
El cerebro humano tiene el tamaño de un coco y la forma de una nuez, con dos hemisferios llenos de surcos que están unidos por la parte central. Todas las funciones mentales y las capacidades cognitivas dependen de las conexiones que hacen las neuronas entre sí, lo que enfatiza la importancia del número de conexiones, que puede oscilar entre los 200 y los 1.000 billones, en función de cómo usamos las capacidades cognitivas.
Se calcula que, en promedio, un cerebro humano tiene unos 200 billones de conexiones sinápticas. Sin embargo, una persona que lee y piensa, que está activa y motivada, que se siente estimulada, que hace deporte, que descansa las horas que toca (y sobre todo con buena calidad del sueño), que tiene aficiones culturales, que comparte ratos con los amigos, que razona de manera argumentada, que habla más de un idioma o que está aprendiendo de nuevos, que también se relaja cuando es necesario, etcétera, puede llegar a tener hasta 1.000 billones.
Si nuestra vida mental y todas las funciones cognitivas surgen de la conectividad neuronal, como más conexiones tengamos, más riqueza de vida mental podremos llegar a tener.
Esta conclusión, pero, puede ser engañosa según como se interprete. Fíjese que hemos recalcado que «podremos llegar a tener» más riqueza de vida mental, no que en «tendremos» automáticamente.
La diferencia no es nada sutil. La riqueza de vida mental, entendida también como la capacidad de gestionar las incertidumbres del futuro de manera proactiva y de tener suficiente flexibilidad cognitiva para cambiar la forma de pensar cuando se reciben datos nuevos, no sólo depende del número de conexiones, sino también, de manera muy especial, de las zonas del cerebro que estén conectadas con más eficiencia.
Una persona puede tener un gran bagaje cultural que le haya potenciado muchas conexiones sinápticas a través de la plasticidad neuronal, pero que muchas de estas conexiones no estén relacionadas con las zonas del cerebro

especializadas a hacer razonamientos, a planificar el futuro o tomar decisiones. Es decir, es posible que buena parte de esta plasticidad haya consolidado según preceptos dogmáticos. En cambio, puede haber personas que, con un poco menos de bagaje cultural, con un número inferior de
conexiones neuronales, tengan muchas más que estén implicadas en estos aspectos cognitivos y que los relacionen, y, por tanto, que muestren mucha más capacidad reflexiva y más flexibilidad para gestionar las incertidumbres y propiciar cambios.
Un buen ejemplo histórico lo encontramos en algunos de los jerarcas alemanes de la dictadura de Adolf Hitler, o en los pensadores que apoyaron a su régimen. Muchos de ellos eran personas de una cultura extensa, pero enfocada hacia respuestas dogmáticas que se traduzca en un totalitarismo atroz.
La flexibilidad cognitiva, nace de la reflexibilidad, y el dogmatismo contribuye a hacer justo lo contrario.
Al nacer, el cerebro de los bebés pesa unos 360 gramos, y para alcanzar el tamaño adulto el cerebro de multiplicar su peso por cuatro, además de incorporar nuevas neuronas. Asimismo, entre los cuatro y seis, años los niños ya tienen casi el mismo número de neuronas que un adulto, pero, a pesar de esto, su cerebro sigue cambiando cada día.
Es así como asimilamos e integramos los conocimientos nuevos y las experiencias que nos van pasando a través del establecimiento de nuevas conexiones neuronales. Desde esta perspectiva neuronal la vida mental es relacional: todos los recuerdos y aprendizajes, tanto si son conscientes como preconscientes, se sustentan en conexiones entre neuronas de diferentes partes del cerebro.

Cada vez que evocamos voluntariamente un recuerdo se conectan las neuronas que lo habían integrado, y entonces se nos hace consciente. Pasa lo mismo cada vez que usamos una habilidad, como por ejemplo cuando escribimos con el teclado del ordenador: se conecta de forma dinámica las redes neuronales que permiten que gestionamos los pensamientos y se traduzcan en símbolos lingüísticos, y también las que hacen que los dedos encuentren la posición de las letras en el teclado sin que tengamos que buscar conscientemente una a una.
Pasa exactamente lo mismo con las actitudes, como por ejemplo cuando reflexionamos unos instantes antes de tomar una decisión. También se conecta de forma dinámica las redes neuronales necesarias para valorar las opciones en función de las experiencias previas, la situación actual y nuestros deseos y necesidades.
La memoria, que se almacena en forma de conexiones neuronales, se distribuye por todo el cerebro, pero se gestiona desde una zona específica que se llama hipocampo. El hipocampo, a su vez, se encuentra muy cerca de otra zona muy interesante, la amígdala, que genera las emociones.
