La ciudad de Bolonia tiene un papel fundamental en la historia del Tarot, pues este juego se estableció allí con más fuerza que en cualquier otro lugar de Italia. Las reglas antiguas se han conservado hasta nuestros días.

Juan II fue el último de la familia que gobernó en Bolonia; en 1506, las tropas aliadas del papa Julio II y de Florencia le expulsaron de la ciudad, por lo que fue a establecerse en Ferrara.
En la misma época en la que se implantaba en la corte milanesa de los Visconti-Sforza y en la ferraresa de los Este, el juego de los triunfos se difundía en Bolonia entre las clases populares. Aunque se ignoran los motivos exactos por los que este juego caló tan hondo en Bolonia, más que en ninguna otra ciudad del norte de Italia, no hay duda de que el motor principal fue la introducción en el mercado de un gran número de cartas a precio reducido, lo que fue posible gracias a la difusión de la impresión xilográfica.

El documento boloñés más antiguo sobre el Tarot, que se remonta a 1477, es un contrato entre un impresor local y un comprador de Rímini que menciona el bajo coste de las barajas impresas en Bolonia. Hay otros documentos relativos a la difusión de los Tarots boloñeses en el siglo XV, pero los más interesantes son dos hojas sin cortar, impresas en el último decenio de aquel siglo; una de ellas se halla en la Escuela de Bellas Artes de Paris, y la otra, en la colección Rothschild del Louvre. Tales documentos incluyen seis figuras, pero todas pertenecen a la misma baraja. Así, en la llamada hoja Rothschild aparecen La Torre,La Estrella, La Luna, El Diablo, El Carro y La Muerte, y en la parisina, El Sol, El Mundo, El Colgado, La Rueda, El Juicio y El Ermitaño. Todas estas figuras, con la excepción de El Diablo, corresponden con mayor o menor exactitud a las del Tarot boloñés que se encuentra actualmente en los comercios, pero su numeración es distinta.
El Tarot boloñés rebasó muy pronto los límites de la ciudad y, ya en el siglo XV, se difundió hacia Florencia y Lucca primero para seguir hacia Romay Sicilia después; en estos-lugares se desarrollaron sucesivamente tradiciones autónomas que sólo recientemente han empezado a ser objeto de estudio.

Los TAROTS «CASTRADOS»
Una peculiaridad de la tradición boloñesa es que las barajas están «castradas», como se denominan entre los aficionados al juego.
Esto significa que contienen 62 cartas, en lugar de las tradicionales 78, ya que han sido retirados los naipes numerales desde el dos hasta el cinco de cada uno de los cuatro palos. Esta costumbre, introducida a mediados del siglo XVI, fue, probablemente, un recurso aumentar la agilidad del juego. Lo mismo se hace en la actualidad en partidas amistosas: retirar las cartas bajas de la baraja para aumentar las probabilidades de obtener buenas manos. Para diferenciar este tipo de baraja de Tarot de 62 cartas se emplea un diminutivo: tarocchino (en plural tarocchini). Sin embargo, de la gran producción de Tarots del siglo XV boloñés sólo queda un naipe, que en la actualidad se conserva en el Museo Británico. Se trata de una carta de El Diablo, realizada con trazos casi idénticos a los de la hoja del Louvre de París. En el dorso aparece dibujado un hombre; su actitud ilustra la expresión «el que pierde se rasca el culo».
A los pies de la figura está el nombre del probable fabricante: M. Agnolo Hebreo. Hay que esperar a mediados del siglo XVII antes de encontrar otro testimonio visible de los Tarots boloñeses: se trata de una baraja incompleta de 56 cartas, que formaban parte de una baraja «castrada» que se conserva en la Biblioteca Nacional de París. Una de estas cartas, la reina de bastos, tiene una característica particular digna de mención, pues incluye el blasón de una familia noble boloñesa, los Fibbia, un miembro de la cual era considerado el inventor de los tarocchiní boloñeses. En efecto, en el palacio Fibbia de Bolonia hay una pintura del XVI muestra a Francesco Fibbia (1360-1419), de pie junto a una mesa, sosteniendo una baraja de Tarocchini boloñeses en la mano derecha, a la vez que parece que algunas cartas están cayendo al suelo. La pintura incluye una leyenda explicativa en la que puede leerse: «Francesco Antelminelli Castracani Fibbia, príncipe de Pisa […] Huido a Bolonia, se presentó a Bentivoglio, fue nombrado generalísimo del ejército boloñés […] Inventor del juego del tarocchino de Bolonia». Sin embargo, dicha atribución carece de base, ya que el principe Fibbia murió cuando el juego del Tarot aún no existía. Sin embargo, puede ser que la leyenda tenga parte de verdad, pues es posible que un antepasado de los Fibbia participara en la invención de las barajas «castradas».
LAS BARAJAS DE MITELLI Y DE MONTIERI
La famosa y rarísima baraja ideada por el grabador boloñés Giuseppe María Mitelli (1634-1718) se remonta a la época barroca, y fue publicada en 1669 en forma de un libro titulado Juego de cartas con nueva forma de tarocchini; el artista se lo dedicó al noble Filippo Bentivoglio.
Las 62 cartas estaban dispuestas en seis tablas y debían ser recortadas y montadas sobre cartones antes de que los jugadores pudieran utilizarlas. Es notable el hecho de que el artista reinventó completamente las figuras, adaptándolas, en algunos casos, a la vida cotidiana de su época; así, por ejemplo, El Mago («ll Bagatto») es un juglar que baila, mientras que El Colgado es un condenado a la pena capital, y El Ermitaño, un anciano vagabundo. Es significativa la presencia en esta baraja de dos papas y dos emperadores, que sustituyen a sus respectivas contrapartidas femeninas, La Papisa o Sacerdotisa y La Emperatriz, aunque se desconocen los motivos por los cuales el autor se tomó esta licencia.

