UNA GUÍA MILENARIA SOBRE LO QUE NOS ESPERA TRAS LA MUERTE
POR: MARTINEZ PINNA
A lo largo de la historia, el más allá ha sido concebido de formas muy diversas, pero sobre todo como un paraje (paradisíaco o de suplicios) situado en el cielo o bajo la tierra, o como un lugar en el que las almas de los difuntos vagan sin tener conciencia de sí mismas. En las religiones reencarnacionistas orientales, la concepción que se ha tenido sobre la presunta vida del más allá es sensiblemente distinta a la que detentamos en el mundo occidental. En general, estas religiones consideran que los seres humanos debemos pasar por varias vidas, en un proceso ininterrumpido de nacimiento, muerte y reencarnación las veces que fuesen necesarias, hasta romper el ciclo y alcanzar un estado de perfección conocido con el nombre de nirvana.
Para comprender mejor la naturaleza de estas creencias debemos familiarizarnos con una serie de conceptos como son el karma, el samsara y el nirvana. El karma —creencia central de las religiones orientales— es una energía trascendente que se genera a partir de nuestros actos y nuestras obras. Esta idea implica la existencia de un ciclo de causa efecto que, desde el punto de vista escatológico, se refleja en las sucesivas reencarnaciones que debemos experimentar como consecuencia de todos los actos realizados durante nuestras vidas anteriores. En el desarrollo del karma no solo intervienen las acciones físicas, también las palabras y los pensamientos, ya que todos generan reacciones con consecuencias presentes y futuras. Según la ley del karma, somos lo que somos como resultado de lo que hicimos en una reencarnación anterior, resultado, a su vez, de lo que fuimos en otras anteriores.
SAMSARA: EL PROCESO DE LA REENCARNACIÓN
En cuanto al samsara, se puede definir como el proceso de reencarnaciones mediante el ciclo ininterrumpido de nacimiento, vida, muerte y renacimiento. El samsara está estrechamente relacionado con el karma, porque el número de renacimientos que debe experimentar el individuo antes de alcanzar el estado de purificación depende del karma acumulado y, de igual forma, de las prácticas espirituales que durante su vida haya llevado a cabo para purificarse.
El nirvana, concepto que procede de una palabra del sánscrito para referirse a un estado de pureza al que se puede llegar a través de la meditación y la iluminación, se caracteriza, en cambio, por la liberación de todo deseo, de la conciencia individual y del ciclo de la transmigración. En ocasiones, especialmente en Occidente, se ha considerado el nirvana como una situación de eterna beatitud aunque, en general, suele interpretarse como algo indescriptible, cuya naturaleza solo puede comprender aquel que esté gozando de dicha experiencia.
El hinduismo habla de una unión con lo absoluto, con lo divino (brahmán), y de la liberación del samsara. Buda definía el nirvana de la siguiente manera: «Hay una condición donde no hay tierra, ni agua, ni aire, ni luz, ni espacio, ni límites, ni tiempo sin límites, ni ningún tipo de ser, ni ideas, ni falta de ideas, ni este mundo, ni aquel mundo, ni sol, ni luna. A eso yo lo denomino ni ir ni venir, ni un levantarse ni un fenecer, ni muerte, ni nacimiento, ni efecto, ni cambio, ni detenimiento: ese es el fin del sufrimiento». De igual manera, define esta situación como un estado de la mente y el cuerpo carente de cualquier tipo de individualidad.
LA ANCESTRAL RELIGIÓN BÖN
El Bardo Thödol—conocido en Occidente como El libro tibetano de los muertos— nos explica el proceso post mortem, al mismo tiempo que ofrece una serie de consejos para que los muertos puedan alcanzar la iluminación durante el periodo intermedio (bardo) que sigue a la muerte. De esta forma, el fallecido podía evitar el ciclo de reencarnaciones (samsara) y, por lo tanto, el renacimiento en una nueva vida, justo cuarenta y nueve días después del fallecimiento del individuo. Se cree que la existencia del Bardo Thödol se remonta al siglo VIII d. C., momento en el que tomó forma de la mano del gran iluminado budista Padma Sambhava.
