La ecología puede ser definida como la ciencia que se ocupa de las relaciones de los organismos con su medio. Aunque su fin ideal sería definir y estudiar el conjunto de interacciones que se producen sobre nuestro planeta entre todos los animales, los vegetales y los medios que ellos habitan, se encuentra todavía muy lejos de alcanzar unos resultados tan ambiciosos, cuya consecución es, por otra parte, dudosa.
El gran biólogo alemán Haeckel fue el primero que, en 1968, utilizó este término, compuesto por dos palabras griegas y que significa ciencia del hábitat. Hacia el comienzo del presente siglo se empezaron a hacer investigaciones propiamente ecológicas; éstas han ido tomando cada vez más cuerpo, sobre todo desde hace algunas décadas. Pero ha sido hace poco —especialmente en Francia, que ha permanecido largo tiempo retrasada en este dominio— cuando verdaderamente se ha captado la inmensa importancia de esta ciencia, importancia que está destinada a crecer de año en año. En efecto, durante largo tiempo el hombre ha explotado la naturaleza a su antojo, persuadido implícitamente de que ésta era inagotable y de que su acción no podía sino mejorarla. Era una convicción propia del hombre primitivo, que vivía en poblaciones no muy numerosas y estaba desprovisto de medios de acción poderosos. Pero desde hace algunos siglos el hombre se ha multiplicado en tales proporciones, sus necesidades en punto a nutrición y materias primas han llegado a ser tan exigentes, que ha transformado inmensas regiones del planeta donde vive, poblándolas, agotándolas y cubriéndolas de desechos de su industria.
Esta explotación de la naturaleza por el hombre se ha hecho, por desgracia, con un completo desconocimiento de las leyes que la regían, y ello ha acarreado a menudo perjuicios irreversibles. No es necesario ser un gran profeta para darse cuenta de que en los próximos decenios se le van a plantear a nuestra especie problemas vitales, incluso a escala mundial: no citaré, por ejemplo, más que los de las necesidades de agua y alimento, por otra parte unidos a la superpoblación. Antes que el ingenio humano haya encontrado la manera de resolver radicalmente estas cuestiones en el futuro, es muy urgente encontrar al menos unos paliativos para preparar una vida posible al hombre de mañana. Y para obrar, es preciso antes saber; la ecología es la que estudia estos problemas, y esto explica el favor del que ha comenzado a beneficiarse en numerosos países.
Como ciencia autónoma, la ecología no se ha impuesto más que en el curso del siglo XX, pero los hechos que la constituyen han retenido desde siempre la atención del hombre, aun del hombre primitivo. De todos es sabido que tal o cual especie, animal o vegetal, no existe en todas partes. Ciertas plantas no se encuentran más que al borde de las aguas, otras bajo el ramaje de los bosques; un pescador, aun principiante, no esperará pescar una carpa en un torrente de montaña, ni una trucha en un estanque de fondo cenagoso. A una escala más vasta, todos saben que no hay leones a orillas del mar Ártico, ni osos blancos en el Sahara. Intuitivamente se presiente que si estas plantas o estos animales viven en ciertos lugares y no en otros, es porque tienen necesidad, para subsistir, de un cierto número de condiciones que no se encuentran reunidas en todas partes. Esta comprobación constituye la más simple y la más evidente de las introducciones a la ecología.
Cuando la botánica y la zoología iniciaron su desarrollo, la nomenclatura y la anatomía fueron las primeras preocupaciones de los que se interesaban por estas ciencias. Pero tan pronto como comenzaron a publicarse las primeras Floras, después de la descripción de cada especie se indicaban brevemente los lugares donde se la encontraba. Del mismo modo, los zoólogos se convencieron en seguida de que el género de vida de un animal era parte integrante de su descripción. Se ha empleado durante largo tiempo el término «biología» tomándolo en el vago sentido de modo de vida para designar toda aquella información sobre una especie que no hablase de la morfología o de la anatomía; la mayor parte de esta información pertenecía, de hecho, al dominio de la ecología.
