CIVILIZACIÓN EGIPCIA

EL AJMENU Sala de las Fiestas que hizo erigir Tutmosis III en Kamak para su fiesta Sed, durante la cual tenía lugar la «transfiguración», o unión del poder divino y el real como garantía de la perpetuidad de la creación.
RELIGIÓN Y DIVINIDADES

AMÓN Estatua de esquisto del dios universal Amón, procedente del patio de la zona más secreta del templo de Amón-Ra en Karnak (final de la XVIII dinastía).
El término «religión», referido a la civilización egipcia, no designa un conjunto homogéneo de creencias conformes a una concepción fundamental y única de la divinidad, sino un conjunto de creencias de naturaleza y origen diversos, forjadas con independencia unas de otras en torno a las distintas deidades locales, veneradas únicamente por los habitantes del lugar, y que posteriormente serían relacionadas entre sí por razones políticas y sociales. Eso sucedió antes del Imperio Antiguo (2649-2152 a. C.), y *las teologías elaboradas por las corporaciones sacerdotales de los distintos templos se entrelazaron y, por una virtud típica del pensamiento egipcio, asociaron elementos extraños y contradictorios a sus propios sistemas. Por tanto, no existía una religión común en Egipto, y el culto oficial dejaba amplio espacio a la veneración a divinidades locales. La aceptación temporal o permanente de un dios estaba vinculada a los acontecimientos de una ciudad, y la difusión de una doctrina religiosa dependía de la notoriedad del templo. Cuando Tebas se convirtió en capital de las Dos Tierras a principios del Imperio Medio (2065-1781 a. C.), Amón, su dios, fue elevado a la categoría de divinidad nacional, y su clero fue uno de los más ricos y poderosos durante siglos. Por tanto, el destino de las divinidades fue muy diverso. Algunas continuaron siendo veneradas localmente, y otras fueron adoradas en distintos centros o elevadas al rango de dios nacional. Mientras que algunas deidades fueron asimiladas (sincretismo), tanto por afinidad de naturaleza, de forma o de atributos, como por semejanza en el culto a un dios superior, otras mantuvieron su propia identidad. En cualquier caso, el sincretismo no entorpecía en absoluto la libertad de las divinidades, que seguían existiendo individualmente y podían unirse a otras.

EL FARAÓN OFERENTE Pintura extraída de la tumba tebana de Ramsés III, que representa al soberano haciendo ofrendas al dios Ptah-Sokar-Osiris sentado en el trono, con la diosa Isis a su espalda, extendiendo los brazos alados en un gesto protector.
UN PANTEÓN FORMADO POR INNUMERABLES DIVINIDADES

BARCA DIVINA El dios podía transmitir oráculos en ocasiones solemnes, como la celebración de la fiesta Opet. Detalle del transporte de una barca divina durante la fiesta.
Los dioses se presentaban a los fieles que invocaban su protección con apariencia humana, de animal o híbrida, asociando partes de animales, normalmente la cabeza, con un cuerpo humano. Un aspecto no excluía otro (Tot: ibis, dríada, hombre con cabeza de ibis; Hathor: vaca, mujer con cabeza de ternera o con cabeza humana con cuernos y orejas bovinas). En la forma, los atributos y los animales a ellos consagrados, se intentan descubrir los orígenes no siempre ciertos de los dioses.

ISIS Y OSMIS Magníficas estatuas de la pareja divina formada por Isis y Osiris.
Las fuerzas cósmicas (sol, luna, tierra, cielo, aire, agua) se manifestaron en numerosas deidades, posteriormente asimiladas, y también fueron objeto de cultos más intelectuales, inspirados en la creación del mundo (cosmogonías). En los santuarios de Heliópolis, Menfis y Hermópolis fueron elaboradas tres cosmogonías principales. Según los teólogos heliopolitanos, el dios-Sol, Atum, emergido del Nun (Océano primordial o Caos), donde se había creado a partir de sí mismo, dio origen a una primera pareja divina, Shu (el Aire) y Tefnut (la Humedad). Ellos generaron, a su vez, a Geb (la Tierra, principio masculino) y Nut (el Cielo, principio femenino), de los cuales se originaron Isis, Osiris, Neftis y Set, protagonistas de la leyenda de Osiris. Estas nueve divinidades constituían la Enéada Mayor, a la que se sumó la Enéada Menor, encabezada por Horus y que agrupaba otros dioses. La presencia en la región de otro dios solar, Ra, indujo a asociarlo a Atum, creándose el dios Atum-Ra, cuyo segundo elemento suplantó muy pronto al primero en la doctrina solar.