En el siglo IX, este texto sagrado fue escondido para evitar su destrucción en tiempos de la gran persecución llevada a cabo por el emperador tibetano Langdarma (79-841), por la que la mayor parte de los monjes budistas fueron asesinados o expulsados de sus tierras. El libro permaneció oculto durante muchos siglos, hasta que, al fin, fue descubierto y sus enseñanzas recuperadas. Otras tradiciones aseguran que algunos de los discípulos de Padma Sambhava fueron capaces de reencarnarse en el momento indicado con el objetivo de recuperar el Bardo Thödol y los tesoros sagrados que junto al libro se ocultaban.
Sea de una forma o de otra, es a partir del siglo XIV cundo se produce la definitiva difusión de este texto ya en su forma actual. En él se expresa la creencia de que los seres humanos son capaces de recuperar la memoria de las vidas pasadas mediante la práctica de la meditación.
Gracias a la misma se puede tomar contacto con nuestra naturaleza divina, por lo que el individuo es capaz de recuperar los conocimientos aprendidos en vidas pasadas para afrontar con más garantías las adversidades de nuestra vida presente, indudablemente, el Bardo Thödol otorga un destacado protagonismo a todo lo relacionado con la muerte del individuo.
Los historiadores parecen ponerse de acuerdo a la hora de afirmar que los distintos ritos mortuorios hacen referencia a la ancestral religión animista presente en el Tibet antes de la llegada del budismo en el siglo VI. Esta religión nativa, conocida con el nombre de bön y cuyo origen podríamos hacer remontar a los albores de nuestra historia, estaba al servicio de los reyes tibetanos, por lo que los rituales llevados a cago por los sacerdotes estaban dirigidos a mantener el poder de la monarquía.
Otra de las ramas de la religión bön fue la desarrollada por los chamanes en las comunidades rurales con el objetivo de controlar a las deidades y espíritus locales, muchos malignos, que acechaban a unos campesinos obligados a sobrevivir en un entorno hostil. Mediante el dominio del trance y la utilización de todo tipo de amuletos, los chamanes lograron mantener a raya a los espíritus de la naturaleza, por lo que, como imaginará el lector, este tipo de prácticas mágico-religiosas alcanzaron un gran prestigio entre las clases más populares.
Por eso no llegaron a desaparecer del todo tras la imposición del budismo. Esta influencia de la religión bön está presente en el Libro tibetano de los muertos en su visión de la vida y la muerte entendida como una serie de realidades en constante evolución y a las que se denomina bardos. El concepto de bardo se entiende como el estado intermedio en el que se encuentra el individuo antes de alcanzar la liberación y abandonar el estado de samsara.
VIAJE AL «OTRO LADO»
El proceso empieza en los mismos momentos de la agonía, durante los cuales se puede observar la aparición de una Gran Luz, la Luz Infinita, fuente de toda vida, con la que el individuo puede fundirse si realmente está preparado para ello, y de esta manera alcanzar la Iluminación. Tras esta luz, informe e increada, aparecen las cinco energías divinas pacíficas y, a continuación, el lado negativo de las mismas (los Herukas), para terminar con las que actúan como enlace y forma de comunicación entre ambas.
En el Bardo Thbdol se asegura que si el fallecido no está purificado no podrá reconocer la Luz Infinita, por lo que, lleno de confusión, acabará huyendo aterrorizado bajo el peso de sus propias proyecciones monstruosas. Abrumado por la nueva situación en la que se encuentra su espíritu, el fallecido siente la necesidad de agarrarse a algo sólido, firme y material, de aferrarse a un punto de referencia, situación que le empuja a la búsqueda de un nuevo cuerpo y, por lo tanto, a una nueva reencarnación.
