LEYENDAS DE GALICIA – San Telmo.

Pedro González, conocido con el sobrenombre de Telmo, nació en Frómista (Palencia) en 1185, cuando era obispo de aquella ciudad un tío suyo, que le ayudó en los estudios religiosos y le nombró canónigo. Telmo, deslumbrado por su juventud y honores, y disponiendo de cuantiosas riquezas heredadas de sus padres, olvidó la modestia que correspondía a un religioso e hizo una vida mundana y de derroche. Cuando fue nombrado deán de la catedral, quiso celebrarlo como una fiesta pagana. Vestido de seglar y montando un soberbio caballo ricamente enjaezado, salió por las calles, acompañado de varios amigos, formando un magnífico cortejo de gran lujo y ostentación. La gente le acogía con admiración y él marchaba triunfal, entre vítores y aplausos. Sucedió que, desbocándose el caballo, le llevó en carrera vertiginosa por la ciudad, hasta llegar a un lodazal, donde le arrojó. Se levantó, maltrecho, y tan roto e inmundo, que fue recibido entre carcajadas y burlas por el mismo público que minutos antes le aclamara. Él, avergonzado y confuso, decidió renunciar a las vanidades de una vida tan efímera.

Se retiró al convento de Santo Domingo y allí edificó a los frailes con su virtud. La fama de su santidad se extendió por toda la comarca y llegó a oídos del rey Fernando III de Castilla, que le mandó llamar. Le llevó en sus expediciones contra los moros, y confiaba en las oraciones del santo, según su expresión, más que en el poder de las armas. Algunos soldados libertinos, resentidos por el celo de su predicación, intentaron enturbiar su cristalina virtud, y puestos de acuerdo, mediante cierto precio, con una mujer de mala vida, se ofreció ésta a pervertir al santo. Con pretexto de confesión, penetró una noche en su tienda de campaña, y allí, con las más encendidas palabras y ademanes, le expuso su pasión arrolladora y su amor por el santo. Perplejo quedó Telmo ante aquella mujer, vaciló ante sus atractivos; pero se rehizo, pensando en una astucia infernal, y dulcemente le dijo: «Ven, mujer, a compartir conmigo este lecho». Preparó en el acto un gran montón de leña, le prendió fuego y se arrojó el santo entre sus llamas, invitando a la mujer a que le siguiera. El fuego envolvía por completo su cuerpo; pero las llamas acariciaban a Telmo, sin producirle la menor molestia. Viendo la mujer aquel prodigio, se arrojó, llorando, a sus pies y confesó, arrepentida, sus culpas.

Pedro se consagró a la predicación por todo el reino de Castilla, y pasó luego a Galicia, donde residió la mayor parte de su vida. Allí, impresionado por las continuas desgracias ocurridas al vadear el río Miño, decidió construir un puente, sin otros medios que las limosnas por él recogidas, y trabajando el santo como un peón más, en un tiempo inverosímil, logró terminarlo. Durante la obra alimentó a todos los obreros con grandes cantidades de peces, que se dejaron pescar por mandato del santo.

Cuando predicaba en Bayona a una multitud, se desencadenó una tempestad que hizo huir, atemorizados, a los fieles. Telmo alzó sus brazos al cielo, dividiendo las nubes en dos partes, que descargaron a los lados de la muchedumbre, sin que una sola gota cayera sobre sus oyentes.

Enfermo ya, intentó hacer un viaje a Santiago; pero, agravándose en el camino, quiso volver a Tuy para morir, y fue enterrado en la catedral de esta ciudad.

En 1240 se presentó su expediente de canonización, con noventa y siete testigos de doscientos ocho portentosos milagros.

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