Por: ROLAN D BRETON, catedrático emérito de Geografía, Universidad de París VIII-Vincennes-Saint-Denis
UN MOSAICO ÉTNICO
Vista de las minorías étnicas y lingüísticas europeas todavía presentes, reconocidas, e incluso protegidas, en sus respectivos Estados.
Europa, que fue el gran foco de la creación de los Estados-nación, presenció al mismo tiempo cómo en el interior de la mayoría de ellos aparecían minorías que en algunos casos revelaban la dificultad y en otros el rechazo a hacer coincidir las fronteras políticas con las zonas étnicas y lingüísticas, que surgieron por múltiples razones en el transcurso de la historia. Tal hecho se produce en diferentes contextos: en ciertos Estados fundados al margen de ese movimiento nacional, como Suiza o Bélgica; a lo largo de las fronteras de Estados-nación como Francia, Alemania o Italia; en función de una diversidad reconocida como fundamental, como en Noruega, Finlandia, Irlanda o España; o por último, como consecuencia de la magnitud de ciertas etnias, demasiado pequeñas para ser consideradas naciones, como la frisona, la bretona o la sami. Por todas estas razones, Europa presenta un paisaje de minorías particularmente variado.
Una vista panorámica, de norte a sur, de esta Europa de las minorías conduce en primer lugar a los feroeses que han hecho oficial su habla escandinava propia en las Islas Feroe pertenecientes a Dinamarca. Llegamos después a Noruega, que cuenta con las áreas vecinas de sus lenguas nacionales: el nynorsk, neonoruego, minoritario en la zona oeste, frente al bokmál, la lengua de los libros, o el riksmál, la lengua del reino, al este. Los sami se autoadministran en el extremo norte de Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia con su Consejo Sami, en el que ondea su propia bandera nacional. En Finlandia, la minoría sueca representa menos de un 10% pero está reconocida en igualdad de derechos a la mayoría finlandesa, y su lengua es la única oficial en el archipiélago de Aland, autónomo desde 1922.
EL ANTIGUO REINO DE LOS DOS MARES
Los tres países bálticos Estonia, Letonia y Lituania tienen minorías rusas heredadas de la antigua dominación soviética. Lituania posee asimismo, en los alrededores de su capital Vilna, una minoría polaca compacta heredada de la República de las Dos Naciones que unió el reino de Polonia y el gran ducado de Lituania en un Reino de los Dos Mares, que se extendía desde el Báltico hasta el mar Negro. En Rusia, existen 35 nacionalidades étnicas que son consideradas como sujetos deja Federación y cada una está dotada de un territorio propio en el que su lengua es oficial, es decir, hasta el Kamchatka en el estrecho de Bering, existen 21 repúblicas y 14 otras regiones autónomas. Las minorías más importantes en Europa son, en el norte, la carela y la yakuta; en la región del Volga Medio, la mari, la tártara, la udmurta, la bashkir, la chuvasia y la mordvina; así como, en el sur, la calmuca y los múltiples pueblos de la parte norte del Cáucaso.
En Bielorrusia, una importante presencia polaca permanece concentrada en la región occidental y hay grupos rusos establecidos por todo el país. En Ucrania, la minoría rusa continúa siendo muy fuerte desde el este hasta el centro. En Polonia, en cambio, las minorías prácticamente han desaparecido: los alemanes fueron radicalmente expulsados al otro lado de los ríos Oder y Neisse, mientras que subsisten, en la costa de Pomerania, al oeste de Gdansk, el pueblo eslavo casubio y, en el noreste, en Podlaquia, una presencia bielorrusa. Sin olvidar a los judíos caraítas no talmúdicos, considerablemente dispersos, y los montañeses ucranianos llamados lemkos en los Cárpatos. También en la República Checa han desaparecido casi por completo todas las minorías, incluida la de los alemanes de los Sudetes. En Alemania, perduran dos minorías débiles en la periferia: la frisona de las islas y de Saterland, que habla frash, y la de los daneses que residen a lo largo de la frontera establecida por el Tratado de Versalles en 1919, en una situación similar a los alemanes que quedaron al norte. El islote más pequeño y más occidental de los pueblos eslavos es el sórabo (antiguo véndico) de Lusacia, al oeste del Neisse. Los gitanos, por su parte, se dispersaron y se dividieron en dos ramas lingüísticas, la del romaní y la del sinti.
