
El primer animal doméstico fue el perro (Canis familiaris), que procede de poblaciones de lobo (Canis lupus). Los hallazgos más antiguos de perros domésticos se remontan a un período que oscila entre 14…000 y 16.000 años atrás, aunque algunos genetistas consideran que su domesticación podría a remontarse a más de 100.000 años. Al margen del perro, todos los demás animales domésticos tienen su origen en el período sedentario de nuestra evolución, durante el Neolítico, hace menos de 11.000 años.
En un principio, la mayoría de ellos fueron domesticados para utilizarlos como alimento, aunque algunos tuvieron también otras funciones, como la religiosa (gato), la de transporte (caballo) o la de ornamento (pavo). Curiosamente, las especies que se han domesticado son unas pocas decenas. Además, sólo han tolerado su domesticación aquellas especies gregarias que aceptan un líder dominante.
El área geográfica donde la domesticación es más antigua y diversa es Oriente Medio, concretamente, la región llamada Creciente Fértil. Esta región se extiende por las cuencas de los ríos Jordán, Tigris y Éufrates. Pero la domesticación fue un proceso que se produjo de manera independiente en diversos momentos y lugares del planeta; así, por ejemplo, en el centro de origen de la cuenca media del Huang He (Río Amarillo), en China, fueron domesticados de nuevo el perro y el cerdo unos z.000 años más tarde que en el Creciente Fértil.
Resulta difícil situar en un punto y un momento preciso la domesticación de otros animales, como el pato, la oca, la paloma o el pavo real, pues la semejanza que tienen con sus ancestros hace imposible que en los restos de los yacimientos se puedan distinguir los individuos domésticos de los salvajes.
Las domesticaciones recientes
La posibilidad de que muchas especies de animales se pudiesen criar y reproducir en cautividad comportó un considerable aumento de la domesticación (o del intento de domesticación) en el siglo XIX. La búsqueda de nuevas fuentes de proteína animal ha llevado a nuestros mercados carnes de especies tan diversas como el avestruz (Struthio camelus) o el gamo (Dama dama). Por otra parte, la estética de algunos plumajes y las habilidades cantoras de algunas familias de aves, como la de los sitácidos (loros, periquitos, etc.) o la de los fringilidos (canarios, jilgueros, etc.) han estimulado su domesticación y la aparición de razas que no se dan espontáneamente en la naturaleza.
También la industria peletera ha facilitado la cría en cautividad y la selección artificial de mamíferos de pieles apreciadas, como el visón americano (Mustela vison) o el zorro ártico (Alopex lagopus). El abanico se va ampliando con la variada oferta de animales de compañía, muchos de los cuales son simples individuos domesticados de especies salvajes. Las perspectivas de nuevos animales domésticos aún se amplían más si se tienen en cuenta las posibilidades que ofrece la ingeniería genética, que permite actuar sobre el código genético sin necesidad de realizar largos procesos de cruce y selección.

La conservación de la diversidad genética
La ganadería practicada en las últimas décadas ha causado una importante disminución de razas y variedades locales, con la consiguiente pérdida de diversidad. Esto se debe a la introducción generalizada de variedades mejoradas durante el proceso de intensificación de la producción animal.
El actual proceso de producción intensiva exige que los individuos, o los productos que de ellos se obtienen, sean idénticos y se mantengan así a lo largo del tiempo, con independencia de las condiciones del medio. Por eso se utilizan híbridos genéticamente homogeneizados, esto es, adaptados a un estrecho abanico de condicionantes ecológicos, dentro del cual son muy productivos. Esta demanda acentúa el llamado proceso de erosión genética (pérdida de razas y variedades), pues ya no se valora la variabilidad individual que suelen presentar las razas o las variedades locales, debida a su relación con el hombre y el medio.
El incremento de razas domésticas locales en peligro de extinción ha hecho que organizaciones internacionales como la FAO creen reservas genéticas que garanticen la preservación de esta diversidad. Una de las estrategias utilizadas es la de la conservación in situ. Se trata de mantener una población mínima o nuclear, como una isla dentro del área de distribución de aquella raza o variedad, con la función de reserva genética. La conservación in situ de animales es una opción que permite a la raza o variedad seguir evolucionando bajo la presión selectiva del medio y del hombre, hecho que facilita la diversificación.