CIVILIZACIÓN EGIPCIA
LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE
Para los egipcios, el ser humano estaba constituido no solo por el cuerpo, sino también por numerosas «manifestaciones» (kheperu) o componentes de la personalidad, como el akh, el ba, el ka, el nombre (ren) y la sombra (shut). En el momento de la muerte —considerada como una fase natural del ciclo vital, una transición entre la vida terrenal y la del más allá—, se producía la separación entre el cuerpo y dichos elementos espirituales, que, aunque se dispersaban por el cosmos, conservaban íntegra su individualidad. Estos podían regenerarse eternamente, a condición de que la parte corruptible (el cuerpo) se preservara intacta.

USHEBTIS PARA HATHOREMHEB Ushebti de madera de Hathoremheb, estatuilla funeraria que respondía en lugar del difunto a la llamada a las obras en el más allá.
El incumplimiento de ese requisito condenaba a los principios espirituales incorruptibles a la vana y eterna búsqueda de su soporte físico. La literatura funeraria no ofrece explicaciones de los vocablos que definen estas entidades, por lo cual su naturaleza resulta incierta.
LOS ELEMENTOS ESPIRITUALES
Akh, fuerza presente en los hombres yen las divinidades, se ha traducido como «espíritu iluminado» o «glorificado». Era representado como un ibis con cresta, y constituía el elemento espiritual que accedía a la dimensión divina, donde participaba en el movimiento de las estrellas, al ser el cielo la morada de los seres imperecederos, como los dioses y los «espíritus puros». Akh designaba también a los espectros de los difuntos, y su etimología fue conservada en el vocablo copto que significa «fantasma». El ba, interpretado de manera imperfecta como «alma», define un concepto mejor expresado por los vocablos «personalidad» (en cuanto las características que diferencian a un hombre de otro) o «principio motor». A partir del Imperio Nuevo fue representado como un ave con cabeza humana. El ba del difunto estaba dotado de autonomía durante el día, y, gracias al poder mágico de las fórmulas de los textos funerarios, podía adoptar el aspecto deseado para volver a la Tierra con la facultad de actuar en ella materialmente; pero al atardecer debía regresar al cadáver y pasar la noche en el sepulcro. El ka, «doble», «genio», «espíritu» o, más correctamente, «energía vital», era la manifestación de las fuerzas vitales que presidían la creación y la supervivencia humana o divina. Se le representaba con el símbolo de los dos brazos levantados, que significaban el abrazo de un principio vital. El ka era creado a la vez que el cuerpo, del cual era una copia perfecta, pero llevaba una existencia propia hasta la muerte. De hecho, una de las expresiones utilizadas para «morir» era «pasar al propio ka». La tumba era su morada. Se nutría de los alimentos depositados en la capilla, a los que accedía pasando a través de las estelas falsa-puerta, cuyo umbral constituía el confín entre el más allá y el mundo de los vivos. Las ceremonias fúnebres estaban dirigidas específicamente al ka del difunto.
LA SOMBRA Y EL CORAZÓN
La sombra tenía una autonomía de movimiento análoga a la del ba, y se la identificaba con el cadáver, con el cual compartía el aspecto de silueta humana de color negro.

ESCENA DE PÉSAME Fragmento de pintura mural que representa una escena de pésame a la esposa del difunto.
El nombre era parte del individuo, sin el cual no podía subsistir el ser: se dirigían plegarias a los visitantes de las necrópolis para que hicieran prosperar al difunto eternamente pronunciando su nombre. Afín a nuestra idea de alma era el corazón, órgano que los embalsamadores dejaban en el cuerpo y que los egipcios consideraban sede de la inteligencia, el pensamiento, la voluntad y las emociones. Su principal cometido figura en el capítulo 125 del Libro de los muertos, que hace referencia a su pesaje y contiene himnos dirigidos a Ra y Osiris. Mediante la sicostasia o «pesada del alma», el difunto se sometía al juicio póstumo en la «Sala de las dos Maat» en presencia de Osiris. El tribunal estaba compuesto por 42 jueces, los «señores de Maat». En la balanza, el corazón, receptáculo de la conciencia, era contrapuesto a Maat, diosa de la verdad y la justicia, hija de Ra y garante del orden universal. Para acceder al más allá, debía existir un equilibrio en la balanza. Los dioses Anubis, «Señor de la Tierra Sagrada» (la necrópolis), y Tot vigilaban. El indicador de un resultado negativo era el monstruo al pie de la balanza para devorar el corazón, impidiendo con ello la bienaventuranza al difunto; en cambio, una sentencia favorable otorgaba al difunto el título de maakheru, «justo de voz», «justificado», y la admisión en el «paraíso».
COMPLEJOS AJUARES FUNERARIOS
Para garantizar a los difuntos las comodidades terrenales, se depositaban en las tumbas ajuares funerarios cuya importancia y calidad variaban según la riqueza de cada familia. El ajuar más completo contenía, aparte de los alimentos indispensables para el sustento, objetos rituales (estatuas de divinidades protectoras) y de uso doméstico (muebles, cofres, telas, vasijas, prendas de vestir, artículos para la higiene y el maquillaje), juegos, instrumentos musicales, herramientas de trabajo y miniaturas de barcos y aparejos. Estos bienes estaban presentes también en las largas listas de ofrendas y en las representaciones murales.