En los Países Bajos, las únicas minorías son, al norte, la frisona de habla frysk y, al sur, la de dialecto limburgués. En Bélgica, junto con la mayoría de lengua neerlandesa de los flamencos, viven los valones francófonos y, al este, los germanófonos de la frontera de Eupen y Malmedy. En Luxemburgo la población es generalmente trilingüe, utiliza el alemán, el francés y el dialecto germánico luxemburgués, también hablado en el sudeste de Bélgica.
Austria, país fundamentalmente de habla germana pero a quienes los aliados vencedores, después de las dos guerras mundiales, le impusieron la prohibición absoluta de anexionarse a Alemania, tiene únicamente minorías pequeñas: al sur, los eslovenos de Carintia y, al este, los croatas y los húngaros de Burgenland. Suiza tiene cuatro lenguas nacionales: el alemán, el francés, el italiano y el romanche. En este país, solamente se puede considerar como minorías a las personas extranjeras. En las Islas Británicas, en torno a la población inglesa, ampliamente mayoritaria, sobreviven cuatro minorías célticas: la gala de la región de Gales, la manera de la isla de Man, la gaélica de Irlanda y la erse de las Tierras Altas de Escocia. Los scots de las Tierras Bajas de Escocia tienen un habla anglofrisona, próxima al anglosajón. Las Islas Anglonormandas (o Islas del Canal) conservan el habla francófona.
En Francia, las minorías lingüísticas han tenido que esperar hasta finales del siglo XX para que sus respectivas hablas, hasta entonces peyorativamente calificadas de «jergas», fueran consideradas como lenguas regionales. Esto ha permitido reconocer como siete minorías lingüísticas a la población meridional de habla occitana, a los bretones de lengua celta, a los vascos, a los catalanes de los Pirineos orientales, a los corsos, a los alsacianos y a los loreneses germanohablantes, así como a los flamencos de habla neerlandesa. En España, las tres «minorías» gallega, vasca y catalana han obtenido el reconocimiento de sus lenguas regionales como oficiales en el territorio de sus respectivas comunidades administrativas, donde son mayoritarias. El asturiano, el aragonés, el occitano del Valle de Arán y el caló de los gitanos gozan de estatutos particulares, como ocurre en Portugal con el asturiano de los mirandeses, en el extremo noreste del país.
ISLOTES MINORITARIOS EN ITALIA
Italia reconoce localmente dos lenguas regionales oficiales: el francés en la Región Autónoma del Valle de Aosta y el alemán en el valle del Alto Adige, o Südtirol, erigida en Provincia Autónoma de Bolzano, o Bozen. Cuenta además con numerosos islotes minoritarios: en los Alpes, los germanhablantes valser, móchenos y cimbros; los grupos de habla occitana de los Valles Occitanos y de los Valles Valdenses; los francoprovenzales desde el Valle de Susa hasta el sur del Valle de Aosta y los retorrománicos, ladinos dolomitas y friulanos, vecinos de la zona fronteriza donde viven los eslovenos. Sin olvidar la existencia a lo largo de la península de una sucesión de islotes de croatas, albaneses llamados ilirios o arbéresh, arpitanos francoprovenzales de Puglia, y además, en Apulia y Calabria, griegos llamados grikos que escriben su lengua con caracteres latinos.
