4. LOS PROFETAS ENVIADOS
El islam distingue entre el profeta (nabi), inspirado que no ha recibido ninguna misión particular, y el enviado (rasul), encargado de una misión. Todo enviado es necesariamente profeta, pero no al revés. Además, un pequeño número de estos enviados ha recibido la misión de transmitir libros sagrados. El Corán da el título de enviado a las principales figuras de la Biblia que menciona, desde Adán hasta Jesús, pasando por Noé, Moisés, etc. A ellos añade algunos enviados de Arabia, desconocidos en la Biblia; por ejemplo, Saleh, enviado a los thamudeanos, pueblo de Arabia – Hud, enviado al pueblo de los ad, en Arabia del sur- Cho’ayb, al pueblo de los madianitas, al este del golfo de Aqaba, al norte del mar Rojo. En cuanto a los grandes profetas bíblicos del siglo IX al V a. C., prácticamente se silencia su papel. Según el islam, todos los enviados han anunciado el mismo mensaje religioso, sobre todo el monoteísmo, ya que la religión querida por Dios se basa en un dogma inmutable y enseñado perfectamente desde el principio, sin progreso alguno en la revelación. Tan sólo ha podido variar la legislación.
Todos los enviados estuvieron destinados a unos pueblos particulares; cada uno de ellos se dirigió a «su» pueblo, al que pertenecía y cuya lengua hablaba. Así, desde el punto de vista musulmán, Jesús fue enviado tan sólo a los hijos de Israel. Sólo Mahoma, el sello de los profetas, es una excepción de esta regla, ya que ha recibido una misión universal, válida para todo el período último de la historia del mundo.
A pesar de todo, el papel que en el Corán representan los profetas enviados plantea un problema. Se le considera en dos perspectivas bastante diferentes. La primera está dominada por la gran ley coránica de la historia y la mención de los profetas enviados parece estar hecha para subrayar la suerte que espera a sus adversarios. A propósito de Saleh, de Hud y de Cho’ayb, es inútil buscar en el Corán algunas indicaciones sobre su personalidad o su historia. Se nos dice que Saleh, enviado a su pueblo thamud, exhortó a los suyos a respetar las tradiciones relativas a una camella sagrada; ésta tenía que recibir su ración de agua para beber. La escena tenía lugar en una época de sequía, y el pueblo se negó a obedecer. Quedó aniquilado. El texto no dice nada más. La mención de Abrahán en ciertas curas se hace con ocasión del relato del paso de los «huéspedes» que van a destruir la ciudad de Lot; por consiguiente, se trata siempre de un caso de aplicación de la misma ley. Y a veces, de Moisés, el texto solamente se queda con que el faraón se negó a escucharle y se vio terriblemente castigado en las aguas del mar Rojo. En el Corán 89, 9, el faraón es el único que aparece, sin que se aluda para nada a Moisés.
En esta primera perspectiva, hablar de los profetas-enviados equivale a lanzar una advertencia a los contemporáneos que se oponen a Mahoma. Si no cesan en su actitud, les aguarda la misma suerte.
Por otra parte, en una segunda perspectiva, algunos profetas-enviados conservan cierta personalidad. Abrahán, Moisés y Jesús no son solamente ejemplos destinados a probar la veracidad de la ley coránica de la historia, sino que presentan algunos rasgos más positivos. Abrahán obedece sin reservas a Dios cuando le pide a su hijo. Lucha en favor del monoteísmo. Es el antepasado del culto en la Meca; habla para que Dios alimente a los habitantes de la Meca y les envíe un profeta a los árabes. Moisés, con su papel de profeta político, de jefe del pueblo, prefigura a Mahoma. Jesús se distingue por su bondad, por su piedad filial, por sus milagros; anuncia la llegada futura de Mahoma. Finalmente, Moisés y Jesús recibieron la Torá y el evangelio, lo mismo que Mahoma recibirá el Corán. Su actitud confirma la enseñanza del Corán sobre el monoteísmo, la obediencia total a Dios, el respeto a los padres —a no ser que inciten a la falta de fe— la lucha por la verdad, etc. Son musulmanes antes del islam.
