LEYENDAS DE CATALUNYA – LA PESANTA.

Existe en el valle de Vianya la creencia de que sale de noche y penetra por las casas una especie de bruja o animal, que ellos denominan la pesanta (la pesada), que todo lo revuelve en la casa: los platos, en la cocina; las ropas, en los armarios; los muebles, los cuadros, todo.

 Cuando lo ha revuelto todo, se pone, para descansar, encima de cualquiera de las personas que están durmiendo, y les oprime de tal manera el pecho, que no les permite casi respirar.

 Si se acostumbra a ir a una casa, se pone, por regla general, siempre encima de la misma persona, hasta que enferme de los pulmones, a causa de la opresión que sobre ella ejerce horas y horas.

 Una niña del pueblo de Santa Margarita de Vianya sentía hacía mucho tiempo este horrible peso durante la noche, y además encontraba todas las mañanas las cosas revueltas.

 Tanto molestaba a la niña tal opresión, que llegó el momento en que no podía dormir, a causa del miedo. Mientras no se dormía, no llegaba a sentir ninguna molestia; pero en el mismo momento en que sus ojos se cerraban, se le ponía un gran peso en el pecho, que ya no la dejaba respirar, hasta que se levantaba de la cama al día siguiente.

Una noche no quiso dormir, y estuvo rezando, contando, ocupando su pensamiento con mil cosas distintas, para evitar el sueño y no sentir el tormento que tanto la molestaba.

 De pronto oyó claramente, en la calle, bajo su ventana, los pasos de alguien que andaba con unos pesados zuecos. Era invierno, y era costumbre —y lo es aún— que las niñas y los niños calzaran zuecos para evitar la humedad del suelo cuando iban al colegio. Así, no es de extrañar que la niña creyera que eran sus compañeras que venían ya a buscarla.

 Se levantó corriendo y se asomó a la ventana; mas extrañóse mucho al no ver a nadie en la calle.

 Volvió a la cama, convencida de que se había confundido y que el ruido que le había parecido de zuecos era alguna otra cosa que no podía comprender. No obstante, cuando estuvo acostada, oyó claramente los pasos de alguien que calzaba zuecos, en el interior de su casa. Levantóse, extrañada, y salió de su habitación. Se asomó a la puerta de la cocina y vio que las cosas se iban solas de su sitio.

 Asustada, metióse en la cama y cerró los ojos. Inmediatamente sintió la opresión en el pecho, que ya no la dejó hasta que, al clarear el día, su madre vino a decirle que debía levantarse.

 Contó entonces lo que había visto, y su madre consultó con una vecina anciana, que sabía muchas cosas. Ésta le dijo que era, con toda seguridad, la pesanta, que se había encariñado con su casa, y que el único remedio para librarse de ella era desparramar un plato de mijo en la puerta.

 Así lo hicieron, y a la noche siguiente oyeron de nuevo el ruido acompasado de los zuecos, que, al llegar a la puerta, se paraban, para alejarse después lentamente.

 Desde entonces, todas las noches desparramaban el mijo en su puerta, y sólo así consiguieron ahuyentar a la pesanta.

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