Algunos decenios más tarde, un curioso incidente provocó un cambio que iba a ser definitivo en los tarocchini boloñeses: en 1725, el sacerdote Luigi Montieri realizó, con objetivos didácticos, un «Tarot geográfico» en el que cada carta incluía textos informativos sobre la geografía, la política y la heráldica de los diferentes estados europeos. Acompañaba la baraja un librillo titulado Lo útil con lo divertido, o sea, geografía entrelazada con el Juego del Tarot, con los emblemas de los Ilustrísimos y Excelsos Señores Gonfalonieri y Anziani de Bolonia de 1670 a 1725. En aquella época, Bolonia formaba parte de los Estados Pontificios, aunque gozaba de una amplia autonomía, pero Montieri calificó el gobierno de la ciudad como «mixto», suscitando de este modo la indignación de las autoridades eclesiásticas, que hicieron detener al sacerdote y a todos los colaboradores que habían intervenido en la realización y publicación de la obra. Aunque todos ellos fueron, puestos en libertad pocos días después para evitar problemas con las autoridades civiles, la condena de la baraja se mantuvo y, por medio de un edicto del 12 de diciembre de 1725, todas las copias que habían sido confiscadas fueron quemadas en una hoguera en la plaza Mayor. Para justificar esta decisión, las autoridades pontificias fingieron sentirse ultrajadas por la presencia en la baraja de cuatro «papas», término que usaban indistintamente los jugadores para designar las figuras de El Papa, La Papisa, La Emperatriz y El Emperador. En realidad, dichas figuras no habían experimentado variación alguna desde fines del siglo XV, por lo que la población entendió que el verdadero problema se refería a la autonomía administrativa de la ciudad.

Para resolver la cuestión de un modo digno, el legado pontificio ordenó que los cuatro «papas» fueran sustituidos por cuatro nuevas figuras, los llamados «sátrapas» o «moros». Desde aquel momento, todas las cartas boloñesas debieron adecuarse al decreto cardenalicio, lo que no deja de resultar útil, ya que, para establecer si una baraja de tarocchini es anterior o posterior a 1725, basta con comprobar si contiene los «papas» o los «moros».

LA PRODUCCIÓN MODERNA
Al igual que sucede con el Tarot, también la producción de naipes destinados a los juegos de azar tiene sólidas raíces en Bolonia. Hacia la primera mitad del siglo XVI, los impresores boloñeses habían alcanzado tal perfección que sus naipes eran famosos y se distribuían en gran parte del territorio italiano.
Todavía hoy, las marcas de aquellas fábricas son útiles a los coleccionistas para establecer la época de impresión de cualquier baraja: «Al Leone», «Al Mondo», «All’Aquila», «Al Soldato», «AllImperatore», «Alla Colomba», etc.
Al parecer, se debe a los fabricantes boloñeses la invención del sistema de coloreado de las cartas con máscaras; pero, sobre todo, fueron ellos quienes introdujeron en Italia las cartas «de dos cabezas», es decir, las que tienen las figuras cortadas por la mitad y que se reflejan especularmente en las partes superior e inferior del naipe.

A finales del siglo XVII terminó la supremacía boloñesa, pues una serie de problemas políticos, económicos y técnicos impidieron a las industrias locales competir con las naiperías francesas y con la Reggia Fabbrica de Milán, que resurgió a principios del siglo XIX gracias al impulso del grabador muniqués Ferdinando Gumppenberg. Los boloñeses trataron de adecuarse a los nuevos estilos y técnicas, pero su mercado ya estaba restringido a la provincia de Bolonia, lo que provocó el cierre de numerosas fábricas. A finales del siglo XIX, el último de los cuatro impresores que se habían mantenido a lo largo del siglo cesó sus actividades. A pesar de ello, el juego del Tarot ha continuado practicándose en Bolonia y en las provincias limítrofes, y en los últimos años se ha producido una recuperación que ha llevado al nacimiento de una Academia del tarocchino boloñés, que se propone dar nuevo impulso a este antiguo y cautivador juego de sociedad.
Entre los grandes artistas que florecieron en Bolonia en la época barroca ocupa un lugar destacado Giuseppe María Mitelli (1634-1718). Este agudo observador de la realidad se mantuvo voluntariamente alejado de la cultura académica y eclesiástica; su pasión era reproducir las figuras de los vendedores ambulantes, el ambiente de los mercados populares, en suma, la vida de la gente común. Así fue como se convirtió en el más genuino intérprete de tan curioso mundo en la Italia de su época, y fue el arte del grabado, del cual fue un maestro, el vehículo que eligió para darlo a conocer. Entre su amplia producción resaltan numerosos juegos de naipes, la mayoría creados por él mismo, que a menudo reproducían escenas de la vida cotidiana de la época. Así, las cartas del tarocchino de Mitelli constituyen pequeños frescos que recogen los refranes populares, las creencias religiosas del pueblo, los simbolismos más simples y las pequeñas reivindicaciones y lamentaciones de las gentes, sin que falten las caricaturas de los poderosos. En suma, todos constituyen la sal de la cultura popular.