En el primer caso, la historia del pasado queda fragmentada en instantes atómicos, siendo llamado cada pueblo a vivir por su parte una aventura análoga a la de los demás. El vínculo que de hecho existe entre los diversos pueblos mencionados no tiene ningún interés ni hay nada que hable de él. En este contexto, el islam se presenta como la forma árabe de la religión eterna. En el segundo caso, la insistencia recae en el linaje bíblico: Mahoma se presenta como el reformador del judaísmo y del cristianismo, después de que los judíos y los cristianos fueran infieles a Moisés y a Jesús.
A continuación, la teología musulmana desarrolló la idea de que los profetas eran impecables e infalibles. Una gracia especial de Dios (la isnia) les impidió cometer errores o pecados y, si a veces el Corán alude al perdón que pedían los profetas, o a Dios que les perdonaba (cf. comienzo de la sura 48 para los pecados de Mahoma), se trata tan sólo de pecadillos o de un primer movimiento inmediatamente refrenado; en una palabra, de una omisión frente al acto más perfecto que hubieran podido cumplir. Para el musulmán, por ejemplo, es a priori imposible que Aarón estuviera implicado activamente en el asunto del becerro de oro, o que David fuera culpable de asesinato y de adulterio. Por eso, cuando David pide perdón después de haber sido interpelado y de haber escuchado la historia del rico que había robado la oveja del pobre, los comentaristas presentan una muchedumbre de hipótesis: en el peor de los casos, se trataría de una simple y rápida mirada involuntaria sobre la mujer en cuestión (cf. Corán 38, 23-24/24-25). En el caso de Jesús, el Corán no alude a ningún pecado que hubiera cometido o que le hubieran perdonado; un versículo recuerda que la madre de María puso a su hija y a su descendencia bajo la protección de Dios contra Satanás el lapidado (Corán 3, 31-32/35-37). Algunos musulmanes aceptaban la sugerencia cristiana de ver allí un reconocimiento del carácter «inmaculado» de María. Pero otros reducen el alcance de este texto (cf. el comentario del Corán del jeque Si Bubaker Hamza, en su traducción del Corán. Fayard-Denoél, París 1972, sobre estos versículos, I, 117-118).
Hay tradiciones que establecen una jerarquía entre los mayores profetas enviados. En el relato del viaje de Mahoma al cielo, el texto le hace penetrar sucesivamente en cada uno de los siete cielos. En cada uno de ellos se encuentra con uno de los grandes profetas-enviados: los situados más arriba son Abrahán y Moisés; Jesús está muy por debajo de ellos. En cuanto al propio Mahoma, el conjunto de los musulmanes lo coloca al frente de todos los profetas.
DESPUES DE LA MUERTE
“El Corán enseña que la vida es una prueba, que la vida en esta tierra no dura más que algún tiempo (Corán 67, 2). El musulmán cree que hay una recompensa y un castigo, que hay otra vida después de ésta y que la recompensa o el castigo no aguardan necesariamente hasta el día del juicio, sino que comienzan inmediatamente después de los funerales. El musulmán cree en la resurrección, en la responsabilidad del hombre y en el día del juicio.”
Extracto de comunicación de al-Hajji U.N.S. Jah, en una conferencia islamo-cristiana en Freetown, Sierra Leona, en 1986.
El caso de los profetas enviados plantea otro problema a los teólogos. ¿Cómo prueban esos hombres la autenticidad de su misión? Los adversarios recordaban que los antiguos profetas habían hecho milagros para atestiguar el origen divino de su misión y exigían a Mahoma que hiciera lo mismo. El Corán protestó primero contra esta exigencia, reiterando la afirmación del origen divino del Corán, y luego se presentó a sí mismo como el mayor milagro que demostraba la autenticidad de la revelación aceptada por los musulmanes. Las profesiones de fe afirman que el Corán es de origen divino y que posee tales cualidades que ninguna criatura pudo ni podrá jamás componer nada semejante. El Corán desafió a los humanos y a los djinns a que produjeran una sola sura (capítulo) que pudiera compararse con el Corán. Y como nadie pudo replicar al desafío, los musulmanes tienen el origen divino del Corán como definitivamente probado. Su fe en el carácter auténtico de la misión de Mahoma está ligada a este razonamiento. Hablaremos más adelante de ello, ya que se trata de un punto de divergencia esencial entre cristianos y musulmanes.
EL PECADO IMPERDONABLE
Dios no perdona que le den ningún asociado, mientras que perdona a quien quiere los pecados menos graves que éste. El que atribuye asociados a Dios, comete un enorme crimen.
Corán 4,48