EL ARTE AL SERVICIO DE LA RELIGIÓN

KEFRÉNY HORUS Detalle de la magnífica estatua de chonta de Kefrén, en la que el poder divino del faraón queda legitimado por la presencia del dios-Halcón Horus, que le cubre la cabeza con sus alas.
El concepto de arte figurativo del Antiguo Egipto difiere de la acepción moderna de esta disciplina porque los principios que lo regían eran de índole ritual, y su objetivo, lejos de ser estético, era sustancialmente funcional. En ese ámbito, la escritura jeroglífica, cuyos signos eran reproducciones cuidadas de objetos reales a los que las creencias religiosas y los ritos mágicos conferían vida y eternidad, incluso algunas de sus características: claridad, contornos nítidos y composición equilibrada. Se puede afirmar que las imágenes pintadas, grabadas o esculpidas en los templos o en las tumbas, eran jeroglíficos aumentados. La necesidad de salvaguardar el equilibrio cósmico y de anular el lado efímero de la vida humana caracterizó desde las épocas más antiguas el pensamiento egipcio y todas sus manifestaciones. Las producciones de los egipcios que hoy consideramos obras de arte, en raras ocasiones firmadas y casi siempre fruto de un trabajo colectivo, no surgían como tales, sino para cumplir una determinada función, tanto en el ámbito religioso (templo o tumba) como en los usos cotidianos (artes menores). En su mayoría, las esculturas y las pinturas que han llegado hasta nosotros provienen de espacios religiosos, a menudo situados en lugares inalcanzables con la mirada, donde se aseguraban la presencia y el culto a la divinidad, al faraón o al difunto, haciendo eterna su existencia; de igual manera, las acciones descritas en las escenas se ilustraban y se repetían.

KEFREN ES PODEROSO» Detalle de un jeroglífico de la VI dinastía, que muestra en la columna central el nombre del complejo funerario de Kefrén en Guiza: Ur Khaefra, «Kefrén es poderoso».
LA PINTURA Y EL RELIEVE
El dibujante (el «escriba de perfiles») aprendía el oficio en talleres artesanos dependientes del palacio o del templo. Los cánones de la representación exigían que el sujeto fuese retratado con los elementos que más le caracterizaban, que eran plasmados desde distintos puntos de vista.
Según nuestra interpretación, la imagen resultante carece de perspectiva y es conceptual. La figura humana se presentaba como una combinación de varias partes del cuerpo (cuerpo entero de perfil excepto hombros, ojo y ceja), donde cada elemento (mano, pie, tórax) poseía parámetros específicos. Una ulterior escala de proporciones relativa a la naturaleza de los distintos personajes, generalmente ordenados en registros horizontales, determinaba sus dimensiones (protagonistas más grandes).
La pintura y el relieve, este último dividido en bajorrelieve emergente (en el que era eliminada toda la superficie circundante) y dentro de una cavidad (donde el contorno de la figura era grabado en profundidad), pueden ser equiparados por la semejanza de las técnicas y las normas que los regían. Las representaciones en dos dimensiones adquirieron una identidad propia y original, invariable durante toda la historia egipcia, a pesar de los cambios de tendencia.

LAS OCAS DE MEIDUM Pintadas con colores minerales sobre pared enlucida, las «oras de Meidum» constituyen uno de los raros testimonios de dicha técnica. Proceden de la mastaba del príncipe Nefermaat, hijo de Esnofru, y de su esposa Itet, hallada en Meidurn (IV dinastía).
El repertorio clásico de las escenas ambientadas en el reino divino y en el de ultratumba tenía como protagonistas al rey, a las divinidades y al difunto. El templo mostraba escenas relacionadas con las ceremonias que se oficiaban en él; la tumba, morada del difunto, ofrecía episodios cuyo tema era la vida en el más allá.

LA PRINCESA NEFERTIABET Tabla de falsa puerta finamente esculpida y pintada, que representa a la princesa Nefertiabet, probablemente hermana de Keops, hallada en su tumba de Guiza. Sentada en un taburete con patas de toro delante de una mesa llena de ofrendas, está envuelta en una capa quizá de tela pintada a imitación de la piel del leopardo (IV dinastía).
LA ESCULTURA.

CAPILLA DE HESIRA Panel de madera que adornaba originalmente, junto con otros diez, la capilla funeraria del funcionario Hesira, en Saqqara. El difunto sostiene en las manos los emblemas de su rango y el instrumental de escriba (III dinastía)
La producción egipcia de estatuas, de piedra o madera, se regía por los mismos principios. En Egipto, la estatua se consideraba un sustituto real de la persona representada, a la cual se podía encarnar mediante el grabado de su nombre y prácticas mágicas que le conferían vida.

MICERINOS, HATHOR Y HARDAI Grupo escultórico que representa al rey Micerinos con la corona blanca del Alto Egipto, acompañado de la diosa Hathor (a su derecha) y la personificación del nonio de Hardai, procedente de un templo en Guiza. La idealización de los cuerpos, representados en la plenitud del vigor e inscritos en un esquema formal que confería a la figura una aparente quietud, cumplía plenamente los requisitos de plenitud y perfección que la vida de ultratumba exigía.
En el templo, la presencia de las divinidades estaba garantizada por su imagen guardada en la naos, y el culto cotidiano que se le rendía estaba asegurado, tanto materialmente (por los sacerdotes que oficiaban las ceremonias en lugar del faraón, cuya naturaleza divina le designaba como único oficiante legítimo) como en la esfera mágica (por las estatuas y las representaciones murales que mostraban al monarca en actitud de oficiar). En este caso, el rey era representado adorante (sentado, con las manos sobre las piernas) u oferente (arrodillado, con dos vasijas en las manos). Otras efigies testifican que él era objeto de devoción, asistía a esas manifestaciones sentado en el trono y adornado con emblemas reales y divinos. Algunas imágenes tenían fines de exaltación o conmemorativos (destrucción del enemigo, victorias) o simbolizaban el poder y la protección (la esfinge).

RAHOTEP Y NEFERET En la mastaba del príncipe Rabotep, en Meidum, fue hallado este admirable grupo escultórico de caliza pintada. Las estatuas de Rahotep y Neferet, su esposa, son un magnífico ejemplo de las rigurosas convenciones que regían el arte egipcio interpretadas con gran maestría (IV dinastía).
En el ámbito funerario, las estatuas particulares, utilizadas desde la época de la III dinastía, garantizaban la vida eterna. Ocultas a las miradas (estaban emparedadas en la tumba), sustituían al difunto y acogían su ka, la energía vital, que así podía beneficiarse del culto funerario.