LA MUJER AZTECA.

POR. KATARZYNA SZOBLIK Historiadora (Universidad de Varsovia)

El Códice Mendoza, un documento encargado a los pintores-escritores indígenas por el virrey de Nueva España, Antonio de Mendoza, parece apoyar esta idea. El códice presenta, entre otros, el proceso de educación de los jóvenes aztecas desde su nacimiento hasta el momento de abandonar el hogar para incorporarse a una de las escuelas estatales. En el folio 57r, en la parte superior, vemos a la madre y un niño recién nacido, que luego es sometido al baño ritual conectado con la asignación de roles sociales propios de su sexo: al niño varón se le regalan herramientas de oficios masculinos y armas en miniatura, a la niña, una pequeña escoba y los utensilios para hilar y tejer.

 La tradición oral correspondiente, registrada por Sahagún, informa de que la partera tomaba el cordón umbilical de la niña y lo enterraba junto al hogar, amonestando a la pequeña con las siguientes palabras: «Habéis de estar dentro de la casa como el corazón dentro del cuerpo (…). Habéis de ser la ceniza con que se cubre el fuego en el hogar. Habéis de ser las trébedes donde se pone la olla». Presentada así, la mujer azteca parece, pues, un trasfondo pasivo para las acciones gloriosas de los hombres. No obstante, este sería un punto de vista muy europeizado, muy diferente de la óptica indígena.

LAS TAREAS COTIDIANAS

Si bien es cierto que gran parte de las ocupaciones femeninas estaban vinculadas al hogar, esto no quiere decir que fuesen tratadas como tareas insignificantes de una simple «ama de casa». Los aztecas conceptualizaban la casa como la proyección del cosmos construido alrededor del hogar, en el que siempre estaba presente el antiguo dios del fuego, Huehuetéotl.

 La mujer, responsable de mantener el orden y la vida en este microcosmos, desempeñaba pues un papel complementario a los esfuerzos masculinos por mantener la existencia del universo con la sangre derramada en el campo de batalla. Si las muertes de los varones garantizaban la continuidad de victorias del Sol contra las fuerzas de la oscuridad, la mujer, al barrer la casa antes del amanecer, preparaba el camino para el astro y ayudaba a separar el día de la noche.

 Con esta actividad recreaba ritualmente el mito del nacimiento del Sol-Huitzilopochtli, que de acuerdo con las creencias aztecas fue concebido por la Madre-Tierra sin interferencia del varón precisamente durante el barrido ritual del templo. Moler el maíz y cocinar también eran tareas femeninas cuya importancia excedía del simple beneficio de proporcionar alimentos a los miembros de la familia. Las cocineras diestras en su oficio eran indispensables en el desarrollo de las fiestas religiosas, que a menudo incluían el uso de platos rituales específicos, ofrendas alimenticias o efigies de los dioses elaboradas, por ejemplo, con la masa hecha de amaranto y miel llamada tzoalli.

Bernardino de Sahagún (1499-1590)

Las campañas militares llevadas a cabo en las tierras lejanas tampoco hubieran sido posibles sin provisiones preparadas con antelación por las mujeres. En este sentido, se podría decir que las cocineras aztecas eran en realidad coautoras de las grandes conquistas de «los hijos del Sol». Finalmente, el acto de moler grano en el metate tenía también una importante carga simbólica. De acuerdo con una de las fuentes del siglo XVI, conocida como Anales de Cuauhtítlán, el hombre actual fue creado de la masa hecha de huesos humanos de las generaciones pasadas, molidos por la diosa-madre, Cihuacóatl-Quilaztli, y mezclados con la sangre de uno de los dioses creadores, Quetzalcóatl.

De este modo, cada mujer, al procesar maíz sobre su metate, en cierto modo participaba en las acciones arquetípicas de esta divinidad. No obstante, de todas las actividades consideradas como típicamente femeninas la que gozaba del mayor respeto social era la producción de textiles. Si la perfección del hombre se medía por sus éxitos en el campo de batalla, la destreza en el hilado y el tejido era una medida del valor de la mujer.

