
Edward Osborne Wilson, sociobiólogo de la Universidad de Harvard (EE UU), señala que «la predisposición a tener creencias religiosas es la fuerza más poderosa y compleja de la mente y, con toda probabilidad, una parte inseparable de la naturaleza humana».
Para descubrir los secretos que encierra la presencia de dicha fuerza en nuestras mentes, nació la Neuroteología, un campo de investigación científica que explora los mecanismos neuronales que se hallan detrás de cada experiencia religiosa, espiritual o mística. Trata, por tanto, de encontrar en nuestro cerebro las huellas de la fe y de la contemplación de Dios. A la luz de esta corriente psiquiátrica, parecería que la fe es una simple patología. Por tanto, Dios y la religión serían la consecuencia de un mal funcionamiento del cerebro. Pero el asunto podría enfocarse de otra manera.
En este sentido, el neurólogo Vilayanur S. Ramachandran reconoce en su popular obra Fantasmas en el cerebro (Debate, 1999) que «hay muchos caracteres exclusivos que nos hacen humanos, pero ninguno tan enigmático como la religión: nuestra propensión a creer en Dios o en algún poder superior que trasciende las meras apariencias. Parece muy improbable que algún otro animal, aparte del ser humano, medite sobre el infinito o se pregunte por ‘el significado del todo’».
LA RED NEURONAL DE LA INTELIGENCIA CREADORA
Por lo tanto, la experiencia religiosa conforma un rasgo propio de nuestra especie que, al igual que la razón, nos distingue del resto de los seres vivos. Incluso esa paridad entre fe y razón podría estar arraigada en nuestra mente de una manera mucho más profunda de lo que parece. Así lo sugieren algunas pruebas clínicas absolutamente fascinantes. En lugar de «excitar» el cerebro para forzar artificialmente una creencia o un estado de conciencia religioso, como se había estado haciendo hasta entonces, varios especialistas se inclinaron por observar su funcionamiento natural, averiguando así en qué consiste la percepción espiritual del mundo propia de los humanos. La tecnología contribuyó mucho al desarrollo de este nuevo enfoque.
Por ejemplo, la técnica de la neuroimagen permitió seguir en un monitor la actividad electromagnética del córtex cerebral sin aplicar ningún estímulo al mismo. Con este nuevo instrumento, los científicos podían centrar sus pesquisas en prácticas introspectivas más o menos comunes, como la oración y la meditación, y no en las experiencias religiosas más extremas.

En esta línea de trabajo destacaron los neurólogos de la Universidad de Pensilvania (EE UU) Andrew Newberg y Eugene d’Aquilli, quienes sometieron a estudio a un grupo de monjes budistas. En el momento en que los sujetos reconocían haber alcanzado el grado más profundo de meditación, los investigadores les inyectaban un isótopo radioactivo para ver en la pantalla la actividad cerebral de cada uno de ellos. La neuroimagen obtenida, situaba la mayor actividad en el córtex frontal, a la vez que disminuía en el lóbulo parietal.

La prueba fue repetida con varias monjas clarisas mientras practicaban la oración y, como era de esperar, las neuroimágenes conseguidas fueron bastante similares a las de los budistas. Newberg y D’Aquilli concluyeron que, por encima de las diferentes doctrinas, normas o credos, hay una misma manera de experimentar la religión.
En 2006, científicos de la Universidad de Montreal (Canadá) llevaron a cabo un experimento algo diferente con varias monjas carmelitas. Los investigadores les pidieron que recordaran la vivencia mística más intensa que cada una de ellas hubiera tenido en su vida. Cuando lo hacían, se les activaba un área neuronal que rebasaba con creces el lóbulo temporal.
En cambio, cuando las religiosas permanecían en reposo o cuando rememoraban una experiencia igualmente intensa, pero no focalizada en Dios sino dirigida hacia otro ser humano, las regiones cerebrales activas eran diferentes a las estimuladas durante el estado místico. Los investigadores dedujeron que Dios no tenía un emplazamiento único en el cerebro, sino que su contemplación involucraba una red neuronal bien repartida por todo el córtex.
EL PODER DE LA «MENTE EN BLANCO»
Ahora bien, cuando nos liberamos del caparazón de nuestros sentidos, aislándonos de todos los estímulos externos, ¿qué somos en realidad? ¿Es entonces cuando disfrutamos de esa «conexión divina» a la que se refieren muchas religiones? Quizás la respuesta podamos hallarla en uno de los más revolucionarios descubrimientos neurocientíficos de los últimos tiempos: la red neuronal por defecto. Todos hemos experimentado alguna vez una sensación de tiempo perdido.
En algún momento de nuestras ocupaciones diarias, desconectamos del entorno y permanecemos ensimismados en nuestros pensamientos, sin advertir lo que ocurre alrededor. A veces, esta experiencia transcurre mientras vamos conduciendo, caminando o escribiendo mecánicamente delante del ordenador. Los minutos han pasado volando y no nos hemos dado cuenta de ello.
Nos hemos «desacoplado» de la realidad más inmediata, pero la pregunta que debemos formulamos es: ¿A dónde ha ido a parar nuestra mente? ¿En qué pensábamos cuando, aparentemente, no pensábamos en nada? ¿Dejaron también de «trabajar» nuestras neuronas?

