«Mientras en Milán se jugaba a las cartas, en París se preparaban las armas.» Con estas palabras se expresaba hace muchos años un escritor italiano de cuentos infantiles que describía la caída del ducado de Milán en manos francesas, la historia no fue exactamente así, pero el sentido es el mismo; aquella «partida», que para los milaneses concluyó con una derrota irreparable, puede explicar la emigración del juego del Tarot desde Lombardía hasta Francia.

En 1480, Ludovico Sforza, llamado «el Moro», tomó el poder en Milán en detrimento de su sobrino Gian Galeazzol, que quedó relegado al castillo de Pavía (donde, dicho sea de paso, se pintaron hasta 1527 bellísimos frescos que mostraban diversos juegos cortesanos, entre ellos el de los triunfos).
Fue inútil la protesta de la esposa de Gian Galeazzo l, Isabella, nieta de Fernando I de Aragón, que era además rey de Nápoles; Ludovico, por su parte, animó al rey de Francia, Carlos VIII de Valois, a reivindicar dicho reino de Nápoles, que hasta 1442 había pertenecido a la dinastía francesa de los Anjou. La intervención francesa en el sur de Italia fue apoyada por la República de Venecia y los Estados Pontificios. En 1494, Carlos VIII atravesó los Alpes con 30.000 soldados y entró en Milán, donde fue acogido triunfalmente por Ludovico; mientras, en Pavía, moría Gian Galeazzo, tal vez envenenado. Carlos VIII cruzó la península italiana de norte a sur y se plantó, sin mayores problemas, a las puertas de Nápoles.

Pero el poder francés atemorizó a los gobernantes italianos, que se dieron prisa en unir sus fuerzas. En julio de 1495 derrotaron a Francia en la célebre batalla de Fornovo; pero fue una victoria efímera. Cuando Carlos VIII murió, en 1498, subió al trono de Francia Luis XII de Orléans, que se atribuyó no sólo el título de rey de Nápoles, sino también el de duque de Milán, basándose en el hecho de que su bisabuela, Valentina Visconti (muerta en 1408), había sido esposa de Luis de Valois, duque de Orléans. En 1499, tras haber acordado un pacto de no agresión con la República de Venecia, Luis XIl invadió Italia y conquistó el ducado de Milán. Ludovico el Moro, traicionado por sus mercenarios suizos, fue derrotado, hecho prisionero y conducido a Francia, donde murió en el año 1508.
La relación de estos acontecimientos con el Tarot es bien sencilla de comprender. Antes de la conquista de Milán, el juego del Tarot no era corriente en Francia, aunque es muy posible que ya fuera conocido. De hecho, los primeros documentos franceses que hablan de este juego se remontan a los años inmediatamente posteriores a la anexión francesa de Lombardía, lo que indica que sólo entonces los Tarots empezaron a ser populares en el país vecino.

PRIMEROS DOCUMENTOS FRANCESES
Parece ser que en 1597 ya existía en Aviñón un fabricante de Taraux (término similar al italiano Tarocchi), aunque no hay prueba documental de ello. Se han encontrado, sin embargo, informaciones relativas a decenios sucesivos; por ejemplo, un juego llamado Tarau aparece en la lista de los juegos citados por François Rabelais en el Gargantúa (París, 1534), mientras que el término taraultes usado por Charles Etienne en su Paradojas (Paris, 1553).
Durante el siglo XVI las barajas de Tarot son muy numerosas en Francia, pero es innecesario mencionarlas todas. Citaremos únicamente la que se considera unánimemente como la baraja francesa de Tarot más antigua, que fue impresa en Lyon en 1557 por Cathelin Geoffroy y que se encuentra en el Museum fúr Kunsthandwerk de Frankfurt (Alemania). Sin embargo, de las 78 cartas, que son xilografías pintadas a mano, sólo se conservan 38, de las cuales 12 son triunfos. Tras una primera ojeada, está claro que no se trata de una baraja convencional.

Los palos de las 26 cartas numerales están ilustrados con papagayos, pavos y leones en lugar de los clásicos símbolos italianos. No hay duda alguna de que Geoffroy los copió de una baraja de Nuremberg realizada en 1540 por el grabador alemán Virgil Solis, por lo que se deduce que el cuarto palo debía de ser de monos, aunque no se conserva ninguna de sus cartas. Por su parte, los triunfos, probablemente inventados por el propio Geoffroy, no se diferencian de los de los Tarots milaneses por la temática de las cartas, que es idéntica, sino por la forma en que están representados cada uno de los personajes. Ninguno de estos triunfos incluye una leyenda con el nombre, pero sí un número romano que aparece tanto en la parte superior como en la inferior.