 Los utensilios relacionados con estas tareas el huso y el palo de tejer acompañaban a la niña prácticamente desde su nacimiento cuando constituían una contraparte simbólica de las flechas y el escudo regalados al niño hasta la muerte, cuando eran quemados junto con su dueña. Parece, pues, que el palo de tejer (tzotzopaztli) desempeñaba simbólicamente un papel equivalente a un arma masculina. De hecho, Alvarado Tezozómoc cuenta en su crónica que, durante la guerra entre las ciudades aztecas de Tenochtitlán y Tlatelolco, los tlatelolcas, militarmente debilitados y ante la derrota inminente, decidieron enviar contra sus enemigos a un ejército formado por mujeres equipadas, entre otras cosas, con escobas y palos de tejer.

Si bien no sabemos hasta qué punto esta historia es mezcla de hechos reales y leyenda, la imagen de la mujer que surge de ella poco tiene que ver con la del ama de casa pasiva y silenciosa. Por otro lado, la importancia dada a la producción textil por encima de otras tareas femeninas tenía también su explicación en las razones económicas. En el mundo azteca, las telas fabricadas por las mujeres no solo servían para abrigar a los miembros de la familia, sino que constituían también un importante artículo en el intercambio comercial, así como un medio de pago de la carga tributaria.

Códice Mendocino (1541)

 Finalmente, el poder atribuido a las tareas domésticas era tan grande, que su realización ritual por la mujer durante las campañas militares podía influir en el destino guerrero de su marido o de su hijo. Alvarado Tezozómoc enumera varias prácticas ejercidas por las esposas de los guerreros para propiciar su suerte. Entre ellas se encontraban las siguientes: realizar el barrido ritual cuatro veces al día; preparar platos rituales y ofrecerlos en los templos; llevar al templo un palo de tejer el equivalente del espadarte masculino. De este modo, aunque desde el hogar y simplemente realizando las tareas habituales de mantenimiento, las mujeres aztecas podían influir en las suertes del Imperio. Y esto era solo el principio.

ESPOSA Y MADRE

Si tareas como barrer o moler maíz hacían que la mujer compartiera las características de la Madre Tierra, lo que más la asemejaba a esta divinidad era la maternidad. La Tierra era conceptualizada por los aztecas como un ser oscuro, húmedo y peligroso dentro del cual se depositaba la materia muerta (hueso, grano), que luego era fecundada por el Sol, reciclada y transformada en una vida nueva. Del mismo modo, el hombre depositaba el grano de su semen en el útero femenino y nueve meses más tarde este resurgía transformado en el ser humano.

Vistos así, los sexos femenino y masculino, aunque opuestos, eran considerados complementarios e igualmente necesarios para la continuación del universo. El parto era como un rito de paso hacia la vida madura. Si el mozo azteca se convertía en un ciudadano de pleno derecho al capturar a su primer enemigo, la muchacha llegaba a su plena perfección en el momento de dar a luz a su primer hijo. Las creencias aztecas equiparaban el parto con el campo de batalla y a la parturienta con el guerrero valeroso: «En naciendo la criatura, luego la partera daba unas voces a manera de los que pelean en la guerra, y en esto significaba la partera que la paciente había vencido varonilmente y que había cautivado un niño».

Si la mujer moría en el parto, se transformaba en un ser divino llamado cihuaquetzqui «mujer valiente» o, si era noble, cihuateteo «mujer diosa» y podía gozar de los mismos privilegios que los guerreros muertos: permanecía en la Casa del Sol acompañando a este en su camino por el firmamento desde el cénit hasta el ocaso. En el caso de las mujeres nobles, su maternidad tenía adicionalmente un significado sociopolítico, ya que tanto sus hijos como sus hijas tendrían un papel que desempeñar: los primeros reforzarían las filas del ejército y las segundas se casarían entablando nuevas alianzas.

Huehuetéol dios del fuego

 Los matrimonios entre miembros de los linajes reales eran, junto con la guerra, el factor más importante que modelaba el panorama político del Valle de México en los tiempos precoloniales. Para empezar, casi cada ciudad-Estado de la región, en su tradición histórica, insistía en los vínculos de sus gobernantes con las mujeres provenientes de los antiguos centros toltecas, como Culhuacán o Cholula. Las mujeres provenientes de estos centros herederos de la antigua civilización de Tollan, considerada por los posteriores la cumbre de los logros culturales actuaban como portadoras de la legitimidad del poder, necesaria para fundar una dinastía nueva.

