Escultura del Siglo XVII

ESCULTURA DEL SIGLO XVII

Con la aparición del Barroco se verificó en la escultura el mismo proceso seguido por la arquitectura. El nuevo lenguaje plástico buscó la exaltación de los movimientos físicos y espirituales a un tiempo, y los plasmó con contrastes de claroscuro más grandiosos y encendidos, y con pictóricas vibraciones. Las representaciones resultaron de este modo débiles y transitorias, penetradas por un intenso patitos, tal como Miguel Ángel había anticipado en cierto sentido. También se renovaron los temas tratados por la escultura, a veces con una particular acentuación polémica en contra de la Reforma protestante: fueron exaltaciones de los Sacramentos, de las obras de misericordia, pero, sobre todo, de los martirios y éxtasis de los Santos.

En Italia, la escultura barroca puede sintetizarse casi toda en la producción de un solo

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Rape of Proserpine
Gian Lorenzo Bernini

artista, Gian Lorenzo Bernini (1598-1680), que promovió en este terreno una acción revolucionaria más intensa y rápida que la ejercida en la arquitectura. Puede ser considerado justamente como el creador del Barroco plástico, del que supo interpretar sus aspectos más valiosos. Esculpió bustos en los que es muy evidente el vivo naturalismo que fundamentó su arte (Giacomo Montoya, Cardenal Scipione Borghese, Constanza Buonarelli) y estatuas ecuestres (la del Rey Sol), en las que representó las formas en pleno movimiento; trató temas mitológicos (Rapto de Proserpina, Apolo y Dafne) con una sorprendente inmediación en cuanto a forma y expresión, temas cristianos (Éxtasis de Santa Teresa, Santa Bibiana, San Longino), en donde el pictoricismo reflejó la apasionada inspiración del artista, temas bíblicos como e! David, que interpretó de un modo distinto a lo realizado hasta entonces por los artistas anteriores, tomándolo en plena acción y acentuando la violencia de la postura con la intensa y perversa expresión del rostro; levantó monumentos funerarios y adornó las plazas romanas con imponentes fuentes que constituyen una feliz documentación de su fantasía libre y genial.

En Francia, el Barroco plástico asimiló los caracteres italianos, especialmente los de la escuela romana y berliniana, aunque manteniendo en vigor la composición clásica. Efectivamente, para la mayor parte de los artistas franceses, Italia y Roma eran la patria ideal, y pocos fueron los que no resultaron influidos por el italianismo. La escultura francesa dejó numerosos retratos, en los que se advierte el gusto por la moda del tiempo, como las grandes pelucas, pues satisfacía ciertas exigencias de grandeza y solemnidad.

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Apolo servido por las ninfas de Francois Girardon

Uno de los mejores escultores franceses es Francois Girardon, autor de un Rapto de Proserpina, de evidente derivación berniniana, y del famoso sarcófago de Richelieu, en la Sorbona, considerado como su obra maestra. Pero el primer lugar en la escultura corresponde a Pierre Puget (1622-1694), que, a pesar de no haber llegado a liberarse por completo de la influencia italiana, supo crear obras acertadas y expresivas. Entre sus obras más conocidas recordamos los famosos Atlantes, de la Casa Ayuntamiento de Tolón, que sostienen un gran balcón, y que al poco tiempo fueron imitados también en los países más lejanos, el Hércules Galo, Milón de Crotorta y Alejandro y Diógenes. En Inglaterra, la escultura, como la arquitectura, se inspiró más en las formas renacentistas italianas que en el Barroco propiamente dicho. No fueron muchos los escultores locales, porque por lo general abundaron los artistas extranjeros, pero entre aquéllos el más importante es Grinling Gibbons (1648-1720), que se dedicó sobre todo a la escultura en madera.

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Talla de madera deGrinling Gibbons. 

En Alemania, este siglo no fue muy feliz en lo que se refiere a la plástica. Trabajaron con preferencia artistas extranjeros y la minoría alemana siguió en general las formas tradicionales, con acentos y residuos góticos.