De este modo, puede observarse que la secuencia de los triunfos que se conservan es (I) El Mago, (II) La Sacerdotisa, (III) La Emperatriz, (IIII) El Emperador, (V) El Papa, (VII) El Carro, (IX) El Ermitaño, (XII) El Colgado, (XIII) La Muerte, (XIII) La Templanza, (XVI) La Torre, (XX) El Juicio. Esta disposición es muy interesante, porque reproduce exactamente la de la baraja marsellesa, de la cual en aquella época aún no se tenían noticias.
Es cierto que las cartas de Geoffroy no fueron los únicos Tarots fabricados en Francia durante el siglo XV, ya que a través de los documentos fiscales se sabe que esta actividad se llevaba a cabo no sólo en Lyon, sino también en Ruán, Tolón y París.
Numerosos documentos hablan de la dura competencia comercial entre las empresas artesanas activas en las diversas ciudades, al tiempo que permiten estimar el número de barajas de Tarot fabricadas en Francia durante el siglo XVII y que, según se estima, fue de cerca de un millón. Parece increíble, y más si se tiene en cuenta que de esta auténtica avalancha de Tarots apenas se conservan cuatro barajas, tres de las cuales se fabricaron en la capital francesa y se hallan actualmente en la Biblioteca Nacional de París. Curiosamente, estas tres barajas, notablemente diferentes entre sí tanto por las dimensiones como por la ilustración, tienen un rasgo en común: en todas ellas aparece una especie de colmena cuyas celdas hexagonales contienen una cruz negra parecida a la de Malta, pero rota en los extremos de cada brazo; en el centro de la cruz se encuentra un pequeño círculo en el que está inserto una X. Es posible que esta marca se hallara en todas las barajas parisinas; por ahora es imposible aclarar esta cuestión.

ANTIGUOS TAROTS PARISINOS
La primera de las tres barajas parisinas fue fabricada, muy probablemente, hacia mediados del siglo XVII. El mazo es obra de un artesano anónimo, pero no se sabe si la elección del anonimato fue una decisión del grabador o del impresor; en efecto, tanto en el dos de oros como en el dos y el tres de copas está escrita en francés la frase «hecho en París por ……»; el nombre fue borrado directamente sobre la matriz de estas tres cartas, y también en el cuatro de oros, donde se lee «en Paris, de…..».
En cualquier caso, esta baraja, un grupo completo de 78 cartas, representa un caso aislado en la historia del Tarot. Como la baraja de Geoffroy, también estas cartas han sido reinventadas completamente.

Los triunfos presentan numerosas variantes, aunque mantienen los títulos tradicionales, que están escritos en la base de cada carta con una ortografía muy tosca. Pero hay diversos aspectos que han motivado las discusiones de los historiadores; en algunos ejemplos es la presencia de elementos típicamente italianos, como el reborde de las cartas adornado con cuadritos blancos y negros, y las cartelas con las iniciales de cada carta que aparecen en los naipes numerales y en las figuras de los palos. Un detalle muy curioso es que algunas de estas iniciales corresponden al nombre italiano de los palos o de las figuras: S (de spade) en lugar de E (de épées), y F (de fante) en vez de V (de valeb).

Otras peculiaridades de estas cartas son la forma y el contenido del palo de espadas, que recuerda los naipes españoles que se fabricaban en aquella misma época, así como la presencia de animales fantásticos, que es frecuente tanto en barajas españolas como alemanas. Por lo que se refiere al palo de oros, su particularidad consiste en el hecho de que las cartas comprendidas entre el dos y el diez, ambos inclusive, incluyen blasones heráldicos no sólo franceses, sino también italianos (como los pertenecientes a Gonzalo de Mantua y a la familia Strozzi de Florencia y que se pueden ver en el dos de oros).
Más importantes que esta baraja anónima son las otras dos de Tarots parisinos, fabricadas entre 1645 y 1660 y cuyos impresores fueron Jacques Vieville y Jean Noblet respectivamente. En un próximo capítulo, que dedicaremos enteramente a los Tarots marselleses, analizaremos estas extraordinarias barajas en profundidad.

ALGUNAS CARTAS CURIOSAS DEL TAROT
Algunas de las cartas del Tarot anónimo de París son ciertamente dignas de mención. Por ejemplo, Le Bateleur (El Mago, |) muestra un trilero que esconde la clásica bola debajo de uno de los vasos; enfrente del personaje se hallan un noble y un juglar, y debajo de la mesa hay un mono que rasca la espalda de un perro. La Papesse (La Sacerdotisa, II) sostiene una enorme llave, además del obligado libro, y a sus lados hay dos jóvenes desnudos. Le Pape (El Papa, V), que también tiene una gran llave, está mirando una esfinge que se encuentra a sus pies. L’Amoreus (El Enamorado, VI) muestra a una joven que comprueba los atributos viriles de un hombre: una escena decididamente erótica para la época. Los animales que tiran de Le Chariot (El Carro, VII) son seguramente grullas, aunque hay quien dice que se trata de cisnes; las aves son guiadas por un joven que empuña un látigo, mientras en el sitial se sienta un guerrero con cetro y corona de laurel. La Justice (La Justicia, VIII) muestra un rostro bifronte. La figura central de La trempance (La Templanza, XIIII) está apagando un incendio, La Torre se sustituye por Le Fouldre (El Rayo, XVI), un infierno lleno de demonios y condenados. La Lune (La Luna, XVIII) muestra un músico que toca el arpa bajo la ventana de su amada. En Le Soleil (El Sol, XIX), en lugar de los acostumbrados gemelos, aparece un mono que sostiene un espejo frente al rostro de una mujer. Finalmente, Le Monde (El Mundo, XXI) exhibe la imagen clásica de la fortuna.