Maside es una villa bastante grande y, sobre todo, rica y comercial. Desde hace muchísimos años, los masidáus, con sus chalecos rojos con mangas y sus grandes sombreros, recorrían Galicia y salían a Portugal y a Castilla, comprando y vendiendo jamones o transportando vino del Ribero, en servicio de ardería. De los negocios realizados nació la prosperidad de la aldea de Dacón, que hoy «se come» a Maside. Pero la villa conserva su torre y reloj municipal, un hermoso y típico crucero y el Pazo de las Condomas.
En su término está la parroquia de Lago, que debe su nombre a una laguna muy renombrada. Y se dice que esta laguna se ha formado por depositarse las aguas en una cavidad del terreno debida a antiguas explotaciones mineras, acaso de la época romana. Es decir: tal es la opinión de los señores que dicen saberlo. Pero en realidad su origen es muy distinto:
En el lugar que hoy ocupa el lago no había minas ni se han realizado trabajos de ninguna especie. Lo que allí había, en tiempos muy remotos, era una población en cuyas cercanías discurrían las aguas de un arroyo. Los habitantes de aquel pueblo eran gentes interesadas y sin caridad, que no pensaban más que en el dinero. Su corazón era duro y sus modales descorteses.
He aquí que una noche llegó por allí la Santísima Virgen María, montada en su borriquita y llevando en sus brazos al Niño Dios. Venía muy cansada del largo camino; no había comido en todo el día, ni tenía nada que darle a su divino Hijo. Además, el frío era intensísimo, porque esto ocurría en lo más crudo del invierno.
Habiendo llegado al poblado, se consoló, porque creyó que allí podría descansar y reparar sus fuerzas. Entró en el pueblo y se dirigió a la primera casa con que tropezó; llamó a la puerta, y al salir a preguntarle, por un estrecho ventanillo, pidió a los amos que quisieran darle posada aquella noche, por caridad. Le respondieron con malos modos que allí no se daba posada.
Se dirigió la Señora a otra casa, y se encontró con que, después de decirle que se fuese con Dios, por la puerta entreabierta, la cerraron con violencia en su misma cara.
Así fue recorriendo, una por una, todas las casas del pueblo. En unas le preguntaron si llevaba dinero; en otras, que si no lo tenía, que trabajase; en otra, que sin dinero no buscase nada en aquel lugar, y en otras escuchó blasfemias. En alguna, incluso amenazaron expulsarla con palos y piedras.
La Santísima Virgen, al ver el mal corazón y la menguada caridad de aquellas gentes, volvió a subir, con el Niño, a su borriquito y se marchó del lugar; pero cuando hubo llegado a un alto próximo, decidió castigar a aquellas malas gentes, y desde allí, mirando hacia el pueblo, dijo:
iLajo te sulajo,
lo de enriba para embalo!
Y, efectivamente, las aguas subieron y se tragaron en un momento el pueblo entero y sus habitantes. Todo quedó sumergido bajo las aguas; donde antes florecía un pueblo rico y soberbio, hubo desde entonces aquel lago, testigo de la justicia ejemplar con que fue castiga-da su cruel falta de caridad.