La escultura española en el siglo XVII

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NUESTRA SEÑORA DE LA PIEDAD
Gregorio Fernández 

En este siglo tuvo Castilla dos grandes escultores: Gregorio Fernández y Manuel Pereyra. El primero era gallego y comenzó a trabajar en Valladolid. Una de sus primeras obras es el Cristo yacente, de los capuchinos del Pardo, que llevó a cabo por encargo de Felipe II, tema que repitió varias veces, como en Segovia, en San Plácido y en la Encarnación. Tuvo predilección por los temas dramáticos y a ellos pertenecen el Cristo de la Luz y el grupo de la Quinta Angustia, considerado como una de sus obras más notables. Además de los ternas de la Pasión, trató con gran acierto otros de idéntico carácter religioso, como sus pasos procesionales y sus Inmaculadas. La Soledad es la más perfecta de todas las obras de este tipo que salieron de sus manos. Sus grandes tallas crearon escuela y a su sombra surgieron numerosos discípulos y aun imitadores.

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San bruno de Manuel Pereyra

De Manuel Pereyra se conservan muy pocas piezas. Entre las más importantes figura San Bruno, que llevó a cabo para la Hospedería del Paular. Se le atribuyen también otras obras, como el crucifijo del Oratorio del Olivar, en Madrid.

El más grande de los escultores de este tiempo fue Juan Martínez Montañés (1568-1649). Nació en Alcalá la Real y muy joven se estableció en Sevilla. Comenzó a trabajar en retablos influido por el estilo renacentista, que fue poco a poco transformando hasta dar paso al naturalismo. Fue un escultor de obra varia y numerosa, y tuvo también insignes colaboradores, aparte de los discípulos que trabajaban en su taller. En el policromado de sus tallas colaboraron pintores como Francisco Pacheco y Valdés Leal, y en la arquitectura de los retablos, Juan de Oviedo. Entre sus primeras obras figura el retablo de San Isidoro del Campo, en Santiponce, cuya parte central es obra exclusivamente suya, así como las tallas de San Jerónimo, la Adoración de Los pastores y la Epifanía, San Juan Bautista y San Juan Evangelista. A la misma época (1609) corresponde el Cristo crucificado, que se encuentra en la sacristía de los Cálices de la catedral de Sevilla. También en esta catedral se halla la Inmaculada, de la que él se sentía orgulloso. Obra suya son varios grupos como los de la iglesia de Santa Ana y del Buen Suceso. Martínez Montañés trabajó especialmente para las iglesias de Sevilla y sus alrededores, pero también recibió muchos encargos de América, sobre todo de Lima.

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San Ramón Nonato de Juan de Mesa

Seguidor de su obra fue Juan de Mesa, hasta el punto de que muchas de sus esculturas fueron atribuidas al primero. Nació este escultor en Córdoba (1586), y muy joven trabajó en el estudio de Montañés, dedicándose a esculpir piezas sueltas, cosa que a su maestro no le gustaba, pues prefería los grupos. Por ello se dedicó a trabajar para particulares. Entre sus obras más notables figura el Cristo de la iglesia le Vergara, en Guipúzcoa, y el famoso Jesús del Gran Poder. Juan de Mesa está considerado como el primer barroquista sevillano.

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San Diego de Alcala de Alonso Cano

Alonso Cano fue para Granada lo que Montañés para Sevilla. Nació en aquella ciudad en 1601 y murió en 1667. Fue escultor, pintor y arquitecto. A los quince años entró a trabajar en el taller del pintor Pacheco en Sevilla, donde su padre se había instalado hacía dos años. Sin embargo, al poco tiempo dejó la pintura para dedicarse de lleno a la escultura, en la que perfeccionó el arte de la policromía. Su verdadera originalidad se pone de manifiesto en el retablo mayor de la iglesia de Lebrija, obra que llevó a cabo cuando tenía veintiocho años. En el centro de esta obra, encuadrada por pinturas de Pablo Lejot, se encuentra una de las mejores obras de Cano, la estatua de la Virgen Madre, llamada Virgen de la Oliva. El Cristo de Lebrija es otra de sus geniales obras. En 1638 fue a Madrid, llamado por el conde duque de Olivares. En la iglesia de San Fermín de los Navarros se conserva una de sus más bellas obras de esta etapa madrileña: el Niño Jesús con la cruz a cuestas. A continuación viene su etapa granadina, que empezó en 1652. En la sacristía de la catedral de Granada se conserva una de las más bellas Inmaculadas que ha producido el arte español, obra suya de aquella época. El Museo de esta ciudad cuenta con una cabeza que representa a San Juan de Dios. Pero lo más importante de su obra se halla en la catedral, especialmente tres enormes y magníficos bustos que representan a San Pablo, Adán y Eva.