Durante décadas, los expertos creyeron que, cuando el cerebro no prestaba ninguna atención externa, ciertos procesos neuronales dejaban de funcionar. A simple vista, parecía lógico que tener la mente en blanco conllevara una acentuada disminución de la actividad cerebral.
Sin embargo, no es así. En 1953, Louis Sokoloff, médico de la Universidad de Pensilvania (EE UU), comprobó que la cantidad de oxígeno consumida por el cerebro cuando resolvía operaciones aritméticas, apenas era superior al gasto realizado por el mismo sujeto mientras reposaba con los ojos cerrados. La mente en blanco despilfarraba casi tanta energía como en funcionamiento. Solo había que averiguar en qué…
MEDITADORES ANTE LA CIENCIA
No fue hasta 2001, cuando los investigadores de las universidades de Stanford y Washington, Michael Greicius y Marcus Raichle, hallaron la respuesta al aplicar la tomografía por emisión de positrones y la resonancia magnética al estudio del cerebro. Estas modernas técnicas permiten visualizar en un monitor las áreas corticales implicadas en cada operación intelectual o sensorial. Las regiones cerebrales en acción se iluminan en la pantalla gracias a una glucosa radiactiva que previamente se ha inoculado al sujeto, sustancia que consumen las neuronas al desarrollar una determinada tarea.
Sorprendentemente, los científicos descubrieron que cuando el sujeto experimental mantenía la mente desocupada, las áreas previamente brillantes en la pantalla se oscurecían, pero inmediatamente pasaban a iluminarse otras nuevas. En conclusión: una porción importante de nuestro cerebro se pone a trabajar justo cuando nuestra atención deja de hacerlo. Fue así como se identificó la llamada red neuronal por defecto, un conjunto de circuitos neuronales distribuidos entre el córtex medio y posterior, así como en el lóbulo temporal, que entran en funcionamiento cuando cesa la atención hacia el exterior.

En 2011, un equipo de la Universidad de Yale (EE UU) evaluó a personas que llevaban años meditando, frente a otro grupo que no lo hacía. Los investigadores descubrieron que la red neuronal por defecto de los meditadores era más amplia que la de aquellos que no habían practicado nunca dicha técnica.
El psiquiatra coordinador del estudio, Judson A. Brewer, manifestó: «Las personas que meditan durante muchos años, desarrollan una nueva red neuronal por defecto, en la que hay una mayor conciencia de uno mismo y del presente y menos ensoñación».
MÉDIUMS EN EL LABORATORIO
Como vemos, abundan los estudios dedicados a conocer las experiencias religiosas ligadas a la oración y a la meditación. En cambio, existen otros estados de conciencia a los que aún no se les ha prestado suficiente atención neurocientífica, como aquellos relacionados con la mediumnidad. Sin embargo, en las pocas ocasiones en que los investigadores han indagado acerca de estas mentes presuntamente conectadas con el más allá, los resultados obtenidos han sido extraordinarios.
El estudio más reciente al respecto lo ha coordinado el ya citado neurofisiólogo Andrew Newberg. Hace unos meses, reunió a diez médiums brasileños que practicaban la psicografía: una técnica a través de la cual los espíritus escriben de manera automática, utilizando la mano de la persona que los invoca. Para ello, el sujeto intermediario en cuestión ha de entrar en un profundo trance. Bajo tales condiciones, la mente se disocia y la consciencia permanece «abandonada» por completo.
Los médiums seleccionados tenían una amplia experiencia psicográfica, puesto que venían practicando dicha técnica entre 15 y 47 años, en un intervalo de 2 a 18 veces cada mes. Todos ellos presentaban una salud excelente, no consumían ninguna clase de drogas y redactaban los mensajes recibidos del más allá con la mano derecha. Ciertamente, Newberg no había actuado al azar en su elección. Brasil tiene una larga tradición de médiums psicográficos.

