POR. JOSÉ GREGORIO GONZÁLEZ
Hoy por hoy se acumulan evidencias a favor del valor terapéutico del optimismo, tanto como una actitud psicológica que nos ilumina y revitaliza en momentos de crisis físicas o psico-emocionales -ofreciéndonos empuje y energía para afrontar las dificultades-, como a través de mecanismos bioquímicos que comienzan a ser comprendidos y que se ven afectados por esta disposición vital.
Un estudio de Barbará Fredrickson y Michele Tugade en torno a la resiliencia, o «capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves», centrado en los atentados de Nueva York del 11 de septiembre de 2001, evidenció que experimentar emociones positivas, como por ejemplo amor, gratitud o interés, tras haber protagonizado un hecho traumático, a corto plazo incrementa la vivencia de experiencias subjetivas positivas, mientras que a largo plazo reduce drásticamente el riesgo de depresión.
No hay nada nuevo bajo el sol, y es fácil identificar la latencia de esta idea en la medicina a lo largo de la historia a través de la importancia que siempre ha dado a la actitud del paciente ante su enfermedad. Confiar en el médico y estar receptivo a la efectividad del tratamiento siempre ha sido entendido como algo muy positivo para que el paciente sane, lo que, sin llegar a definirlo, sí que está indudablemente asociado al concepto de «optimismo saludable». Un estudio publicado en 2008 en American Journal of Epidemiologyy realizado por un equipo del University College de Londres, encabezado por el doctor Andrew Steptoe, vino a aportar la enésima prueba de este vínculo entre actitud positiva y salud. En esta ocasión fueron 2.873 los británicos de entre 50 y 74 años sometidos a análisis de saliva y sangre que demostraron que la bioquímica de la gente positiva se diferencia en algunos parámetros de quienes presentan una personalidad más hostil y negativa.
PERSONAS DICHOSAS
Ratificaron un hecho ya conocido y relacionado con los niveles sensiblemente más bajos de cortisol en la gente optimista, cuyo aumento crónico genera hipertensión y reduce la eficiencia del sistema inmunológico.
Además de esa diferencia en la «hormona del estrés», los investigadores descubrieron que los niveles de proteína C reactiva e interleucina 6, directamente vinculadas con estados de inflamación corporal que además van ligados a cardiopatías y algunos tipos de cáncer, eran bastante inferiores en quienes se definían como «felices», aunque este dato curiosamente solo se pudo comprobar entre las mujeres. En 2014, este mismo autor exploraría otro aspecto centrado en la población de mayor edad, determinando que el optimismo y la felicidad mantenían en mejor forma física a los sujetos estudiados.

Equilibrio natural.
Llegó a esa conclusión tras ocho años de seguimiento a una muestra de 3.200 hombres y mujeres mayores de 60 años, según explicó en las páginas del Canadian Medical Association Journal.
La lista de referencias es interminable y, aunque aún quedan por desentrañar algunas claves bioquímicas, parece fuera de toda duda que una actitud positiva —eso que la psicología llama «estilo emocional positivo»— con sentido del humor, optimismo y emociones como la elevación y la fluidez, aporta bienestar y reduce la incidencia de múltiples enfermedades.
Pero ¿tenemos claro qué es ser optimista? Los que libran su cruzada contra el desarrollo personal y la superación no suelen saberlo. Una buena definición nos la brinda el recordado psicólogo Bernabé Tierno (1940-2015), cuya prolífica bibliografía sobre la psicología positiva es una valiosa y constante fuente de referencia. «Un optimista —escribe dicho autor—es una persona habitualmente dichosa, que se siente a gusto en su propia piel y que tiene tendencia a pensar, sentir y esperar que el futuro le proporcione bienestar y experiencias favorables y gratificantes. El comprobar entre las mujeres. En 2014, este mismo autor exploraría otro aspecto centrado en la población de mayor edad, determinando que el optimismo y la felicidad mantenían en mejor forma física a los sujetos estudiados. Llegó a esa conclusión tras ocho años de seguimiento a una muestra de 3.200 hombres y mujeres mayores de 60 años, según explicó en las páginas del Canadian Medical Association Journal. La lista de referencias es interminable y, aunque aún quedan por desentrañar algunas claves bioquímicas, parece fuera de toda duda que una actitud positiva —eso que la psicología llama «estilo emocional positivo»— con sentido del humor, optimismo y emociones como la elevación y la fluidez, aporta bienestar y reduce la incidencia de múltiples enfermedades. Pero ¿tenemos claro qué es ser optimista? Los que libran su cruzada contra el desarrollo personal y la superación no suelen saberlo.