En el texto se insiste en que todas estas imágenes no son más que proyecciones del individuo: «Ten la seguridad de que las Apariencias Divinas de la Paz y la Cólera, los Herukas bebedores de sangre, las divinidades con cabezas de animales, los arcos iris, las formas terroríficas de los Señores de la Muerte, no poseen realidad, únicamente surgen del juego de tu mente. Si entiendes todo esto, todo el miedo se disipa y, fundiéndote inseparablemente, alcanzas el estado de Iluminación». Este libro sagrado también insiste en la necesidad del ser humano de prepararse a lo largo de toda su vida para la confrontación con estas proyecciones y el encuentro con la luminosidad de la Realidad.
Así, solo los más devotos serán capaces de realizar el tránsito en el mismo instante de la muerte. A pesar de todo, se recuerda la posibilidad de obtener la Iluminación en uno u otro momento, mientras el fallecido transita por el estado intermedio. La liberación sería posible incluso para aquellos con el peor karma, de ahí la importancia de la lectura del Bardo Thddol cuando el cadáver se encuentra aún presente, para, de esta forma, ayudar al fallecido a comprender estas enseñanzas a las que no tuvo acceso durante su vida física.
Efectivamente, para ayudar al fallecido en su tránsito por el estado intermedio, el Bardo Thodol establece una ceremonia funeraria que describe mediante metáforas, con el objetivo de facilitar la comprensión del proceso. En primer lugar, cuando se produce el fallecimiento, al difunto se le tiene que poner una tela blanca sobre el rostro y posteriormente se inicia un corto periodo de tiempo (alrededor de cuatro días) en el que el cadáver no puede ser ni siquiera tocado para no interrumpir este proceso de separación de la parte física y el alma.
A continuación, un sacerdote ordena a la familia abandonar la estancia en la que descansa el cadáver, no sin antes cerrar puertas y ventanas. En ese momento, el sacerdote realiza una serie de cantos místicos que cuentan con directrices específicas para ayudar al espíritu a encontrar su camino hacia el Paraíso Occidental. Mientras, otro sacerdote decide qué familiar puede acercarse al cadáver y el tipo de funeral y ritos que se deben celebrar en su beneficio. Generalmente, el cadáver es colocado en una de las habitaciones de la casa, atado y en postura sedente, desde donde recibe a sus parientes y amigos, que se trasladan hasta el lugar para disfrutar de un banquete funerario en el que toma parte el difunto.
ESCENAS DEL MÁS ALLÁ
Una vez el cuerpo es trasladado hasta su destino final, se deja una efigie del fallecido sobre el rincón de la estancia en la que había permanecido los días previos, y a dicho busto se le ofrecen alimentos durante los cuarenta y nueve días que dura el periodo intermedio. En la tradición tibetana, el cadáver puede ser
Son evidentes los parecidos entre ciertos pasajes del Bardo Thödol y los relatos de personas que han protagonizado ECM enterrado, depositado en el agua, abandonado al aire libre o incinerado, pero siempre acompañado por la lectura del Bardo Thödol, mientras que otros sacerdotes realizan cánticos sin descanso en el lugar en donde se produjo el fallecimiento.
Tras el funeral, los sacerdotes tienen la obligación de volver al hogar del difunto hasta que concluye el estado intermedio, tras el cual se quema la efigie del difunto en presencia de un sacerdote capaz de adivinar el destino del espíritu por el color de las llamas y la forma en la que se agita la máscara. En los últimos años se están llevando a cabo diversos estudios con el propósito de encontrar similitudes entre lo que narra la tradición tibetana en relación con los bardos y las confesiones que miles de personas han vivido una experiencia cercana a la muerte (ECM). Desde nuestro punto de vista, esta acertada relación se puede hacer extensiva a otros planteamientos escatológicos de diversas religiones a lo largo de la historia que, de una forma u otra, establecen en relatos míticos o en prácticas rituales funerarias unos vínculos fácilmente identificables con las controvertidas ECM.
En este sentido cabe interpretar una serie de motivos decorativos en algunas tumbas y templos del Antiguo Egipto o los relatos mitológicos de las religiones iranias. En cuanto al Bardo Thödol, las semejanzas con las ECM parecen ser evidentes. La primera la encontramos cuando el individuo entra en el bardo del morir. En ambos casos el alma del fallecido se ve rodeada de una total oscuridad, pero inmediatamente siente la sensación de penetrar en un túnel. Según el Libro tibetano de los muertos: «Como un cielo vacío envuelto en las mayores tinieblas». Tanto en un caso como en el otro, el paso se da de forma pacífica y armónica.
