LA EXPERIENCIA VISIONARIA DE SAN PABLO.

Por. Tomás García Huidobro Rector del Collegium Russicum en Roma y colaborador del Pontificio Instituto Oriental

La primera tendencia para dar razón de tales experiencias es tratar de definirlas a través de categorías que nos parecen más familiares. Hablamos así de «misticismo cristiano primitivo» o de «temprana espiritualidad cristiana». Si bien esta aproximación es válida, sufre de dos limitaciones importantes. La primera es que consensuar definiciones en torno a conceptos como «misticismo», «espiritualidad», incluso «experiencia religiosa», es extraordinariamente difícil.

 La segunda es que estos conceptos apenas si eran utilizados en la Antigüedad. El presente texto tiene como objetivo explorar las expresiones que utiliza san Pablo para describir la primera experiencia religiosa tanto propia como de los primeros creyentes. Este ejercicio nos ayuda a contextualizar y comprender mejor la dinámica de las primeras comunidades en su encuentro con el Resucitado.

 Lo primero que tenemos que decir es que la experiencia religiosa de san Pablo se entiende solo en el contexto de la apocalíptica judía. El vocabulario utilizado por el Apóstol para hablar de sus visiones viene a confirmar este punto de vista. Comencemos con el verbo orad, que implica, en su forma activa, el «contemplar» y, en la pasiva (ófthá), el «ser visible» o «aparecer». Así es como san Pablo señala que vio (eóraka) a Jesús como el Señor Cor 9,1) (forma activa) o que Jesús se le apareció (ófthé) Cor 15,5.6.7.8) (forma pasiva).

 El uso del pasivo del verbo oraó, esto es, «ser visto» o «aparecer» (ófthé), es muy importante. Esta forma verbal se repite en 1 Cor 15,4-8 para hablar de la aparición de Cristo resucitado a Cefas, a los Doce, al grupo de más de quinientas personas, luego a Santiago, a los apóstoles y, finalmente, al mismo Pablo.

La importancia de la fórmula verbal (ófthé) se aprecia de manera más completa cuando nos fijamos en que es la misma que ocupa la traducción griega del Antiguo Testamento (LXX) para referirse a la aparición del Señor a Abrahán (Gn 12,7), a Isaac (Gn 26,24), a Jacob (Gn 35,9; 48,3; Ex 6,3), a David (2 Cr 3,1) y a Salomón Re 3,5; 9,2). Es decir, que Jesús resucitado «se apareció» o «fue visto» por los primeros cristianos de la misma manera que el Señor Dios fue contemplado por muchos héroes del Antiguo Testamento.

JESÚS RESUCITADO

 Pero hay más. En muchos de los ejemplos vetero-testamentarios, el sujeto del verbo «aparecerse» o «ser visto» es «la gloria del Señor», como es el caso de Ex 16,10; Lv 9,23; Nm 14,10; 16,19; 17,7; 20,6; Sal 101,17; Is 35,2; 40,5-6; 60,2; 66,18-1g. Esto significa que lo que se ha «aparecido» o «se ha visto» es la gloria de Dios, esa manifestación sensible del poder luminoso de Dios. Estas referencias veterotes-tamentarias de los LXX nos hacen comprender mejor la tradición bíblica recibida por san Pablo cuando, en el mismo contexto de las apariciones de Jesús resucitado en 1 Cor 15, exclama que estas ocurrieron «según las Escrituras» (1 Cor 15,3.4).

 En otras palabras, las «visiones» o «apariciones» de Jesús resucitado son la manifestación de la gloria de Dios tal y como estaba abundante-mente prefigurado en el Antiguo Testamento. Por eso es por lo que podemos entender que, para san Pablo, Jesús resucitado es «el Señor de la gloria» (1 Cor 2,8); posee «un cuerpo de gloria» (Flp 3,21); el Evangelio predicado por Pablo es el de la gloria de Cristo (2 Cor 4,4); «el Dios de nuestro Señor Jesucristo es el Padre de la gloria [identificando a Cristo con la gloria divina]» (Ef 1,17).