En la Región Autónoma de Cerdeña son cooficiales tres lenguas regionales: el galurés, el logudorés y el campidanés (así como el catalán de Alguer). La República de Malta tiene como lengua nacional junto al inglés heredado de la colonización el maltés, lengua semítica «relexificada» a partir de superestratos italianos, que se configura, a escala europea, como el idioma de una minoría muy particular. Al este del mar Adriático, los países eslavos del sur, que surgieron a raíz de la desintegración de la antigua Yugoslavia, heredaron numerosas situaciones minoritarias. Eslovenia cuenta solamente con dos minorías protegidas de italianos y húngaros, cuyas lenguas son cooficiales en sus pequeñas regiones. En Croacia, grupos musulmanes bosnios y ortodoxos serbios conviven con la población croata católica. Bosnia-Herzegovina se constituye en una federación que reúne a musulmanes, católicos y ortodoxos, frente a la República serbia. Serbia tiene, en el norte, su Provincia Autónoma de Vojvodina que alberga a sus minorías húngara, rumana, rutena y eslovaca y, en el sur, en el Sandíak, la minoría bosnia. Montenegro es mayoritariamente serbio. Macedonia y Bulgaria fueron construidas por los dos pueblos eslavos más meridionales. Los albaneses, que pueblan casi exclusivamente Albania y Kosovo, son minoritarios en Macedonia, Turquía y Grecia, país que cuenta asimismo con minorías gitana, rumana, búlgara y turca. En cuanto a la isla de Chipre, cada una de sus dos entidades, la turca y la griega, cuenta también con minorías árabes y armenias. Rumanía conservó su importante minoría central de los húngaros de Transilvania, así como la de los gitanos, pero perdió sus islotes alemanes, todos ellos repatriados. El actual Estado de Moldavia, proclamado independiente en 1991, comprende, junto a su mayoría moldava (de habla rumana), las minorías ucraniana, rusa y búlgara, así como la del pequeño pueblo cristiano de habla turca de los gagauzos, al sur. Éste se beneficia de su Unidad Territorial Autónoma de Gagaucia, o GagauzYeri. Finalmente, al este de Moldavia, la República Moldava del Dniéster, o RMD, proclamó su secesión en 1991, abarcando una estrecha franja territorial al este del Dniéster. Su población se divide aproximadamente en tres tercios, uno moldavo, uno ruso y uno ucraniano, con sus tres lenguas oficiales. Pero este Estado no está reconocido como tal por ningún otro país.
A TENER EN CUENTA
«Las etnias frisona y sami son demasiado pequeñas para ser consideradas como naciones»
«Eslovenia cuenta solamente con dos minorías protegidas de italianos y húngaros»
CARTA EUROPEA
Las lenguas regionales y minoritarias protegidas
«[…] La finalidad del Consejo de Europa consiste en realizar una unión más estrecha entre sus miembros para salvaguardar y promover los ideales y los principios que constituyen su patrimonio común;
[…] La protección de las lenguas regionales o minoritarias históricas de Europa, algunas de las cuales corren el riesgo, con el tiempo, de desaparecer, contribuye a mantener y a desarrollar las tradiciones y la riqueza culturales de Europa;
[…] El derecho de practicar una lengua regional o minoritaria en la vida privada y pública constituye un derecho imprescriptible, en conformidad con los principios contenidos en el Pacto Internacional relativo a los derechos civiles y políticos de las Naciones Unidas, y en conformidad con el espíritu de la Convención de la salvaguarda de los Derechos Humanos y de las libertades fundamentales del Consejo de Europa. […]» Extracto del Preámbulo de la Carta Europea de las lenguas regionales y minoritarias.
¿CUÁL ES EL FUTURO DE LOS CAMPESINOS EUROPEOS?
¿Podrá una reforma en profundidad de la Política Agrícola Común salvar a los campesinos? Dacian Ciolos, comisario europeo de Agricultura, está convencido de ello.
Crisis de la leche, sobreproducción de carne, fluctuaciones brutales de las cotizaciones, explosión de los precios de los cereales, disminución de tierras cultivables, riesgos climáticos cada vez más frecuentes, ingresos a la baja… Los campesinos cada vez tienen más dificultades para vivir de su trabajo y están preocupados por su futuro. Y se preguntan durante cuánto tiempo van a poder resistir. En 1950, el sector agrícola representaba el 10% del PIB europeo, frente al 1% en 2010. Daba empleo a uno de cada cuatro trabajadores, frente a uno de cada veinticinco actualmente. En Francia, en medio siglo, el número de explotaciones ha pasado de 2,3 millones a 326 000, en las cuales trabaja una población cada vez más envejecida. «Sin campesinos, ¿quién alimentará a la población?», se pregunta la Confederación Campesina en una nota alarmista redactada a principios de 2010. «Mientras el paro explota en Europa, la Unión Europea no puede continuar destruyendo sus granjas y trabajos rurales. Mantener e instalar a los campesinos supone devolver a la producción agrícola el reconocimiento económico y social que ha perdido con la Política Agrícola Común».
