La hora de las cuentas. Repensar el valor de las profesiones
Por Pierre Rimbert. Periodista
La lógica se aplica a todos, pero no de la misma manera: la «competencia internacional» impone a unos revisar a la baja sus pretensiones salariales; y permite a otros vender su «talento» a precio de oro. ¿Y si rigiera una lógica distinta en el establecimiento de las remuneraciones?
A fuerza de evaluar todas las cosas y a todas las personas con la vara de su rendimiento monetario — ¿qué le aporta usted a los accionistas?—, era inevitable que un día la pregunta se volviera contra los evaluadores, aunque planteada desde otro punto de vista: ¿qué aportan ustedes a la sociedad?
Así pues, un estudio publicado en diciembre de 2009 bajo la égida de la New Economic Foundation invita a invertir la perspectiva. Eilis Lawlor, Helen Kersleu y Susan Steed, tres investigadoras británicas, abordan —no sin malicia— la cuestión de las desigualdades comparando la remuneración de ciertas profesiones, seleccionadas en ambos extremos de la escala de ingresos, al «valor social» que engendra su ejercicio.
En el caso de un obrero del reciclado, que cobra 6,10 libras esterlinas por hora (alrededor de 7 euros), las autoras estiman que «cada libra invertida en salario generará 12 libras de valor» para el conjunto de la colectividad. En cambio, «los grandes banqueros de inversión, mientras perciben retribuciones comprendidas entre los 500.000 y los 10 millones de libras, destruyen 7 libras de valor social por cada libra de valor financiero creado».
De ese modo, el balance colectivo de las actividades mejor remuneradas a veces resulta negativo, lo que ya sugería la tormenta financiera que se desencadenó a partir de 2008…
Bautizado como «retorno social de la inversión» (Social Return On Investment), el método utilizado para cuantificar el valor generado por un empleo hace caer la teoría económica estándar en su propia trampa. Los salarios altos reflejarían la competencia; el «capital humano», la eficiencia. «El pensamiento ortodoxo dice que nuestra utilidad deriva del dinero —subrayan las investigadoras—.
Cuanto más ganamos, más útiles somos. De ello se deduce que, para maximizar el bienestar colectivo, hay que incrementar el ingreso total». Semejante visión del mundo lleva, en especial, a no atribuir ningún valor al trabajo doméstico, mayormente reservado a las mujeres. Y a perder de vista el hecho de que el proceso económico se extiende mucho más allá del intercambio monetario.
Pues la producción y el consumo de bienes y servicios provocan repercusiones involuntarias llamadas «externalidades», a veces negativas, a veces positivas, inmediatas o diferidas: un coche transporta, pero contamina, un libro divierte e instruye.
Esos efectos secundarios pueden evaluarse calculando los costos de la contaminación y los beneficios de la instrucción. Lo mismo ocurre con las profesiones.
Para determinar el «valor social» de una profesión, explican Lawlor, Kersleu y Steed, hay que tener en cuenta sus impactos indirectos en la economía, el medio ambiente, la sociedad, etc.
Tomemos el caso de un publicista. Su actividad apunta a aumentar el consumo. De ello se desprende, por un lado, la creación de empleos (en el sector de la publicidad, pero también en las fábricas, el comercio, los transportes, los medios de comunicación) y, por el otro, un incremento del endeudamiento, la obesidad, la contaminación, el uso de energías no renovables.
Mediante una serie de cálculos ingeniosos, y a veces acrobáticos, las tres investigadoras evalúan cada uno de los beneficios y los costes del sobre-consumo imputables a la publicidad. No queda más que ponerlos en relación: «Por cada libra esterlina de valor positivo se generan 11,5 libras de valor negativo». En otras palabras, los ejecutivos del sector publicitario «destruyen un valor de 11,5 libras cada vez que generan una libra de valor.»
La proporción se invierte si consideramos el trabajo de un empleado de limpieza hospitalaria. Penoso, invisible, poco considerado, mal pagador y, por lo general, subcontratado, este no contribuye menos a la marcha general del sistema de salud y sí minimiza el riesgo de infecciones hospitalarias.
Apoyándose especialmente en un artículo del British Medical Journal dedicado a los beneficios sanitarios inducidos por la contratación de un empleado de limpieza suplementario así como en el coste de las patologías contraídas en los hospitales, Lawlor, Kersleu y Steed estiman que «por cada libra esterlina que absorbe en salario, esta actividad produce más de 10 libras de valor social». E incluso, precisan, «probablemente se trate de una subestimación».
El método también permite establecer que un asesor fiscal, cuyo arte consiste en privar a la colectividad del producto del impuesto, destruye 47 veces más valor del que crea, contrariamente a la empleada de una guardería que, por la educación que prodiga a los niños y el tiempo que libera para los padres, devuelve a la sociedad 9,43 veces lo que percibe en salario.
Evidentemente, estos decimales comportan una incongruencia. «Con estos cálculos, no apuntábamos a la precisión —explican Lawlor, Kersleu y Steed—. Probablemente, se nos escaparon algunos aspectos del valor. La idea era llamar la atención sobre el problema».
Oponer la creación de valor para la sociedad a la creación de valor para el accionista; sugerir la modificación de un modo de remuneración que valoriza, sobre-pagándolas, algunas de las profesiones más dañinas y, simétricamente, desalienta ciertas actividades provechosas para la gran mayoría.
No sin pasar la factura de sus estragos, de paso, a tres de las seis profesiones estudiadas. Justificadas ayer en nombre de la «teoría del goteo» (trickledown theory) según la cual la riqueza de los más ricos beneficia a todos, pues termina goteando sobre la frente de los pobres y las desigualdades preocupan incluso a los liberales, a medida que su incremento disipa las últimas ilusiones de la «globalización feliz».
En el Reino Unido, un informe del Gobierno publicado en enero de 2010 detalla la anatomía de una sociedad fracturada de manera prolongada, donde el10% de los más ricos posee cien veces más que el 10% de los más pobres.
Un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) citado en ese documento revela que, entre mediados de la década de 1980 y mediados de los años 2000, las desigualdades de ingresos se incrementaron en diecinueve de los veinticuatro países estudiados.
Los costos sanitarios y sociales de esa desnivelación vertiginosa están documentados. Pero, pese a la concordancia de los diagnósticos, ¿qué Gobierno se atreverá a prescribir los dos remedios que se conocen a día de hoy: una fiscalidad de nivelación sobre los ingresos altos; una restricción del libre comercio para aflojar la presión sobre los salarios bajos?
←EN LA ACTUALIDAD: DE LA GLOBALIZACIÓN A LA CONTINENTALIZACIÓN