Equilibrio natural.
Una buena definición nos la brinda el recordado psicólogo Bernabé Tierno (1940-2015), cuya prolífica bibliografía sobre la psicología positiva es una valiosa y constante fuente de referencia. «Un optimista —escribe dicho autor—es una persona habitualmente dichosa, que se siente a gusto en su propia piel y que tiene tendencia a pensar, sentir y esperar que el futuro le proporcione bienestar y experiencias favorables y gratificantes. El optimista no guarda para sí su felicidad o bienestar subjetivo, sino que tiene necesidad de contagiar estos sentimientos a los demás, y es más dichoso en la medida en que ve a su lado más personas positivas y disfrutadoras de la vida. Nadie piense que el optimista es un tonto risitas que no sabe ni por qué ni de qué se ríe.
No es alguien que ignore que la vida está llena de problemas, de dolor y de carencias. Es consciente de que aparecerán graves dificultades, situaciones críticas y hasta desesperadas, pero cuenta con ello y confía en saber encajar y superar esos momentos de adversidad y aprender de ellos. Precisamente por todo esto mantiene bien viva su fuerza interior, su optimismo a prueba de bombas, porque en esas situaciones críticas nada más estúpido y desastroso hay que dejarse arrastrar por el abatimiento y la actitud mental negativa».
PAUTAS PARA LA TRANSFORMACIÓN
Bien. Si somos así, geniales, pues el trabajo se centrará en potenciar el optimismo. Pero ¿qué ocurre si no hemos crecido de esa manera? ¿Y si tenemos una tendencia más pesimista e incluso depresiva, volcados en ver el vaso medio vacío?
Las siguientes líneas serán de ayuda para cambiar nuestra actitud, o acaso ¿queremos ver crecer a nuestra hija o hijo con una mueca de pesimismo en su rostro o con una sonrisa optimista iluminando nuestros instantes? ¿Queremos ser o continuar siendo quien ponga pegas a todo, quien le agüe la fiesta a los demás, aquellos a quien se tiende a evitar por el mal rollo que transmite? ¿Queremos ser los eternos enfadados, los refunfuñones, los del sí, pero…, los que regalan al despertar un mal gesto, una respuesta bronca o una pose de indiferencia en vez de un arrumaco gatuno, una caricia, una sonrisa o un bonito «buenos días»? Las siguientes propuestas son simples, y aunque nunca serán panaceas ni milagrosas, sí que veremos cómo tienen un inesperado efecto transformador y motivador. Pues vamos allá:
—Primera pauta: la lista. Se trata de hacernos preguntas como: ¿Eres feliz con las cosas que forman parte de tu cotidianidad? ¿Eres generoso en saludos y gestos de cortesía? ¿Prestas atención a tus sentimientos y vida interior? ¿Reflexionas sobre los valores y consecuencias de tus acciones? ¿Sientes afán de conocer y aprender? ¿Apuestas con más frecuencia por cooperar que por competir? ¿Consideras que en general marcas tu destino? ¿Eres humilde, capaz de entender que siempre es posible aprender de los demás? ¿Eres consciente de tus defectos? ¿Puedes compartir el protagonismo en actividades grupales? ¿Tienes una actitud positiva y esperanzadora en los malos momentos?

Optimismo
Hagamos una lista con aquellas cosas a las que respondimos «no» o «de vez en cuando» y otra con los síes. Llevarla cerca y releerla de vez en cuando para saber qué debemos transformar será una buena técnica. La lista podemos ordenarla colocando como prioridad aquellas cosas que, al menos en principio, consideramos que pueden ser más fáciles de modificar, tachando o coloreando las conquistas logradas. Pasado un tiempo, podemos incluso reescribirla.
—Segunda pauta: el pantallazo. Se trata de pertrechamos de un puñado de palabras y expresiones positivas e incorporarlas a nuestro lenguaje cotidiano. Ponerlas por escrito, llevarlas encima, hacer cartelitos o salvapantallas en nuestro ordenador o teléfono móvil para tenerlas más presentes, al alcance de la mano, es un buen comienzo.
Y si nos hacemos una camiseta con esos mensajes, mejor que mejor… Y si las ponemos como imagen de perfil en nuestras redes sociales o chats, rizaremos el rizo. La idea de las camisetas es una de mis preferidas…
Una imagen, palabras… Una vez me hice una con la palabra «supercalifragilisticoespialidoso». Al vernos reflejados en un espejo o en un escaparate, retratados en una de las muchas fotos que casi todo el mundo se hace a diario o al chequear nuestras redes sociales, estaremos viendo ese potente estímulo en forma de pantallazo.
Y encima, sin ningún esfuerzo, se lo estaremos transmitiendo a quienes wasapean con nosotros, a los que visitan nuestro perfil en Facebook o lnstagram y, de manera más directa y sensorial, si el mensaje va en una camiseta, a todos a los que el destino decide cruzar en nuestro camino ese día.
—Tercera pauta: la sonrisa espejo. Sonreír. Tan sencillo y tan difícil al mismo tiempo. ¿Somos personas generosas con nuestras sonrisas o más bien tacañas? En general, en el día a día, ¿el rictus de nuestra cara es tirando a enfadado y severo o, por el contrario, distendido y afable?
La coach Priscila González es una sonrisa andante, de ahí que su argumentación tenga el doble valor que aporta lo intelectual y lo vivencial. «Sonreír nos hace más atractivos y atrayentes explica. Está demostrado científicamente que los seres humanos nos sentimos atraídos por las personas que sonríen, y en ello intervienen unos mecanismos neuronales de los que no somos conscientes».

