CIVILIZACIÓN EGIPCIA
LA CONCEPCIÓN DEL MAS ALLÁ

EL MÁS ALLÁ DE OSIRIS Difunto conducido por Horus ante Osiris (XIX dinastía).
DIFERENTES DESTINOS DE ULTRATUMBA
La fe en la supervivencia después de la muerte se demostraba ya en la prehistoria, cuando el humilde ajuar de objetos de uso cotidiano que se depositaba junto al difunto, colocado de costado o simulando que dormía, concretaba esa creencia. Durante las primeras dinastías, la idea de la continuidad de la vida se configuró con mayor consistencia, y los reyes reunieron a su corte incluso en el más allá, otorgando a funcionarios y sirvientes sepulturas contiguas a sus sepulcros. En esas fases iniciales de la civilización egipcia, la muerte era interpretada como un sueño profundo, del cual los difuntos despertarían a una existencia análoga a la terrenal, sin cambios en su condición social. Los documentos escritos más antiguos, a los que debemos nuestros conocimientos sobre la concepción del más allá en el Antiguo Egipto, datan de finales del Imperio Antiguo. Conocidos como los Textos de las pirámides porque el primer ejemplo apareció en la pirámide de Unas, último soberano de la V dinastía, se presentan como una recopilación de fórmulas, invocaciones e himnos divinos que reflejan tradiciones funerarias y religiosas anteriores, y expresan nociones exclusivamente relativas al más allá del monarca en una dimensión esencialmente celestial. El hombre corriente «vivía» en su tumba o era partícipe de la salvación del soberano, que protegía y representaba a sus súbditos incluso en el más allá.

SARCÓFAGO Interior de la tapa de un sarcófago con símbolos de Osiris (Tercer Periodo Intermedio).
Según uno de los conceptos formulados en los Textos de las pirámides, el más antiguo, el rey adquiría la inmortalidad «ascendiendo al cielo entre las Estrellas Imperecederas», las estrellas circumpolares, que asumieron un significado simbólico de permanencia, ya que las observaciones astronómicas habían establecido que jamás descendían por debajo de la línea del horizonte. Otra garantía de vida eterna, contemporánea al desarrollo político y social de la ciudad santa de Heliópolis y al consiguiente predominio del culto solar, era conferida al soberano difunto por la unión con el dios-Sol, Ra o Atum, con el que compartiría la eterna regeneración. El rey ocupaba su sitio en la barca solar y acompañaba a Ra en su viaje diurno sobre las aguas celestiales hacia Occidente. Pasaban juntos la noche en el cielo inferior, combatiendo contra las tinieblas, eternas antagonistas de la luz, hasta el renacimiento matutino por Oriente. La tercera tradición asemejaba al rey difunto con Osiris, ancestral dios del Nilo y de la vegetación, con el cual llegaba al cielo. Junto con estos tres credos fundamentales existían creencias que otorgaban al rey garantías de eternidad mediante transformaciones en otras muchas entidades o divinidades de menor relevancia.
LA INMORTALIDAD PARA EL HOMBRE CORRIENTE
El final del Antiguo Imperio, marcado por un periodo de debilitamiento del poder real, que comprometió la exclusividad de la concepción de inmortalidad divina de que gozaba el soberano, vio nacer nuevos textos funerarios que reflejaban la aspiración a alcanzar la vida eterna por parte de un restringido círculo de personas. El privilegio, real de los ritos solares se extendió en un principio a algunos miembros de la familia real y de la nobleza, y más tarde también a los súbditos especialmente merecedores de él. Así pues, el ritual funerario real fue reelaborado y enriquecido con un repertorio de temas inéditos, cuyos contenidos recubrieron las paredes de los sarcófagos de finales del Imperio Antiguo, del Primer Periodo Intermedio y del Imperio Medio, y actualmente se conocen como los Textos de los sarcófagos. Con abundantes ilustraciones, ofrecen una visión pormenorizada de cómo se imaginaba el más allá en el ambiente culto. Paralelamente, se afianzó otra composición apta para proteger el camino del difunto al más allá, siempre localizado en las regiones celestiales. Las versiones que nos han llegado están trazadas sobre el fondo de algunos sarcófagos del Imperio Medio bajo forma de guía que contiene versículos y auténticas cartografías con itinerarios alternativos, de ahí el nombre moderno de Libro de las dos vías. Durante el Segundo Periodo Intermedio y el Imperio Nuevo, las inscripciones funerarias continuaron su evolución y se sirvieron de otros soportes de escritura, como las telas o vendas funerarias y el papiro. La abundancia de este último material propició su difusión, otorgando su intrínseca protección al hombre corriente. Desde entonces, todos los individuos dirigieron sus esperanzas de eternidad a Osiris. Esos escritos constituyen el Libro de los muertos, denominación acuñada por el egiptólogo alemán Richard Lepsius en 1842 (en egipcio antiguo, «Fórmulas del salir al día»): un corpus de plegarias y fórmulas mágico-religiosas, en parte inspirado en textos funerarios anteriores, de los cuales adopta la distribución en capítulos titulados. Algunas secciones se atienen al antiguo credo solar, según el cual el renacimiento del difunto estaba ligado al rítmico e inagotable surgir del dios-Sol, Ra. Otros pasajes, en cambio, ponen de relieve la fe en Osiris. El difunto, convertido en Osiris tras haber compartido la muerte y la resurrección del dios, experimentaba una existencia ideal en un más allá que, por primera vez, es descrito como subterráneo. El reino de Osiris era una tierra encantada, plasmada sobre la imagen de Egipto. Del Imperio Nuevo datan también otros textos funerarios de carácter cosmográfico (de nuevo reservados al soberano), hallados en los hipogeos del-Valle de los Reyes. Entre ellos, el Amduat (el libro de «lo que está en el más allá»), el Libro de las puertas, el Libro de las cavernas, el Libro del día y el de la noche. Mediante imágenes y comentarios, en ellos se formula una localización en el subsuelo del reino de los muertos, a través del cual se cumple el viaje nocturno del Sol, fundiendo las concepciones del más allá estelar, solar y subterráneo. Según un esquema común, el universo de ultratumba estaba fraccionado en doce regiones, correspondientes a las doce horas de la noche, a su vez divididas en tres zonas. En las composiciones religiosas del Imperio Tardío, como el primero y el segundo Libro de las respiraciones y Recorrer la Eternidad, emergen nuevas temáticas expresadas en fórmulas sintéticas destinadas a hacer prosperar el alma en el cielo y el cuerpo en el mundo subterráneo.
EL TESTIMONIO DE QUIEN DUDA

LA DUAT Pinturas murales de la tumba de Tutmosis con una lista de las divinidades de la Duat, el más allá egipcio.
Sin embargo, junto a esta visión del más allá «positiva», «idealista» y «tranquilizadora», surgieron corrientes de pensamiento pesimistas, plasmadas en algunas obras literarias, en especial en dos composiciones del Primer Periodo Intermedio y principios del Imperio Medio, épocas de inestabilidad política y reivindicaciones sociales. En el célebre Diálogo del desesperado con su alma (ba), el hombre desencantado, aspirante a suicida, es exhortado por su propio ba a «apegarse a la vida». El Canto del arpista, de una tumba de un rey Antef, expresaba —analizando la transitoriedad de la existencia humana y la conciencia de lo desconocido que rodea la vida de ultratumba—, escepticismo respecto a la supervivencia en el más allá y una viva exhortación a gozar de la vida terrenal: «… Pasa un día feliz y no te canses de hacerlo. Mira, no hay nadie que lleve consigo sus propios bienes; mira, no regresa quien se ha ido».