EI emperador Carlomagno había pasado los montes para librar a la ciudad de Gerona de la dominación árabe. Al frente de un aguerrido ejército, llegó hasta los muros de la ciudad y le puso apretado cerco; pero sin lograr rendir a los moros, que ejercían cruel tiranía contra los cristianos de Gerona. Cada día tenían lugar combates en los que de una parte y otra se hacían prodigios de valor. Y cada tarde, el ejército cristiano, arrodillado, oraba, pidiendo al Altísimo ayuda para salir con bien de su empresa.
Una de estas tardes, el emperador, arrodillado y apoyado en su espada, rezaba con gran fervor. El tiempo estaba tormentoso, y de pronto una centella rasgó las nubes, iluminando vivamente la gris oscuridad del crepúsculo. Y pudieron todos contemplar una inmensa cruz de fuego, que, alzada en el cielo, estaba sobre la ciudad, precisamente encima del lugar en que se erguía el alcázar moro. Todos los guerreros cayeron de rodillas, adorando la santa aparición. Gotas de sangre caían de ésta, y al llegar al suelo convertíanse en crucecitas rojas.
Al fin, el emperador, levantándose, ordenó a todos que tomasen las armas, pues sin duda aquel prodigio indicaba claramente que la voluntad divina estaba dispuesta en su favor. Y así, se prepararon todos para el combate. Avanzaron contra la ciudad y cayeron sobre ella por sorpresa.
Dentro del cerco, los cristianos también, conociendo que era llegada la hora suprema de librarse de sus tiranos, se alzaron, y con armas improvisadas contribuyeron a aumentar la confusión de los sarracenos. Éstos fueron, por fin, vencidos aquella misma noche, y Gerona fue cristiana.
De padres a hijos se transmitió la historia de la aparición de la cruz de fuego y de la victoria del emperador de la barba florida, el gran rey Carlomagno.
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