Además de oraó, otra palabra fundamental para explicar las experiencias visionarias de san Pablo es «apocalipsis» (apokalypsis), que implica «revelar» o «manifestar» algo que hasta entonces estaba oculto (Rom 8,19; 16,25; 1 Cor 3,13; 2 Tes 2,8). En el caso de san Pablo, los siguientes ejemplos son importantes, porque se refieren a la experiencia personal del Apóstol: el Evangelio que predica ha sido una «revelación» de Jesucristo (Gal 1,12); el Apóstol afirma que Dios tuvo a bien «revelarle» a su Hijo (Gal 1,15-16 // Ef 3,4-5); que fue testigo de la «revelación» de la alianza en la gloria de Cristo (2 Cor 3,8-9.18; 4,4.6); que contempló la «revelación» de Jesucristo (Gal 1,12); «revelaciones» (2 Cor 12,1) de una extraordinaria grandeza (2 Cor 12,7) que recibió una vez que ascendió al tercer cielo o paraíso; que espera ansiosamente la «revelación» de nuestro Señor Jesucristo (1 Cor 1,7).

SAN PABLO

 En la mayoría de estos casos, Jesucristo es el revelador y el contenido —visual o auditivo— de la revelación. Así, «apocalipsis» o «revelación» implica siempre algún tipo de conocimiento que se revela, en este caso, siempre relacionado con Cristo. En ese sentido, el término «conocimiento» (gnósis) (Rom 11,33; 1 Cor 84.741; 12,8; 2 Cor 6,6; 10,5) es importante para entender la experiencia visionaria de Pablo. En Flp 3,8, el Apóstol reconoce que ha recibido el «conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor»; en 2 Cor 4,6 dice que ha recibido el «conocimiento de la gloria de Dios encontrada en el rostro de Cristo» (2 Cor 4,6). Otros verbos o palabras que apuntan a la experiencia religiosa del Apóstol dicen relación a los dones o misiones que adoptó como consecuencia de estas revelaciones: recibió misericordia (2 Cor 4,1), autoridad (2 Cor 10,8; 13,10), gracia (Rom 1,5; 15,15; 1 Cor 3,10; 15,10; Gal 1,9), Dios le envió a predicar a Cristo (1 Cor 1,17). Es verdad que a veces Pablo emplea un lenguaje que denota una experiencia visionaria interior, como es el caso de 2 Cor 4,6, aludiendo a Gn 1,3: «El mismo Dios que mandó a la luz brillar en las tinieblas es el que hizo brillar su luz en nuestros corazones, para que en nosotros se irradie la gloria de Dios como brilla en el rostro de Cristo» (2 Cor 4,6).

 Pero, en general, Pablo se inscribe en la tradicional tendencia apocalíptica judía de la época, esto es, de visiones o revelaciones que son producto de «ventanas» (Mal 3,10) o «puertas» (Sal 78,23-24; 1 Hen 104,2) celestiales que se abren para descubrir una verdad al visionario en la tierra (Ez 1,1; Ap 19,4; 2 Bar 22,1; Evangelio de Pedro 10,1-8; Jn 1,51); o visiones y revelaciones que son producto de viajes celestiales del visionario hacia el paraíso, trono de Dios u otro lugar excelso (1 Hen 14,8-24; 2 Hen 1-9; 3 Hen; ApAb 15-18; Ap 44; Ascls 7, etc.). Es importante señalar que la moderna distinción entre una realidad objetiva y subjetiva o, lo que es lo mismo, entre una actividad visionaria externa o espiritual, es totalmente artificial en el mundo de la apocalíptica judía de la época. La inmensa mayoría de la gente, aunque reconociese que solo unos pocos escogidos tenían acceso a las revelaciones celestiales, creía en otras dimensiones de la realidad.

EXPERIENCIA VISIONARIA

 Aunque es un asunto controvertido, creemos que la explosión de experiencias visionarias basadas en la apocalíptica judía sería un factor que explicaría el rápido desarrollo cristológico de las primeras generaciones de cristianos. Y es que el objeto de las revelaciones, Cristo, es portador de la «imagen» (2 Cor 3,18; 4,4; Col 1,15), la «forma» (Flp 2,6-7) y la «gloria» (2 Cor 3,8-9.18; 4,4.6) de Dios. Las experiencias visionarias de Pablo, de modo análogo a las grandes teofanías de la historia de Israel, apuntan a la revelación final de la gloria divina.

 En ese sentido, la redención final y la inclusión de los gentiles tiene lugar en el ejercicio del ministerio apostólico de Pablo como manifestación de la gloria de Dios en Cristo: «Mensajeros [hablando de Tito y de él mismo] de las Iglesias y gloria de Cristo» (2 Cor 8,23). En san Pablo, las experiencias religiosas del creyente, por tanto, hay que entenderlas en el contexto tradicional de la apocalíptica judía, donde el fiel tiene acceso a la gloria divina manifestada en la presencia de Cristo resucitado.

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