EVANGELIOS DE LA PASIÓN Y LA RESURRECCIÓN
El grupo de los apócrifos sobre la pasión y la resurrección de Jesús contiene tres bloques fundamentales: el Evangelio de Pedro, el largo y variado Ciclo de Pilato y el Evangelio de Bartolomé. Se trata de obras consideradas como traducciones o elaboraciones sobre originales griegos, que contienen un núcleo de una notable antigüedad: pueden datar del siglo II d. de. C.
1.-Evangelio de Pedro
Autor: Desconocido. Fecha probable de composición: Hacia el 130.
Lugar de composición: Desconocido.
Lengua original: Griego.
Fuente: Papiro de Akhmim, en griego, probablemente de los siglos VIII/IX.
El Evangelio de Pedro fue descubierto el año 1887 en la tumba de un monje egipcio de la antigua Panópolis (hoy Akhmîm, Alto Egipto). Formaba parte de un conjunto de escritos que contenían restos del Apocalipsis de Pedro y del Libro 1.° de Henoc. Anteriormente sabíamos de la existencia de este evangelio por un par de texto: de Orígenes y de Eusebio de Cesarea, y una noticia del obispo Serapión de Antioquía. Es conocido también como Fragmento de Akhmîn por el lugar concreto en el que fue hallado. El fragmento que ofrecemos forma parte del antiguo Evangelio de Pedro, descrito por Serapión (190-211), cuyos datos coinciden exactamente con el texto del fragmento que traducimos.
A pesar de lo que se ha mantenido en tiempos recientes, sobre todo por miembros del denominado «Jesus Seminar», parece bastante clara la dependencia del Evangelio de Pedro de los evangelios canónicos, tanto en la forma como en el contenido, al menos en la forma que ha sido descubierto en Akhmîm. La reconstrucción de un núcleo anterior a este fragmento parece muy hipotética.
El autor se permite un uso un tanto arbitrario de sus fuentes. A pesar de todo, el Evangelio de Pedro parece una obra ortodoxa, escrita en Siria, aunque en lengua griega. Su contenido doctrinal y las referencias a autores antiguos señalan el siglo II como su época más probable de composición. El texto delata una admiración sin límites por la personalidad de Pedro, que se presenta a sí mismo en el capítulo final de la obra: «Yo, Simón Pedro, y mi hermano Andrés», pero que ya había sido mencionado en el capítulo 26 en compañía de otros compañeros.
El número dado a los versículos es meramente convencional, pues la obra está truncada al principio y al final.
Jesús en manos de los judíos
1 Ninguno de los judíos se lavó las manos, ni Herodes ni cualquiera de sus jueces. Y como no querían lavarse, se levantó Pilato.
2 Entonces el rey Herodes ordena que se apoderen del Señor, diciéndoles: «Haced con él todo lo que os he mandado que hagáis».
José de Arimatea solicita el cuerpo de Jesús
3 Estaba por allí José, el amigo de Pilato y del Señor. Y sabiendo que iban a crucificarlo, se dirigió a Pilato y le pidió el cuerpo del Señor para sepultarlo.
4 Pilato envió un recado a Herodes para pedirle el cuerpo (del Señor).
5 Herodes respondió: «Hermano Pilato, aun cuando nadie lo hubiera solicitado nosotros le hubiéramos dado sepultura, ya que el sábado es inminente. Y está eso d en la Ley: «Que el sol no se ponga sobre un ejecutado». Y se lo entregó al pueblo el día anterior al de los Ácimos, que era su fiesta.
Jesús, objeto de escarnio
6 Ellos, tomando al Señor, le daban empujones a la carrera y decían: «Arrastremos al Hijo de Dios, pues ha caído en nuestro poder».
7 Lo revistieron de púrpura y lo hicieron sentarse sobre el trono del juicio, diciendo: «Juzga con justicia, rey de Israel».
8 Uno de ellos trajo una corona de espinas y la puso sobre la cabeza del Señor.
9 0tros de los presentes le escupían en el rostro, otros le daban de bofetadas en las mejillas, otros lo golpeaban con una caña y algunos lo azotaban, diciendo: «Con este honor honremos al Hijo de Dios».
