
La Revolución de las pequeñas cosas.
POR. GREGG BRADEN
ESTAMOS VIVIENDO LOS TIEMPOS MÁS TRASCENDENTES PARA LA HUMANIDAD
NUESTRO MUNDO SE ENCUENTRA EN UN PROCESO DE MUTACIÓN RADICAL. LAS INSTITUCIONES Y EL SISTEMA POLÍTICO Y ECONÓMICO SURGIDO TRAS LA II GUERRA MUNDIAL SE ESTÁN DERRUMBANDO VIOLENTAMENTE, PUES YA NO SIRVEN PARA HACER FRENTE A LAS CRISIS QUE ESTAMOS VIVIENDO Y A LAS QUE SE NOS AVECINAN. EN SU LIBRO LA VERDAD PROFUNDA (SIRIO) DEL QUE EXTRACTAMOS EL SIGUIENTE TEXTO, GREGG BRADEN OFRECE UN MENSAJE ESPERANZADOR DE TRANSFORMACIÓN QUE NOS INCUMBE A TODOS NOSOTROS, Y PROPONE LAS CLAVES DE ESE CAMBIO DE PARADIGMA NECESARIO PARA QUE NUESTRA ESPECIE SOBREVIVA.
Cuando pensamos en los sistemas de nuestra forma de vida que parecen haber llegado al límite, es fácil entender por qué hay tanta gente que opina que el mundo está hecho pedazos. Hay tantas cosas en las que hemos confiado durante generaciones (por ejemplo, cómo funcionan el dinero o las guerras, cómo solíamos encontrar trabajo en una buena empresa y sentirnos seguros el resto de nuestra vida) que ya no parecen tener validez.
Sencillamente ya no funcionan. Ahora bien, si miramos con honestidad todo aquello que ya no funciona, empezamos a ver un patrón: lo único que se está «haciendo pedazos» son los sistemas que ya no son sostenibles en la situación de tensión de un mundo que está cambiando. Cuestiones como la economía, las dictaduras que existen desde hace decenas de años, la fuerza militar utilizada para mantener la paz en numerosas zonas bélicas del mundo o la abyecta pobreza en países que son ricos en recursos naturales, son ejemplos, todos ellos, de formas de vida insostenibles que han alcanzado su punto límite.
Y lo anterior está sucediendo en el seno de una civilización que se alimenta de esos recursos insostenibles que son los combustibles fósiles. Por lo tanto, aunque la economía mundial, basada en mercados que han de crecer sin fin y en un régimen lucrativo en el que quien se beneficia lo hace a expensas de otro, haya funcionado durante un siglo, no será sostenible durante cien años más. Y aunque proveer de electricidad a una red energética mundial que va consumiendo las fuentes limitadas de petróleo, gas y carbón, y destruyendo el propio aire que respiramos, haya funcionado durante un siglo, no podrá seguir haciéndolo durante cien años más.
PARADIGMAS QUE YA NO SIRVEN
Estos son ejemplos de la curva de aprendizaje de nuestra civilización. Si podemos trascender la tentación de juzgar si estas realidades son buenas o malas, acertadas o improcedentes, simplemente se convierten en parte de nuestro pasado. En su momento sirvieron al propósito para el que fueron ideadas y consiguieron lo que debían conseguir. Nos han traído hasta dónde estamos y nos han permitido crear una civilización global que antes no existía; nos han proporcionado calor, luz y un modo de cocinar los alimentos en lugares que en el pasado nunca habían gozado de tales lujos; nos han dado la posibilidad de viajar de un lado al otro de la Tierra en un solo día.
Sin embargo, también han provocado una enorme grieta en las economías mundiales, y han explotado a los pueblos indígenas y muchos de los recursos globales para beneficio de unos pocos. Nuestras elecciones nos han beneficiado en algunos sentidos y nos han perjudicado en otros. Actualmente, el hecho de que tantos de los sistemas que habíamos elegido se estén desmoronando todos a la vez nos ofrece una rara oportunidad de elegir de nuevo. Debemos elegir hacia dónde dirigir el siguiente paso y qué forma darle al nuevo mundo que va emergiendo.
No es un secreto que nos hemos convertido en una sociedad global. Ya le demos un nombre oficial y lo anunciemos en el informativo, o hablemos de ello como si estuviéramos conspirando en voz baja en las tertulias nocturnas de la radio, el hecho es que ya ha sucedido. Los mercados de valores que dirigen la economía mundial son ya globales y comercian continuamente, veinticuatro horas al día durante los siete días de la semana.
Los alimentos que llenan de productos de temporada estival las baldas de los supermercados en pleno invierno se cultivan en granjas de las antípodas y se nos envían a diario por aire o por mar. La voz que responde al número que marcamos a las tres de la madrugada para reservar un pasaje de avión o solicitar asistencia técnica para resolver un problema de nuestro ordenador probablemente nos habla desde una centralita situada al otro lado del mundo. Está claro que la globalización que vemos hoy día es un arma de doble filo.
