LEYENDAS DE ASTURIAS- EL MONSTRUO DE SANTO DOMINGO

El monstruo de Santo Domingo

En tiempos remotos, los frailes de Santo Domingo, de Oviedo, vivían en plácida y santa paz, dedicados a la oración y a cultivar la pequeña porción de terreno que rodeaba el convento. Un día, después de su cotidiano trabajo sobre la tierra, los frailes regresaron, como de costumbre, a hacer sus oraciones; pero el superior notó con asombro que uno de los bancos del coro estaba vacío. Terminados los rezos, preguntó por el fraile; pero nadie supo dar razón de él. Le buscaron en su celda y en el huerto, y no hallaron el menor rastro que los pudiera poner sobre la pista. Muy intrigados por lo ocurrido, se dirigieron al anochecer a sus celdas; pero ninguno pudo conciliar el sueño, haciendo cábalas y formulando hipótesis sobre aquella desaparición, que nadie se atrevía a creer voluntaria.

Se levantaron obsesionados al otro día con lo ocurrido, y hora tras hora fueron cumpliendo sus cotidianos deberes. Estuvieron, como siempre, trabajando el huerto, y cuál no sería el asombro de todos cuando, al abandonar los aperos para hacer las consiguientes oraciones, se percataron de que había desaparecido otro fraile. Decidieron entonces investigar sobre los misteriosos sucesos, seguros ya de que algo extraño ocurría. Recorrieron el huerto y salieron de sus límites para ver si en aquellos alrededores se escondía el causante del daño

. Uno de los frailes pudo descubrir que a pocos pasos de los terrenos del convento, en una hondonada que quedaba oculta desde don-de trabajaban, había una enorme gruta, guarida de un reptil antediluviano, con grandes alas y un cuerpo monstruoso, contra el que nada podría la fuerza humana. Comunicó a los frailes la noticia; pero el prior no se atrevió a faltar al reglamento ni a dar solución alguna.

Con más miedo que los días anteriores, salieron al huerto los frailes, en-comendándose todos al Señor y temiendo cada uno ser elegido como nueva víctima por el monstruo. Como estaba previsto, el reptil, a la misma hora de todos los días, abandonó su gruta, y con sólo un leve movimiento de cabeza arrebató del huerto a otro de los frailes. Así pasaron los días, y el terror iba cundiendo en el convento, sin ninguna posibilidad de defensa. Hasta que, por fin, el más joven de los hermanos, que era uno de los cocineros, se presentó ante el prior y le expuso que había ideado un plan para hacer desaparecer el monstruo, solicitando su permiso para llevarlo a cabo. El prior se lo concedió, pues veía en eso la mano del Señor, que había escuchado sus súplicas.

A la mañana siguiente todos los frailes pudieron observar cómo el hermano cocinero bajaba hasta la gruta del monstruo con un hermoso pan debajo del brazo, que él mismo había amasado. El reptil, al percibir su aroma, salió de la gruta, batiendo pesadamente sus grandes alas y echando fuego por las abiertas fauces. El hermano, entonces, le arrojó el pan, y el monstruo se precipitó a engullirlo. Luego, en silencio y con la mayor humildad, regresó el hermano a su celda.

Aquella tarde, los frailes, ya más tranquilos y confiados, salieron al huerto, sin que el monstruo hiciera su aparición. Bajaron entonces hasta la cueva, para comprobar a qué pudiera ser debida su ausencia y se encontraron a la horrible serpiente retorciéndose entre tremen-dos dolores y dando grandes rugidos. A los pocos minutos dio una tremenda sacudida y quedó muerta. El hermano cocinero les explicó entonces que aquel pan, de calidad exquisita, lo había rellenado de punzantes alfileres, que probablemente habrían perforado los intestinos del monstruo. De esta suerte, el convento de los frailes de Santo Domingo, de Oviedo, volvió a recobrar su paz y su tranquilidad habituales.

 

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