LITERATURA
LAS AVENTURAS DE UNAMON EN LOS PAÍSES EXTRANJEROS

UGIAT Símbolo de plenitud e incolumidad, el amuleto ugiat, u ojo lunar de Horus dañado por su rival, Set, y curado por Tot, también era eficaz contra el mal de ojo.
Uno de los relatos más famosos llegados hasta nosotros del Tercer Periodo Intermedio es el Viaje de Unamon. Escrito sobre un papiro que data de la XXII dinastía, está ambientado durante el reinado de Smendes (XXI dinastía), cuando Egipto se hallaba dividido entre el poder legítimo en el norte y el poder de los sacerdotes de Tebas en el sur. El relato de las peripecias de Unamon recuerda la antigua narración del viaje de Sinuhé y, como él, proporciona información sobre la situación de las relaciones entre Egipto, que en esa época había perdido ya su prestigio, y los Estados de Oriente Próximo. Unamon cuenta que fue instado a conseguir la preciada leña del príncipe de Biblos, pero este le concedió el suministro después de meses de espera y de negociaciones sobre los presentes que recibiría a cambio. No se conserva el final del relato, pero Unamon, después de otras peripecias, consiguió probablemente regresar a Egipto. También es fundamental para conocer la historia de ese periodo en Egipto la «Estela de Pianj», el rey nubio que conquistó Egipto y fundó la XXV dinastía. En el larguísimo texto de la estela, que se encontraba en el templo de Amón de Gebel Barkal, cerca de Napata, Pianj describe la campaña militar para conquistar Egipto, retomando el estilo épico propio de los textos faraónicos del periodo Ramsés. La estela concluye con un himno en honor al rey: «¡Oh poderoso, poderoso soberano, Pianj, oh poderoso soberano, tú vienes, habiendo adquirido el dominio del país del norte!… ¡Tú existes en la eternidad, tu poder perdura, oh soberano, amado por Tebas!».
LA MAGIA
UN ARMA PARA DEFENDERSE DEL ENEMIGO
En el Antiguo Egipto, donde se creía en un equilibrio cósmico (maat) que debía ser respetado y defendido, era imposible prescindir de la magia para combatir y dominar las fuerzas negativas del universo, visibles (enemigos) o invisibles (calamidades, adversidades, enfermedades), que amenazaban su estabilidad. La magia impregnaba la mayoría de las actividades, al ser considerada indispensable para la protección de la creación, de sus artífices (los dioses) y de sus criaturas (los hombres). La magia era una disciplina complementaria, que se estudiaba y se enseñaba en las «casas de la vida» junto con las asignaturas de ciencias, lo cual nos dificulta establecer sus límites. Varias divinidades estaban vinculadas a la esfera mágica. Entre ellas destacan el dios Heka, que era la personificación (y a menudo se le representaba en su compañía) de Tot, dios de la escritura y las ciencias; Isis, la «Grande en Magia», cuyo poder sobre los dioses y los hombres derivaba de su conocimiento del nombre secreto de Ra; el dios Horus, que en su forma de niño (Harpócrates) aparecía sobre las estelas curadoras; Sekhmet, la «Poderosa», cuya fuerza de destrucción se manifestaba en las epidemias, por lo cual sus sacerdotes eran médicos y magos al mismo tiempo, y Bes y Tauret, divinidades benéficas, protectoras de las parturientas y los recién nacidos. La magia se basaba en la fe absoluta en la fuerza creadora de los sonidos y de la imagen (pronunciar una palabra equivalía a crear su forma espiritual, dibujar y formar una figura generaba su forma material) y en la firme convicción de poder influir en la voluntad y en el destino del sujeto del cual se conocía el nombre (el nombre era la esencia de la persona, y destruyéndolo se aniquilaba a la persona). Su objetivo era proteger a los dioses, al soberano y al pueblo, subyugando a las fuerzas negativas con todos los medios posibles. También los difuntos necesitaban este arte para proteger su cuerpo (amuletos colocados sobre la momia, textos funerarios, mutilación de signos jeroglíficos que representaban animales nocivos), para la regeneración (ritos realizados sobre la momia y la estatua) y para la vida en el más allá (animación de sirvientes y materialización de ofrendas alimenticias para la eternidad). La principal virtud defensora de la magia se asociaba con un potencial ofensivo, encaminado a influir en el destino a través de sortilegios hechos sobre simulacros (nombres, imágenes o estatuillas).