En el texto sagrado tibetano se habla, igualmente, de una Luminosidad Base definida como el Buda de la Luz Inmutable, siendo este un segundo nexo que le une a las ECM, ya que muchas personas que sufren dicha experiencia aseguran haber abandonado su cuerpo para iniciar un viaje por un túnel repleto de una luz blanca, muy brillante, pero que en ningún momento daña a la vista. Según apunta David Sentinella en su libro Más allá de la vida: «Un punto de convergencia lo tenemos con las experiencias del cuerpo mental en el bardo del devenir, estado en el que se toma conciencia del nuevo nacimiento. En las ECM, la persona ve su propio cuerpo y el entorno que le rodea, los médicos, los familiares y amigos… aunque no puede interactuar ni comunicarse con ellos. Sin embargo, se siente bien y posee una movilidad y una clarividencia casi sobrenaturales. Además, y al igual que ocurre con el bardo del devenir, durante las ECM es posible ver y conversar con otras personas que ya están muertas».
JUZGANDO LA PROPIA VIDA
A todo ello le debemos añadir la evidente relación entre el concepto del karma y la idea del revisionismo de la propia vida que experimentan la mayor parte de los que pasan por una situación de ECM. Desde este momento, el individuo toma conciencia de todo aquello que realmente nos debería de importar durante nuestras vidas: el amor y el conocimiento. Según Miguel Pedrero, en el Bardo Thödol se especifica que «las almas también deberán enfrentarse a un proceso en el que se juzga su vida. El magistrado supremo es el Dharma Raja (Rey de la Ley) o Yama Raja (Rey de la Muerte), que se muestra pisando una figura de Mara, símbolo de la naturaleza ilusoria de la existencia humana. En su mano derecha sostiene una espada, que representa el poder espiritual, y en la izquierda el Espejo del Karma, en el que se reflejan todas las acciones, tanto buenas como malas, del individuo que está siendo juzgado».
Muy probablemente, los motivos por los que el ser humano actual se encuentra en ese estado de crisis espiritual y de principios, sobre todo en el mundo occidental, tenga mucho que ver con nuestro interés por dejar de lado y obviar unas preguntas que siempre nos hemos hecho para tratar de comprender nuestra naturaleza y la finalidad de nuestra existencia en este mundo en el que nos ha tocado vivir. Un mundo cada vez más materialista y alejado de esa parte espiritual y del ansia de trascendencia que a lo largo de los siglos hemos tratado de reflejar en múltiples sistemas de creencias que, en definitiva, insisten en la doble naturaleza del ser humano: física y espiritual.
SABER MÁS
EL MÁS ALLÁ SEGÚN LAS RELIGIONES IRANIAS
El libro tibetano de los muertos ofrece consejos para que los fallecidos puedan alcanzar la iluminación durante el período intermedio, tras el óbito en el momento indicado con el objetivo de recuperar el Bardo Thödol y los tesoros sagrados que junto al libro se ocultaban. Sea de una forma o de otra, es a partir del siglo XIV cuando se produce la definitiva difusión de este texto ya en su forma actual. En él se expresa la creencia de que los seres humanos son capaces de recuperar la memoria de las vidas pasadas mediante la práctica de la meditación.
Gracias a la misma se puede tomar contacto con nuestra naturaleza divina, por lo que el individuo es capaz de recuperar los conocimientos aprendidos en vidas pasadas para afrontar con más garantías las adversidades de nuestra vida presente. Indudablemente, el Bardo Thödol otorga un destacado protagonismo a todo lo relacionado con la muerte del individuo. Los historiadores parecen ponerse de acuerdo a la hora de afirmar que los distintos ritos mortuorios hacen referencia a la ancestral religión animista presente en el Tíbet antes de la llegada del budismo en el siglo VI.
