A los griegos les llegó la información desde Oriente, pero es posible que alguien la alterara por el camino. Se rumoreaba que en la India había un animal con cuerpo de león y cola de escorpión. Seguramente aquel ser al que todos se referían era tan sólo un tigre de Bengala y el resto lo añadió la imaginación, pero lo cierto es que en el siglo i d. C. el romano Cayo Plinio Segundo, más conocido como Plinio el Viejo, recogió en su Historia Natural la descripción de la mantícora, un ser con tres filas de dientes, cara y orejas de hombre, cuerpo carmesí de león y cola terminadá en aguijón.
A través de las rutas comerciales los rumores de la mantícora llegaron hasta Grecia, de allí pasaron a Roma y poco a poco se fueron extendiendo por toda Europa. Nunca faltó en los bestiarios medievales, al lado de los grifos y los unicornios, y hoy día está presente en los juegos de rol. Sólo hay un rasgo en su descripción que ha variado a lo largo de los siglos y es que ahora a la mantícora se la dibuja con alas de murciélago.
Los relatos la sitúan en la India, Malasia e Indonesia, y no cabe duda de que estamos ante un cruel depredador. Se agazapa silenciosa detrás de cualquier arbusto y, antes de ser descubierta, inmoviliza a su presa con dardos envenados que lanza por su cola. Dicen que no hay fiera más veloz que la mantícora. Poco después, cuando la víctima no puede moverse y jadea tumbada en el suelo, se lanza sobre ella y le devora hasta el último hueso. La mantícora nunca se arriesga y espera a que su presa ya no se mueva.
Jorge Luis Borges nos desvela en su bestiario otra característica propia de la mantícora: su voz melodiosa y aflautada. Sin duda este monstruo recurre al viejo truco de la voz para atraer a sus víctimas. Nos preguntamos si es creíble que un animal de tamaño semejante (dicen que supera los tres metros de largo) pueda emitir un sonido así. Probablemente estamos de nuevo ante un ser de leyenda, símbolo de la fiereza y del horror.
Entre los siglos XIII y XV las rutas comerciales constituyeron el mayor tráfico de información entre los hombres. Por aquellos entonces Venecia era la principal potencia marítima del mundo cristiano y por ella pasaban la mayoría de los navegantes, no en vano monopolizaba el comercio de especias con Oriente Próximo. De sus tierras partieron muchas de las historias que hoy conocemos y al viajero Marco Polo le debemos alguna que otra aventura. Contaban los venecianos que un monstruo terrorífico con cuerpo de león, alas de murciélago y cola de escorpión acechaba en las costas de Egipto, Siria y Turquía.
Le llamaban mantícora y decían de ella que siempre estaba hambrienta. Lo que más les asustaba era su voracidad y la predilección que mostraba por la carne humana. Con un golpe de cola dormía a la víctima y la devoraba con sus garras. Más difícil era acabar con la mantícora, pues la única manera era atravesándole el corazón con una lanza o un disparo certero. Si se erraba el tiro, el cazador caía preso de la bestia.
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Las alas de murciélago que poseen las mantícoras les permiten volar y desplazarse, pero no es el medio que utilizan habitualmente. Aunque este apéndice lo tienen desde el nacimiento, hasta la edad adulta no logran desarrollarlo. Según parece, las alas las utilizan únicamente en momentos de tensión para escapar de otros depredadores.