VICTORIA SOBRE EL ENEMIGO Dibujo extraído del templo rupestre de Ramsés II en Beit el-Uali, que representa al faraón en el momento de dar muerte a un prisionero nubio, al que agarra por el cabello (XIX dinastía).
LOS PODERES MÁGICOS DE LOS SACERDOTES
Solo aquellos a los que estaba permitido consultar los libros sagrados y los documentos mágicos recogidos en las bibliotecas de los templos y en las «casas de la vida» podían tener acceso a esas competencias. Por tanto, era frecuente que los sacerdotes, y concretamente los kheriuhebet, los ritualistas o sacerdotes lectores («Los que llevan el ritual»), que compaginaban competencias científicas y religiosas, supieran identificar las fórmulas oportunas y desarrollar la actividad de magos, kheriutep («Los que están a la cabeza»), beneficiándose de la fuerza heka, es decir, la energía activa en el universo. En el templo, su principal tarea era alejar las fuerzas negativas (que acechaban desde el exterior y amenazaban con instaurar de nuevo el desorden), infundiendo diariamente poder a los ídolos que estaban guardados en él. Otro de sus encargos oficiales era el de asesorar al faraón en el gobierno del país, protegiendo su persona y defendiendo las fronteras de Egipto. Para ello, los sacerdotes-magos preparaban figuritas de arcilla o de cera modeladas en forma de prisioneros (a veces reemplazadas por trozos de arcilla), sobre las cuales grababan el nombre del enemigo, y las rompían.

EL VIAJE NOCTURNO El dios-Sol con cabeza de camero, protegido por la serpiente Mehen y los miembros divinos de su tripulación durante el periplo nocturno XX dinastía).
La operatividad de tales encantamientos se basaba en la convicción de que los simulacros creados por el mago se hacían efectivos en el adversario a mutilar o destruir, y que su destrucción provocaba la del enemigo. De forma análoga, las representaciones de faraones haciendo cautivos a los enemigos, grabadas en las paredes exteriores de los templos, así como las de prisioneros eternamente aplastados bajo las sandalias del soberano, perseguían el mismo objetivo. Los instrumentos del mago consistían esencialmente en rollos de papiro y tinta, indispensables para redactar las fórmulas mágicas que se debían pronunciar sobre un insecto, un animal, un amuleto, una tira de lino anudada varias veces, o durante la preparación de algún remedio o estatuilla. Las técnicas de las que disponía eran fundamentalmente tres: pronunciación de fórmulas mágicas escritas en una tarjeta o recogidas en un formulario; ejecución simultánea de un rito o consagración de un amuleto, procedimiento encaminado a aumentar la eficacia de la fórmula; animación de un cuerpo intermediario, al que infundía vida pasajera y que se convertía tanto en el mediador del mago (ejecutor de la voluntad del encantador) como en el enemigo sobre el cual actuar directamente. Los ámbitos de intervención de los magos eran innumerables: aparte del desarrollo de prácticas oficiales puestas al servicio del Estado (defender Egipto y los edificios sagrados de intrusiones impuras), estaban llamados a vencer enfermedades (combatir contra las fuerzas oscuras que las causaban) y a prevenirlas (amuletos protectores), a salvar del veneno de los escorpiones y los reptiles, y a enternecer el corazón impasible de un amante esquivo (elixires, filacterias).