Por: Chistian GrataloupEL HECHO DE QUE LA MUNDIALIZACIÓN AFECTE A TODAS LAS SOCIEDADES DEL MUNDO HA PROVOCADO QUE EN TODAS PARTES SURJAN FUERZAS EN BUSCA DE LA DIFERENCIACIÓN: REGIONALISMOS, SOBERANISMOS, MOVIMIENTOS IDENTITARIOS, FUNDAMENTALISMOS RELIGIOSOS…,
En el siglo XIX, los distintos centros europeos se acercaron de forma repentina. La reducción de las distancias gracias al ferrocarril y al telégrafo y, posteriormente, al teléfono y al automóvil hizo que el continente se volviese mucho más pequeño que antes de la Revolución Industrial.
Sin embargo, de forma simultánea se fueron construyendo las distintas estructuras nacionales. A medida que Europa se unía más económicamente, también se fragmentaba más políticamente.
El siglo XX vio cómo este fenómeno se mundializaba. Las descolonizaciones, la fragmentación del imperio soviético, multiplicaron los Estados y reforzaron las sociedades locales.
Las secesiones son siempre más frecuentes que las fusiones y ese proceso ha continuado durante el siglo XXI (Sudán del Sur no va a ser, sin duda, el último Estado de nueva creación). Este binomio unificación/fragmentación es sin duda una característica existencial de la economía capitalista.
La reglamentación y la gobernanza de la organización social, que ha adoptado la forma de nación-Estado europeo, siempre implica una proximidad. El intercambio económico y financiero no deja de mundializarse, aprovechándose de la diversidad de las situaciones locales. Pero si la fragmentación social y política favorece la unificación económica, de forma recíproca esta última contribuye a producir constantemente diversidad. Cuanto más evidente se hace la consciencia del nivel mundial, más se afirman las voluntades de identificarse de forma particular.
Puede tratarse de resurgimientos lingüísticos, aunque para ello se tengan que construir lenguas estandarizadas que en realidad nunca habían existido.
Desde los primeros pueblos de América a los africanos, muchas sociedades poscoloniales reconstruyen su pasado y sueñan con (re)encontrar una identidad, a menudo imaginaria, que habría permanecido oculta.
La forma más espectacular de ello, ya que alcanza al conjunto de la vida cotidiana, es de orden religioso: el islam reinventado en una pureza original imaginaria propone una inversión de la mundialización occidental.
Surge entonces el riesgo de una lectura del mundo en civilizaciones herméticas unas con respecto a otras, necesariamente competidoras y destinadas a enfrentarse. La construcción de una mundialización más social, política y cultural que económica tiene dificultades a la hora de responder a tal perspectiva.
Sin embargo, aunque está claro que las necesidades de gestión del planeta son apremiantes, las grandes potencias son las primeras en resistirse a las tentativas de gobernanza global.
Así, las zonas grises, fuera de todo control del Estado, se extienden: aunque los medios de transporte son mucho más rápidos y económicos hoy que hace medio siglo, la «ruta» entre Londres y Katmandú se ha vuelto mucho más difícil y peligrosa…