Los drakes son espíritus domésticos, aunque a menudo se los ha confundido con espíritus del fuego, porque vuelan a tanta velocidad que dejan en el aire una estela llameante. No resulta fácil explicar cómo son los drakes, pues adoptan muchas formas. Suelen medir unos 50 centímetros y tienen una cola bastante larga.
Su cabeza es pequeña y, en ocasiones, puede parecerse a la de un niño recién nacido, de ojos penetrantes y claros. También tienen alas, y esto es lo más característico de ellos. Las alas no sólo les sirven para volar, sino que determinan su estado de ánimo. Normalmente tienen una tonalidad apacible, como los colores de la tierra cuando hace un buen día, pero si se enfurecen o decepcionan, las alas adoptan un color chirriante, como el rojo intenso o el verde fosforito, y en esas ocasiones es mejor no estar junto al drake, porque puede ocurrir alguna desgracia.
Por las leyendas sabemos que los drakes mantuvieron con los hombres una relación de amistad sellada con sangre. En otra época, se creyó que el poder de algunos aristócratas se debía a la influencia de un drake, que velaba su casa. Existía una veneración mutua entre una de estas criaturas y la familia del aristócrata con el que había pactado su amistad, y esta devoción se mantenía de generación en generación.
El drake protegía las tierras y custodiaba los tesoros del castillo y a cambio era reverenciado por todos, desde el más alto señor al más humilde siervo. Incumplir este respeto acordado podía significar la ruina. Por este motivo, se ha dicho muchas veces que se trata de un ser tan orgulloso y engreído como el hipogrifo, y aún más susceptible.
La historia más conocida del drake es la que se cuenta sobre la casa de Elendy, en Inglaterra, que conoció su ruina durante la Guerra de los Cien Años, cuando se extinguió para siempre toda la estirpe. Desde tiempo inmemorial, todos los primogénitos de los duques de Elendy nacían con una cicatriz en la palma de la mano izquierda, como recordatorio del pacto que el primer duque hizo con el drake que velaba por la continuidad de la familia y custodiaba sus propiedades.
Cuando comenzó la Guerra de los Cien Años, el duque de Elendy abandonó su castillo para ir a luchar junto al rey de Inglaterra, pero dio plenos poderes al drake y ordenó a todos sus vasallos que le rindieran pleitesía durante su ausencia. Al principio se cumplió la voluntad del duque, y todos vivieron en paz, pero pasaron los años y los hombres comenzaron a codiciar el tesoro que guardaba celosamente aquella criatura de fuego. Y así, un día dejaron de rendirle obediencia y el drake abandonó su atalaya, rompiendo los lazos de sangre que le unían a su señor. Aquella misma mañana, el último duque de la casa de Elendy murió sin descendencia en la batalla de Crécy, donde luchaba junto a Eduardo, el príncipe negro.
Saber más sobre los drakes
Los drakes fueron muy venerados durante la Edad Media en Francia, Inglaterra, Alemania y los países escandinavos. En Suecia recibieron el nombre de “krates” y formaron parte del escudo de armas de muchas casas