Alegría
En su libro Inteligencia social, Daniel Goleman desvela parte de ese proceso al referirse a las «sonrisas genuinas que transmiten la alegría y la diversión espontánea y que son, con toda probabilidad, las más evocadoras, por cuanto que son las que más fácilmente registran las neuronas espejo destinadas a detectar sonrisas y a desencadenar las nuestras, produciéndose una resonancia, incluso entre completos desconocidos».
Prosiguiendo con González, «la sonrisa, al ser la más positiva de todas las expresiones emocionales, desencadena con facilidad el proceso de ‘contagio emocional’, ya que el cerebro humano parece, tener preferencia por los rostros felices y los reconoce más fácil y rápidamente que los que expresan emociones negativas. Sonreír mejora las relaciones interpersonales: las personas que sonríen proyectan una imagen que transmite mayor confianza y seguridad a los demás, favorece una respuesta más positiva de su interlocutor en una reunión o conversación, fomenta la sociabilidad, mejora la comunicación y estimula relaciones más saludables y gratificantes».
La cosa parece estar bastante clara, pero ¿qué ocurre si no somos sonrientes, si no tenemos ganas de hacerlo, si eso de sonreír no nos brota de forma natural? Por sorprendente que parezca, podemos sonreír sin ganas, forzar e interpretar una sonrisa, y empezar a beneficiarnos de sus efectos. Es obvio que eso es así socialmente, que lo hemos experimentado cuando forzamos una sonrisa en espacios comunitarios para quedar bien.
Por lo general, funciona y nos devuelven sonrisas, e incluso nos pagan con gestos afectuosos que al final ter minan logrando que nos sintamos mejor, más cómodos y aceptados en esos contextos.
—Cuarta pauta: valorando lo cotidiano. Esta pauta es muy sencilla, así que seremos breves con ella. Tan solo tenemos que pensar en las cosas cotidianas que nos aportan alegría, comodidad, tranquilidad… Aquellas que son capaces de sacarnos una sonrisa, reconfortamos, hacernos sentir orgullosos, queridos, valorados, acompañados… Alguna meta u objetivo alcanzado, alguna habilidad que se nos da especialmente bien, la compañía de una persona, la rutina que nos pone en contacto o evoca la existencia de un den en nuestras vidas, etcétera.
Todos tenemos infinidad de valiosas joyas en el tesoro de lo cotidiano. La idea es redescubrirlas, tomar conciencia de ellas, devolverles el valor que tienen y empoderarnos con el proceso. Alegrarnos, sentirnos afortunados y dar gracias por ellas. Algo tan sencillo cambiará nuestro ánimo, nos arrancará una sonrisa, nos animará a diseñar nuestra camiseta y a cambiar el salvapantallas, nos pondrá en la frecuencia del optimismo.

Felicidad
—Quinta pauta: la cara amable de la moneda. También ésta será una pauta breve, simple, muy fácil le comprender aunque a veces lo resulte tan sencilla de poner en práctica. Consiste en tomar conciencia del lado positivo que tienen todas las cosas, incluso las negativas. Es en ellas en las que nos tenemos que centrar. Ante una situación adversa, un revés, una mala noticia, un escollo, hagamos el esfuerzo de ver facetas de luz, oportunidades para el cambio, exploremos las opciones que existen de enfocar y reconducir la situación.
Si no existen, no debemos forzarlas, no se trata de vivir en la fantasía, de luchar por imposibles y de negar lo irremediable. El simple hecho de reconsiderar la situación y no descartarla de raíz es ya un avance.
—Sexta pauta: veintiún días sin quejas. Esto es todo un reto, así que en principio lo reservamos para los amantes de los deportes de riesgo, para aquellos acostumbrados a caminar por el filo de la navaja, a los que darían un paso al frente si la NASA pide voluntarios para un viaje sin retorno a un asteroide que amenaza la supervivencia de la especie. Veintiún días sin quejas, ese es el ejercicio. ¿Seremos capaces de estar veintiún días sin quejamos de nada? ¡La mayoría se estará quejando ahora de que sean nada menos que veintiún días! Priscila González nos propone que para facilitarlo llevemos algo que nos recuerde ese reto: «Llevar una pulsera con un mensaje positivo o una cinta de algún color que nos guste en nuestra muñeca. Si verbalizas una queja, debes comenzar la cuenta de veintiún días de nuevo». ¿Es difícil? Claro que sí, como salvar la Tierra de un impacto cósmico mortal, pero si lo consigues, «habrás creado un hábito y, como consecuencia, habrás enseñado a tu cerebro a estar enfocado en las cosas positivas, en tus objetivos o metas. Esto provoca que el ‘enfoque negativo’ pierda fuerza, es decir, estar siempre poniendo pegas, buscando el fallo o la dificultad».