ANÁLISIS CRÍTICO DE BÉATRICE GIBLIN Especialista en Geopolítica.
La hegemonía de la cultura estadounidense ha provocado la recuperación de culturas regionales, incluso locales. Una renovación muy a menudo percibida como forma de resistencia.
La mundialización fue en su origen un proceso financiero y económico iniciado por firmas estado-unidenses llamadas «multinacionales» porque sabían explotar en el máximo beneficio de sus intereses los diferentes mercados, ya se tratara de producir, vender o especular.
Esta representación, establecida al principio, de una mundialización al servicio del capitalismo estadounidense ha contribuido a crear otra representación: la de la hegemonía del modelo estadounidense, incluso en el ámbito de la cultura, lo que conduciría inexorablemente a una homogenización cultural en detrimento de la diversidad de las culturas nacionales.
En este sentido, el libro de Frédéric Martel, Cultura Mainstream: Cómo nacen los fenómenos de masas (Ediciones Taurus, 2011), pretende ser una demostración de esta hegemonía cultural estadounidense. Pero el innegable éxito de ciertas obras, películas o géneros y formaciones musicales estadounidenses no significa sin embargo que haya desaparecido necesariamente toda cultura nacional, ni tampoco que estos «productos» representen a toda la cultura norteamericana.
Además, el desarrollo de la mundialización ha contribuido a la emergencia de nuevas potencias como China y la India. Ahora bien, teniendo en cuenta el respectivo peso demográfico de cada una de ellas y su enorme potencial de crecimiento económico, es posible imaginar que a corto o largo plazo sean los productos culturales concebidos en Asia los que seducirán en todas partes del mundo.
Este hecho podría dar lugar a una representación menos negativa que la inicial, que asistiría con esta difusión planetaria de productos culturales a la emergencia de una cultura universal compartida por los hombres y las mujeres del conjunto del planeta.
Pero, antes de que alcancemos este otro estadio de la mundialización, la aparición de nuevas potencias contribuye a una mayor difusión de ciertos aspectos de sus culturas nacionales. Éste es el caso de la música que, por encima de cualquier otro ámbito artístico, se difunde rápida y fácilmente, como muestra el éxito de la música latinoamericana, en particular la brasileña, que representa la imagen del éxito del mestizaje.
Por otra parte, el rechazo a permitir que se instale una cultura hegemónica puede significar la voluntad de resistirse. Las instituciones europeas apoyan desde 1991 la industria cinematográfica y audiovisual (programa MEDIA) en nombre de la preservación de la diversidad cultural.
Este programa concierne a los 27 Estados miembros, así como a Noruega, Croacia, Liechtenstein, Suiza e Islandia. Entre las películas subvencionadas se encuentran Slumdog Millionaire, Séraphine, La clase, Gomorra y Welcome. El presupuesto para el periodo de 2007 a 2013 asciende a 755 millones de euros.
UNA CONTESTACIÓN POLÍTICA
En Europa, y principalmente en Francia, la renovación de las culturas regionales se percibe también en ciertas ocasiones como una forma de resistencia a una cultura mundial impuesta por Estados Unidos.
En realidad este renacimiento precedió a la mundialización o como mínimo a sus efectos locales, ya que data de los arios 1970. Si bien fue conducido por asociaciones culturales preocupadas por defender una lengua, unos conocimientos y una música regional, también lo fue por parte de movimientos políticos.
De hecho, fue a través de la defensa de la especificidad de las culturas regionales y la voluntad de resistir a su desaparición —reprimidas como parecen estar por una cultura nacional hegemónica—, como se inició la oposición a la centralización excesiva del Estado. España, tras la muerte de Franco, experimentó asimismo un movimiento muy fuerte de reafirmación de las culturas regionales (vasca, catalana, gallega y andaluza).
El rápido retroceso de la práctica de las lenguas regionales es considerado, por tanto, como el signo indiscutible de esta pretensión de hegemonía cultural nacional, despectiva hacia las culturas locales. De hecho, la televisión y la radio son claros ejemplos puesto que fue en los años 1960 cuando se abandonó la práctica familiar de las lenguas regionales.
Éste es el caso de Francia, aunque este retroceso se atribuye exclusivamente a la enseñanza primaria obligatoria en francés, que no obstante data de la III República, es decir, de casi un siglo antes. En ciertos contextos políticos, estas reivindicaciones culturales han adoptado formas radicales. Han conducido a ciertos movimientos políticos que luchan por la autonomía de su región, o incluso por su independencia, a utilizar el terrorismo.
Todas las formas de cultura regional se han esgrimido como el signo de una identidad regional viva y como el apoyo tácito a la lucha política por la autonomía. De este modo se asociaron en una misma oposición Estado-nación y mundialización.
UN CAPITAL TURÍSTICO
Indirectamente, la mundialización resulta ser partícipe del renacimiento de las culturas regionales e incluso locales.
En efecto, uno de los principales fenómenos de la mundialización es el incremento sin precedentes de la movilidad de las poblaciones y de las migraciones por motivos de trabajo pero también por placer. Ahora bien, la explosión del turismo mundial, incluso aunque los turistas continúen siendo en su mayoría procedentes de países con un alto nivel de vida, pero con una clara progresión de los turistas de las potencias emergentes, es también el signo del afán por descubrir territorios diferentes al propio.
Por consiguiente, los países que acogen a estos migrantes temporales, fuente de considerables ingresos, tienen un cuidado cada vez mayor de lo que se considera un capital turístico y tratan de resaltar su valor. Éste es el caso de las construcciones civiles o religiosas, de la recopilación de conocimientos artesanales expuestos en los museos etnográficos, de la investigación y el aprendizaje de músicas o cantos olvidados o caídos en desuso, de recetas de cocina típicas, y de la preservación también de forma artificial de ciertos modos de vida hasta el punto de que en ocasiones se puede cuestionar su carácter auténtico.
Por ejemplo, en el Sahara, la conservación de caravanas de camellos cuando la mayor parte del tráfico se realiza con camión o los objetos cotidianos de los amerindios quechuas y mayas, ahora reproducidos con fines mercantiles para satisfacer a los turistas.
El patrimonio ha adquirido un valor mercantil y este carácter es el que asegura su protección o al menos contribuye a ella. Es, por otra parte, lo que conduce a ciertos analistas a denigrar el turismo.
Acusan a esta actividad de estar implicada en la creación de una cultura adulterada destinada a los viajeros y que ha perdido su verdadera razón de ser.
Sin embargo, el mercado representado por los turistas es asimismo el medio para conservar el saber hacer y hacerlo progresar, para tomar conciencia de la riqueza patrimonial de una región y estimular su especificidad cultural.