Crucifixión
10 Llevaron a dos malhechores y crucificaron al Señor en medio de ellos. Pero él callaba como si no sintiera dolor.
11 Cuando enderezaron la cruz, escribieron sobre ella: «Este es el rey de Israel».
12 Colocando sus vestiduras delante de él, las dividieron en lotes y las echaron a suerte entre ellos.
13 Uno de aquellos malhechores los increpó, diciendo: «Nosotros padecemos esto por las maldades que hemos hecho; pero este, que es el Salvador de los hombres, ¿qué mal os ha hecho?
14 Indignados contra él, mandaron que no se le quebraran las piernas para que muriera entre tormentos.
Jesús en la cruz
15 Era mediodía cuando la oscuridad se extendió por toda Judea. Se alborotaron llenos de angustia temiendo que el sol se pusiera, pues todavía vivía. Porque les está prescrito: «Que no se ponga el sol sobre un ajusticiado».
16 Uno de ellos dijo: «Dadle a beber hiel con vinagre». Y hecha la mezcla, se la dieron a beber.
17 Cumplieron todas las cosas y dieron fin a las maldades que pendían sobre sus cabezas.
18 Muchos daban vueltas por allí con antorchas creyendo que era de noche, y cayeron en tierra.
19 El Señor levantó la voz, diciendo: «Fuerza mía, fuerza mía, me has abandonado». Dicho esto, fue llevado a lo alto.
20 En aquel momento se rasgó en dos el velo del templo de Jerusalén.
Descendimiento y sepultura
21 Entonces retiraron los clavos de las manos del Señor y lo depositaron en tierra. Y la tierra entera tembló y sobrevino en gran temor.
22 Entonces brilló el sol, y resultó que era la hora de nona.
23 Se alegraron los judíos y entregaron a José el cuerpo de Jesús para que lo enterrara, pues había visto todo el bien que había hecho.
24 Tomó, pues, el cuerpo del Señor, lo lavó, lo envolvió en una sábana y lo introdujo en su propia sepultura, llamada Jardín de José.
Duelo por Jesús
25 Entonces, los judíos, los ancianos y los sacerdotes, conociendo cuánto mal se habían hecho a sí mismos, empezaron a lamentarse y a decir: «¡Ay de nuestros pecados! Está cerca el juicio y el fin de Jerusalén».
26 Yo estaba triste junto con mis compañeros, y heridos en nuestro propósito, permanecíamos ocultos. Porque éramos buscados por ellos como malhechores y como si quisiéramos prender fuego al Templo.
27 Por todas estas cosas, ayunábamos y estábamos lamentándonos y llorando noche y día hasta que llegó el día del sábado.
Guardias en el sepulcro
28 Se reunieron entre sí los escribas, los fariseos y los ancianos, al oír que el pueblo entero murmuraba y se golpeaba el pecho diciendo: «Si a la muerte de este hombre han sucedido estos signos tan grandes, ved cuán justo debe ser».
29 Los ancianos tuvieron miedo y fueron a Pilato, suplicándole y diciendo:
30 «Danos soldados, para que custodien su sepultura durante tres días, no sea que vengan sus discípulos, lo roben y el pueblo crea que ha resucitado de entre los muertos y nos haga a nosotros algún mal».
31 Pilato les entregó a Petronio y a un centurión con soldados para que custodiaran la tumba. Con ellos vinieron también al sepulcro sacerdotes y escribas.
32 Rodando una gran piedra todos los que allí estaban con ayuda del centurión y soldados, la pusieron a la puerta del sepulcro.
33 Y después de grabar siete sellos y de plantar allí una tienda, se quedaron guardia.
Resurrección
34 Cuando clareaba la mañana del sábado, vino una multitud de Jerusalén y sus rededores para ver el sepulcro sellado.
35 Pero en la noche que daba paso al domingo, estando los soldados de guardia de dos en dos, se oyó una gran voz en el cielo.
36 Y vieron los cielos abiertos y dos varones que descendían desde allí, rodeados de un gran resplandor, que se acercaban al sepulcro.
