ESCULTURA GRIEGA
Como ya hemos visto al hablar de la arquitectura, el arte griego estuvo precedido por la civilización minoico-micénica, que, en el campo de la plástica, aun manteniendo relación con el arte sumerio y egipcio, dejó obras originales, marcadas por ese vivo naturalismo que caracteriza a la civilización mediterránea con respecto a la asiática, más abstracta.
Escultura cretense

La diosa de las serpientes
De la escultura cretense subsisten numerosos objetos de porcelana coloreada, representando flores, plantas, conchas y figuras humanas, que por lo general son ídolos. Son particularmente interesantes las llamadas «diosas de las serpientes» y una estatuilla de marfil figurando un atleta, ejecutadas todas ellas con gran naturalidad y vivacidad de movimientos. En otros bajorrelieves, siempre en porcelana, se ven vacas y cabras con sus crías. Son numerosos también los utensilios de barro cocido, piedra, marfil y oro; de una gran belleza son los vasos de esteatita, adornados con bajorrelieves, de entre los que destaca el de Los segadores, motivo Importado de Egipto, pero realizado con una eficacia expresiva y un realismo nada comunes.
Escultura micénica

Copa de oro de Vafio
La escultura micénica presenta las mismas características que la cretense. Una de las primeras obras es el famoso bajorrelieve de la puerta de los Leones, en Micenas,

Máscara de oro de Micenas
admirable por la reproducción realista del cuerpo del animal. Io mismo se puede decir de una espléndida cabeza de toro on plata, con los cuernos recubiertos de oro, y las dos maravillosas copas de oro de Vatio con vivas representaciones de escenas de caza y trabajos agrícolas.
En cuanto a la orfebrería micénica, deben recordarse las máscaras mortuorias en oro que reproducen con una gran naturalidad los rasgos del difunto.
Escultura arcaica

Hera de Samos
En los dos siglos definidos como la Edad Media griega y que precedieron al arcaísmo propiamente dicho, la escultura estuvo representada esencialmente por pequeñas figuras de marfil o de bronce, muy estilizadas y alejadas, ya de las representaciones naturalistas anteriores. Se advierte en seguida que mientras en el arte cretomicénico el hombre está representado con una viva realidad y en relación con el ambiente natural, en el griego se da una visión más abstracta, fruto de una investigación racionalista de la figura humana dentro de los rígidos cánones de estilización y de pureza de volumen. Es innegable la influencia que ejerció sobre la civilización helénica de este período al arte figurativo sumerio y caldeo, de los que se asimilaron sobre todo los caracteres formales.

Coré griega
Ya entonces, en la misma Grecia, las antiguas representaciones de la divinidad constituyeron uno de los orígenes más probables de la escultura. De la pilastra o tronco de árbol, imagen o albergue del dios, se pasó a la explicación práctica de su significado sagrado, a la representación antropoide, es decir, de la divinidad en cuestión. (Es preciso tener en cuenta que una evolución similar conducía a innovaciones que eran más revolucionarias en el campo religioso que en el estrictamente artístico.)
Los ejemplos más importantes de la realización artística de esta revolución ideológica son dos famosas estatuas, representando ambas una figura femenina: Artemisa, exvoto de Nicandro de Naxos, y la conocida Hera de Samos, exvoto de Queramia (primera mitad del siglo VI). La primera se halla evidentemente más ligada a la originaria representación de la pilastra. Sólo el rostro y los brazos están libres de la masa del elemento arquitectónico. En cambio, en la Hera de Samoa se puede advertir la aplicación de una doctrina más madura y sentida. No se trata ya de un cilindro sintéticamente antropomorfo, sino de una majestuosa figura de mujer, conseguida con una armonía de líneas verticales y horizontales que le confieren una singular belleza. La razón, apenas, alcanzado su estado más elevado, debe ceder paso a la mística.
Estas rígidas estatuas representan la primera afirmación de un arte que alcanzará su máxima expresión en las corés, representaciones votivas de muchachas dedicadas a Atenea en su antiguo templo de la Acrópolis.
Las corés jónicas, encontradas junto a otras cerca del Erecteo, donde habían sido sepultadas en tiempos de Pericles, son importantes por la extraordinaria elegancia del peplo jónico y del quitón, que produce sorprendentes efectos pictóricos. El gusto por lo ornamental está satisfecho por una armonía que funde la belleza de la plástica con la delicadeza de los colores, en una síntesis muy equilibrada. La pequeña coré del Museo de Atenas es un buen ejemplo de ello.