AJUAR PARA EL MÁS ALLÁ. Cofre con escena de guerra, del rico ajuar funerario de Tutankamón.
Una eficacia análoga adquirían las figuras de artesanos, pescadores, campesinos, molineros, cocineros y carniceros depositadas en las tumbas desde el Imperio Antiguo, mientras que la finalidad de los ushebtis (figuritas de madera, de piedra o de fayenza), introducidos a partir del Imperio Medio, se deduce de su nombre: «los que responden» en lugar del difunto a la llamada a realizar trabajos agrícolas en el reino de Osiris. El culto funerario rendido a los difuntos por sus familiares y los sacerdotes hemuka, o «servidores del ka», se desarrollaba en la capilla funeraria y consistía en reponer diariamente las ofrendas alimentarias imaginariamente ingeridas por el ka, depositando provisiones frescas o evocándolas mágicamente enunciando los alimentos. La estela funeraria llevaba el nombre y los títulos de su propietario, y a partir del Imperio Medio, también reflexiones de tipo moral. En ella aparecía, asimismo, la representación del difunto recibiendo las ofrendas o, a partir del Imperio Nuevo, honrando a las divinidades que presidían los ritos funerarios, especialmente a Anubis y Osiris.
EMBALSAMAMIENTO Y PROTECCIÓN MÁGICA DEL CUERPO
En el intento de alcanzar la inmortalidad, garantizada por el embalsamamiento, los egipcios elaboraron rituales y procedimientos para conservar el cuerpo del difunto.

VASIJAS FUNERARIAS Vasos canopes del difunto Padihor, fechados entre finales del Imperio Nuevo y principios del Tercer Periodo Intermedio. Es probable que las tapas de fayenza no correspondan a las vasijas.
El cuidado con el que envolvían al difunto en una especie de cortina mágica se extendió también al sarcófago, a la tumba y a su camino hacia el más allá. Las salmodias de los sacerdotes-lectores acompañaban las operaciones realizadas sobre el cadáver. Para la preservación del cuerpo —que en la época predinástica y en el Imperio Antiguo, en las sepulturas pobres y provinciales, se producía naturalmente por desecación colocándolo en fosas cavadas en el desierto (momificación)—, se utilizaron procedimientos artificiales muy complejos, perfeccionados con el tiempo y utilizados primero por los faraones y después por las personas acomodadas (embalsamamiento).

EMBALSAMAMIENTO. Anubis, el dios que presidía el embalsamamiento, en una pintura mural de la tumba tebana de Senedjem (XIX dinastía).
Los embalsamadores procedían a la deshidratación del cuerpo, tras extraerle los órganos internos. Las vísceras, tratadas por separado, eran depositadas en cuatro recipientes de barro cocido o de piedra, los vasos canopes, que del Imperio Nuevo en adelante se distinguieron por la forma de sus tapas, a las que los cuatro «Hijos de Horus» prestaron su semblante: cabeza humana, Imsetis, el genio protector del hígado; cabeza de halcón, Qebehsenuef, protector de los intestinos; cabeza de babuino, Hapi, guardián de los pulmones; cabeza de chacal, Duamutef, que velaba por el estómago. Los vasos canopes estaban identificados con las cuatro diosas protectoras: Isis, Neit, Neftis y Serqet.

MOMIA DE LA ÉPOCA ROMANA Momia de mujer desconocida envuelta en vendas. El sarcófago que la contenía data de la época romana (siglos I-II d. C.).
El cuerpo, vacío de componentes corruptibles, se llenaba con sustancias aromáticas, se cosía y se colocaba bajo una capa de natrón (sales de sodio); luego era lavado, embadurnado de ungüento y envuelto en vendas de lino impregnadas de resinas olorosas.
EL DIFÍCIL VIAJE AL MÁS ALLÁ
Durante las fases del vendado,

PROTECCIÓN MÁGICA Amuletos, entre ellos el célebre ugiat, el ojo de Horus dañado por Set y «curado» por Tot, que transmitía su benéfico poder de integridad e incolumidad a quien lo llevaba.
se introducían en los puntos establecidos por el ritual diferentes amuletos, los cuales, por las virtudes mágicas que poseían tanto el material que los componía como su forma y su color, eran considerados adecuados para la salvaguardia y el funcionamiento de las distintas partes del cuerpo. Adquirió especial importancia el «escarabajo del corazón»: llevaba grabado en la base un texto conocido como «declaración de inocencia», que disculpaba al difunto durante el juicio póstumo. Como conclusión de los preparativos, se cumplía sobre la momia el rito de la apertura de la boca, destinado a infundir de nuevo al cuerpo las fuerzas vitales, permitiéndole usar los miembros y los sentidos. La eficacia de dicho rito, realizado también sobre la estatua del difunto, podía ser perpetuada eternamente dejando en la tumba un papiro que contuviera el ritual. Una vez introducido el cadáver en el sarcófago, un cortejo fúnebre, compuesto por los familiares del difunto acompañados por plañideras, se encaminaba hacia la necrópolis, donde la caja era instalada en la parte subterránea de la tumba. El sarcófago, «señor de vida», indispensable en la sepultura, protegía al difunto y hacía las veces de morada. El éxito del viaje al más allá, un oscuro camino repleto de obstáculos y peligros, se encomendaba finalmente al dominio del exacto procedimiento a seguir, un conocimiento que derivaba de las copias personales de los textos funerarios, donde se enumeraban las fórmulas apropiadas para la resolución de todo momento crítico.

EL SARCÓFAGO «SEÑOR DE VIDA» Detalle del sarcófago antropomorfo del difunto Qent, que data de la dinastía XVIII-XIX.