AUTOR: JAVIER ALONSO LÓPEZ. – BIBLISTA. IE UNIVERSITY
Para los antiguos israelitas, la serpiente era un símbolo del continuo paso de la vida a la muerte. Fue bajo el cristianismo cuando se identificó con la figura del demonio
En el relato que hace el libro del Génesis de la creación del mundo se cuenta que Adán puso nombre a todos los animales, pero el único ser vivo que goza del honor de ser mencionado por su nombre en esa historia es la serpiente. Es el primer animal protagonista de un relato bíblico y su presencia será una constante en numerosas narraciones de los libros sagrados del judaísmo.
Ciertamente, las serpientes abundaban en el paisaje del antiguo Israel. Prueba de la familiaridad de los israelitas con el reptil es que en la Biblia hebrea se usan hasta once nombres para referirse a serpientes. Así, junto a nahash, el término más común y genérico, que significaría serpiente, otros vocablos parecen aludir a especies concretas, como peten, shefifon o zifoni, que podrían referirse a distintos tipos de víboras.
En el Génesis, la serpiente aparece caracterizada por su habilidad para ocultarse y por su astucia: era «el más astuto de los animales del campo que Yahvé Elohim había creado». En cambio, no puede decirse que tuviera un carácter diabólico, pues en esa época no existía en la mentalidad judía la idea de un demonio. La presencia de la serpiente en el Edén y su papel en el pecado de Adán y Eva no tienen que ver con la intervención del demonio, sino que remiten a antiguas creencias del Próximo Oriente que relacionaban al reptil con la renovación del ciclo de la vida y el renacimiento, debido a su costumbre de mudar de piel.
En la epopeya sumeria de Gilgamesh, el héroe protagonista pierde su inmortalidad al serle robada por una serpiente. Del mismo modo, el pecado de Adán y Eva supone la condenación del ser humano a su condición mortal: «Por cuanto polvo eres y en polvo te convertirás».
Reptil mágico
En varios pasajes del Antiguo Testamento se menciona el empleo de serpientes en actividades de carácter mágico. Sin duda, las escenas más significativas aparecen en el Éxodo. En una de ellas, Moisés y su hermano Aarón convierten sus cayados en serpientes. Era un truco tan común que el relato del Éxodo reconoce que también los magos egipcios fueron capaces de realizarlo. La demostración del poder de Dios no estaba en la transformación en sí, sino en el hecho de que las serpientes de los hebreos devoraran a las de los egipcios.
En el libro de los Números se explica que, tras décadas de vagar sin rumbo, los israelitas renegaron de Yahvé pues pensaban que los haría morir en el desierto. Entonces «Dios envió contra el pueblo serpientes abrasadoras, por cuyas mordeduras murieron muchos». Arrepentidos, los israelitas acudieron a Moisés, y éste fabricó una serpiente de bronce y la colocó sobre una pértiga; con su simple contemplación los que habían sido mordidos por una serpiente sanaban. Algunos hallazgos confirman el uso de amuletos de bronce en forma de serpiente para practicar sanaciones rituales.
En el Segundo Libro de los Reyes se dice que aquella serpiente de bronce fue adorada en el templo de Jerusalén como imagen divina hasta su destrucción por Ezequías, en el siglo VII a.C. Un siglo después, el profeta Jeremías aún profiere una amenaza en la que Dios arrojará sobre los impíos serpientes, «contra las cuales no existe conjuro». Varios siglos después de la redacción de estos textos, la tradición cristiana primitiva dio un paso más al identificar a la serpiente con el demonio.
El texto clave en este sentido se encuentra en el Apocalipsis: «Fue expulsado el gran dragón, la serpiente antigua que se llama diablo y Satán y engaña a todo el mundo; fue expulsado a la Tierra y sus ángeles fueron expulsados con él».
Una vez observada la similitud de esta frase con lo ocurrido en el jardín del Edén, se completó la identificación, y la serpiente se convirtió en Satán. A partir de ese momento, su presencia se hace abrumadora, por ejemplo, en casi todas las narraciones de los Hechos Apócrifos de los Apóstoles, donde los discípulos de Jesús se enfrentan una y otra vez al mal representado por serpientes cada vez en mayor número y con rasgos más horribles. Se cumplía, de ese modo, la maldición bíblica pronunciada sobre el reptil: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu prole y su prole». La serpiente pasó a ocupar, para siempre, un lugar maldito en su relación con los humanos.
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