TEMPLO DE HORUS Naos, parte privada del templo, donde se guardaba la imagen de la divinidad, dedicada a Horus, en Edfú, consagrada por Nectártebo
El sistema hermopolitano proponía otra organización. De hecho, la Ogdóada divina, compuesta por cuatro elementos femeninos y cuatro masculinos surgidos del océano primordial, precedía al Sol. Según la cosmogonía menfita, más conceptual, la creación era obra del dios Ptah, que creó su imagen con el pensamiento (corazón) y su forma material con la palabra (lengua). Las innumerables divinidades que formaban el panteón egipcio fueron agrupadas en tríadas, generalmente compuestas por padre, madre e hijo, cuyos elementos en singular podían aparecer en otras especulaciones, como las síntesis religiosas y los ciclos mitológicos (leyendas de Osiris, de Ra, de Horus y Set). Osiris, Isis y Horus forman la tríada más famosa; Amón, Mut y Jonsu, la venerada en Tebas; Ptah, Sekhmet y Nefertem, la de Menfis. La religión egipcia, caracterizada por la profusión de deidades y de dogmas acompañados de múltiples interpretaciones, que conocemos a través de una amplia literatura religiosa (inscripciones en templos, textos funerarios, leyendas mitológicas, himnos) en continua evolución durante la historia de Egipto, parece haber mantenido, sin embargo, un elemento estable: el culto a los dioses en los templos.

HATHOR Estatua de más de dos metros, que representa la Vaca celestial, Hathor.
LOS RITOS SE DESARROLLABAN EN EL INTERIOR DEL TEMPLO
Los templos eran las «moradas de los dioses», y con su presencia y funcionamiento aseguraban el mantenimiento permanente de la creación. El culto oficial, dirigido a todas las deidades y que se celebraba diariamente según un ritual idéntico en todos los santuarios, era una institución de Estado y de interés social. De hecho, tal devoción estaba encaminada a satisfacer toda necesidad física y espiritual del dios, encarnado en la estatua custodiada en el santuario, con ofrendas concretas y simbólicas, para que desarrollase ininterrumpidamente su papel de creador y defensor del orden universal, garantizando a Egipto protección, prosperidad y justicia en la persona del rey.

SEKHMET La diosa Sekhmet, con cabeza de leona, en el templo de Mut, en Kamak, a cuyo culto fue asociada.
Solo al faraón, por su naturaleza divina, incumbía el acercamiento a otros dioses, sus semejantes. Para obviar la imposibilidad de cumplir con sus deberes filiales y religiosos al mismo tiempo en todo el país, él investía a los sacerdotes locales de tal honor, al estar su divina presencia mágicamente concretada en las pinturas murales y las estatuas que le representaban venerando a los dioses. La liturgia se desarrollaba en la parte más recóndita del templo (la naos), a la que solo tenían acceso los sacerdotes. La arquitectura del templo-morada del dios evidenciaba la sacralización y la privacidad de este lugar, en el que convergían las líneas de fuga, enfocándolo y aislándolo a la vez. Las zonas públicas eran el primer patio y, a veces, la sala hipóstila, donde se oficiaban las ceremonias en las que participaba el pueblo. En esas ocasiones, que conmemoraban episodios significativos de la vida del dios (nacimiento, victoria sobre los enemigos) o consistían en la visita a otras divinidades, el dios salía de su morada. Su estatua, guardada en una capilla portátil en forma de barco, era llevada en procesión por los sacerdotes. En estas grandes celebraciones, que se prolongaban semanas, participaba toda la ciudad, además de congregarse peregrinos de todo el país.

KAAPER Estatua de madera del sacerdote-lector Kaaper, caracterizada por un fuerte realismo (V dinastía).
Según una usanza que se impuso durante el Imperio Nuevo (1550-1070 a. C.), un periodo en el que se registró un notable incremento de la devoción popular, el dios, en tales circunstancias, podía expresarse a través de un oráculo. La pregunta acerca de la salud, el trabajo o un conflicto debía ser formulada verbalmente o redactada sobre un óstracon o un papiro, de tal manera que permitiera dar una respuesta sencilla. La contestación, afirmativa o negativa, se descubría tanto en un gesto del dios como en el movimiento que él imprimía a los porteadores de la estatua, que avanzaban (para decir sí) o retrocedían (para decir no). La naturaleza divina del faraón y los ritos que se desarrollaban en el corazón del templo alejaron cada vez más al pueblo, que optó por venerar a divinidades que sentía más cercanas. La devoción popular se manifestaba, probablemente, en pequeños santuarios domésticos, semejantes a los hallados en Deir el-Medina, el pueblo de los obreros de las necrópolis reales tebanas, donde se depositaban las efigies de los dioses Amón, Hathor, Ptah, Tot, Jonsu, Osiris, etc., permitiendo mantener una relación más directa con la esfera divina.