No es un proceso democrático, y está costeada por aquellos que serán los más I beneficiados. Por otra parte, está igual de claro que es un hecho de la vida. Definitivamente, nos hemos hecho una sociedad global y no hay vuelta atrás. Y si bien es indudable que el comercio, la banca y la industria trabajan ahora como entidades globales, ¿qué hay de los gobiernos? ¿Vamos camino de alguna clase de gobierno global? O, como apuntan algunos, ¿tenemos ya un gobierno global?
HACIA UN GOBIERNO PLANETARIO
Casi en todas las entrevistas para los medios de comunicación y cumbres y conferencias en las que participo, sé que hay una pregunta que se me hará, oficial o extraoficialmente: ¿creo yo que el mundo vivirá muy pronto bajo alguna forma de gobierno global? Y si es así, ¿cuándo? De modo que voy a empezar con las mismas palabras con las que suelo responder a este tipo de preguntas. Entre las transformaciones actuales, se encuentra el mayor cambio de dirección del poder, la riqueza, la tecnología y la información de toda la historia documentada; luego no me sorprendería que presenciáramos la globalización de los gobiernos así como la del comercio, la industria y las finanzas durante esa misma época de cambio.
El gobierno global ya existe. Y si los años del siglo XX que siguieron a la Segunda Guerra Mundial son un indicativo de cómo se implementará, este será un proceso de puesta en marcha, más que un acontecimiento marcado por un instante preciso. Los cimientos para un gobierno global, así como para un nivel más alto de cooperación global, se han estado fraguando desde que el mundo quedó esculpido en nuevas naciones y economías tras la Segunda Guerra Mundial. La consolidación del comercio en bloques mercantiles, como la Unión Europea (UE) —creada en 1993—, la Unión Africana (UA) —fundada en 2001— y la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ANSEA) —establecida en 1967—, es el modo en que naciones separadas con intereses comunes forman organizaciones de alto nivel para beneficiarse tanto individual como colectivamente. Uno de los objetivos establecidos cuando se formó la UE fue eliminar la competición violenta por los recursos, que había conducido a derramamientos de sangre, sufrimiento y guerras en el pasado.
Si se alcanzara a nivel global tal grado de cooperación, e incluyera la puesta en común de los recursos humanos y naturales, es muy posible que las guerras por los recursos pasaran a ser cosa del pasado. El logro de estos objetivos contribuiría sin duda a anular los tres criterios que desde mi punto de vista causan un comportamiento violento y belicoso: percibir que corre peligro nuestra vida, la de nuestra familia o nuestra forma de vida.
PROBLEMAS MUNDIALES, SOLUCIONES GLOBALES
Obviamente, sin embargo, la idea de un gobierno global tiene también su lado oscuro. Si, por ejemplo, los principios rectores de ese gobierno estuvieran basados en la codicia, el control, el fraude y la corrupción, la gente seguirla sufriendo por la misma disparidad de las riquezas, la misma carencia de lo necesario para vivir y una absoluta falta de esperanza de que sus circunstancias de vida puedan cambiar jamás.
Huelga decir que, si este fuera el caso, el gobierno global podría dar lugar a una situación incalificable, semejante al futuro tenebroso y temible que George Orwell describía en su novela 1984. Todo depende de cómo se haga. Se han propuesto ya una serie de opciones para tratar la tensión sin precedentes que los cambios de nuestro mundo han empezado a provocar en los sistemas de los que depende nuestra forma de vida. Para que funcione cualquiera de las soluciones propuestas, será necesario que ocurra algo que nunca antes ha sucedido, al menos en la historia documentada que corresponde a los últimos 5.000 años aproximadamente.

Tecnología.
Problemas tales como una población en unas décadas de 10.000 millones de habitantes, la escasez creciente de agua y alimentos, la propagación de las pandemias o la necesidad de adaptación a un cambio climático son tan colosales que una nación aislada, o incluso la unión de varias naciones, no los podrá resolver. Por primera vez en la historia de nuestro mundo de la que tenemos noticia, las soluciones han de implementarse a escala global, y para ello es necesaria la cooperación de muchas de las naciones más grandes y poderosas.
Será la urgencia de salir de las crisis a las que nos enfrentamos la que abra la puerta a una oportunidad sin precedentes y a las elecciones que esto traiga consigo. ¿Se implementarán las soluciones en espíritu de cooperación y ayuda mutua, o se hará con los mismos miedos que nos han acarreado problemas en el pasado y que han destruido gran parte de aquello que valorábamos? Si los entendidos están en lo cierto, no vamos a tener que esperar mucho para saberlo. La suerte que correremos en última instancia será el resultado de todas las grandes crisis de nuestro tiempo, si no hacemos algo al respecto. En la actualidad, hay cinco crisis principales:
—Primer punto crítico: una población mundial insostenible.