El más famoso de todos ellos, Chico Xavier, falleció en 2002. Durante su vida, Xavier escribió más de 400 libros en trance mediúmnico. Aseguraba que solo redactaba aquello que las almas descarnadas le revelaban y, según afirmaba, había sido utilizado como canal por algunos de los mejores poetas y literatos desaparecidos. Chico Xavier se convirtió en un autor de éxito, y alguno de sus libros psicografiados alcanzó el millón y medio de ejemplares vendidos. Con los beneficios obtenidos, creó una fundación para asistir a los más desfavorecidos, que le valió una candidatura al Nobel de la Paz.
Cuando fue sometido a estudio clínico, su electroencefalograma presentaba características propias de la epilepsia, aunque nunca le fue diagnosticada por los médicos. Ninguno de sus sucesores consiguió desarrollar un trabajo de similares proporciones. No obstante, su legado sigue presente en muchos médiums actuales, que mantienen vivas las técnicas utilizadas por Xavier.
«APAGAR» EL CEREBRO PARA CONTACTAR CON LOS ESPÍRITUS
Cuando Newberg inyectó el compuesto radiactivo en la sangre de los médiums brasileños, observó lo que ocurría en sus mentes.Y la sorpresa fue mayúscula. Los sujetos más experimentados en psicografía disminuían la actividad de las áreas cerebrales destinadas al cálculo analítico, el razonamiento y la expresión lingüística. Sin embargo, eran capaces de componer unos escritos muy elaborados sobre ética o la necesaria unión de la ciencia con la espiritualidad. «Los contenidos generados durante las psicografías tenían unos grados más elevados de complejidad que los redactados en simple vigilia.

Eso exigiría normalmente más actividad en los lóbulos frontales y temporales, pero éste no fue el caso», opinaba un miembro del equipo científico, Julio Peres, de la Universidad de Sáo Paulo (Brasil). A juicio de Newberg, resultaba obvio que el mejor contacto con el más allá era el que desinhibía ciertas regiones del cerebro. Pero cuando sucedía, no se perdía calidad en los mensajes transmitidos, sino todo lo contrario. Por supuesto, estamos ante un estudio preliminar, aunque muy sugerente. Después de todo, quizás entre nuestra mente y la mente de Dios no haya demasiada distancia.
SABER MÁS
EL CASCO DE DIOS
Algunos notables neurocientíficos concibieron las experiencias religiosas más intensas como una disfunción cerebral. Michael Persinger (en la foto), en su laboratorio de la Universidad de Ontario (Canadá), diseñó el llamado «casco de Dios» (arriba), el cual, colocado sobre la cabeza de una persona, le provocaba una auténtica «tormenta eléctrica» en determinadas áreas de su córtex neuronal.

Con dicho instrumento, Persinger desencadenaba visiones y sensaciones transcendentes en el sujeto, similares a las atribuidas a Pablo de Tarso, Mahoma o Buda. Sin embargo, cuando un equipo universitario sueco quiso repetir en 2005 los estudios de Persinger, los resultados obtenidos no fueron satisfactorios.
También fracasaron las pruebas realizadas sobre el abanderado del ateísmo, Richard Dawkins, quién no percibió nada fuera de lo común. Persinguer justificó estos reveses diciendo que no todas las vivencias espirituales tenían porque ser iguales ni estar localizadas en los mismos rincones de nuestro cerebro. De ahí lo complicado que resultaba reproducirlas. Por lo tanto, siguió aceptándose que los estados místicos eran un trastorno mental. En concreto, vendrían provocados por una falta de oxígeno o de glucosa dentro del entramado neuronal, así como por una sobreestimulación del lóbulo temporal.
NEUROMARKETING: MARCAS Y RELIGIÓN
En 2011, el programa de la BBC Los secretos de las supermarcas realizó diferentes escáneres cerebrales a varios fans de productos Apple. A los sujetos se les mostraron diversos artículos y se registró su reacción mental mediante resonancia magnética. Las neuroimágenes revelaron que los productos de Apple desencadenaban en estos individuos una actividad cerebral propia de una persona religiosa.

Los resultados obtenidos eran similares a los de alguien que experimenta una profunda fe. Los investigadores concluyeron que esta marca, en cierto modo, explotaba y estimulaba las áreas del cerebro que intervienen en los procesos religiosos, de tal modo que podría hablarse de un «culto a Apple».
Es más, en el documental se reseñaba el enorme parecido entre una tienda de dicha marca, situada en Covent Garden (abajo), y los elementos más característicos de una iglesia británica, como abundancia de arcos y de pequeños altares para mostrar los productos, o la exposición de la imagen de Steve Jobs a modo de «mesías».
La fuerza del sentimiento religioso sobre la voluntad y el compromiso humano es tan poderoso, que no resulta nada extraño su aprovechamiento con fines comerciales. De la neuroteología pasaríamos así al neuromarketing. MEI