «Cuatro-Viento», y esta era acabó cuando Tezcatlipoca se vengó y destronó a Quetzalcóatl, quien fue arrastrado por un gran huracán. El tercer sol, «Cuatro-Lluvia», estaba dominado por el fuego y regido por el dios de la lluvia, Tlaloc. Acabó cuando Quetzalcóatl envió una terrible lluvia que consumió la tierra. A continuación vino el cuarto sol, «Cuatro-Agua», identificado con Chalchiuhtlicue, diosa del agua, y tocó a su fin cuando el mundo quedó sumergido por un diluvio y las personas se transformaron en peces. A la zaga de estos mundos imperfectos vino la creación más portentosa, el quinto sol.

OMETECUHTLI El concepto de dualidad es omnipresente en el pensamiento azteca y se personifica en Ometecuhtli, ser cósmico primordial de carácter dual que mantiene la vida desde su posición en el «ombligo de la tierra». Posee aspectos masculino y femenino (Ometeod y Omecihuad), lo que le permite parir a los cuatro Tezcadipocas como padre y como madre.

EL QUINTO SOL

Los cataclismos que destruyeron los cuatro soles anteriores dejaron un vacío en el orden cósmico. Los dioses ofrecieron a las gentes de Mesoamérica una última y efímera oportunidad de vivir al crear y sustentar el quinto sol (la era actual).

El quinto sol fue creado en Teotihuacán cuando el dios Nanahuatzin se arrojó a una hoguera y se transformó místicamente en el sol naciente. Pero al principio estaba inmóvil, y los demás dioses sacrificaron su sangre para proporcionarle energía para el movimiento celeste. Por eso se conoce la quinta era del mundo como «Cuatro-Movimiento». Su génesis única sentó un precedente mítico para la idea azteca de que la vida del universo sólo puede prolongarse mediante el sacrificio. Sin embargo, se trata de una concesión temporal de los dioses, pues los terremotos destruirían también el quinto sol.

La piedra calendario, obra maestra de la talla, no es un auténtico calendario, sino una representación de la cosmogonía azteca con las características de las cinco eras del mundo.

El signo «Cuatro-Movimiento» encarnaba el concepto del sacrificio humano que impregnaba la religión azteca, que encontró expresión física en el gran calendario de piedra, disco tallado de este material de unos cuatro metros de ancho con la imagen central del rostro de Tonatiuh, dios del sol, rodeada por el signo «Cuatro-Movimiento». Hallado en 1790 cerca del Templo Mayor de Ciudad de México, este objeto de complicada factura representa los principales elementos de la quinta creación. Los aztecas concebían a Tonatiuh como manifestación de su deidad guerrera tribal, Huitzilopochtli. En el complejo simbolismo se aprecia la manipulación de la mitología para justificar la guerra y el sacrificio y expresar estos aspectos de la vida en términos cosmológicos. La cara de Tonatiuh está flanqueada a ambos lados por dos garras enormes aferradas a su alimento: corazones humanos, tema en el que se profundiza aún más con la lengua, imagen del cuchillo sacrificial de sílex u obsidiana con el que los sacerdotes arrancaban el corazón de sus víctimas. Según las creencias aztecas, la sangre humana contiene una esencia líquida preciosa denominada chalchihuath único alimento adecuado para los dioses. En torno a la imagen del dios del sol hay cuatro figuras encerradas que representan los cuatro soles anteriores, los dedicados al jaguar, el viento, el fuego y el agua, y alrededor de ellos están los glifos (emblemas) de los signos de los veinte días del calendario sagrado o tonalpohualli, y representaciones simbólicas de Tezcadipoca, Quetzalcóad y Tlaloc. El calendario de piedra, que quizá sirviera también de altar, engloba una visión de la vida y la muerte claramente azteca, en un frágil universo mantenido gracias a la continua ofrenda de sangre a los dioses.

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