Por: Antoine de Ravignan
La covid-19 es el ejemplo más reciente de cómo las enfermedades se expanden por la presión de los seres humanos sobre el entorno
¿El origen del coronavirus? Los estadounidenses lo inventaron para debilitar a China. ¡En absoluto! Un enorme laboratorio ha inscrito una patente antes de dejarlo escapar con el fin de forrarse con la vacuna que está preparando… Los desmentidos y las aclaraciones no logran contrarrestar el alud de fake news sobre complots. Más aún porque en Wuhan, epicentro de la epidemia, un laboratorio de investigación biológico trabaja con los virus más peligrosos entre grandes medidas de seguridad y en asociación con Occidente.
La covid-19 surgió en Wuhan y el ser humano sí está en su origen. Pero la causa es más trivial que en las novelas al respecto: uno ovarios contactos entre animales salvajes infectados e individuos entre quienes los capturaron, transportaron, vendieron o compraron.
Wuhan, como otros lugares de China, acoge un gigantesco mercado donde se encuentran todas las criaturas posibles para satisfacer todos los gustos alimentarios posibles: serpientes, perros, civetas, pangolines… en este caso, el culpable sería un pequeño mamífero con escamas muy apreciado por los asiáticos y en extinción.
Para vivir, un virus necesita un huésped que lo aloje sin que lo abata. La presa más evidente es el murciélago.
A este mamífero se le da bien cohabitar con todo tipo de organismos dañinos y vive a menudo cerca de las personas. Sin embargo, las características genéticas del virus que porta el murciélago son tales que su transmisión al ser humano es imposible. El contagio se ha realizado, por tanto, a través de un animal intermediario al que el virus ha logrado adaptarse.
En 2002, una primera epidemia del síndrome respiratorio agudo (SARS, en sus siglas en inglés) surgió en China y se extendió por el resto del mundo. En ese caso, el agente responsable también era un coronavirus, el Sars-Cov.
Y de nuevo, los mercados de animales de la China continental estuvieron detrás de esta epidemia de neumonía vírica. La civeta fue identificada como el eslabón de la cadena entre el huésped del virus y el ser humano.
Fuera entonces la civeta o sea ahora el pangolín, lo que en el fondo importa es una misma realidad la de las enfermedades llamadas zoonóticas, que se transmiten al hombre por un animal y que se están multiplicando en los últimas décadas a resultas de contactos más o menos directos entre animales salvajes que suelen ser portadores de patógenos.
El sida, el ébola, el SARS… son las más famosas. Pero hay muchas otras. Las enfermedades infecciosas emergentes, que aparecen por primera vez o que reaparecen cuando ya habían desaparecido hace tiempo, se han convertido en un reto mayor para la salud pública y movilizan cada vez más a la comunidad científica y médica internacional.
En 1995, el centro de datos especial indo PubMed referenciaba un centenar de publicaciones sobre el tema. En el ario 2017, la cifra se había convertido en 2.800. Toda esta literatura subraya el lugar preponderante de zoonosis en las nuevas enfermedades.
En 2008, un artículo de la revista Nature había listado 330 enfermedades surgidas desde 1940, a un ritmo cuatro veces más rápido a finales del siglo XX en comparación con el final de la II Guerra Mundial. La mayoría (el 60%, según dicho artículo, pero una proporción mucho mayor según otras publicaciones) era de zoonosis y, entre estas, el 72% surgían de la fauna salvaje.
El auge de la agricultura y la ganadería industriales, con un control y una higiene que pueden ser deficientes, donde los animales están estresados, confinados y sometidos a regímenes alimenticios simplificados y cuyas defensas están debilitadas o se mantienen de forma artificial mediante el uso masivo de antibióticos (que plantean problemas formidables de resistencia de los agentes agresores) no es lo único que está en cuestión.
FAUNA SALVAJE
¿Por qué el mundo salvaje, o el que subsiste en zonas tropicales, se acuerda ahora de una humanidad que no ha hecho más que alejarse de él? Estas enfermedades vehiculadas a través de animales salvajes, ¿no han existido siempre? ¿No han sido contraídas siempre por cazadores mordidos de forma accidental, o heridos, o víctimas de arañazos? «En otro tiempo, un cazador podía llevar una enfermedad a su pueblo.
Había unos cuantos muertos, pero el virus no se desplazaba muy lejos’; explica Rodolphe Gozlan, director de investigación del Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD). «Hoy, nos vemos confrontados de inmediato a una epidemia porque la conexión entre las personas es infinitamente más importante.

Parque de Zhongshán-China.
En las zonas tropicales, la presión sobre el medio ambiente es cada vez más fuerte y regular. Y las enfermedades ya no es que se lleven a los pueblos, sino a metrópolis donde se ha disparado la población, y que a su vez cada vez están más en contacto con el resto de un mundo hiperconectado”: Por otra parte, añade el investigador, los sistemas inmunitarios de muchos habitantes de estas zonas de contacto se han debilitado debido a la pobreza o a la contaminación del aire (como en Wuhan), lo que facilita que se expresen patógenos y, por tanto, su transmisión.
La presión humana sobre la fauna salvaje no se reduce a las fantasías gastronómicas o a la creencia entre las clases acomodadas asiáticas de que esos animales que son afrodisíacos. Según el informe mundial sobre biodiversidad publicado en mayo pasado por el Ipbes, la alimentación de 350 millones de personas con ingresos débiles en los países en desarrollo depende de productos procedentes de los bosques.
La captura de fauna salvaje representa, según la misma fuente, el segundo factor de pérdida de biodiversidad terrestre después de la destrucción de los hábitats naturales. Esta destrucción, debido esencialmente a la tala de bosques para la expansión de las superficies agrícolas, es igualmente un factor de diseminación de patógenos. Según Rodolphe Gozlan, «cuando se produce la deforestación, no solo se talan árboles.
Se modifica un hábitat en el que viven animales portadores. Esta fauna se redistribuye por zonas donde el hombre accede de forma mucho más fácil, lo que crea oportunidades de contacto más importantes y que permiten que lleguen a las ciudades los huéspedes de virus y bacterias”.
PERTURBACIONES CLIMÁTICAS
Numerosos estudios establecen una relación entre la fragmentación y la destrucción de los bosques ya difusión de enfermedades. «No se trata de proteger estos bosques solo porque hay en ellos hermosas mariposas. Son también barreras sanitarias para las poblaciones”; subraya Rodolphe Gozlan.
Se sabe que numerosas epidemias como la malaria, la fiebre del valle del Rift, el dengue…) se ven favorecidas por fenómenos climáticos cuya frecuencia podría aumentar con el aumento de la temperatura global. Hay patologías que podrían, pues, expandirse más allá de las zonas tropicales con la subida de las temperaturas y las modificaciones de las precipitaciones.
En las zonas septentrionales, la fundición de territorios de hielo podría liberar patógenos desparecidos, entre los cuales el ántrax.
El coronavirus, como la mayor parte de enfermedades emergentes, es la devolución de la naturaleza, que puede proteger a los seres humanos si estos saben protegerla.
La investigación ha puesto en evidencia el papel que desempeña la diversidad de especies para frenar la transmisión de agentes patógenos. Una mayor biodiversidad favorece un «efecto de dilución» de los patógenos en sus huéspedes, que no infectarán a las personas.
El día después, cuando hayamos ganado, no será un retorno al día anterior. ¿Habremos aprendido que esta crisis es fundamentalmente una crisis ecológica global? ¿Sacaremos las consecuencias de ello? ¿Todas las consecuencias?