—Segundo punto crítico: el cambio climático y la aparición de pandemias.
—Tercer punto crítico: la escasez creciente de alimentos y agua potable.
—Cuarto punto crítico: el abismo cada vez mayor que existe entre la pobreza y la riqueza, la salud y la enfermedad, el analfabetismo y la educación.
—Quinto punto crítico: la creciente amenaza de guerra y la renovada amenaza de una guerra nuclear.
EL CÓDIGO DEL CAMBIO
Cada una de estas crisis tiene por sí sola el potencial de poner fin a la civilización, e incluso a la vida, tal como hoy las conocemos. Las cinco áreas de crisis están ya presentes, y, debido a que son un hecho, cada una de ellas ha establecido lo que podría considerarse la trayectoria a la que nos arrastrará con el tiempo si no la atajamos de alguna manera. La explosión demográfica, por ejemplo, ha establecido una trayectoria de intervalos cada vez más cortos entre una y otra duplicación del número de habitantes del mundo, lo cual situará a nuestra familia global en una cifra aproximada de 10.000 mil millones de habitantes para el año 2050. Si no lo atajamos de algún modo, es de esperar que este sea el sino de nuestra familia global: las tremendas implicaciones de que haya 10.000 millones de personas compitiendo por la comida, el agua, el empleo y la vivienda, en un mundo en el que los recursos vitales habrán disminuido, y dentro de tan solo cuarenta años.
Si aplicamos la misma lógica a cualquiera de las áreas críticas, es fácil de entender que cualquiera de ellas, abandonada a su suerte, tiene el potencial de conducirnos hacia un desenlace muy temible. Desde esta perspectiva, podemos considerar que nuestro sino es lo que nos estará esperando si sabemos que las crisis existen y no hacemos nada. Me da la sensación de que las crisis actuales y nuestro destino están íntimamente entrelazados. El hecho de que se estén redefiniendo tantas partes de nuestra vida y de que’ converjan tantos cambios en un lapso de tiempo tan breve, casi de la noche a la mañana, parece ser más que una simple coincidencia. Podemos considerar que esta convergencia es una especie de examen cósmico de la situación real.
En un espacio de tan solo unos pocos años, tendremos la oportunidad de ver cuáles de las elecciones que hemos hecho como civilización funcionan y cuáles no; podremos revisar qué sistemas son sostenibles y qué sistemas no lo son. Y a la vista de aquellos que hayan quebrado y fracasado, debemos elegir: ¿estamos dispuestos a acoger nuevas formas de vida que nos den lo que necesitamos de una manera limpia y sostenible que nos honre y honre a nuestro mundo? ¿O nos pelearemos entre nosotros para apuntalar viejas formas de vida insostenibles que tarde o temprano volverán a fallar y, una vez más, nos dejarán colgando del abismo de las mismas elecciones al cabo de un tiempo?
Las formas de vida que no funcionan son las que se están desmoronando ante nuestros ojos en estos momentos: desde sistemas económicos endeudados y un servicio sanitario desbordado, hasta el uso desenfrenado de los combustibles fósiles para proveer de energía a una población mundial cada día mayor. Todas ellas son señales de nuestra forma de considerar el mundo y el lugar que ocupamos en él.
Todas ellas forman parte del lenguaje del cambio en el código de la civilización. Si somos capaces de ver cómo encajan en el contexto a gran escala las elecciones que hacemos a diario en nuestras vidas, entenderemos con claridad cuál es nuestro papel. Las elecciones que hagamos individualmente son los cimientos colectivos de nuestra nueva era del mundo.
CREENCIAS EQUIVOCADAS
Vivimos nuestra vida basándonos en lo que creemos, y este hecho tan simple nos hace darnos cuenta de que, al margen de lo que hagamos realmente en nuestra vida, las creencias que preceden a lo que hacemos son el fundamento de todo lo que valoramos, soñamos, conseguimos y llegamos a ser. Desde los rituales matutinos con los que empezamos el día y la tecnología que utilizamos para mejorar nuestra calidad de vida hasta la tecnología que destruye la vida con la guerra. Todas las actividades personales rutinarias, los rituales comunitarios y las ceremonias religiosas —en definitiva, nuestra civilización—se basan en lo que pensamos de nosotros mismos y de nuestra relación con el mundo. Al darnos cuenta de esto, parece pertinente preguntar de dónde provienen nuestras creencias.

Sequía.
