JESÚS Y CRISTO.

1-Solekia Llop

 

Por: Soleïka Llop 

CENEFA

Para el hombre de la calle, el nombre de Jesucristo suele evocar la figura de un personaje que nació en los albores de la Era de Piscis hace casi dos mil años. La razón es que el relato bíblico menciona indistintamente a Jesús, a Cristo o a Jesucristo, sin establecer ninguna diferencia entre ellos. Pero para los seguidores de las doctrinas de Max Heindel es preciso distinguir entre Jesús y Cristo, ser y espíritu diferenciados que en un momento determinado se fundieron el tiempo preciso para llevar a cabo la sublime misión que les había sido encomendada, convirtiéndose así en Jesucristo. Esta doctrina, cuyas bases Heindel afirmó haber obtenido en los registros akhásicos, tiene decenas de miles de adeptos en el mundo. Conozcamos su tesis.

SEGÚN el místico occidental Max Heindel, nacido a finales del siglo pasado y mensajero de la Gran Orden Rosacruz fundada en el siglo XIV por Christian Rosenkreutz con el objetivo de arrojar luz sobre la mal comprendida religión cristiana, Jesús fue un ser humano mortal aunque no corriente que vivió bajo distintos nombres y apariencias a lo largo de sus numerosas existencias y cuyo mérito estuvo en ser soporte físico de la entidad espiritual llamada Cristo, fundiéndose así con la divinidad.

Así lo creía también Helio Zendael o Kabaleb, uno de los más ilustres cabalistas de nuestro tiempo y continuador en Europa de la obra de Max Heindel. Su obra, que siempre afirmó se debía a la iluminación y a las revelaciones particulares que aseguró haber tenido a lo largo de toda su vida, le llevó a escribir cerca de cuarenta libros (muchos de ellos aún sin publicar) sobre temas tan diversos como tarot cabalístico, masonería, numerología, astrología empresarial, cábala, astro-cábala, interpretación de sueños, el Génesis, el Apocalipsis y los Evangelios, obras traducidas a cuatro idiomas. También creó y fundó la Escuela Trascendentalista Universal (ETU), desde la que difundió sus enseñanzas a varios países.

Según ambos personajes, Jesús, aunque de condición mortal, no era un individuo corriente sino un ser que poseía una gran pureza de corazón y de mente, tanta que era el más evolucionado a nivel espiritual de todos los que poblaban la Tierra en aquel momento y que en el transcurso de sus numerosas vidas anteriores había estado preparándose para alcanzar el mayor honor y responsabilidad a los que puede aspirar un ser humano: ser el soporte físico de la personalidad crística. Por supuesto, a esa preparación también tuvo que someterse María, madre de Jesús.

2-Bautismo de Jesús.metirta.online

Bautismo de Jesús.

EL NACIMIENTO SIMBÓLICO

En todo caso, el alumbramiento de Jesús tuvo una significación simbólica que trascendió el mero hecho físico. Así, el nacimiento del niño-Dios simboliza el nacimiento en nuestro fuero interno de un futuro Rey (o tendencia espiritual) capaz de gobernar todas las demás tendencias cuando alcance en nosotros su punto crístico de madurez. Es obvio que ello implica una terrible amenaza para las tendencias e inclinaciones negativas que anidan en nuestro interior, las que nos llevan a odiar, a envidiar, a ser codiciosos, competitivos, etc. Y éstas, como es lógico, también tienen su líder o tendencia-madre, simbolizado en él relato evangélico por el rey Herodes.

Dicho de otro modo, el lado oscuro de nuestra naturaleza se moviliza siempre que ve amenazado su reinado en nosotros; por ejemplo, cuando decidimos elevar nuestras vibraciones (abandonando algún vicio o cultivando pensamientos y sentimientos sublimes), y procura como sea aniquilar a esa joven tendencia, a ese niño divino que pretende acabar con todo lo negativo. Herodes representa, pues, los poderes nacidos de la vida social, con todos sus valores materiales y el bienestar ficticio que implican. Y la personalidad espiritual, cuando se manifiesta en todo su esplendor, nos lleva a alejarnos de los valores efímeros y de todo lo que constituye la felicidad del hombre profano, o sea, a derrocar a Herodes en nosotros.

Pero este levantamiento sólo es posible cuando el bebé, el espíritu naciente, ha crecido y adquirido fuerza en nuestra psique. Por ello, el enfrentamiento contra Herodes tiene que ser progresivo y discreto, por lo que María y José se llevaron el niño a Egipto, evitando así su muerte. Es decir, que la personalidad sagrada y la profana no pueden mezclarse, hay que separarlas. Una persona que bebe, fuma y come en exceso, amén de cultivar toda una serie de bajas pasiones, no puede pretender de repente echar por la borda todas estas actitudes negativas, porque sería como despojarse de la mitad de su piel.

