LA LARGA MARCHA DE LOS HOMOSEXUALES

POR. MARIANNE BLIDON

Profesora del Instituto Demográfico de la Universidad París

Los homosexuales adquirieron recientemente el estatus de minoría. El respeto de sus derechos es variable. En numerosos Estados, todavía son objeto de estigmatización, opresión e incluso condena.

 El siglo XIX estuvo marcado por la instauración de un dispositivo de identificación en función de las prácticas sexuales y por la emergencia de las figuras del homosexual y del heterosexual. Eso no significa que anteriormente no hubiera sexualidad entre las parejas del mismo sexo, sino que estos actos no daban lugar a una categorización que constituyera a los homosexuales como grupo minoritario; minoritario a la vez numéricamente pero sobre todo en el sentido de «quienes en una sociedad están en una situación de poder menor (Femmes et théories de la societé, de Colette Guillaumin, Sociologie et societés, vol. XIII, n° 2, octubre de 1981).

 Por consiguiente, la homosexualidad es una sexualidad estigmatizada en la medida que contraviene la norma dominante; lo que no ha sido el caso en todas las épocas y en todas las sociedades. La naturaleza de la opresión con respecto a esta minoría varía fuertemente según los marcos jurídicos nacionales. Unos pocos países del mundo reconocen a todas las parejas los mismos derechos (acceso al matrimonio, a la adopción…), garantizando así un trato igual a sus ciudadanos, de acuerdo con los principios de la Declaración Universal de Derechos Humanos (artículos 1 y 3): los seres humanos son «iguales en dignidad y derechos» y «todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona».

Sin embargo, en numerosos países, estos dos derechos fundamentales no se garantizan a los homosexuales. Al contrario, tales países institucionalizan la opresión al condenar los actos homosexuales; éstos están sujetos a penas de prisión (Camerún, Afganistán…), a cadena perpetua (Uganda) e incluso a pena de muerte (Sudán, Arabia Saudí…).

Estatus de la homosexualidad mundial.

 Ante lo cual, Boris Dittrich, director de derechos humanos del Programa de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales de Human Rights Watch, afirma: «Universal quiere decir universal y no hay excepciones». En el plano internacional, la homosexualidad no desapareció hasta 1993 de la lista de enfermedades mentales de la Organización Mundial de la salud (OMS).

Sin embargo, permanecen las fuertes tensiones dentro de la Organización de Naciones Unidas (ONU) entre los países favorables al proyecto de despenalización universal de la homosexualidad —66 en total de los 192 (en la época), entre ellos los países de la Unión Europea, Japón, Brasil o Israel— y los países contrarios o que no se han unido al proyecto, en concreto China, Rusia y Estados Unidos. En 2011, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU aprobó por poco (23 votos contra 19) una resolución dirigida a promover la igualdad de los individuos sin distinción de su orientación sexual.

EL RETRASO FRANCÉS

 En Francia, la legislación no cambió hasta principios de los años 1980 con la derogación de la enmienda Mirguet (1960), cuya finalidad era combatir «ciertas plagas sociales», y la abolición del artículo 3312 del Código Penal, reconociéndose así la mayoría de edad sexual a los 15 años. El derecho es entonces un espacio que proporciona progresivamente un reconocimiento de los homosexuales pero que continúa siendo muy desigualitario.

 Así, en lo concerniente al matrimonio y a la posibilidad de filiación, el legislador francés lleva retraso con respecto a sus colegas europeos y a las prácticas sociales, lo que provocó que Jean Le Bitoux, fundador de la revista Gai Pied, dijera que los gays y las lesbianas siguen siendo «ciudadanos de segunda dase: Independientemente del derecho y de la supuesta tolerancia de tal o cual sociedad, a diario, individuos o grupos continúan perpetrando actos homófonos.

 Eso puede traducirse en insultos, formas de exclusión e incluso en agresiones físicas y asesinatos. Ésta es la razón por la que la filósofa feminista Nancy Fraser advierte que «vencer la homofobia y el heterosexismo implica transformar las valoraciones culturales (al igual que su expresión legal y concreta) que privilegian la heterosexualidad, deniegan a los homosexuales de ambos sexos un respeto igual y rechazan el reconocimiento de la homosexualidad como una forma legítima de sexualidad» (Qu’estce la justice sociale?, La Découverte, 2005).

Comercios Gays en París.

 Para escapar de la violencia, del peso de las normas y de la estigmatización, para reunirse o simplemente para compartir referencias comunes, los homosexuales disponen de lugares donde pueden relacionarse socialmente como bares, restaurantes o clubes, así como estructuras asociativas como los centros de gays y lesbianas, concentraciones efímeras como los festivales o espacios más imperceptibles como las redes sociales.

 Lugares esenciales para las relaciones sociales, la emancipación, la aceptación de uno mismo y la transmisión intergeneracional o los encuentros. La concentración de establecimientos comerciales puede delimitar los contornos de un barrio en el que la minoría se vuelve visible. Estos barrios percibidos erróneamente como enclaves comunitarios experimentan importantes progresos.

 La rehabilitación de las construcciones y la valorización de los centros urbanos van acompañadas de un aburguesamiento residencial y comercial que hace más difícil el acceso de todos los homosexuales a estos espacios. Los usuarios del barrio de Marais en París tienen más en común la pertenencia a una clase social que a una minoría sexual.

De manera paralela, la masificación del uso de Internet hace menos necesario pasar por lugares específicos para afirmarse. Se asiste entonces, por un lado, a una menor afirmación de la identidad de minoría a medida que avanza el reconocimiento y se banaliza la cultura homosexual y, por otro, a la aparición de formas de contestación de la minoría desde sus márgenes…

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