1.- Egiptomanía y Egiptología.

 

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LA MÁSCARA DE ORO. La máscara funeraria de Tutankamón, de oro macizo con incrustaciones de esmalte coloreado, es una de las piezas más hermosas del tesoro de este faraón.

Los orígenes  de la egiptomanía son más antiguos que los de la egiptología. El interés por el Antiguo Egipto se remonta a la época romana, concretamente al periodo posterior a la conquista del  reino de Cleopatra por parte del Imperio Romano.

Algunos emperadores romanos, entre los cuales Adriano, quién quedó maravillado por Egipto, considerado la cuna de la sabiduría y la magia con todos sus misterios; esta idea, ya recalcada en Las Metamorfosis de Apaleo, se conservó hasta la Edad Media y el Renacimiento.

EL MUNDO EGIPCIO

Sin el Nilo no podría haber habido un Egipto. El Nilo, conocido sencillamente como iteru, «el río», fluía hacia el norte, ancho y calmo, desde una fuente misteriosa y casi con seguridad mágica. Tras atravesar una catarata entraba en Egipto por la meridional ciudad fronteriza de Asuán, llevando agua a una tierra sedienta que, según fue avanzando la era dinástica, se fue volviendo cada vez más árida. Durante los siguientes 640 km el río quedaba confinado dentro de su valle Entonces, justo después de la septentrional ciudad de Menfis (la moderna El Cairo), el Nilo se liberaba, dividiéndose en varias lamias y creando un exuberante delta antes de desembocar en el «Gran verde», el Mediterráneo. Egipto estaba orientado hacia la fuente del Nilo, de modo que una misma palabra significaba «este» e «izquierda» y otra «oeste» y «derecha». El Éufrates, un poderoso río extranjero que de forma perversa fluía de norte a sur, de tal modo que corno dijo Tutmosis I: «va corriente abajo mientras va corriente arriba», era considerado una afrenta al orden natural de las cosas y, quizá, un signo del aterrador caos que reinaba más allá de las fronteras egipcias.

Una vez al ario, a finales del verano, el Nilo crecía, desbordaba sus orillas y derramaba agua y una gruesa capa de fértil barro sobre los resecos campos bajos. Las ciudades y poblados, construidos sobre terrenos altos y protegidos por diques, se convertían entonces en pequeñas islas, comunicadas mediante caminos elevados; los cementerios del desierto, lejos del río, permanecían secos y a salvo. Los campesinos, que no podían trabajar los anegados campos, quedaban libres para trabajar en los proyectos constructivos estatales. A finales de octubre las aguas comenzaban a retirarse, dejando tras ellas una tierra empapada, unos estanques de irrigación llenos y los campos cubiertos de una capa de peces moribundos. Los campesinos regresaban a sus tareas agrícolas, recogían los peces y sembraban sus cosechas. A finales de la primavera la recolección sería abundante. Después la tierra se cocería bajo el esterilizante sol antes de que las aguas volvieran a crecer y el ciclo se repitiera de nuevo. Los autores grecolatinos, acostumbrados a costosos sistemas de irrigación que requerían mucho tiempo y eran controlados por el estado, quedaron muy impresionados. No eran capaces de imaginar que un río se desbordara de forma tan fiable en verano, en vez de en invierno, que es cuando uno espera que un río crezca. Mientras tanto, los egipcios, consumados burócratas como eran, registraban la altura de la crecida utilizando «nilómetros». El ideal era un aumento del nivel de las aguas de entre 7 y 8 metros. Si la inundación era demasiado baja, los campos quedaban secos por encima del agua; si era demasiado alta, las aguas inundaban los poblados, destruían las casas de adobe y dañaban las cosechas guardadas en los almacenes.

El Nilo traía muchas bendiciones: proporcionaba un suministro abundante de barro, que podía ser utilizado para fabricar ladrillos y cacharros de cerámica; proporcionaba abundantes peces y atraía a animales y aves, proporcionando comida para los campesinos y caza para la élite; hacía que la planta del papiro floreciera en el Delta; era a la vez una lavandería y una alcantarilla. También era una espléndida autopista que permitía, mediante una red de canales, el rápido transporte directo de bienes pesados, desde las canteras y los campos hasta los edificios en construcción y los almacenes. Viajar por el río era barato y eficiente, pues los barcos que navegaban hacia el norte podían aprovechar la corriente, que fluía en esa dirección; mientras que los barcos que navegaban hacia el sur no tenían sino que izar la vela para aprovechar el viento predominante, que soplaba en esa dirección. No es de extrañar, por tanto, que los egipcios fueran incapaces de imaginarse el mundo sin un río, crecidas benéficas y barcos. Por desgracia, debido a su naturaleza y los materiales orgánicos utilizados en su construcción, pocos son los barcos que se han conservado. No obstante, las referencias a ellos son constantes en el arte y la literatura, dejando claro que desde los primeros tiempos barcos y poder estuvieron indisolublemente unidos. En una tierra carente tanto de puentes como de una red de caminos y donde el carro de caballos fue desconocido hasta después del 1600 a. C., los barcos permitieron comerciar a los emprendedores.