Si desea elevarse, tiene que ir renunciando de forma pausada y progresiva a todo lo que la perjudica hasta conseguir el cambio total. Una forma discreta de «llevarse el niño a Egipto» (de alejarse de lo profano sin tener que soportar las consecuencias de sus furias) puede consistir en dedicar cada día unos minutos a la manifestación de lo sagrado. Podemos empezar por cinco minutos de meditación diarios y luego ir ampliando a diez, y así sucesivamente hasta lograr que el niño divino vaya creciendo y extendiendo su poder en nuestra psique y nuestras costumbres.

 

CONSTRUCCIÓN DEL TEMPLO INTERNO

La espiritualidad necesita que le reservemos una morada en nuestro interior que tiene que ser construida a imagen de una de sus representaciones simbólicas exteriores: el Templo de Salomón; es decir, debe ser construida sin ruido de martillos, sin aspavientos, hasta que se transforma en una fortaleza indestructible capaz de resistir a todos los embates herodianos. Muchos lectores se preguntarán qué significado y, sobre todo, qué utilidad puede tener esta construcción psíquica.

¿Acaso implica recluirse en un convento para pasarse el día rezando y elevando cánticos a la gloria divina, o bien irse a vivir a lo alto del Himalaya y dedicarse exclusivamente a meditar y hacer viajes astrales? Puede ser una opción, pero es evidente que existen formas muy diversas de vivir la espiritualidad como, por ejemplo, estudiar los mecanismos que mueven la máquina del universo para evitar el error, por común no menos grave, que consiste en pilotar nuestro vehículo humano sin licencia, sin un mínimo de conocimientos sobre las leyes de la circulación cósmica.

En efecto, el Cosmos, igual que las carreteras, tiene sus «stop», sus «ceda el paso», sus vías preferentes, calles sin salida, prioridades, vías alternativas, flechas para indicar el sentido obligatorio de la marcha, señales para anunciar toda clase de peligros, limitaciones de velocidad… Pero como se trata de indicadores que no están pintados en el suelo o pegados a un poste, no sabemos de su existencia y no les hacemos ningún caso.

 

CONEXIÓN CON LA ENTIDAD CRÍSTICA

Nos dicen las Escrituras que Jesús, a la edad de treinta años, acudió a Juan para que lo bautizara, quien vio cómo el espíritu de Dios descendía sobre Jesús en forma de paloma mientras una voz decía: «Este es mi Hijo bien-amado, en el que he puesto todo mi afecto». El episodio describe la unión de Jesús y Cristo. Dicho bautismo supuso la firme voluntad por parte de Jesús de abandonar las realidades mundanas para vincularse a la espiritualidad.

Fue para él como la reafirmación de su deseo de recibir a Cristo, y Cristo acudió a él. En un universo regido por la libertad es necesario que exista en el individuo no sólo la capacidad para hacer algo, sino también el deseo expreso de hacerlo. Un espíritu inmortal cuya morada se encuentra en el Sol, pero que decidió, de mutuo acuerdo con los mentores de la época, manifestarse en la Tierra con unos propósitos bien definidos.

 

CRISTO LE PIDIÓ A JESÚS QUE LE «PRESTARA» SU CUERPO

Todos los seres humanos poseen básicamente tres cuerpos: el físico, el emotivo (también llamado cuerpo de Deseos o cuerpo Astral) y el mental. Pero los seres inmediatamente superiores, como los Ángeles y Arcángeles, carecen del primero, constituyendo su vehículo más inferior el cuerpo Astral. Esto es, más o menos, lo que le ocurría a la entidad llamada Cristo. Tenía el poder de construirse un cuerpo de Deseos y funcionar en él, pero ése era el vehículo más inferior en el que era capaz de manifestarse ya que no podía descender más.

3-La transfiguración.metirta.online

La transfiguración.

Para encarnarse y cumplir con su misión, requería por tanto la colaboración de un ser humano dispuesto a prestarle su cuerpo, pero tenía que tratarse de un vehículo capaz de soportar su altísima vibración sin desintegrarse, y el único que podía cumplir con este requisito era el de Jesús de Nazaret. Este prestó, pues, su entidad humana, su cuerpo vital y su cuerpo físico al Cristo, y mientras tanto su cuerpo de deseos el de Jesús permaneció en el Astral. Por lo tanto, todo el tiempo que duró el mandato de Cristo unos tres años Jesús se mantuvo poseído por el espíritu crístico.