Esta religión nativa, conocida con el nombre de bön y cuyo origen podríamos hacer remontar a los albores de nuestra historia, estaba al servicio de los reyes tibetanos, por lo que los rituales llevados a cabo por los sacerdotes estaban dirigidos a mantener el poder de la monarquía. Otra de las ramas de la religión bön fue la desarrollada por los chamanes en las comunidades rurales.
Cuentan las tradiciones iranias que tras la muerte física, el alma de fallecido viaja hasta el cielo, pero para ello es necesario atravesar la esfera estelar, la lunar y, finalmente, la solar. Después, el alma llega a un paraíso precedido de una gran luz y es acogido por Vohu Manah, un dios que se levanta de su trono, coge de la mano al espíritu y lo lleva ante la presencia de Ahura Mazda y su corte de dioses. Uno de los fragmentos del Avesta —libro sagrado del zoroastrismo—muestra una conversación entre Zoroastro y el dios Ahura Mazda, en la que el dios describe lo que sucede con el alma después de la muerte del individuo, mostrando un proceso que, nuevamente, nos recuerda a los relatos transmitidos por los que han sufrido una ECM.
Según esta descripción, el espíritu permanece junto al cuerpo sin vida del fallecido durante tres días, y cuando llega la tercera noche, siente la presencia de una intensa luz y un viento perfumado que llega desde el sur. El viento transporta la daena (consciencia) del muerto bajo la forma de una muchacha cuya belleza depende de las buenas acciones realizadas por el difunto a lo largo de su vida. Posteriormente, antes de llegar al paraíso, mientras el alma recorre un camino estrecho y peligroso, es preguntado por otro fallecido sobre la forma en la que el espíritu ha pasado desde la vida corporal a la espiritual, desde la vida dolorosa a aquella en la que no existe la muerte, el dolor ni la enfermedad. Antes de terminar el interrogatorio, se presenta Ahura Mazda para poner fin al proceso, a este difícil trance por el que el cuerpo se separa de la conciencia, y ordena dar al muerto la bebida de la primavera, la bebida de la inmortalidad.
LAS CUATRO NOBLES VERDADES
Una de las grandes religiones de Oriente (si realmente se le puede llamar así) es el budismo, cuyo auge se explica por su postura crítica ante la rigidez dogmática del brahmanismo y, muy especialmente, por cargar contra el desmesurado poder de la casta sacerdotal. El origen del budismo lo podemos ubicar cronológicamente en el siglo V a. C., cuando es fundado por Buda Gautama. Aparece en el norte de la India, aunque con el paso del tiempo se extenderá por todo el sureste asiático: Tíbet, China y Japón.
A pesar de la gran cantidad de escuelas budistas relacionadas con esta doctrina filosófica y espiritual, existen unas características comunes, como el énfasis del ascetismo monacal en detrimento del laicismo, la convicción de adoptar una forma de vida basada en la compasión y la no violencia, y la necesidad de evitar el sufrimiento mediante el esfuerzo personal, el estudio y (a meditación. Los budistas no rinden culto a Buda, sino que muestran hacia él un sincero sentimiento de admiración y respeto, por lo que muchos han llegado a considerar al budismo, no como una religión, sino como una filosofía moral basada en una forma de vida ética a partir de las Cuatro Nobles Verdades: toda existencia lleva consigo sufrimiento; el sufrimiento es debido al deseo; el sufrimiento puede ser suprimido si se apagan los deseos; para extinguir el deseo se debe seguir el Noble Camino, con el que elevamos la mente hasta purificar el pensamiento, la acción y los instintos.
Mediante este proceso de purificación se consigue la perfección del ser humano, sobre todo a través del sacrificio y la meditación, hasta alcanzar el nirvana. El budismo asume, por otra parte, la teoría de la reencarnación, por lo que la muerte se interpreta como algo totalmente provisional y un estado anterior al nuevo nacimiento (a no ser que durante la vida física se hubiese logrado poner fin al ciclo del samsara). Frente a lo que es habitual en las religiones occidentales, el budismo defiende una concepción de la realidad en la que lo individual es algo ilusorio; todo lo que existe está relacionado y es interdependiente con lo que nos rodea.