En los años posteriores, la poliginia practicada por los gobernantes de varias ciudades aztecas se convirtió en una suerte de espejo en el que se reflejaban las relaciones políticas entre ellas. De este modo, el huey tlatoani tenochca tenía muchas esposas, cuyo estatus variaba de acuerdo con el tipo de relación que Tenochtitlán mantenía con su ciudad de origen. Sin embargo, muy equivocado estaría quien pensara que las mujeres eran siempre nada más que las víctimas pasivas de este trueque. Hubo princesas que, gracias a su determinación, influyeron activamente en la historia del Valle. Un ejemplo sería Chalchiuhnenetzin, la hermana del gobernante tenochca Axayácatl, enviada a casarse con el señor de Tlatelolco, Moquihuixtli.

 La situación entre las dos ciudades era bastante tensa y en cierto momento Moquihuixtli empezó a prepararse para la guerra, planeando atacar Tenochtitlán por sorpresa. El plan fue frustrado por su propia mujer, Chalchiuhnenetzin, quien había sido enviada a Tlatelolco no solo para parir hijos, tejer y cocinar, sino también para velar por los intereses políticos de Tenochtitlán.

 Así, aprovechando su posición en la corte y con destreza digna de Mata Hari, Chalchiuhnenetzin transmitió las informaciones estratégicas que posibilitaron la plena victoria de Tenochtitlán. En otro orden de cosas, la participación femenina en la vida ritual de los aztecas tuvo formas muy variadas. Ya en los tiempos originarios, durante la migración de este pueblo del lugar de origen Aztlán al Valle de México, la mujer formó parte del equipo de cuatro portadores de los bultos sagrados (teomamaque).

Huitzilopochtti. Dios Mejicano.

 Luego, en el período imperial, cuando el culto divino adoptó una forma mucho más compleja con varios tipos de sacrificio humano, autosacrificios, ayunos, comidas rituales, cantos y bailes, los roles de la mujer en la vida religiosa también se diversificaron. Cada joven azteca recibía educación en las escuelas llamadas calmecac, telpochcalli y cuicacalli, donde aprendía sobre ofrendas, ayunos y autosacrificios, practicaba bailes y cantos y asimilaba las ideas principales de la religión.

 Al llegar a la edad adecuada para casarse, la mayoría de tollam Ilnitau de la escuela. No obstante, algunas deciden quedarse en los templos para servir a los dioses cocinando, barriendo, practicando itut ()sacrificios y preparando las fiestas, o hasta muriendo en ellos como las «encarnaciones» (leixiptla) de las divinidades.

Un papel muy significativo en la vida ritual azteca lo desempeñaban las mujeres llamadas ahuianime o «alegradoras», que participaban bellamente ataviadas en varias fiestas rituales bailando y abrazándose con los guerreros. A veces, podían también mantener relaciones sexuales con los más destacados de ellos. Sin embargo, al contrario que las prostitutas europeas, con las cuales solían compararlas los misioneros, la actividad de las ahuianime tenía un significado religioso y, por ello, estaba sometida a un conjunto de reglas cuya violación era severamente castigada. Vivían en casas especiales donde, como geishas japonesas, eran entrenadas en el arte de ataviarse, cantar y bailar. Su participación en las danzas rituales y sus relaciones con los guerreros eran supervisadas por las ancianas.

Fundación de Tenochtitlán.

 Los contactos sexuales eran permitidos solo con los guerreros más destacados y solo después de arreglos anteriores con las supervisoras. A nivel ritual, la presencia de las ahuianime al lado de los guerreros en las fiestas religiosas encarnaba la complementariedad de lo masculino y lo femenino. A nivel social, la posibilidad de tener relaciones sexuales con estas mujeres hermosas ofrecidas solo a los más valerosos tenía que servir de incentivo para los guerreros.

 A MANERA DE CONCLUSIÓN    

Esta lista de las ocupaciones de la mujer azteca, si bien nos acerca a la idea general de lo femenino, no es de ningún modo exhaustiva y podría ampliarse con sus actividades como agricultoras, comerciantes, curanderas, parteras, escribas o hasta gobernantes. Las mujeres participaban activamente en todos los espacios de la vida social y cultural, desde el hogar y el huerto familiar, pasando por los templos y otros espacios rituales, hasta los palacios, donde a veces fueron el motor de grandes cambios políticos.

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