Los beneficios de este comercio les dieron la oportunidad de invertir en más barcos, lo que naturalmente produjo un aumento de su riqueza y poder político. Los barcos no tardaron en estar relacionados con la realeza. El largo y estrecho Egipto era una tierra difícil de gobernar. Se ha calculado que un mensaje tardaba quince días en ir desde el norte de Egipto hasta la frontera meridional, y que lo razonable era esperar que la respuesta no se produjera antes de un mes. Los reyes mortales, conocedores de los peligros del aislamiento, estaban siempre navegando arriba y abajo por el Nilo para recordarles su existencia a sus súbditos más distantes. El dios-rey Ra también estaba siempre en movimiento, pero en vez de en el llameante carro preferido por los dioses solares de otras mitologías, él navegaba por el acuoso cielo azul en un barco solar.

Con la barca de Ra desvaneciéndose por el horizonte cada noche, los barcos terminaron por estar estrechamente asociados a los rituales le la muerte. El papel predominante de las escenas pintadas en la cerámica encontrada en las tumbas predinásticas corresponde a unos grandes barcos, que también aparecen en las paredes de la más antigua tumba pintada egipcia.» A partir de la I dinastía, la relación entre los barcos y la muerte se hace más evidente, pues éstos se incluyen tanto en los complejos funerarios reales como en las tumbas de particulares. El Departamento de Antigüedades Egipcio reconstruyó uno de los dos barcos de cedro que fueron enterrados desmontados junto a la pirámide de Khufu (IV dinastía) en Guiza; en la actualidad está expuesto en un museo edificado ex profeso para ello junto a la Gran Pirámide. Construido a partir de planchas de cedro atadas con cuerdas de fibra, este barco de 43 metros de eslora es una copia en madera de un barco de papiro, incluidas su popa y su proa elevadas, una cabina central y cinco remos en cada borda. Mencionando la presencia de signos de uso, algunos especialistas han sugerido que muy bien puede haber sido el barco utilizado para transportar a Khufu durante su funeral. Otros creen, en cambio, que el barco fue construido para ser desmantelado y enterrado de inmediato, de tal modo que el difunto y resucitado Khufu pudiera utilizarlo para navegar hasta la otra vida.

El contraste entre la vida en el valle del Nilo (el Alto Egipto, es decir, las tierras meridionales) y el Delta (el Bajo Egipto, es decir, las tierras septentrionales) era muy evidente. Protegido por desiertos y montañas a este y oeste, el estrecho valle ofrecía un cálido e insular modo de vida centrado en el río. Aquí el contraste entre la fértil franja de tierra que rodea al Nilo, la «Tierra Negra», y el infértil desierto, la «Tierra Roja», era tan pronunciado que resultaba posible ponerse a caballo de ambas con un pie sobre la tierra y el otro sobre la arena. Resulta lógico que la Tierra Negra se convirtiera en la tierra de los vivos y la Tierra Roja, el incultivable desierto, en la tierra de los muertos —hogar de los cementerios, fantasmas y animales salvajes—. Pero incluso el desierto tenía cosas que ofrecer y con regularidad de la Tierra Negra salían expediciones para explotar las piedras duras (utilizables en edificios), las piedras semipreciosas (convertibles en joyas) y el oro que se podía encontrar en él. La vida en el Delta era muy diferente: menos calurosa, más húmeda, más lisa y, dado que tenía acceso al Sinaí por el este, la frontera libia al oeste y la amplia costa mediterránea al norte, más abierta a las influencias externas. Los egipcios siempre considerarían su largo y estrecho país como formado por dos tierras equilibradas pero muy diferentes, unidas bajo la doble corona: la corona blanca del Egipto del sur y la corona roja del Egipto del norte. Este ideal de una tensión equilibrada entre dos fuerzas opuestas igualadas (el Alto y el Bajo Egipto; la Tierra Roja y la Tierra Negra; la orilla occidental y la oriental; el día y la noche; el hombre y la mujer; la vida y la muerte) fue un tema repetido constantemente en todos los mitos egipcios. En concreto, el conflicto entre el caos (isfet) y el orden (maat) fue fundamental en el pensamiento egipcio.

El caos lo podemos comprender sin problemas; en el antiguo Egipto el concepto incluía también cosas «no correctas» como la enfermedad, la injusticia, el crimen y el inusual (es decir, no egipcio) comportamiento de los extranjeros. El concepto de maat es más difícil; lo opuesto isfet sin equivalente en español, puede ser definido como una poderosa combinación de lo correcto, el statu quo, el control y la justicia. Las aguas del caos no dejaban nunca de rondar los bordes del ordenado mundo egipcio, amenazando la existencia de maat. La formidable responsabilidad de mantener a raya este caos recaía en exclusiva sobre el rey; pues sin un control firme, privados de maat, los dioses se marcharían y Egipto seguramente se vendría abajo. Esta abrumadora necesidad de preservar maat fomentaba un modo de ver la vida lento y conservador. Las probaturas eran tan peligrosas como innecesarias; era más seguro y cómodo seguir los modos de hacer ya contrastados.

El concepto de maat estaba personificado por la diosa Maat, la eternamente joven hija del dios sol, que puede ser identificada por la alta pluma de la verdad que lleva sobre la cabeza. En todas las dinastías se encuentran escenas que muestran a distintos soberanos de pie con Maat junto a ellos, o realizando a los dioses la ofrenda de una Maat en miniatura; por su parte, la propia Maat atraviesa el cielo cada día, de pie en la proa del barco solar de su padre.

 

←ANTIGUO EGIPTO

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