FÉNIX.

El ave fénix es uno de los seres más misteriosos que existen o han existido en la realidad o en la imaginación de los hombres, cuyas fronteras no siempre son fáciles de distinguir. Su nombre es toda una leyenda, y demasiados hombres sabios han escrito sobre él como para que nosotros neguemos su existencia.

Según Heródoto, a quien informaron los egipcios de Heliópolis, el aspecto del fénix era muy similar al de un águila, con el que se confunde, aunque el ave fénix es mucho más grande y posee una cola de plumas llameantes. Pero sin duda lo más característico de esta criatura, única en su especie, es su capacidad de regeneración a partir de sus propias cenizas. Así lo constata el propio Heródoto, pero también Ovidio, Tácito, Plinio o Claudiano, este último ya a finales del siglo IV de nuestra era. Otras importantes figuras de la genialidad de todos los tiempos se hicieron eco del mito y así lo dejaron escrito en sus obras inmortales, como Dante, Shakespeare, Quevedo o Milton.

Sigue siendo un misterio el lugar en el que vive, pero algunas fuentes aseguran que reside en algún lugar de Arabia, Libia o Etiopía. Lo que sí parece ser cierto es que cada 500 años visitaba el Santuario del Sol, en Heliópolis, Egipto, para depositar allí, junto a un resto de cenizas, la pira de la inmortalidad en la que había muerto y vuelto a nacer.

 Según nos contó Ovidio, al ave fénix se le podía ver cada 500 años en el Santuario del Sol de la ciudad egipcia de Heliópolis, donde iba para cumplir con una vieja tradición. El fénix, nos cuenta el poeta romano, no se alimenta de otros animales, y ni siquiera de granos o hierbas, sino de incienso y resinas aromáticas. Pasa su vida en algún lugar recóndito de Arabia, Libia o Etiopía, oculto a la curiosidad de los hombres y, cuando se cumplen los 500 años que le están destinados, prepara la pira en la que terminará inmolándose.

FÉNIX

En lo alto de una palmera o entre las ramas de un roble, va reuniendo espigas de nardo, canela y mirra, y cuando tiene construido el nido lo enciende con un golpe de sus plumas. Entonces, de las cenizas renace un nuevo fénix que vive otros 500 años, y que tan pronto como se lo permiten sus fuerzas cumple con la tradición de llevar al Santuario de Heliópolis el nido con los restos de cenizas que le han servido de sepulcro y de cuna.

¿Cuántos años vive el fénix? Si hemos de creer a Heródoto y a Ovidio, la vida de esta criatura abarca 500 años, pero según otras fuentes, la cronología del fénix es más compleja. El romano Plinio, por ejemplo, que seguía en esto a Manilio, afirmó que vive lo que se llama un año platónico, que es el tiempo que tarda el Sol, la Luna y los cinco planetas que se conocían en su época en volver a su posición inicial, donde ya asoma la idea de regreso a la forma primigenia.

 Pero es que en El libro de los seres imaginarios, Borges nos da un dato exacto, al revelarnos que, para Tácito, el fénix vivía 12.994 años, que es una cifra muy significativa si tenemos en cuenta que para los antiguos, una vez transcurrido este ciclo astronómico, la historia de la humanidad volvía a repetirse en todos sus detalles, ya que volvían a darse los mismos influjos planetarios. Vemos aquí, de nuevo, la idea de retorno.

Con todos estos antecedentes, no nos debe extrañar que en los bestiarios medievales, influidos por el cristianismo, el mito del fénix cobrara un nuevo impulso y se convirtiera en símbolo de la resurrección. Efectivamente, el fénix convierte su muerte en un renacimiento, en una vida nueva.

Saber más del ave fénix   

En un pasaje famoso de Heródoto, Este nos hace la siguiente confidencia, que podemos creer o no: »Otra ave sagrada hay allí que sólo he visto en pintura, cuyo nombre es el de fénix. Raras son, en efecto, las veces que se deja ver y tan de tarde en tarde, que según los de Heliópolis, solo viene a Egipto cada 500 años.,

En Enrique VIII un, acto V, escena IV; afirma Shakespeare: »Y esta paz no dormirá con ella en la sino que, igual que cuando muere esa ave maravillosa, la virginal fénix, un nuevo heredero tan grande y tan admirable con» él mismo renacerá de sus cenizas».

El escritor romano Plinio, que creía en la existencia del fénix, siempre se burló de los terapeutas que prescribían curaciones imposibles a partir de ungüentos fabricados con la supuesta ceniza del ave.

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