 

¿POR QUÉ ESPERÓ TANTO EL CRISTO PARA MANIFESTARSE?

La pregunta que surge casi de forma automática es la razón por la que el Cristo esperó a que Jesús alcanzara la edad de treinta años para manifestarse, y por qué fue tan corta su intervención, ya que finalizó tres años más tarde con la disolución del cuerpo físico de Jesús. Según Max Heindel, esta tardanza fue debida a que Jesús tenía que vivir, como cualquier ser humano, un proceso de recapitulación de los defectos y errores que cometió en sus anteriores vidas; tenía que ser tentado para que su Ego superior pudiera comprobar que no volvía a tropezar con las mismas piedras.

También le tomó algún tiempo purificar completamente su vehículo físico de manera que fuera apto para soportar la alta vibración crística. Pero la corta duración de la manifestación humana del Cristo se debió principalmente a que, tanto para Él como para Jesús, suponía un inmenso sacrificio permanecer juntos. En efecto, para el espíritu crístico el cuerpo de Jesús, aun siendo el de un alto iniciado, era como una escanfandra de astronauta, un habitáculo estrecho e incomodísimo del que uno desea liberarse en todo momento. Y para el vehículo físico Jesús, la situación era la misma, pero a la inversa.

De hecho, en numerosas ocasiones ambas entidades sintieron la necesidad de separarse. Eso podría ser lo que ocurrió, por ejemplo, cuando los discípulos (los cuales habían desarrollado la visión etérica) vieron a Jesús caminar sobre las aguas: fue el espíritu de Cristo el que salió a tomarse un respiro. Si no se hubiese permitido este descanso de vez en cuando, el cuerpo de Jesús se hubiera desintegrado antes de que finalizase el ministerio de los tres años. Cuando dicho proceso ocurría, su vehículo físico permanecía bajo la estrecha vigilancia de un grupo de ángeles, que impedían que entidades del bajo Astral tomaran posesión de su vehículo vacío.

 

LA MISIÓN DE CRISTO

Ya hemos visto que la misión de Jesús consistió, principalmente, en preparar y ofrecer su vehículo para que el espíritu divino se manifestara a través de él. Quienes posean ciertas nociones acerca de la organización cósmica y sepan que por encima del hombre existen infinidad de jerarquías superiores desprovistas de cuerpo denso y que, sin embargo, actúan sobre el mundo físico desde las alturas, tal vez se pregunten por qué el Cristo, si ora tan elevado su nivel evolutivo, no pudo actuar desde arriba, desde la otra dimensión, necesitando aparecer en la Tierra con un cuerpo prestado.

Pondremos un ejemplo sencillo y muy gráfico para facilitar la comprensión de esta idea. Sabemos que la compañía telefónica ha logrado unos adelantos extraordinarios y puede ofrecer a sus usuarios servicios de lo más sofisticado, ya que tiene poder y medios para ello. Pero para acceder a todas estas maravillas de la técnica no podemos pasar por alto un pequeño aunque obligado detalle: es necesario estar conectados a la red. Si carecemos de la conexión, nos quedamos sin poder disfrutar de sus inmensas ventajas. Si sustituimos el concepto de «Compañía Telefónica» por el de «Organización Divina» habremos de concluir que, en efecto, antes de la llegada de Cristo el hombre poseía cuerpos superiores, pero no estaban hechas las conexiones y sólo unos cuantos iniciados o elegidos tenían acceso a su Ego superior gracias a la ayuda de unos guías espirituales.

Era, pues, necesario que interviniera un «operario» que instalara los «cables» para que todos los seres humanos pudieran tener acceso a la iniciación y entrar en contacto con sus vehículos superiores. Puesto que semejantes «cables» no pueden verse ni tocarse, sino que se trata de una conexión muy sutil, son realmente muy pocas las personas que han comprendido el verdadero alcance de la misión crística, tan escasas como las que están informadas acerca de la existencia de los Archivos Akhásicos.

 

CRISTO CAMBIÓ RIGOR POR AMOR

En aquella época imperaban las religiones de raza y el Cristo vino a rescatar a la Humanidad del sometimiento a Jehová, a salvarla del rigor. En efecto, los judíos adoraban a ese Dios de raza que los castigaba cuando no se plegaban a sus durísimas exigencias. Bajo el régimen de Jehová, el egoísmo fue inculcado a la humanidad para ayudarla a evolucionar: tenía que conquistar el mundo y para ello era necesario que desarrollara la individualidad, por lo que la Tierra fue dividida en naciones y en razas. El hombre debió aprender a cultivar un «yo» antes de que pudiera llegar a ser realmente desinteresado y comprender el aspecto superior de la fraternidad universal; es decir, que antes de alcanzar la suprema unidad, hay que vivir la separatividad hasta sus límites.