Un aspecto crucial de todo esto es que cualquier experiencia sea hibrida con los aprendizajes y con las experiencias anteriores que están relacionados. Esto quiere decir que las conexiones que se van generando por sustentarlos se combinan con las que ya teníamos sobre cuestiones similares, lo que hace que las redes neuronales gestionen nuestro comportamiento con más eficiencia, incorporando los conocimientos previos.
Dicho de otro modo, acumulamos conocimientos relacionados, no elementos dispares. Además, no sólo integran las experiencias en sí mismas, sino que también incorporan todo el contexto en que se han generado, y eso incluye de manera muy especial el contexto emocional.
Vivir una situación con miedo, por ejemplo, hace que las experiencias acumuladas queden vinculadas a esta emoción, cuando hablábamos de la gestión de las novedades y las incertidumbres.
Como veremos a continuación, vivirlas con miedo, percibir la incertidumbre del futuro como una amenaza sin considerar que también puede ser una oportunidad, es facilitar el camino a hacia el dogmatismo y el autoritarismo, tanto en ámbito social como personal.
El cerebro no es una masa de neuronas equivalentes, sino que presenta zonas especializadas en la generación y la gestión de tareas concretas, algunas de las cuales ya hemos ido mencionando. No son compartimentos estancos, dado que se conectan entre sí para generar toda la actividad mental. Quiero destacar dos zonas concretas: el sistema límbico y el escorza cerebral.
El sistema límbico se encuentra en el interior del cerebro, en capas profundas, y desde el punto de vista evolutivo es muy antiguo. Se encarga de las funciones más básicas y primarias vinculadas a la supervivencia.
Destacan varias zonas, que están muy conectadas entre ellas y que también se conectan con la escorza cerebral. Por un lado encontramos la amígdala, la encargada de generar las emociones. Las emociones son patrones de conducta preconscientes que se guardan en cadena de manera automática ante una situación que requiere una respuesta rápida. Así cualquier respuesta reflexiva siempre es más lenta, y cuando hay una urgencia hay un sistema de respuesta rápido: las emociones. Además, las emociones son preconscientes (Es decir, nosotros no somos conscientes de cuando se generan), pero una vez generadas las podemos racionalizar y, si es necesario, reconducir.
Cada emoción está especializada en dar respuesta a un abanico concreto de situaciones. Por ejemplo, ante una situación que percibimos como una amenaza tanto si es real como imaginada, la amígdala se conecta en modo miedo o bien en modo ira, según la persona y la situación concreta.
El miedo activa la producción de adrenalina, una hormona que incrementa la energía disponible para la musculatura del cuerpo, e impulsa comportamientos de fuga. La ira también estimula la producción de adrenalina, por el mismo motivo, pero en este caso favorece comportamientos de lucha. La ira se vehihicula a través de la agresividad defensiva, la cual, cuando se exalta a través de la cultura, puede convertirse en violencia fácilmente.
otro aspecto es que cuando una persona se siente amenazada por la policía, normalmente huye, pero según la situación concreta o el carácter y el temperamento también puede responder agrediendo, como mecanismo preconsciente (emocional) de autodefensa.
Si su entorno lo exalta, entonces la agresión defensiva puede pasar a violencia. Y lo mismo al revés: cuando un policía, un militar o un agente de seguridad privada se siente amenazado, ya sea por la situación concreta que percibe como por las instrucciones que ha recibido (recordemos el gran poder que tiene el lenguaje), la reacción
emocional puede ser perfectamente la agresión.
Si, además, su entorno valora positivamente esta respuesta, como un acto loable para el cuerpo al que pertenece, o por el grupo social donde se siente integrado, esta agresividad defensiva puede convertirse en violencia enseguida, como desgraciadamente ocurre de vez en tanto, o a menudo, según como lo perciba el observador en función de las experiencias previas que ha tenido y de su bagaje social.
Uno de los aspectos a destacar de esta disquisición es que las respuestas emocionales no pasan, inicialmente, por procesos de reflexividad, por lo que son mucho más influenciables por aspectos dogmáticos y por obediencia a la autoridad. Continuamos hablando del sistema límbico del cerebro, donde se encuentra la amígdala. Al lado está el hipocampo, el centro gestor de la memoria, y esta proximidad indica la gran importancia que ejercen las emociones para establecer los patrones de memoria.
También está el llamado estriado, que está implicado en las sensaciones de recompensa, y el tálamo, que es el centro de la atención y que establece el umbral de conciencia.
LIBRO. EL ARTE DE PERSISTIR