Tribuna de las cariátides del Erecteón
Pero al arte insular o jónico, llevado a Atenas por los geniales escultores de Quíos, se contrapuso el arte dórico, de extraordinarias posibilidades plásticas, y menos sujeto a las necesidades y gustos decorativistas, dada su pureza de formas. Y mientras entre los jonios prevaleció la figura femenina vestida, los dorios prefirieron la figura masculina desnuda, y presentaron dioses jóvenes, imágenes probablemente de Apolo, con los brazos muy pegados al cuerpo, el cabello dividido en dos bandas de rizos que caían sobre los hombros y con los pies muy afirmados en el suelo. Las formas son severas, los músculos y la estructura de los huesos, especialmente de la rodilla, están claramente acusados. La llamada Cabeza de Cleobis, de Polimedes, se destaca, por su forma vigorosa y enérgica, como auténtica obra maestra de esta corriente. Otro bello ejemplar es el Apolo de Tenea, más esbelto y ágil, pero de volúmenes poco definidos.
Estas dos corrientes se afirmaron también en los relieves decorativos de los templos, como en las metopas del templo de Selene, de carácter dórico, y en las esculturas que adornaban los frontones y el friso de la Tesorería de los Sifnios, de carácter jónico. Junto a las dos corrientes dórica y jónica se afirmó también una dirección ática que conjugó las opuestas cualidades de las anteriores y dejó obras de un gran valor, desde el Moscóforo hasta el grupo de la Atenea y el gigante. La escultura arcaica dio todavía obras notables en bronce y en mármol: el Auriga del museo de Delfos y las espléndidas esculturas de los frontones del templo de Júpiter en Olimpia, síntesis perfecta de sus diversos hallazgos y tendencias.
Escultura clásica

Fidias Dione y Afrodita
Está caracterizada por una estética particular basada en la idealización de la realidad, iniciada por Fidias, uno de los artistas más ilustres de la antigüedad. Domina un ideal de armonía, elegancia y proporción que se realiza en la figura humana, tomada como medida de las cosas, libre en los movimientos y vibrante en el modelado, por una prodigiosa aplicación del claroscuro y el hábil juego de los pliegues. Estuvo precedida por el arte de un gran artista, Mirón (500-1450 a. de J.), que, sin embargo, no puede incluirse todavía en el nivel de perfección del estilo fidíaco. Famoso broncista, es conocido por una obra muy popular, el Discóbolo, de contornos bien definidos y con una sólida plasticidad.

Fidias Los dioses asisten al cortejo Partenón
Con Fidias (aproximadamente 490-432 a. de J.), ateniense, se inicia la escultura clásica. Experto en todas las técnicas, Fidias esculpió dos estatuas en marfil y oro, el Zeus de Olimpia y la Atenea del Partenón, y trabajó el mármol y el bronce. Pero su obra maestra está constituida por el conjunto de las esculturas del Partenón; los relieves de las 92 metopas, con los episodios de la Gigantomaquia, la Centauromaquia, la Amazonornaquia y la Toma de Troya; el friso que representa el solemne cortejo de los atenienses en las fiestas panateneas ; los grupos de estatuas de los frontones, que conmemoraban en el oriental el nacimiento de Atenea y en el occidental la contienda entre Atenea y Poseidón por la posesión de Ática. Un colosal conjunto de mármoles de inigualable riqueza y diversidad de motivos plásticos y pictóricos, que crea una visión viva, armoniosa y solemne, una fuente de donde han bebido los artistas de todos los tiempos.