Habiendo adquirido dominio sobre todas las cosas, el hombre fue estimulado a adquirir posesiones. Favores materiales, ganados y tierras fueron dados como recompensa a la obediencia de los dictados de Jehová. Por el contrario, si se transgredían sus mandatos aparecían el hambre, la peste y otras calamidades. De esa forma, el egoísmo y la búsqueda del propio interés se pusieron de relieve y las buenas obras, que son la base de la vida celeste cuando se progresa espiritualmente, fueron descuidadas.

4-La anunciación.metirta.online

La anunciación.

Cuanto más inteligentes se hacían los pueblos, mayor fue su astucia y los seres humanos sólo anhelaban los tesoros de la Tierra. El cuerpo se fue cristalizando cada vez más y si hubiese seguido así, la evolución se habría detenido. Para impedir esa calamidad, el Cristo vino a proclamar otro reino, el del Padre, en el cual todos los hombres de la Tierra tienen cabida, cualquiera que sea su raza o situación personal. El reino de Jehová estaba plagado de reglas, leyes, prescripciones, juramentos y amenazas; el del Padre, por el contrario, es todo bondad y amor. El Dios proclamado por el Cristo no conducirá los carros al combate ni los ejércitos a la victoria para establecer en el mundo tronos temporales.

Su reino no es de este mundo y sólo puede alcanzarse mediante victorias morales y no físicas. El Cristo tenía por principal objetivo enseñar a los hombres que dieran prioridad a la emancipación intelectual y a la regeneración espiritual. Una de sus enseñanzas más profundas y revolucionarias es la que nos presenta a Dios como un Padre amoroso y no como un celoso tutor que distribuye por doquier recompensas y castigos. Era la primera vez que el Creador aparecía en términos de relación personal y no colectiva, y también fue la primera ocasión en que se oyó decir que el Reino de Dios no tenía un carácter material, sino espiritual. El Cristo dejó dicho de forma bien clara y concisa que el hombre no necesita intermediarios para entrar en contacto con Dios, con  su divinidad interna, aunque a la vista está que la Iglesia católica no lo comprendió así.

 

¿POR QUÉ EN LA NACIÓN JUDIA?

El judío era entonces el más influyente de todos los pueblos semíticos y estaba esparcido por el mundo entero. Su cultura se encontraba altamente cualificada para difundir de forma eficaz una nueva religión, tanto en Oriente como en Occidente. En cualquier nación, el Cristo se hubiera encontrado con los mismos problemas, pero entre los judíos era más intenso si cabe. Ningún pueblo como ellos se sentía «elegido» por la divinidad para realizar una misión redentora, de modo que si la doctrina crística universalizadora lograba imponerse allí donde todo era más difícil, también triunfaría en los pueblos en los que las gentes se mezclaban y donde no existía un prejuicio de raza tan arraigado como entre los judíos. La Israel histórica era entonces, como lo sigue siendo ahora, la parte en que las nubes son más densas y, por lo tanto, aquella en que aparece el arco iris que anuncia el final de la tormenta.

La vida de Jesús fue mucho más que una simple y hermosa referencia histórica, como muchos la consideran, y constituye un itinerario obligado que todos los seres humanos están llamados a recorrer en un momento u otro de su existencia, ya que el nacimiento espiritual es uno de los objetivos de toda vida humana, seamos o no conscientes de ello. Constantemente nacen en nosotros nuevas tendencias (niño-Jesús) que deben ocultarse de las que en ese momento reinan en nuestra personalidad profana (Herodes), y que si son positivas serán adoradas por nuestra voluntad, nuestro amor y nuestra inteligencia (los tres Reyes Magos) y pueden, si lo deseamos con la suficiente fuerza, llegar a reinar (Cristo) en nuestra psique para transformar nuestra vida. Por ello cada 25 de Diciembre, cuando el niño-Dios nace en Belén, nos invita a que nos preguntemos si valdría la pena ceder nuestro cuerpo, al igual que lo hizo Jesús, dejando que el Cristo tomara posesión de él para realizar su obra; es decir, si seríamos capaces de renunciar a todas las apetencias materiales y efímeras para permitir la manifestación de nuestro Yo superior.

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