A los detractores de esta Política Agrícola Común (PAC) no les faltan argumentos para exigir una reorientación de las subvenciones hacia dominios considerados como más prometedores, tales como la enseñanza o la investigación: el 44% de los recursos financieros europeos se destinan a un sector que emplea solamente al 4,2% de la población activa de la Unión Europea, frente a más del 8% hace diez años. La PAC representa el segundo presupuesto de la UE, con 58 000 millones de euros, o sea, el precio de la independencia alimentaria de 500 millones de ciudadanos europeos. Sin embargo, esta suma continúa estando por debajo de las cantidades gastadas por Estados Unidos para sostener su agricultura: 128 000 millones de dólares (87 000 millones de euros). A lo largo del tiempo, esta política agrícola ha permitido que Europa vaya más allá de su objetivo inicial: el de la autosuficiencia alimentaria. El viejo continente se ha convertido en el segundo exportador mundial de trigo por detrás de Estados Unidos y por delante de Rusia. La PAC ha permitido asimismo la creación de un sector agroalimentario económico potente que da trabajo a 17,5 millones de personas, es decir, el 13,5% de los efectivos industriales de la UE.
A través de reformas sucesivas, la PAC ha contribuido a hacer que coexistan sistemas de explotación muy diferentes. Dentro de un mismo país, como en Francia, las grandes explotaciones de las regiones de Beauce y de Picardía coexisten con explotaciones de tamaño medio de las zonas herbáceas o montañosas. Pero también sucede así entre los Estados miembros. Mientras que Dinamarca alberga solamente 45 000 explotaciones agrícolas, en ocasiones auténticas fábricas de leche, Rumania cuenta con 4 millones, de las que el 90% tienen menos de cinco hectáreas. Estas diferencias han engendrado desigualdades flagrantes. En Francia, el 56% de la ayudas están destinadas actualmente al 20% de las explotaciones. Entre éstas, 4 500 reciben más de 100 000 euros. En Dinamarca, perciben de media 25 000 euros, es decir, cien veces más que en Rumania.
Mantener una fuerte producción agrícola para responder al aumento de las necesidades alimentarias del mundo, preservar el medio ambiente y esforzarse en dinamizar los territorios rurales: la futura política agrícola común deberá responder a estos tres desafios, como prometió el comisario europeo de Agricultura, el rumano Dacian Ciolos, que presentó en noviembre de 2010, en Bruselas, su visión de las reformas para poner en práctica durante el periodo 20142020. Ni statu quo, como ambicionan los dos grandes beneficiarios de la actual PAC, Francia y Alemania, ni disminución drástica de las ayudas, tal y como reclama Gran Bretaña. Dacian Ciolos defiende un profundo reequilibrio de las ayudas en favor de los pequeños campesinos, de los nuevos Estados miembros y de una agricultura más «verde», sin dudar en limitar las ayudas directas a los agricultores. ¿Cuál es el objetivo? Actuar de forma que las explotaciones más grandes o más intensivas dejen de percibir en el futuro la mayoría del maná comunitario, tal y como ocurre hoy día.
Así pues, la Comisión propone un sistema de primas simplificado para las pequeñas explotaciones. «Los pequeños productores son una realidad de la UE de los Veintisiete. A menos que se quiera pagar el precio social y ecológico de una desertificación del campo y de una intensificación de la agricultura en las mejores tierras, hace falta más equidad no solamente entre los Estados miembros, sino asimismo entre las diferentes categorías de actores dentro de un mismo país», destacó Dacian Ciolos. Sobre todo, según la Comisión Europea, los agricultores deberían percibir una parte mayor de los ingresos de la cadena de producción alimentaria. Sólo se llevan actualmente 21 céntimos del euro pagado por el consumidor, frente a 62 céntimos en 1950. El resto se reparte en su mayoría entre las transformadoras, como Danone o Nestlé, y las cadenas de supermercados de descuento, como Aldi o Lidl. Las grandes explotaciones negocian en igualdad de condiciones, mientras que las más modestas carecen de los medios para defenderse.
Acusada en el pasado, con toda la razón, de haber favorecido una carrera hacia la productividad y de haber contribuido a la erosión de los suelos, la PAC podría representar claramente, para el periodo comprendido entre 2014 y 2020, una esperanza para todos quienes no se resignan con ver al campesinado convertirse en una minoría en vías de desaparición. Éstos han encontrado un abogado en la persona de Dacian Ciolos. Convencido del hecho de que las pequeñas explotaciones agrícolas representan una herramienta de acondicionamiento sostenible del territorio, este ingeniero agrónomo querría poner fin a las desigualdades de las ayudas entre las pequeñas y las grandes explotaciones, y combatir la industrialización sin límites de la producción agrícola. El desafío es muy importante: está en juego, ni más ni menos, la supervivencia de los campesinos en Europa.