Policleto El dorijoro
Poco más joven que Fidias, Policleto (nacido en Argos hacia el año 470 a. de J.) continuó la tradición dórica en la búsqueda de la fuerza y del vigor. Fijó en términos matemáticos el ideal artístico, creando el famoso «canon» por medio del cual la figura humana es construida tomando por base las relaciones de masas. El Diadúmeno, y más aún el célebre Doríforo, constituyen su testimonio más vivo.
En el siglo IV se afirmaron tres escultores, cuyas expresiones fueron bien distintas: Escopas, Praxíteles y Lisipo.
Escopas, nacido a finales del siglo V en Paros, se distinguió por un potente pathos que sustituye la serena compostura de las esculturas de Fidias y obtenido por un claroscuro más acentuado. Esto es visible tanto en los fragmentos de las obras de la juventud, tales como las esculturas del templo de Tegea, como en las estatuas, o sea Ménade, Cabeza de Guerrero y Cabeza de Venus, a él atribuidas. Los trazos se hacen más acusados: las órbitas están más hundidas, a fin de dejar zonas en sombra, y las bocas se muestran, por lo general, abiertas.
Praxíteles (nacido hacia el año 390 a. de J.), ateniense se inclinó, en cambio, por un clima de belleza refinada de gracia y elegancia. Prefirió las figuras juveniles, serenas, modeladas con delicadeza, tanto que dio incluso un aire femenino a la figura masculina. Son numerosas las imágenes de Afrodita, siendo la más famosa la de Cnido, o los sátiros, de cuerpo de efebo, apoyados lánguidamente en cualquier punto, como el Sátiro reclinado y el Sátiro escanciador. Existe también un original Hermes con Dionisos Niño, en el que el nuevo lenguaje praxitélico se hace evidente en la suave fluidez de las curvas y en las líneas sinuosas y llenas de gracia.
Lisipo (nacido hacia el año 370 a. de J.), de Siciona, renovó en cambio el canon establecido por Policleto, haciendo más esbelta la figura humana y movidas; de Alejandría, con los retratos y la representación atenta y minuciosa de la realidad cotidiana, y de Rodas, con esculturas enfáticas y barroquizantes, como el Laocoonte.
Escultura helenística

Escopas Cabeza de Venus
La fusión de la pura civilización griega con la civilización oriental, acaecida en la época helenística, afirmó una nueva concepción del hombre y de la naturaleza. El hombre fue considerado en relación con el ambiente natural que lo rodeaba ; no era ya un modelo de perfección, un tipo, sino que tenía un carácter contingente, con su personalidad voluble y sus pasiones. Se afirmó el retrato, que pretendía fijar la personalidad del modelo, se afirmaron las escenas que recogían los aspectos cotidianos de la vida. Triunfó el claroscuro, el movimiento pleno de las formas, incluso algunas veces provocado. Los centros de producción escultórica más activos son Pérgamo, con las esculturas del Ara, dramáticas y admirablemente ocurría con la arquitectura, al culto funerario. Efectivamente, en su mayor parte está representada por sarcófagos, vasos y urnas cinerarias, siendo pocas las estatuas. Tiene acentos de un realismo vivo, que algunas veces llega a alcanzar la caricatura, y es claramente opuesta a la idealización del arte helénico, del que, sin embargo, recibió alguna influencia. Usó preferentemente la terracota y el bronce, y solamente en época más tardía el mármol.

Sarcófago de Caere
Los primeros ejemplos son los cánopes, vasos cinerarios de arcilla y bronce, con la tapa en forma de cabeza humana y algunas veces con brazos a manera de asas. Más tarde encontramos sarcófagos de terracota, con la tapa transformada en lecho convival sobre

Apolo de Veio
el que se hallan los difuntos, representados con una aguda observación y caracterización de la figura. Uno de los más bellos es el sarcófago de Caere, en el museo de Villa Julia de Roma. Y entre las estatuas recordaremos el Apolo de Veio, por su modelación vigorosa, que, aun derivándose de la escultura jónica, refleja un movimiento más pronunciado y una modelación más incisiva de la cara. En bronce, dos obras atestiguan esencialmente la vitalidad de este arte: la Loba Capitolina, por su plástica simple y poderosa, y la Quimera, de época más Museo Arqueológico, Florencia tardía, poseedora de una gran elegancia en la lograda decoratividad del movimiento.
Finaliza el desfile de muestras de la escultura etrusca el sarcófago de Arunte Volumnio, algunos de cuyos detalles parecen preludiar las formas renacentistas de Miguel Ángel; el Orador, de bronce, donde el severo carácter pone de manifiesto una relación con la tradición romana, y el Apolo de Faleri, fruto de la fusión de elementos etruscos y helenísticos, expresión de una vibrante energía juvenil.