Sin embargo, no todos los casos son como éste. Hemos visto más arriba a la ecología introducirse a propósito de la distribución de los organismos en el espacio, a pequeña y gran escala. La ciencia que se ocupa de la distribución de los seres vivos sobre la superficie de la tierra se llama biogeografía; podría pensarse que se confunde con la ecología, pero no es así. Ciertamente, los organismos están distribuidos por las diferentes regiones de la Tierra en gran parte a causa de que las condiciones del medio son diferentes, principalmente las condiciones climáticas. Pero intervienen además los factores históricos, ligados a la historia misma de nuestro planeta; las transformaciones geológicas de la superficie de nuestro globo, separando los continentes, haciendo surgir cadenas de montañas que llegan a ser barreras para los organismos, aislando mares por el surgimiento de istmos, así como la evolución en el curso de los años de las floras y de las faunas, han confinado en ciertas regiones especies que habrían; podido perfectamente prosperar en otras regiones del globo; simplemente, no han tenido la posibilidad material de llegar a ellas. Uno se da cuenta de ello fácilmente pensando en las introducciones accidentales de especies en otra parte del mundo. En general, se extinguen, pero a veces encuentran un terreno favorable y se multiplican, a menudo de una manera catastrófica: pensemos en el conejo doméstico introducido en Australia, o en el escarabajo de la patata llevado accidentalmente de América a Europa.
Otra ciencia próxima a la ecología, pero bien distinta, es la etología, que estudia el comportamiento de los animales —sobre todo de los que tienen un psiquismo bastante desarrollado—. Por supuesto, este comportamiento no se ejerce más que en ciertas condiciones de medio (aquéllas donde vive la especie y que investiga la ecología) y puede ser modificado por estas condiciones; pero constituye un dato en sí, propio de la especie y que se emparenta más bien con la psicología animal. Ciertos factores etológicos tienen, sin embargo, una importancia ecológica porque crean una parte del medio del individuo, al ser este último afectado por el comportamiento de los individuos vecinos de la misma especie.
La ecología, ciencia que estudia las relaciones de los seres vivos con su medio, apenas podrá ser —como se comprenderá— una ciencia de laboratorio. Ciertamente, en cultivo o en cría se podrán esclarecer numerosos fenómenos. Pero las relaciones de los organismos con su medio no podrán ser plenamente estudiadas, con toda evidencia, más que en el medio mismo. Ahora bien, estudiar los animales y las plantas en la naturaleza es una cosa rara vez fácil, y apenas es de extrañar que la ecología no sea una ciencia que progrese a paso de gigante, sobre todo cuando se considera hasta qué punto puede ser complejo el medio, aun el más simple, en el que vive un organismo. La ecología es una ciencia donde la observación desempeña todavía una parte muy importante comparada con la que puede tener la experimentación.
La frecuente imposibilidad de las comprobaciones experimentales induce bastante a menudo al ecólogo a eludir esta etapa de la ciencia y tratar de traducir los hechos que observa con la ayuda de modelos matemáticos; puede así sistematizarlos y predecirlos, a falta de reproducirlos en laboratorio. Es evidente que no se trata de poner en ecuaciones, con todos sus detalles, el conjunto de relaciones de una especie con su medio: sería una tarea de todo punto imposible. Sin embargo, el aparato matemático puede ser de gran valor si expresa un fenómeno simple que el observador ha podido tomar en la naturaleza, aportando de este modo un elemento importante para la comprensión de un conjunto más complejo. Es preciso no perder nunca de vista que el cálculo no aporta más que un modelo, es decir, una representación aproximada de la realidad, que no puede expresar más que las hipótesis que se le han suministrado de partida.
Y ahora, ¿cómo llegar a poner un poco de orden en este conjunto extraordinariamente complejo que es el medio que rodea a todo animal o a toda planta? En otros términos, ¿qué subdivisiones se pueden introducir en su estudio? Como ya aconsejaba Descartes en el siglo XVII, será preciso ir de lo más simple a lo más complejo y, siguiendo esta norma de trabajo, nos vamos a encontrar sucesivamente con las diferentes ramas de la ecología, algunas de las cuales llevan ya nombres particulares; serán el objeto de los sucesivos capítulos de este pequeño libro.
