En los terrenos que hoy están cubiertos por la laguna de Doniños, en Lugo, se elevaba en tiempos antiguos una ciudad de paganos, entregada al vicio y olvidada por completo de la religión. En una colina próxima a la ciudad estaba la humilde casa de un matrimonio cristiano, en cuyo hogar se mantenía vivo el fuego de la fe y de la caridad cristiana.
Viendo el Señor la depravación creciente de aquel pueblo, decidió enviarles un castigo para arrasar aquella simiente del mal, tan hondamente arraigada. Pero he aquí que el mismo día señalado para darles fin a todos, el buen hombre que vivía en la colina se vio precisado a bajar hasta allí. Confiado y alegre, descendió a la falda del monte; pero al llegar a las puertas de la ciudad le pareció escuchar unos gritos de mujer pidiendo socorro. Volvió la cabeza, y vio, lleno de espanto, que su esposa, perseguida por un grupo de soldados, subía, gritando desesperadamente, monte arriba, hacia su casa. El buen hombre, entonces, corrió tras los soldados con intención de defender a su mujer y esclarecer los motivos de tan sorprendente suceso; pero entre las frondas del monte los perdió de vista. Se preguntaba, angustiado, qué camino debía seguir para alcanzarlos, cuando de improviso se encontró frente a su casa. En una de las ventanas estaba asomada su mujer, que le esperaba con un gesto de ternura y una sonrisa de felicidad. Penetró entonces en su hogar, la abrazó lleno de alegría y le contó que no había bajado aún a la ciudad, porque una extraña aparición le había obligado a retroceder en su camino. Le escuchaba su esposa muy atentamente, sin comprender nada de todo aquello y pensando que su marido había sido víctima de una alucinación, cuando un estruendo formidable los distrajo de su conversación. Salieron alarmados a la puerta de la casa y vieron desde allí el enorme cataclismo ocurrido: las tierras se habían abierto y sepultado a toda la ciudad, y un creciente manantial de agua cubría aquellos terrenos, convirtiéndolos en un lago. Comprendieron entonces que la misericordia divina los había librado del castigo y, más fervientes en su piedad, terminaron allí sus días, sin olvidar nunca el ejemplar castigo de aquella ciudad, sepultada bajo las aguas del lago que hoy es conocido en Lugo con el nombre de Doniños.