Y la respuesta probablemente os sorprenda. Salvo contadas excepciones, nuestras creencias provienen de lo que otras personas nos han contado sobre el mundo, es decir, la lente a través de la cual vemos el mundo y nos vemos a nosotros mismos, y que nos sirve de base para tomar las decisiones más importantes de nuestra vida, son las enseñanzas de la ciencia, la historia, la religión, la cultura y nuestras familias.
En lo que respecta a los hechos de la historia, la evolución y la vida en sí, durante los últimos trescientos años esas «otras personas» por lo general han sido los científicos y las organizaciones que conservan y enseñan nuestras tradiciones más preciadas. Y es esto precisamente lo que le confiere al verdadero poder de la ciencia un significado nuevo.
Independientemente de la satisfacción que obtengamos de la búsqueda de la «verdad», las respuestas que nos da la ciencia sobre nosotros mismos y nuestro papel en el mundo son los cimientos sobre los que construimos nuestra existencia y definimos cuál es nuestra manera de resolver los problemas de la vida. ¿Y qué imagen de nosotros nos da la ciencia más avanzada de nuestro tiempo? Históricamente se nos ha enseñado que somos criaturas insignificantes que aparecieron como una «casualidad» de la biología; que llegamos en un momento tardío de la historia de la Tierra y tenemos, por tanto, poca influencia en el desarrollo general de los acontecimientos mientras estamos aquí; y una vez que nos hayamos ido, el universo apenas si advertirá nuestra ausencia.
Aunque esta descripción tal vez suene un poco adusta, me parece que la idea general debe de aproximarse bastante a lo que se nos ha condicionado a creer. La ciencia del último siglo nos ha hecho creer que la vida en sí es producto de una combinación de elementos y condiciones aparentemente imposibles que tuvo lugar hace mucho tiempo; que la humanidad no es más que uno de los productos de esos acontecimientos fortuitos y que esencialmente somos como animales y, en consecuencia, guerreros por naturaleza; que la civilización actual es el pináculo de 5.000 años de ingenuidad, creatividad y tecnología humanas; y que tenemos la capacidad de dominar la naturaleza y utilizar para nuestro provecho los recursos de la Tierra.
Probablemente no sea una Coincidencia que durante el mismo lapso de tiempo en que se nos ha alentado a adoptar estas creencias, la humanidad haya sufrido las mayores pérdidas de su historia debido a las guerras y sus mayores horrores debido al genocidio, además de haber causado los mayores estragos en el medio ambiente del que dependemos para vivir.
Son precisamente estas creencias las que a menudo nos hacen sentirnos insignificantes e impotentes cuando tenemos que hacer frente a los grandes retos de la vida. ¿Qué sucedería si descubriéramos que somos más que eso? ¿Es posible que en realidad seamos seres únicos, muy especiales y poderosos, bajo un disfraz? ¿Y si resulta que somos delegados con un potencial milagroso, nacidos en este mundo para hacer realidad un bello destino, un destino que simplemente hemos olvidado, enredados en las condiciones que nos han conmocionado y sumidos en un estado casi onírico en el que nos soñamos impotentes? ¿Cómo cambiaría nuestra vida si descubriéramos, por ejemplo, que podemos elegir que haya paz en el mundo y abundancia en nuestra vida? ¿Y si averiguáramos que el universo en sí recibe los efectos de un poder que nos hemos ocultado a nosotros mismos durante tanto tiempo que ya ni siquiera recordamos que sea nuestro?
Un cambio de paradigma semejante daría un giro radical a todo. Cambiaría lo que pensamos de nosotros mismos, del universo y de nuestro papel en él. Y es también, precisamente, lo que los descubrimientos más vanguardistas empiezan a revelar.
LA VERDAD PROFUNDA
Es fácil de entender que si tenemos la idea de que somos una casualidad de la biología, de que estamos separados y somos independientes del resto de la gente y del mundo que nos rodea, e incluso de nosotros mismos, resolver los problemas mediante la fuerza y el conflicto es la conclusión natural. Cuando nos consideramos seres separados e impotentes, el conflicto normalmente tiene sentido.
También es fácil de entender que si la ciencia revela que somos más de lo que se nos ha hecho creer con respecto a nuestros orígenes, nuestra historia y nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos —como están revelando constantemente los nuevos hallazgos científicos—, la fuerza y el conflicto dejan de tener sentido.
Ante la revelación de tales verdades profundas, las viejas ideas sobre cómo resolver los problemas se quedan obsoletas de inmediato. Por tanto, el hecho de estar dispuestos a considerarnos a nosotros mismos desde una perspectiva nueva cambia radicalmente nuestra forma de tratar con la vida. A veces, tal disposición incluso le abre la puerta a la vida misma.
←EN LA ACTUALIDAD: DE LA GLOBALIZACIÓN A LA CONTINENTALIZACIÓN