Consideremos, en primer lugar, una sola especie, y en esta especie, un solo individuo; aislémosle con el pensamiento del resto del mundo viviente; imaginémosle sometido a la acción del medio físico y químico que le rodea. Este individuo va a estar influido por un cierto número de factores llamados abióticos (es decir, de origen no viviente), de los cuales los principales serán los factores climáticos debidos a los diferentes climas que reinan sobre la superficie de nuestra tierra: temperatura, humedad, luz, viento, etc. Presentimos intuitivamente, por otra parte, que estos factores son los principales que influyen sobre la distribución geográfica de las especies; su importancia es, pues, extrema. Además, para los animales terrestres, y particularmente para los que viven en el suelo, así como para todas las plantas, los caracteres físicos y químicos del suelo van a jugar un papel importante; se les designa bajo el nombre de factores edáficos. Por el contrario, para los organismos acuáticos el suelo tiene, en general, una importancia escasa, mientras que el agua que les rodea, y constituye su medio de vida familiar, juega un papel fundamental; los factores físico-químicos que conciernen al agua se denominan factores hidrográficos. El conjunto de estos diferentes factores que en general se puede decir que actúan sobre un individuo aislado, y el conjunto de las reacciones de este individuo a esos factores constituyen la primera rama, y la más simple, de la ecología; está bastante vinculada a la fisiología y, por eso mismo, utiliza a menudo con éxito las técnicas de laboratorio.
Abordemos un grado de complejidad suplementaria: se supone conocida la influencia de los factores del medio sobre el individuo perteneciente a una especie —de hecho, este estudio comienza más o menos independientemente— y este individuo ya no se considera aislado, sino formando parte de una población de individuos que pertenecen a la misma especie; estos otros individuos van a relacionarse con él, y su entorno se encuentra, por ello, evidentemente cambiado; este individuo va a reproducirse. Hasta aquí se había estudiado un Robinson Crusoe; ahora pasamos a la fase del habitante de un territorio donde él no es el único de su especie, donde es miembro individual de una población. Naturalmente, cada individuo está sometido a los imperativos de los factores abióticos; pero en esta fase aparecen problemas diferentes que son del dominio de la demografía, ciencia de las poblaciones. Es en esta fase de la ecología donde los modelos matemáticos pueden rendir los mayores servicios.
El estudio conjunto de los factores abióticos y de los factores demográficos (estos últimos llamados frecuentemente factores abióticos intraespecíficos, porque son de origen viviente pero no actúan más que en el interior de una sola especie) que obran sobre una especie aisladamente considerada constituye la ciencia llamada autoecología.
Se llega ahora a la fase última de complejidad: una población perteneciente a una especie debe ahora ser confrontada con todas las otras poblaciones pertenecientes a las diferentes especies que viven en el mismo medio —con poblaciones llamadas simpátridas porque habitan la misma patria, el mismo territorio—. El estudio de la interacción de todas estas poblaciones, en general en gran número, es, a no dudar, extremadamente complicado. Algunas no tienen apenas relación entre ellas, pero otras tienen relaciones de dependencia absolutamente vitales; se nutren las unas de las otras, y tendremos que discutir, sobre todo, los problemas de predación y parasitismo, así como los de competición entre especies por el mismo alimento. También aquí pueden prestar grandes servicios los modelos matemáticos. Los problemas de interacción entre poblaciones son tan complicados que no pueden, en general, ser analizados, no ya de manera completa, sino ni siquiera simplemente satisfactoria. Es preciso entonces resignarse a no profundizar en este análisis y considerar de la manera más simple, en el interior de un medio poblado de numerosas poblaciones, cuáles son los cambios de materia y de energía, y cuál es el resultado total. Es el campo de la sinecología.
A un nivel aún más elevado, la sinecología se interesa por lo que sucede, no en un medio limitado, sino en el conjunto de medios que constituyen la biosfera, es decir, todo lo que sobre nuestro planeta es susceptible de dar soporte a los seres vivientes. Tendremos entonces ocasión de describir rápidamente los diferentes medios de vida que existen en la superficie de la tierra, tanto sobre el suelo como en las aguas, y a examinar los cambios de materia y de energía que se producen.
La ecología es una ciencia del porvenir, y es posible que dependa de ella la misma supervivencia del hombre sobre la superficie de nuestro planeta. Se examinará al final de este libro qué servicios puede prestar, en un dominio teórico y práctico, cómo puede prever catástrofes y cómo —mucho más difícilmente— puede dar paliativos cuando éstas ya se han producido a consecuencia de acciones incontroladas sobre la naturaleza.