37 Aquella piedra que habían dejado sobre la puerta, rodando espontáneamente, se retiró a un lado; la tumba quedó abierta y ambos jóvenes entraron en ella.
Testigos de la resurrección. La cruz parlante
38 Entonces, al verlo aquellos soldados, despertaron al centurión y a los ancianos, pues también ellos estaban allí de guardia.
39 Mientras ellos explicaban lo que habían visto, ven salir del sepulcro a tres varones, dos de los cuales ayudaban al otro, y una cruz los seguía.
40 La cabeza de los dos primeros llegaba hasta el cielo, pero la del que era conducido por ellos sobrepasaba los cielos.
41 Oyeron una voz que venía de los cielos y decía: «¿,Has predicado a los que duermen?».
42 Y se oyó desde la cruz una respuesta: «¡Sí!»
Los guardias obligados al silencio
43 Discurrían, pues, entre ellos sobre la idea de dirigirse a Pilato y manifestarle aquellas cosas.
44 Cuando todavía estaban reflexionando, aparecen de nuevo los cielos abiertos, baja un hombre que entra en el sepulcro.
45 Al ver esto los que estaban con el centurión, fueron de noche a toda prisa a Pilato dejando el sepulcro que custodiaban. Y explicaron con gran angustia todo lo que habían visto diciendo: «Verdaderamente era Hijo de Dios».
46 Pilato les dio esta respuesta: «Yo estoy limpio de la sangre del Hijo de Dios. A vosotros esto os pareció bien».
47 Después, acercándose todos, le pidieron y suplicaron que ordenara al centurión y a los soldados que no dijeran a nadie lo que habían visto.
48 «Pues nos conviene —decían ser reos del mayor pecado delante de Dios que caer en manos del pueblo de los judíos y ser apedreados».
49 Mandó, pues, Pilato al centurión y a los soldados que no dijeran nada.
Las mujeres van al sepulcro
50 En la mañana del domingo, María Magdalena, discípula del Señor —temerosa por causa de los judíos, pues estaban inflamados de ira—, no había hecho en el sepulcro del Señor lo que acostumbran a hacer las mujeres con los difuntos y con sus seres queridos.
51 Tomando consigo a sus amigas, fue al sepulcro donde Jesús había sido enterrado.
52 Tenían miedo de que las vieran los judíos, y decían: «Aunque no pudimos llorar y lamentarnos en aquel día en que fue crucificado, hagámoslo al menos ahora junto a su sepulcro.
53 Pero ¿quién nos correrá la piedra, colocada ante la puerta de la sepultura, para que podamos entrar, sentarnos junto a él y hacer lo que es debido?
54 Porque la piedra era grande y tenemos miedo de que nos vea alguien. Pero si no podemos, dejemos aunque sea junto a la puerta lo que traemos para memoria suya; luego lloramos y nos lamentamos hasta que regresemos a nuestra casa».
El sepulcro vacío
55 Marcharon, pues, y encontraron abierto el sepulcro. Se acercaron a echar allí una ojeada. Y ven allí un joven sentado en medio del sepulcro, hermoso y revestido con ropa brillantísima, el cual les dijo:
56 «¿A qué habéis venido? ¿A quién buscáis¿ ¿Acaso a aquel que fue crucificado? Ha resucitado y se ha ido. Y si no lo creéis, asomaos y ved que no está en el lugar donde yacía. Pues ha resucitado y se ha marchado allá de donde fue enviado».
57 Entonces las mujeres, llenas de temor, huyeron.
Los apóstoles regresan a sus casas
58 Era el último día de los Ácimos, y muchos se marchaban de vuelta a sus casas una vez acabada la fiesta.
59 Nosotros, los doce discípulos del Señor, llorábamos y estábamos tristes. Y cada uno, afligido por lo ocurrido, se retiró a su casa.
60 Yo, Simón Pedro, y mi hermano Andrés, tomando las redes, nos fuimos al mar. Con nosotros estaba Leví, el hijo de Alfeo, a quien el Señor…
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