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San Francisco en meditación de Pedro de Mena

Entre los numerosos discípulos que tuvo, sólo dos, Pedro de Mena y José Mora, tuvieron auténtica personalidad. El primero colaboró con el maestro en el convento del Ángel y estuvo después en Málaga, donde trabajó en la sillería del coro de la catedral. En el Museo de Valladolid se conserva la que ha sido considerada su obra maestra : la Magdalena penitente. También es muy famoso su San Francisco de Asís.

José Mora trabajó algún tiempo en Madrid, pero tuvo que volver a Granada, donde había aprendido, en el taller de Cano, el arte de la escultura. Fue un creador muy desigual. Entre sus obras más notables figuran la Virgen de la Soledad, que se encuentra en la iglesia de Santa Ana, en Granada, y el San Bruno, de la Cartuja.

El Barroco español representó también una reacción contra las formas amaneradas, como ocurrió en Italia con Bernini. Pero además, en España fue, como en todas las artes, la expresión propia de la manera de ser de los artistas.

El nuevo estilo cristaliza con la obra del genial antequerano Pedro Roldán, formado en Granada, en el taller de Alonso Cano, pero cuya obra hay que situar en Sevilla, a donde se trasladó muy pronto para buscar una expresión más en consonancia con su idea de lo que debía ser la escultura. Entre las obras más importantes de Pedro Roldán figuran el retablo mayor del Hospital de la Caridad, en Sevilla, con un grupo que representa el Entierro de Cristo, en esculturas de tamaño mayor que el natural.

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Desposorios místicos de Santa Catalina’, de Luisa Roldán

La hija de este escultor, Luisa Roldán, conocida por la Roldana, fue una digna discípula de su padre, autora de gran número de obras, sobre todo de inimitables figurillas de barro. Entre sus obras más notables figuran el San Miguel del monasterio del Escorial y los Patrones de la catedral de Cádiz, seguramente la más importante de todas sus obras.

También fue discípulo de Roldán el gran escultor Pedro Duque Cornejo, autor de las estatuas del Sagrario, en la cartuja del Paular, del Apostolado de la iglesia de las Angustias, en Granada, y de los relieves de la sillería del coro de la catedral de Córdoba.

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Alonso Cano Eva Catederal de Granada

En la escuela de Alonso Cano se formó Juan Risueño, que con Torcuato Ruiz del Peral representan y definen el barroquismo granadino. Entre las obras más importantes del primero citemos la ,Virgen con el Niño, de la cartuja de Granada, y el Cristo crucificado de Sacromonte. También en Granada, en su catedral, se conserva una magnífica cabeza representando la de San Juan Bautista, obra de Ruiz del Peral.

El imaginero más popular de este periodo barroquista fue sin duda Francisco Salzillo, nacido en Murcia en 1707. Fue un escultor de una rara perfección, pero mal policromista. De ahí que algunas de sus obras tengan un colorido ingrato que muchas veces empaña su belleza.

Entre sus mejores producciones figuran los pasos de Semana Santa, y entre éstos El beso de Judas, que se conserva en Murcia.

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El Beso de Judas de Francisco Salzillo

La mayor parte de la escultura barroca de Cataluña desapareció en 1936. Luis Bonitas, nacido en Valls en 1730, fue sin duda el más grande de los maestros catalanes del siglo XVIII. Su abuelo era escultor y en su taller hizo el joven Luis su aprendizaje. A los veinte años trabajaba ya en un retablo, al que pertenece San Jerónimo, que se conserva en el Museo Diocesano de Tarragona. Otras obras notables suyas son el San Sebastián, de la Academia de San Fernando, la Purísima, del convento de Monjas Mínimas de Valls, y el Cristo atado a la columna, de Selva del Campo.

El más notable de los escultores valencianos de esta época fue Ignacio Vergara, que perteneció a una familia de escultores. Su obra más importante es la portada del palacio del marqués de Dos Aguas de Valencia, considerado como la más bella residencia del Rococó en España, pues tiene muy poco que ver con el Barroco, en el cual, no obstante, se había formado Vergara.

 

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