Jesús nunca reclamó el oficio de sumo sacerdote. Por supuesto, al ser procedente de Judá no tenía derecho al sacerdocio aarónico. Sin embargo, tampoco reclamó el sumo sacerdocio de Melquisedec. Se ha sugerido que, en los Evangelios, Jesús no utiliza las ideas del sacerdocio.5 ¿Es justificable esta afirmación?
La evidencia indica lo contrario. En primer lugar, Jesús reclamó una relación especial con el templo, donde trabajaba el sumo sacerdote, relación que le permitiría trascender el templo y todo lo que representaba (Mt. 12:6; Mr. 14:57-58; Jn. 2:19, 21). Jesús incluso se consideraba el cumplimiento del templo y de su ritual ( Jn. 2:13-22).
Por ello, se insertaba a sí mismo y a su obra en un contexto sacerdotal. Además, asumió una posición central en las festividades religiosas ( Jn. 78). Cullmann entiende su conflicto con los sumos sacerdotes titulares como una reclamación implícita del sumo sacerdocio de Melquisedec.6 Juan capítulo 17 es una oración de intercesión completa dirigida al Padre en beneficio de su pueblo.
En tercer lugar, consideraba su muerte inminente como el derramamiento de la sangre del nuevo pacto, paralelo, por tanto, a la muerte del cordero de la Pascua. Al entender su muerte como un derramamiento sacrificial, la insertó claramente en un contexto sacerdotal. En cuarto lugar, cuando al final se despidió de sus discípulos lo hizo con bendiciones (Lc. 24:51; Jn. 20:19).
En el resto del Nuevo Testamento, la ausencia de pecado de Jesús se afirma en términos clarísimos (p. ej., 2 Co. 5:21; 1 P. 2:21-25; 3:18; 1 Jn. 3:5, 7). Su muerte se considera, en todo momento, un sacrificio. Pedro la describe como una ofrenda sin mancha (1 P. 1:19). Él es el Cordero de Dios ( Jn. 1:29, 36; Ap. 5:6-6:5; 12:11; 14:1 y ss.; 19:6-10; 21:9-14; 22:15), el cordero de la Pascua (1 Co. 5:7), una ofrenda sacrificial fragante a Dios (Ef. 5:2). En su exaltación, no deja de interceder por su pueblo a la diestra de Dios (Ro. 8:34). Es nuestro abogado (1 Jn. 2:1), el mediador único entre Dios y los hombres (1 Ti. 2:5). Juan le considera el cordero exaltado entregado en sacrificio (Ap. 5:6), mientras que Pedro habla de su muerte y de su resurrección como funciones sacerdotales (1 P. 3:18). Nos ha abierto el acceso a Dios (Ro. 5:2; Ef. 2:18; 3:12). Los creyentes participan de su función sacerdotal y monárquica, pero solo porque primero Jesús es rey y sacerdote (Ap. 1:5-6).
En Hebreos es donde más se enfatizan los requisitos que cumple Cristo como sumo sacerdote. Es plenamente humano, habiendo compartido nuestra carne y sangre. Sufrió, soportó la tentación y gustó la muerte (2:11-18). Por lo tanto, se solidariza con aquellos a los que representa. En 5:1-10 se amplía este pensamiento. Fue uno con nosotros en la debilidad humana. Ofreció sus oraciones a Dios con llanto y lágrimas profusas. Aprendió la obediencia por medio del sufrimiento (5:78). Por consiguiente, puede simpatizar con nuestros problemas (4:14-15). Está preparado para representarnos delante de Dios, dado que conoce los problemas a los que nos enfrentamos (5:1-2). Además, al igual que Aarón, fue nombrado por Dios. No quiso obtener el sumo sacerdocio con intención de engrandecerse (5:4-6). Aparte de esto, puede cumplir a la perfección las funciones de un sumo sacerdote, dado que se enfrentó con éxito a la tentación, saliendo de la prueba incólume (4:14-16; 7:26-27; 10:5-10). Su aprendizaje de la obediencia por medio del sufrimiento (5:8) no supone un progreso de la desobediencia a la obediencia, sino un progreso de toda una vida desde un grado de obediencia a otro. Del mismo modo que Lucas subraya su obediencia a sus padres, su crecimiento en el favor del pueblo y de Dios (Lc. 2:39-52), en Hebreos, la implicación es la de un crecimiento genuino como ser humano, superando todos los nuevos retos con una obediencia al Padre proporcional a la edad que tuviera en ese momento.
Aún destaca más en Hebreos el hecho de que Cristo, en calidad de sacerdote, ofreció un sacrificio por el pecado como lo hacían por aquel entonces los sumos sacerdotes aarónicos (5:1; 8:3; 10:11). Fue una ofrenda propiciatoria (2:17)7, que conllevó el necesario derramamiento de sangre (9:7, 18-22). Una diferencia principal entre este sacrificio y el de ellos era que el segundo era continuo e ineficaz (7:26-27; 9:12-14, 24-28; 10:24, 11-18), mientras que el suyo fue una vez y para siempre, porque fue único, irrepetible y eficaz (7:27; 9:26-28; 10:11-14). Por supuesto, la diferencia más crucial de todas es que los sacrificios de ellos eran animales, carentes de poder para expiar los pecados humanos, mientras que el de Jesús fue el sacrificio de sí mismo, el Hijo de Dios, que era simultáneamente un hombre sin pecado. Como tal, fue sacerdote y víctima, oferente y ofrenda. La dignidad y el valor de la ofrenda de sí mismo fueron infinitamente superiores a los que ofrecían los sumos sacerdotes. Por consiguiente, ahora está sentado, con un sacrificio completo y eficaz, mientras que ellos seguían en pie (en la época en que se escribió Hebreos), permaneciendo en un rechazo incrédulo del verdadero sacrificio, para ofrecer sus animales, que ya eran inútiles y que inherentemente nunca pudieron expiar el pecado. Por lo tanto, mientras que solo el sumo sacerdote aarónico podía entrar en el lugar santísimo y, además, una sola vez al año y con un sacrificio cruento, el sacrificio de Cristo ha garantizado nuestro acceso constante a Dios (4:14-16; 6:17-20; 9:23; 10:19 y ss.). Como tal, es nuestro precursor (6:20; cfr. Jn. 14:1-3). Esperamos la consumación de su obra como sumo sacerdote al final de la era, cuando vuelva a traer la salvación en su sentido más pleno (9:28).
Por último, Cristo no solo ha hecho lo que nunca pudo hacer el sacerdocio aarónico, sino que también lo anuló. Ha tenido lugar una alteración en el sacerdocio, el equivalente a una anulación legal (7:18). Como cumplimiento del sumo sacerdocio de Melquisedec, el sacerdocio de Cristo tiene una eficacia total y definitiva para la salvación (7:19, 25; 9:12, 14, 15; 10:10, 14, 18, 22). Continúa su papel como sumo sacerdote al interceder por nosotros (2:18; 4:16; 7:25) y bendecimos (5:910; 9:28; cfr. Lc. 24:51; Hch. 2:33; Gá. 3:29). Todo esto demuestra que en el Nuevo Testamento hallamos muchas evidencias del sacerdocio de Cristo. Él ha desempeñado todas las funciones principales del cargo sacerdotal.
APUNTES A PIE DE PÁGINA
- T W. Manson, The Teaching of Jesus (Cambridge: Cambridge University Press, 1939).
- Oscar Cullmann, 7he Christology of the New Testament (Londres: SCM Press, 1959), pp. 88-89.
- ta pros ton théon se traduce mejor como un acusativo de respeto. Véase P. E. Hughes, op. cit., p. 120.